domingo, 16 de noviembre de 2014

15 de Noviembre de 2014 Masacre a los tiros en un pensión estudiantil Ricardo Martínez y Karen Wittenstein Equipo de investigación

Era un mediodía caluroso y el pronóstico amenazaba con lluvias y tormentas. Época de preparación de finales para los estudiantes. Rubén Gorosito tenía puesto solo un vaquero mientras estudiaba en su habitación. De pronto lo interrumpieron ruidos en el patio: “Me asomé a la puerta de la pieza de la pensión, abrí la mirilla... la celosía, mejor dicho, y vi que en el patio estaban corriendo dos personas armadas... bueno, así como estaba… la habitación nuestra tenía una puerta de salida que da a la calle 36... abrí la puerta, salí a la vereda... como pude, llegué caminando hasta la esquina de 36 y 4”. Con el libro en la mano y los documentos en el bolsillo, aterrorizado siguió alejándose de la patota cuando empezaron a sonar los disparos. En la cuadra siguiente un vecino le prestó una camisa y otro lo llevó en auto al centro. Buscó al hermano de Fernando Fracchia y le contó lo sucedido. Los familiares de Fernando y de Elvio Franzosi, lincoleños como Rubén, se movilizaron enseguida.
Gorosito no asomó más por la pensión. A la mañana siguiente, 17 de noviembre, leyó el bando militar en El Día: “Cuatro sediciosos muertos y algunos integrantes de las fuerzas de seguridad heridos”. Los vecinos dieron más precisiones, aunque también insuficientes: “Les dispararon desde todos lados; los agujeros de bala incrustaron el frente y las paredes interiores… a uno lo mataron cuando intentaba saltar una pared, a otro en un árbol y otro quedó tirado en la vereda”. El relato siempre vuelve al número tres… pero el bando del Comando Zona 1 decía cuatro. Fracchia, Franzosi y el marplatense Julio César Pomponio fueron asesinados allí; de la cuarta persona no se supo nada más. Los tres rondaban los 20 años y militaban en la Juventud Universitaria Peronista.   
La pensión de 4 y 36 apareció en los estrados del juicio por La Cacha ’77 cuando el fiscal Hernán Schapiro aseveró que el Oso Acuña y Miguel Ángel Amigo condujeron el operativo. Ambos personajes fueron centrales en los crímenes perpetrados en ese centro clandestino de detención. El Oso era de Inteligencia del Servicio Penitenciario Bonaerense, por entonces subordinado al Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) que en La Plata residía en el tenebroso Destacamento 101. Precisamente donde revistaba Amigo. Durante el juicio por La Cacha ’77, este militar trató de zafar argumentando que desde noviembre del ’76 y el año ’78 había estado con licencia por enfermedad: fue uno de los heridos en el operativo contra la pensión. Tal vez las patotas no esperaban que los pibes intentaran resistir el secuestro, pero Amigo ligó un disparo. El Tribunal Oral Federal N° 1 despreció el argumento y lo condenó a prisión perpetua.   
En La Morgue de Camps los policías médicos Michelic y Zenof “certificaron” tres muertes por “destrucción de masa encefálica por arma de fuego”, la causa cliché de siempre. De la cuarta persona no hay registros. ¿La asesinaron o fue secuestrada?   
En qué fecha comenzó a funcionar La Cacha es motivo de controversia. El juez de instrucción Manuel Blanco –además de desmigajar la causa por año– determinó que fue a partir de 1977, excluyendo así del proceso de justicia a una de las víctimas, Nilda Eloy, que ya en 1999 en los Juicios por la Verdad había testimoniado su paso por ese infierno durante tres o cuatro días de octubre del ’76.   
Los tres asesinatos de la pensión de 4 y 36, y quizá también el secuestro de la cuarta persona mencionada como abatida en el comunicado del Comando Zona 1, forman parte del horrendo currículum del Destacamento 101 y de La Cacha. El ataque contó con otro testigo proveniente de la Jefatura de Camps. El policía médico Néstor De Tomas, que el 3 de marzo de 1999, ante el tribunal de los Juicios por la Verdad, declaró haber estado allí con la ambulancia esperando a que cesara el tiroteo. Olvidadizo como todos los policías médicos de Camps, aseguró no recordar cuántos cadáveres levantó.

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