miércoles, 26 de noviembre de 2014

“NO SE PUEDE TOLERAR QUE EL MEDITERRANEO SE VUELVA UN CEMENTERIO”, DIJO SOBRE LA LLEGADA DE INMIGRANTES El Papa criticó la indolencia de Europa

Por Eduardo Febbro
Página/12 En Francia
Desde París
Aunque los eurodiputados lo aplaudieron de pie, el papa Francisco expuso un alegato sin concesiones contra el estilo de vida de la Unión Europea y su opulencia, proporcional a su indiferencia ante los dramas que sacuden sus fronteras. Pocas veces el Parlamento europeo habrá escuchado en su recinto un discurso tan implacable. Primero ante la Eurocámara y luego ante el Consejo de Europa, Bergoglio salió a remover los cimientos de una Europa que él mismo juzgó de manera drástica: “Tenemos ante nuestros ojos la imagen de una Europa herida, cansada, pesimista, que se siente sitiada”. El Papa desenvolvió sin miramientos la madeja de sus argumentos, es decir, el de la indiferencia ante las injusticias y el de la cultura del desperdicio. Francisco dijo que los ideales fuertes que presidieron el nacimiento de Europa “parecen haber perdido su fuerza de atracción en beneficio de la técnica burocrática de sus instituciones”. Más aún, según el pontífice, de Europa se desprende una impresión de “cansancio y envejecimiento”, la imagen de una Europa “abuela y no ya fecunda y viva”.
Francisco denunció una vez más la cultura del “desperdicio” y, en un tono muy enérgico, les dijo a los parlamentarios: “Los exhorto a trabajar para que Europa recupere su alma”. El mensaje político que hizo fue un retrato con bisturí de la decadencia de los ideales europeos y éste le siguió el social, centrado en torno del problema de la inmigración en las costas italianas y el absoluto desinterés con el cual las instituciones europeas tratan este drama. Continuando con las ideas que expresó cuando visitó Lampedusa, el Papa dijo que no se “puede tolerar que el Mediterráneo se vuelva un cementerio”, ni tampoco que no se “tenga en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes”.
Aunando el tema social y el político, el pontífice puso en la picota el “egoísmo” del estilo de vida “caracterizado por una opulencia insostenible y la indiferencia ante los más pobres”. Su conclusión arrancó unos cuantos aplausos: “... del individualismo indiferente nace la cultura de la opulencia, la cual corresponde a la cultura del desperdicio”. Aunque condenó otra vez el aborto y la eutanasia, Bergoglio ofreció dos momentos y en cada uno encarnó la voz de la periferia, de los pobres y los oprimidos, ante una Europa replegada sobre sí misma, obediente ante los más mínimos suspiros de Estados Unidos y carente de toda iniciativa influyente.
El Papa les dijo a los europeos que había “llegado la hora de construir juntos una Europa que funcione, pero no en torno de la economía, sino alrededor de la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables”. Sus palabras tienen algo de paradójico y profético en un Viejo Continente totalmente de rodillas frente al altar de las finanzas y una institución como la Comisión Europea, cuyo presidente, el ex primer ministro de Luxemburgo Jean-Claude Jun-cker, está en el centro de un gigantesco escándalo. Juncker está acusado de haber hecho todo cuanto hacía falta para que, durante veinte años, las multinacionales se beneficiaran con las ventajas fiscales de Luxemburgo en contra de los demás países de la UE. Bergoglio les recordó a los parlamentarios de la UE los valores del modelo olvidado, es decir, los de una Europa capaz de “unir la dimensión individual” con la “del bien común”, con la de ese “nosotros formado de individuos, de familias, de grupos intermedios”.
Uno de los momentos más fuertes de su discurso fue cuando el Papa evocó los derroteros de las democracias modernas y la forma en que éstas se encuentran sometidas por mastodontes económicos. Para Francisco, “mantener viva la realidad de las democracias es un desafío de este momento histórico. Para ello, se trata de evitar que sus fuerzas reales –fuerza políticas, expresivas de los pueblos– sean apartadas frente a la presión de intereses multinacionales, no universales, que las hacen frágiles y las transforman en sistemas uniformes de poder financiero al servicio de imperios desconocidos”.
Aplaudido por la izquierda y la derecha, objetado por algunos europarlamentarios de la izquierda radical, Bergoglio contó con una vitrina de lujo para sintetizar y de-sarrollar el pensamiento que él mismo resumió hace algo más de un año cuando, apenas electo, dijo “cómo me gustaría una Iglesia pobre, para los pobres”. Francisco les vino a decir a los europeos que no se olviden de sus valores ni de los pobres. Martin Schulz, el presidente del Parlamento Europeo, reconoció que las palabras del Papa pueden constituir “una orientación para una época desorientada”.

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