miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cromañón: para el periodismo, la culpa es de los jóvenes VIERNES 03 DE ENERO DE 2014 17:43

Cómo analizó el periodismo especializado lo que ocurrió en el boliche ubicado en el corazón de Once. La estigmatización del rock barrial.
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Por Rodrigo Lugones
Cuando la década de los 90 comienza, Los Redondos empezaban a dar sus primeros conciertos masivos. La banda, que había empezado como un colectivo contracultural con performance, música, improvisaciones, e intervenciones hijas de la revolución cultural de los 60, había mutado con el tiempo inclinándose sólo por la música. Con este cambio  también, llegaría el recambio generacional. El público que antes era de una clase media intelectual de La Plata o Capital Federal (cineastas independientes, artistas underground, periodistas, filósofos, etc.), comienza a ser reemplazado por muchos adolescentes que provenían del Conurbano Bonaerense, - los hijos de las lógicas, la cultura y la economía Neoliberal, los hijos de la destrucción del Estado-, es ahí donde se produce la gran entrada de los “Desangelados” al rock.
La muerte de Walter Bulacio a manos de la policía en una comisaría luego de torturarlo y masacrarlo a golpes, tanto como la conferencia de prensa luego de que su show en Olavarría fuera prohibido por el intendente Eseverri, son dos hechos fundamentales que marcan este recambio generacional, esta entrada de los “desangelados”, como los llamó el Indio Solari, a la historia del rock (las patas en la fuente del rock argentino).
Son esos mismos jóvenes los que después van a generar las dos “épocas doradas” de lo que se llamó “Rock Barrial” (clasificación de clase, prejuiciosa por excelencia), como público, o como artistas.  La primera de estas épocas surge a finales de los 80, principios de los noventa (La Renga, Los Piojos, Viejas Locas, entre otras), y la segunda, de mitad de los 90 a principios de los 2000 (a Callejeros, Los Gardelitos, Jóvenes Pordioseros).
En ese contexto surgen miradas en el periodismo de rock local que se oponen, estrictamente, a las expresiones populares surgidas del conurbano bonaerense. Las críticas son las de la eterna querella entre el “arte popular” y el “arte elitista”, es decir, habría un arte sofisticado al que hay que suscribir, y después una serie de expresiones lamentables que degradan la cultura. En base a esto, uno de los exponentes de esta corriente de pensamiento dentro del periodismo de rock, Eduardo  Fabregat, escribe en Página 12:
“…Ya basta de tibiezas: aun antes del 30 de diciembre de 2004, Ca$hejeros era una banda horrible. Sus discos de tapas impresentables eran una mala copia de un mal MP3 de un menjunje requemado de los Redondos, La Renga y Los Piojos. Su cantante ya era un gordito desafinado que fantaseaba infructuosamente con tener la verba, la pluma y la performance del Indio Solari. Sus guitarristas soñaban con algún día meter una nota, una sola nota, con la sensibilidad y justeza de Skay Beilinson o la garra de Chizzo. Si la prensa intentaba conseguir una nota con ellos era por la curiosidad de que semejante engendro arrastrara un Obras lleno, para tratar de entender cómo era que el público rockero de pronto se estaba conformando con tan poco. Ellos empezaban a disfrutar su status de Susana Giménez del rock, creyendo que negarse a dar notas o sacarse fotos bastaba para apoderarse de la mística de tipos que hicieron cien canciones mil veces mejores. Vendedores de humo, llamaban la atención por su poder pirotécnico antes que por su música. Eran una banda horrible entonces, lo siguen siendo ahora…”
Otro fiel exponente de la negación total de las propuestas de música popular surgidas como producto social de la lógica de 30 años de destrucción de la máquina del Estado, como propuesta de arte barrial, es Sergio Marchi, periodista que publicó un libro titulado “El Rock perdido”, donde se encarga de sostener la línea de siempre, el pasado, tan bello y hermoso de los que sí hacían buena música, hoy es destruido por estas bandas barriales de cuarta y por su público de negritos sin seseraCitamos:
“¿Pero quién va a meter presos a todos esos pendejos que se maman y van a causar kilombo porque es lo que les gusta y hay un montón que los ven y se prenden? No nos hagamos más los estúpidos en nombre de la corrección política: la culpa la tiene el público. Y en realidad, una porción, que no es tan ínfima como nos quieren hacer creer. Si no hay gente haciendo quilombo, estas cosas no pasan. No quisiera traer a colación el caso Bulacio, pero la conexión que me surge es: Redonditos de Ricota – Callejeros – Viejas Locas – Pastillas del Abuelo. Cuatro shows diferentes de bandas que arrastran un público similar. Cuatro lugares distintos (Obras, Cromañón, Vélez, Ferro). Cuatro organizaciones diferentes. ¿Cuál es la única constante? El público”.
Sergio Marchi encarna en persona la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, otrora mítico periodista del underground porteño, ahora abandonado, rehabilitado gorila y  tilingo, se asombra y se asusta por las huestes de jóvenes que ostentan un “asqueroso y villero vino en cajita”.
Entonces, para Marchi, la culpa de la tragedia de Cromañón recae en “el público”. Olvida totalmente todo el entramado de responsabilidades, ese maridaje entre el Estado y las instituciones que fallaron, encarnados por los funcionarios, los policías y el gobernador de la ciudad, los poderes económicos concentrados, encarnados por el grupo empresario dueño del boliche (Rafael Levy), Omar Chabán como organizador del evento, quien, para ahorrar dinero, no reunió las medidas de seguridad necesarias para que Cromañón no exista, y muchas otras cosas más. Todo esto para Marchi no existe, la culpa, así sin más, la tiene esa suerte de secta-lumpen, que se encargó de transformar al rock en una manifestación acultural, por eso le reclama, como buén burgués, a las fuerzas represivas, que se “encarguen” de “limpiar y controlar” a los “inadaptados”.
Mientras tantos, esos pibes
En contraposición a todo esto, debemos decir que fue el público, acusado de traidor, degradado, o “éticamente reprobable”,  el que tuvo que improvisar un valor salvaje de dimensiones inversamente proporcionales a las de la tragedia, hablando de la vida en el momento exacto en que la muerte se abría paso implacable; un valor que helaría la sangre de mil héroes, un valor valioso por lo acertado, porque se expresó en hechos, en la práctica, en respuesta inmediata a las necesidades imperantes en ese momento cruel.
¿Por qué  tuvieron que ser los pibes los héroes anónimos de esa noche? ¿Por qué todo el aparato estatal, estructuralmente hablando, no pudo responder a las demandas del pueblo? Entendiendo por Estado, desde el gobierno  de la ciudad y los funcionarios que debieron cerrar el lugar, hasta todas las fuerzas de seguridad y socorro que funcionaron mal y obligaron a tomar por verdadera, a partir de vivir en carne las heridas de la tragedia, la gravísima conclusión material que reza la canción callejera: “A la gente solo la ayuda la gente”, porque si en Cromañón no hubo más muertos fue porque los sobrevivientes y los músicos de Callejeros entraron a rescatar gente todas las veces que pudieron – hecho que consta en los expedientes -, y, también está probado en la causa que muchas víctimas murieron por entrar a rescatar a otros que no habían podido salir.
Los negros, los desangelados, los cabezas, ese “público” de “bajas pretensiones y exigencias”, le dio una cachetada práctica de ética y conducta, una paliza de vida y ejemplo a todos, salvando, incansables, a sus compañeros atrapados y ahogados dentro del local. Entraron, se metieron, salieron, volvieron a entrar, y así las veces que fueron necesarias, una, dos, tres, cuatro…, diez, las que sean.
Eligieron salvarlos aun a riesgo de morir, sabiendo que si morían era para que otro pudiera vivir, fueron capaces de entregar lo más valioso que tiene un ser: su existencia, despojándose por completo de todo rastro posible de egoísmo, trascendiéndose a ellos mismos como individuos, entregándose a lo común, a la tarea de unir en el esfuerzo todas las individualidades para volverse grupo a partir de la necesidad de salvación de sus amigos, y de sus compañeros desconocidos también, porque quienes salvaron pusieron en riesgo su vida para salvar a quienes no conocían, se arriesgaron por perfectos desconocidos, rompiendo las barreras del yo, y a su vez, revirtiendo la lógica de lo individual que impera, se produce y se reproduce en este sistema dominado por las ideas de la clase que apuesta únicamente por el egoísmo a favor de la ganancia, por lo absoluto en su sentido negativo, la clase del capital.
Vaya a los sobrevivientes el humilde homenaje que este cronista puede hacerles, dedicarles estas líneas.

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