miércoles, 17 de diciembre de 2014

El circo nuestro de cada día Por Raúl Argemí

El tipo, como diría un cómico irónico de los ’50, se despierta más temprano de lo habitual, pongamos porque se le atravesaron los huevos fritos con panceta que comió en la cena para tratar con mimo a su colesterol, y no se le ocurre mejor idea que sentarse a leer los diarios en Internet, sin prever que terminará escribiendo sobre eso, ni tener en cuenta que cuando alguien lea “eso”, probablemente la realidad será aún peor, porque el día de hoy fue peor que ayer, y de mañana mejor ni hablar.

Como el tipo tiene la costumbre hecha en las redes de linkear las noticias que le llaman la atención, especialmente las que le alimentan una agazapada úlcera, no puede dejar de leer de la bronca de Google con el gobierno español, que lo lleva, a Google, a sacar su servicio de noticias en nuestro idioma. Es que el gobierno peninsular aprobó, hace rato, una ley que obliga a Google a pagar un tanto a cada diario del que rebote una noticia, por aquello de los derechos intelectuales.

Al tipo en rigor le importa un comino, de los más chiquititos, lo que le pueda pasar a Google, sólo que la ley es suficientemente difusa como para que cualquiera que transite Facebook o tenga un blog, y linkee una noticia, se convierta en un delincuente que les debe plata a los medios hegemónicos, porque los otros por lo general no cobran. Lo que, por esas cosas de la madrugada, le trae el recuerdo de cuando varios países europeos metieron un impuesto a los CD cero kilómetro, porque podían usarse para copiar música. Y si alguien los usara para espantar palomas o gaviotas, igual a pagar, porque para la ley era un potencial pirata, y ante la duda marche preso.

El tipo, tal vez para pensar, prepara el mate y vuelve a los diarios, mezclando todo, porque así es como sale, para enterarse de que en La Plata hay una invasión de “hormigas carpinteras”, que se mastican los armarios y las prefabricadas y no hay con qué darles. Vaya, se dice el tipo, encendiendo el primer pucho de la jornada, igual que en el relato de Italo Calvino. En “La hormiga argentina” narra la aventura de una pareja que casi se vuelve loca cuando se muda a un barrio invadido por hormigas negras que llegaron a Italia con las bolsas del trigo y el maíz que Argentina les mandó después de la Segunda Guerra. De lo que queda claro que exportamos de todo, y que a las hormigas carpinteras, cegadoras, plomeras o bajistas de rock, mejor tenerlas de amigas. El tipo mira debajo de la cama. No hay hormigas, y vuelve a los diarios, para encontrarse con las vicisitudes de otro platense, como las hormigas, el dentista Barreda (¿O ex dentista? ¿Existe el oficio de ex?), que se convierte en noticia porque no se lleva bien con la novia, lo que es un gran adelanto, porque la última vez que se enojó redujo drásticamente el número de sus familiares cercanos. Lo que se llama una bonita y emotiva nota de color.

En otra página vuelven sobre las cuentas secretas en Suiza, pero ese es un tema que el tipo esquiva, tal vez porque no cree en los banqueros arrepentidos, y pasa a otra cosa. Entonces tropieza con declaraciones de Elisa Lilita Carrió dándole con un caño a Clarín, y el dedo se le va solo a cambiar de página y también de medio, por lo de la úlcera. Sólo que es muy dífícil mantener cierta coherencia en la navegación, y menos cuando se tapa la bombilla y el tipo se pregunta si no se le habrá colado una hormiga bombillera, lo que obliga a remontar el mate de vuelta. A veces las mañanas se presentan muy difíciles.

Pero la paciencia da resultados, que no quiere decir que sean buenos. El atroz y colonialista fulano del norte parece que infiltra agentes de la CIA camuflados como raperos, o raperos camuflados como agentes, en el lagarto verde de Nicolás Guillén, para desestabilizar el gobierno y tal vez joderle la siesta a Fidel. Ya no tienen límites. La Unasur tendría que enviarles a Palito Ortega, para que aprendan en carne propia.

Parece que los que están de moda esta semana son los ex militares, que no importa si son de afuera o de adentro, de Brasil o de Córdoba, disparan de la misma manera, acusando de terrorista a Dilma Rousseff o tirando la pelota afuera en el caso del genocidio de La Perla. Todos fueron más buenos que la leche y nadie los comprende. En el país con más psicoterapeutas por metro cuadrado del universo alguien tendría que hacerse cargo de sus cuitas, y chau picho, porque lo que tranquiliza al tipo es tropezar con una nota sobre lo que comían Mussolini, Stalin, Hitler y el mariscal Tito, para comprobar que en su peor época Hitler era vegetariano, o sea que los huevos fritos con panceta nos hacen mejores.

Y otra vez Boudou, pronúnciese “budú”, que remite a los muertos vivos de Haití y los Tonton Macoutes, hombres malos si los hay. Lo van a procesar por un auto trucho. Pero para el tipo el tema central no es ése. Su preocupación es la existencia no virtual de Budú. Puesto a pensar conspirativamente se pregunta si no es un invento en el que coinciden oficialismo y oposición. Una figura inventada, por un lado, para derivar los tiros que irían contra la Presidenta, y por el otro porque es un comodín con cara de americano impasible al que se le puede cargar la mochila fácil. Será o no será, ése es el dilema.

El tipo rescata de la heladera un cacho de roquefor medio momificado y lo pica con galletas integrales; por el colesterol, y cuando vuelve a la pantalla se le instaló Lilita Carrió. No hay más remedio. Si hubiera que elegir la figura del año gana por varios cuerpos. Cuando el tipo está autocrítico se le da por pensar que Maradona y Tinelli y los gordos de la CGT, y especialmente la Carrió, con su grotesca manera de hacer política desparramando locura con el ventilador, nos definen como argentinos. Al fin, se dice el tipo, que a veces no puede esquivar la memoria, tuvimos en la presidencia a la “Chavela”, no la Vargas, sino la otra, la que tenía por mentor a un brujo llamado López Rega. Un brujo que no daba para reírse. Es cierto que hay un montón de gente buena, pero los que se hacen notar son los “aparatos”, casi surrealistas, casi góticos, casi siniestros.

Por suerte para el tipo vuelve la investigación de las cuentas secretas en Suiza. Montones de cuentas con montones de guita, sacada por la ventana. El tipo, entonces, se hace la pregunta que debería estar prohibida a cualquier hora del día: ¿Lo mío es envidia? Y, acostumbrado a las hecatombes, no le da con la cabeza a la pantalla cuando su otro yo le bate que es envidia. Que engordaría su autoestima, si tuviera una cuenta secreta con cuatro mangos en rupias o maravedíes. 

Por fin, antes de cambiar el agua y la yerba, el tipo encuentra una noticia concreta para preocuparse, porque el resto es cosa de todos los días: Alerta por posibles casos de fiebre chikingunya durante este verano. Eso pasa, se dice el tipo, por ver series viejas en la tele, pequeña langosta. Aunque tal vez la culpa no sea de Kun Fú, sino de que los súper chinos se reproducen como hormigas carpinteras.

Dicen que con Internet uno se mantiene informado. Tal vez, pero no a horas muy tempranas; mejor quedarse en la cama.

14/12/14 Miradas al Sur

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