domingo, 9 de noviembre de 2014

Hace 25 años miles de alemanes cruzaron el muro que los separaba desde 1961 y adelantaron el derrumbe de la URSS. El día que cayó la Guerra Fría

Fue levantado a las apuradas en agosto de 1961 y por décadas fue el símbolo del enfrentamiento entre el occidente capitalista y el oriente comunista. Cuando la Unión Soviética entró en su crisis final, desapareció.

Manuel Alfieri

Caida - El paredón, de 3,60 de alto y 155 kilómetros de largo, separó a familias que quedaron a un lado y otro. Alemania se reunificó en octubre de 1990.

Christiane está recostada en su habitación, decorada con cuadros del Che Guevara y un inconfundible estilo soviético. Aunque está enferma, se siente feliz. Rodeada de familiares, amigos y camaradas, festeja su cumpleaños al son de la Internacional Socialista. Pero, de pronto, algo la desconcierta. Por la ventana del cuarto ve cómo una enorme bandera de Coca-Cola se despliega sobre un edificio vecino. No puede reprimir la angustia y sus ojos se llenan de lágrimas. El mundo comunista que tanto admiraba se había derrumbado.

La escena pertenece a Good bye, Lenin!, la película alemana que cuenta la historia de una militante socialista de la Berlín oriental que sufre un accidente en octubre de 1989 y queda inconsciente durante ocho meses. En ese lapso, Christiane se pierde dos hitos que marcarán a fuego la historia alemana reciente: la caída del Muro de Berlín y la reunificación del país.
Al despertar, los médicos le advierten a los familiares que el estado de salud de la mujer es muy delicado, por lo que deben evitar que reciba cualquier noticia que pueda afectarla emocionalmente. Por eso deciden aislarla del mundo exterior y fabricar un falso ambiente comunista. Pero los profundos cambios que está sufriendo el país en su avance irrefrenable hacia el capitalismo son imposibles de ocultar y se filtran, como la bandera de Coca-Cola, por los resquicios de un sistema que prácticamente ya había desaparecido.

La película muestra con maestría lo que significó la caída del Muro de Berlín, un hito que mañana cumplirá 25 años y que no sólo cambió la historia de la propia Alemania y del mundo. Fue el reencuentro de miles de familiares y la reunificación del territorio germano, dividido durante casi tres décadas. Pero también constituyó el fin de la Guerra Fría y el golpe de muerte del modelo soviético ante un triunfante sistema capitalista que, a partir de ese momento, no dejaría fuera de su órbita ni un solo rincón del mundo.

El Muro fue construido en 1961, después de años complicados para Alemania. Tras la Segunda Guerra Mundial, el país se encontraba devastado, inmerso en una fenomenal crisis económica y partido en dos: el lado occidental, en manos de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, que en 1949 pasó a llamarse República Federal Alemana (RFA); y el lado oriental, bajo la órbita de la Unión Soviética (URSS), que se autodenominó República Democrática Alemana (RDA).
A pesar de las diferencias, antes del levantamiento del Muro ambas zonas estaban conectadas. Por esos años, unos 50 mil berlineses del este trabajaban en el oeste, mientras 12 mil de la RFA lo hacían en la parte oriental. Eran los llamados "cruzafronteras". Muchos otros se iban para siempre. Entre 1945 y 1961, salieron de la RDA unas 2.739.000 personas.


La ola de escape se hizo particularmente fuerte en la primera mitad de 1961, cuando 200 mil personas pasaron a la RFA. El flujo migratorio significaba un descrédito para la RDA. Pero, sobre todo, generaba un problema económico, ya que la mayoría de los exiliados eran agricultores y jóvenes con buena formación.

Por ese motivo, en la madrugada del 13 de agosto de 1961 y con el trabajo de unos 10.500 hombres, los dirigentes comunistas iniciaron la construcción del Muro de Berlín para aislarse definitivamente de la RFA. Alemania quedó dividida en dos monedas, dos sistemas políticos, dos ideologías. El oeste, bajo el imperialismo estadounidense; el este, bajo un régimen estalinista.

Pasar la faja fronteriza, vigilada por soldados y policías, implicaba serio riesgo: los occidentales la llamaban la "franja de la muerte". El muro tenía una altura de 3,60 metros y 155 kilómetros de largo. Contaba con alambre de púas y vallas electrificadas. Suboficiales y soldados bajaron a las alcantarillas para instalar barreras de contención con el objetivo de prevenir fugas. La Stasi –una de las policías secretas más numerosas del mundo, retratada en el film La vida de los otros– elaboró informes secretos sobre cada intento de fuga, cada declaración antigubernamental, cada detalle. Se estima que unas 136 personas murieron al intentar cruzarlo durante los 28 años y tres meses que se mantuvo en pie.

Unas 5000 lograron fugarse. Algunas entraban desde la zona capitalista a la comunista en auto y se las ingeniaban para volverse con algún amigo o familiar. Otros intentaron fugarse haciendo túneles. Incluso hasta hubo quienes intentaron cruzar en un globo aerostático.
El levantamiento del Muro implicó una enorme indignación entre los alemanes. Pero logró frenar el exilio de Berlín oriental y no molestó a la Casa Blanca, satisfecha con las tres garantías impuestas por la RDA: presencia de las potencias occidentales en la capital, libre acceso desde la RFA –los occidentales podían pasar a la parte oriental por el famoso checkpoint "Charlie", hoy uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad– e integración económica. El propio presidente estadounidense John F. Kennedy dijo en aquel momento que el muro no era "una solución cómoda pero, diablos, es mejor que una guerra".

Las cosas empezaron a cambiar en los años '80. En 1985, Mijail Gorbachov llegó al poder en la URSS, que algunos años atrás había comenzado un proceso de reformas y mayor apertura, potenciado ahora por la "perestroika". Dos años después, en 1987, el presidente estadounidense Ronald Reagan llegó a Berlín para dar un discurso en la mítica puerta de Brandeburgo. "Señor Gorbachov, derribe este muro", le dijo a su homólogo soviético. Ambos estaban dispuestos a hablar de paz, mientras las fronteras de países del este, como Hungría, Polonia y Checoslovaquia, comenzaban a abrirse.

En 1989 estallaron todos los problemas que la RDA cargaba en los hombros desde años atrás. Se desencadenó una feroz crisis económica que se sumó a las limitaciones de las libertades individuales y a la atracción que generaba el modo de vida occidental diagramado por Estados Unidos. Se organizó un cada vez más masivo movimiento de protesta.

Veintitrés

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