sábado, 1 de noviembre de 2014

Perón: otros dos octubres Por Javier Trímboli

En 1934, el Congreso Eucarístico Internacional. En 1944, el Estatuto del Peón Rural. Acontecimientos de gran repercusión social, en ambos Perón tiene injerencia siempre entusiasta, pero en uno aleatoria y en otro principal. ¿Desde cuándo Perón es Perón? ¿Qué es Perón?

En octubre de 1934 se celebra en Buenos Aires el Congreso Eucarístico con la presencia del delegado papal cardenal Pacelli.

Una inmensa cruz blanca queda clavada por unos días en Palermo, cerca del Monumento de los Españoles. A su alrededor se congrega una multitud que, por su número, es comparada ventajosamente con la que un año atrás participó de los funerales del vilipendiado Yrigoyen. En la convocatoria del Eucarístico la radio es por primera vez fundamental. El gobierno conservador, nacido del golpe y del fraude, necesita de ese baño de multitudes y de la alianza con la Iglesia. El presidente Agustín P. Justo profesa liberalismo, dicen incluso que es masón, pero en la ocasión no ahorra gestos de devoción católica. Locutor oficial: “la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires es capital de la cristiandad.”

La capacidad hotelera de Buenos Aires colapsa. Lucen tan unánimes esas jornadas que, a no ser por un violento sarampión, Tulio Halperin Donghi, aunque de padre judío, habría estado entre los 107.000 niños comulgantes (Son memorias). El mayor Juan Domingo Perón participa en esas jornadas. Como uno más pero también con una cámara en mano, filmando. ¿Qué encuadres eligió? ¿Cuánto se vio atraída la cámara por el delegado papal y cuánto por la multitud? No tenemos respuesta aunque difícil que algo salga de lo convencional en esa película que en 1940 deja como regalo en Roma a Pacelli, que ya es el papa Pio XII. Desapercibido pasa Perón por esos días, como esa cinta, ni siquiera tras bambalinas.

La ilusión que aporta el Congreso Eucarístico, que la Argentina conservadora renace con apoyo de masas, se desmorona pronto. Al año siguiente se lo menta con fervor iconoclasta en un libro de poesía –Tumulto- en el que respiran ronco los explotados y marginados de la década infame. “Oh, camaradas,/¡qué lindo sería (…)/Envenenarles la sopa a los millonarios que duermen./Violar los cerrojos de los conventos para besar a las monjas./Subirnos a los rascacielos y mear los escudos del congreso eucarístico/con el beneplácito de Jesús y la venia de los ángeles;/bajo la vigilancia de las nubes y el corazón de Dios que arde en el cielo./Llenar las valijas de los turistas católicos con dinamita.” Su autor es José Portogalo, un portero de escuela, un ex albañil agrega Abelardo Ramos y si no fuera por él no habría accedido a la dignidad de los libros de historia. Lo pone en línea con DiscépoloArltCastelnuovoCésar Tiempo integra el jurado del concurso municipal de literatura y logra con un ardid que lo premien. El intendente De Vedia y Mitre, ínfulas de poeta, le retira el premio y lo expulsa de Buenos Aires. Portogalo escribirá otros libros pero nunca uno como Tumulto (Alzari). Se afilia al Partido Comunista y el mundo se comprime, desmalezado.

Otro octubre, el de 1944. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, el coronel Perón es artífice del Estatuto del Peón Rural. El trabajo en el campo casi no conocía legislación. El decreto establece un mínimo salarial, vacaciones pagas, indemnización por despidos. Es contundente la oposición de las entidades rurales, desde la Sociedad Rural hasta la Federación Agraria.

Argumentan que distorsiona la pastoril laboriosa que ocurre en el campo argentino. “El estanciero actúa con el trabajador rural en una empresa común, que refuerza las relaciones y establece una camaradería que algunos podrían confundir como una relación entre amo y esclavo cuando en realidad es más afín a una relación entre padre e hijo.” (Solicitada SRA) De ayer, de hoy y de siempre. La Secretaría sostiene la necesidad del Estatuto, su racionalidad básica: “Exige que el local donde duerme el personal no sea utilizado para depósito de cueros de epidemia, como ocurre tan a menudo; que no tengan acceso a él, para disputarle su sitio al hombre, los perros, las aves y los cerdos. Reclama, por fin, que el peón no se vea precisado a dormir en el suelo por falta de implementos elementales”.

Bien temprano, el domingo 26 de noviembre de 1944, una nutrida presencia suburbana –seguimos las crónicas- converge en los alrededores de Perú y Diagonal Sur, a un par de cuadras de la Plaza de Mayo. Se realiza un acto por el primer aniversario de la Secretaría de Trabajo y Previsión. Del Monumento a Roca cuelga un racimo de mocetones. Hay jinetes a caballo, con chiripá y bota de potro. A las 10.30 en el palco aparece Perón, de uniforme blanco, pero primero toman la palabra dirigentes de la Unión Tranviarios, del Sindicato Unión Obreros Fabriles del Chaco, de la Unión Ferroviaria, de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera. Se esfuerzan en explicar por qué están ahí, hablan de las promesas que quedaban para las “calendas griegas” y del Estatuto del Peón. Sin sacarse la gorra, Perón lee ante una multitud que es homogéneamente obrera.

“No permitiremos que este capitalismo despótico triunfe en la Argentina. Desarraigaremos sus brotes hasta extirparlos definitivamente. O el capital se humaniza o es declarado indeseable por el Estado y queda fuera del amparo de las leyes. La revolución nacional no admitirá jamás la explotación del hombre por el hombre. La revolución nacional está en pugna contra todo lo que sofoca o destruye la augusta dignidad de la persona humana”.

¿Cuál es el hilo que une al Perón de 1934 con el de 1944? ¿Existe plano secuencia entre una primavera y otra? Se puede argüir que el catolicismo tiene una veta fundamental de oposición a lo más salvaje del capitalismo, cosa que, aunque cierta, no sería más que un intento de salvar la continuidad e identidad de un individuo. Porque los tonos y las alianzas –de clase y políticas- son bien distintos. Perón es quien es desde que liga con los trabajadores –como Tumulto y Portogalo-, antes era otra cosa. Y así llega hasta dónde quizás no había imaginado.

Pacelli –Pío XII- verá con buenos ojos el golpe del ´55 y la dictadura militar en 1980 dictará una ley que termina por desactivar al Estatuto del Peón. Como en un campo de batalla, esa posición fue nuevamente ocupada en estos años de peronismo kirchnerista.

Télam

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