lunes, 29 de diciembre de 2014

A LOS 87 AñOS, MURIO AYER EL MUSICO LEOPOLDO FEDERICO El tango perdió a su mejor trabajador

Bandoneonista, compositor, arreglador, director de orquesta, presidente por años de la asociación que defiende los derechos de los intérpretes, fue uno de los grandes de la historia del género. Con humildad, Federico atribuía su enorme carrera a “la suerte”.

Por Karina Micheletto

Murió Leopoldo Federico, uno de los músicos más importantes de la historia del tango. Murió el músico que hizo el tango en la Argentina, junto a prácticamente todos los grandes que hicieron el tango, en un sorprendente hacer que lo colocó al lado de Troilo, Piazzolla, Grela, Julio Sosa, Mores, Salgán, Stampone, Maderna, Balcarce, Gobbi, Di Sarli, entre una lista que lo hacía definirse con su eterna sonrisa como un tipo de suerte, y un agradecido a la vida. Murió el hombre que logró sostener en alto su orquesta durante 55 años, el que hasta el final de sus 87 se transformaba, literal, físicamente, cuando subía al escenario y abrazaba su bandoneón. El que dedicó gran parte de su vida a defender los derechos de los músicos, el que hablaba ante todo de trabajo cuando se refería al arte que desarrollaba. Lo sobrevive, como suele decirse, una obra, propia y compartida, y en su caso no sólo eso: también sólidas y emprendedoras nuevas generaciones de tangueros, que formó a su manera y con quienes se dejó formar, en esa experiencia única que fue su orquesta: la familia, decía él.

Bandoneonista, compositor, arreglador, director de orquesta, presidente por años de la asociación que defiende los derechos de los intérpretes (AADI), tan fanático del tango como de Racing, al que después de tanto sufrimiento llegó a ver otra vez campeón, Federico tuvo la doble virtud de ser un gran músico y una gran persona, querida y respetada unánimemente por sus colegas. Charlar con él era un placer casi tan grande como escucharlo tocar; era emprender un viaje por la historia y el presente del tango, en el que se acumulaban anécdotas con datos precisos de hitos fundadores del género, narrados con la sencillez que le otorgaba el convencimiento de haber hecho lo que había que hacer, que era básicamente trabajar, y defender lo que quería, que era básicamente el tango, siempre agradecido porque consideraba que todo eso, que era mucho, se lo había regalado la vida. Desde ese convencimiento, Federico podía estar contando sobre la emblemática orquesta de Piazzolla del ’46, o sobre el éxito arrasador que vivió con Julio Sosa, o sobre aquellas giras por Japón, o alguna anécdota con Troilo, para concluir, preocupado: Y vos, nena, ¿cómo hacés con el trabajo y los chicos?

El bandoneón de Federico atravesó prácticamente todos los hitos del género, desde la orquesta típica hasta la vanguardia del Octeto de Piazzolla, pasando por el descomunal éxito de Julio Sosa, en tiempos de declive para el tango, o aquel Cuarteto San Telmo que formó con Roberto Grela. Tocó con aquella orquesta del ’46 de Astor Piazzolla, con Miguel Caló, y antes con Osmar Maderna, con Emilio Balcarce, Alfredo Gobbi, Héctor “Chupita” Stamponi, y con la orquesta de Mariano Mores, y la de Carlos Di Sarli, entre otras. Esas pertenencias lo hacían repetir que se consideraba “un predestinado”, “un tipo de suerte”, y explicar por qué era un agradecido a la vida: “Parecía que cada orquesta que me gustaba, cada una con la que yo decía: ¡cómo me gustaría tocar ahí!, me terminaba llamando”, decía a esta cronista. “Mi carrera es un cartón de lotería donde hice bingo: llené todo lo que me gustaba”, concluía.

A fines de 1948, Horacio Salgán también lo convocó para integrar su orquesta, aquella en la que fueron “descubiertos” dos cantores: Edmundo Rivero, reclutado a pesar de no encajar en el canon de “galán” que debía cumplir este puesto, y ese otro que dejaría su trabajo de colectivero para tomar esa responsabilidad, Roberto Goyeneche. La de Salgán fue la orquesta en la que Federico pasó más tiempo como primer bandoneón de una formación “ajena”. Tras dejarla, el bandoneonista fundó en 1952 su propia orquesta, junto con Atilio Stampone, para pasar a hacer su música, hasta el final de sus días, en ese espacio consolidado y definido como una familia, además de encarar con entusiasmo otros múltiples proyectos. “Mi destino se empecinó en no dejarme parar”, decía él sobre esta actividad constante, a la que se sumaba la de su diario trabajo en AADI. “Siempre aparece algo nuevo para comprometerme, y siempre está mi orquesta, once compañeros que son tan amigos que no quieren que de-saparezca como institución. Y así van apareciendo compromisos de grabación, proyectos que me tientan. Me engolosino, y a pesar de mis problemas físicos no quiero dejar de hacer algunas cosas. Seguiré hasta que sienta que puedo empezar a pasar papelones.”

Entre esos compañeros que lo “tentaban” para seguir tocando se encuentran el pianista Nicolás Ledesma, el contrabajista Horacio Cabarcos, los violinistas Damián Bolotín, Brigitta Danko o Miguel Angel Bertero, los bandoneonistas Horacio Romo, Carlos Corrales o Federico Pereiro, el cantante Carlos Gari, todos integrantes de la familia de su orquesta. O el guitarrista Hugo Rivas, con quien grabó Sentido único, un disco que remite a aquella experiencia del Cuarteto San Telmo. O Susana Rinaldi, quien fuera su compañera al frente de AADI, y con quien registró Vos y yo (2011, Epsa). Otros discos imprescindibles que protagonizó Federico en sus últimos años: Mi fueye querido, un disco sólo con bandoneón, promovido por la asociación TangoVía (Epsa, 2007), De antología, un registro de su orquesta del año 2000 (Emi), A Piazzolla, en trío con Horacio Malvicino y Adalberto Cevasco, Raras Partituras 6, junto a la orquesta El Arranque (2010), surgido de un proyecto de la Biblioteca Nacional, que rescata obras poco conocidas y composiciones de folklore como “Zamba de la extranjera”, en coautoría con Julio Fontana (el autor de “Zamba para no morir”).

En su estilo compositivo aparecía la vena romántica y el gran melodista: “Cabulero”, “Sentimental y canyengue”, “Capricho otoñal”, “Preludio nocturno”, “Mi fueye querido”, son algunas de sus obras. Más allá de los numerosos discos que grabó y de los cerca de cincuenta temas que compuso, lo que lo “engolosinó” a Leopoldo Federico, y lo que siguió haciendo con felicidad casi hasta el final, fue tocar en vivo, casi siempre con su orquesta. Algo de otro orden –vaya una a saber cuál– operaba cuando Federico, ya achacado por problemas de salud en sus últimos años, con el cuerpo encorvado y ayudando el paso con un bastón, llegaba a un escenario, acomodaba entre sus rodillas su bandoneón, cerraba los ojos y finalmente se lanzaba con su música. Podría decirse que ese hombre renacía, y renacía con él una genealogía tanguera que supo extender hasta el presente, nunca como un mero recuerdo de tiempos que fueron, siempre como una apuesta creativa y colectiva.

Por si todo esto fuera poco, el incansable Federico se preocupaba por defender los derechos de sus colegas, en un trabajo al que se dedicaba tiempo diariamente en AADI. Puso el cuerpo también en reclamos puntuales, se movilizó, por ejemplo, junto a muchos otros colegas para pedir frente a la jefatura porteña, dos años atrás, que Mauricio Macri diera marcha atrás al menos con uno de sus 107 vetos a leyes, el de la ley de Reconocimiento para la Actividad Musical, que otorgaba un subsidio a músicos mayores de 65 años. Le explicó entonces a Hernán Lombardi, que terminó aceptando recibirlo junto a Teresa Parodi y algunos otros artistas, que no estaba pidiendo un beneficio para él, sino para muchos colegas que estaban en situaciones acuciantes. Recibió el no rotundo y descortés del ministro de Cultura, en un episodio que recordaba con tristeza.

Jorge Dimov y Esther Echenbaum escribieron una minuciosa biografía de Federico en la que lo definen con justicia desde el título como El inefable bandoneón del tango (Gourmet Musical Ediciones). “El máximo músico de tango vivo”, “un puente virtuoso entre dos siglos”, “el que tocó con todos y marcó un estilo único”, y también “un ser tan honesto en el plano personal como en el profesional”, se lo definió también en la presentación de ese libro, un festivo encuentro tras el que por supuesto tocó con su orquesta. “Hubiese sido mucho más simple enumerar las orquestas en las que no tocó, pero afortunadamente para nosotros no elegimos ese atajo, y así pasamos tres años disfrutando de sus anécdotas. Vamos a extrañar esos encuentros en AADI”, decía Echenbaum en la presentación de su obra. Algo similar podría decir esta cronista para cerrar la nota que nunca hubiera querido escribir, en el repaso de tantas notas publicadas en este diario, con las que tuvo la fortuna de asomarse a su universo, y segura de que la semblanza final no alcanza a definir a un hombre excepcional. Hasta siempre, y gracias, querido Leopoldo Federico.


El portador de saberes
Por Santiago Giordano

Piazzolla nunca pudo entender por qué Leopoldo Federico no ponía su inmenso talento al servicio de las vanguardias que buscaban sacudirle el entumecimiento al tango. “Nunca olvidaré la orquesta del ’46 y el Octeto, lo que pasa es que si yo tocara así sería uno más (...). Te quiero y admiro y seguí con lo tuyo y si lo amás mejor (...). Que Dios te bendiga y tus manos también. Ya di mi trompada, ahora me largo a llorar”, le escribía Piazzolla en una de las cartas con las que polemizaron durante la década del ’80. Es que para Leopoldo Federico el tango no se dividía entre la vanguardia y el resto. La cosa pasaba por tocar o no.

Para Federico la sublevación fue tocar como tocaba, aunque a menudo apelaba al menos romántico “trabajar” para decirlo, como un sinónimo que resume mejor la mezcla de inspiración y transpiración que ponía sobre el escenario.

Así se formó uno de los grandes bandoneonistas de todas las épocas, seguramente el más solvente, y un director y arreglador que sabía que los pies pueden escuchar y los oídos bailar. En su musicalidad inmensa y en su sonido capaz de dulzuras y reciedumbres retumba el más selecto linaje del género.

Su escuela, que es su nombre, se hizo en el vértigo de los trabajos con las figuras y las agrupaciones más importantes del tango: Juan Carlos Cobián, Alfredo Gobbi, Osmar Maderna, Mariano Mores, Héctor Stamponi, Carlos Di Sarli, Osvaldo Manzi, Lucio Demare, Horacio Salgán, Astor Piazzolla, Atilio Stampone, antes de ponerle con su propia orquesta un traje a medida a la voz y al carisma de Julio Sosa. Después supo tocar con Roberto Grela, hacer un disco de solos de bandoneón del tamaño moral de una enciclopedia y sostener un dúo estremecedor con Susana Rinaldi, entre muchas otras cosas. Y siempre su orquesta, el juego que más le gustaba, lo que lo justificaba como músico íntegro.

Nunca dejó de tocar y dirigir, de trabajar. Era el portador, de primera mano, de muchos de los saberes fundamentales del tango, con los que hizo su síntesis personal. Su legado es el de un clásico, en el sentido más costoso del término.


Una condición natural
Por Atilio Stampone *

Conocí a Leopoldo cuando yo tenía quince años. El era un año menor que yo. Desde ese momento estuvimos tocando juntos, encontrándonos y separándonos, él como bandoneonista y yo como pianista. Lo que nunca perdimos fue nuestra gran amistad. Comenzamos juntos, cuando armamos la Orquesta Stampone-Federico, y luego él pasó a dirigir la Orquesta Estable de Radio Belgrano. Leopoldo tenía una condición natural para el instrumento, lo comprendía a la perfección. El fuerte de Leopoldo no era la composición, él estaba hecho para convertirse en el mejor bandoneonista argentino de todos los tiempos.

* Pianista, arreglador, director y compositor.


Todos fuimos sus alumnos
Por Horacio Cabarcos *

Leopoldo fue el número uno en toda la historia del bandoneón argentino. El más completo. Adentro suyo se reunían Maffia, Troilo y Piazzolla. El se convirtió en un maestro sin dar clases, porque todos fuimos sus alumnos: pianistas, guitarristas, violinistas, contrabajistas, todos aprendimos escuchándolo. Recuerdo una ocasión en la que Piazzolla debía tocar junto a la Filarmónica de Buenos Aires y no podía hacerlo porque estaba en Francia. Desde allá se comunicó para avisar que el único autorizado para reemplazarlo era Leopoldo Federico. A ese nivel estaba. A veces Piazzolla lo llamaba y le decía: “Mirá, Gordo, te paso estos tangos porque el único que puede tocarlos sos vos”. Yo toqué con Leopoldo durante treinta y cinco años y, a pesar su increíble capacidad técnica, lo que me dejó excede lo musical. Nosotros salíamos de gira con él a la cabeza, pero nunca se puso en el rol del tipo que da órdenes. No éramos “sus” músicos, sino que nos hacía sentir como compañeros. La orquesta la manejábamos entre todos. Elegíamos los trabajos. Luego salíamos a comer, recorríamos las ciudades juntos. Una gran felicidad, sentarme junto al mejor de todos los tiempos y que me trate como su par. Leopoldo siempre intentó mantener la orquesta típica de doce miembros. A veces nos salían trabajos como trío, en los que podíamos sacar más dinero, pero él ponía como condición que luego tocase la orquesta entera, porque no quería dejar a ninguno de sus compañeros sin trabajo. Esa manera de entender la vida le permitió seguir tocando hasta sus ochenta y seis años y subirse a un escenario, en el anteúltimo Festival de Tango, junto a jóvenes que recién se estaban iniciando. Esa fue su gran enseñanza, poner su pasión por encima de todo.

* Contrabajista, fue integrante de la orquesta de Leopoldo Federico.

29/12/14 Página|12


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