miércoles, 12 de noviembre de 2014

10 de Noviembre de 2014 INDIGNACIÓN MORAL Bostezos de la política, glamour de los escotes

La política hastía, amarga, deprime: para que eso no suceda tendría que recuperar su capacidad de cambiar el mundo, el continente, la nación o la esquina de mi casa.

Bostezos de la política, glamour de los escotes
La política aburre. La prueba la aportan los canales de aire. Entrevistar políticos es mucho menos glamoroso que charlar con pulposas vedettes, además no tiene rating. Los programas de chimentos ocupan todo un segmento, el periodismo político no. Confinado a los canales de cable suele ser el ingreso adicional que los medios gráficos facilitan a sus periodistas estrella. Y como todo lo que sale en TV se termina pareciendo, las fotos del casamiento de Jesica Cirio circulan con mayor pregnancia que los argumentos de Martín Insaurralde; de modo que Insaurralde circula y si tenemos en cuenta que el ex intendente resulta francamente plúmbeo, no es poco decir.   
Cierto estilo de chicas de la farándula, que saben de marketing,  se terminan juntando con cierto estilo de varones: todos ricos. Ricos sin más y los que acceden a la riqueza por distintas vías: deportistas profesionales que cobran en dólares; políticos profesionales con suficiente poder o con razonable posibilidad de adquirirlo; narcos que viven en barrios de ricos porque son ricos. Sería exagerado decir que es la primera vez que sucede, y no alcanza con sollozar por los "valores perdidos", se trata de entender qué pasa. 
Esta es mi primera conclusión: la política se ha vuelto una actividad incomprensible, y la comprensión ha perdido el aura que disfrutó en el pasado. El tándem saber-entender ha sido despojado de su aptitud transformadora. Entender se ha confundido con asombrar y el asombro, se sabe, dura tanto como los fuegos artificiales. Todos los miran un rato y después cada uno sigue su juego. Entonces, la desconexión entre política y conocimiento, entre práctica política y conocimiento del mundo global, arroja un resultado siniestro. La política se ha vuelto una actividad de profesionales cínicos, un oficio, que mejor que otro se ejerce para lograr un buen pasar. ¿O alguien cree que la mayoría de los estudiantes de Medicina o Derecho se proponen curar al mundo de sus dolencias, o restablecer la justicia universal? Y si ellos son tan obviamente interesados, cuál sería la razón por la que los practicantes de la política se comporten de otro modo. Más aun, los congresos de Medicina Preventiva –por ejemplo–  no "interesan"; ningún canal de aire entrevista al investigador estrella del encuentro y sus decires difícilmente excedan las páginas de algún periódico especializado. Todos saben el motivo, aunque prudentemente lo olviden: cambiar el mundo es una utopía mortal y si no es posible cambiarlo al menos se puede viajar en first clase. Desde una butaca de cuero el champán, sabes bien, y no te engañes –nos alecciona un cínico subido desde siempre al carro de la victoria–, eso es todo lo que hay; (¿objetivos trascendentes?) espejitos de colores.
CONOCIMIENTO UNIVERSAL, DESCONOCIMIENTO LOCAL. Las leyes de la economía son globales, sólo cambian si el Banco Mundial acepta que cambiaron, y desconocerlas o contradecirlas nos lleva a la catástrofe. De modo que la constitución política global tiene dos reglas: la primera, el poder está en los bancos y los bancos no se equivocan nunca; la segunda, si se equivocan con leer de nuevo la regla uno se resuelve la cuestión y se conserva el trabajo de experto. Eso lo sabe todo el mundo. Sólo los imbéciles o los idealistas –que son una versión ingenua de la estupidez– insisten. Y como esto es así, saber no es una herramienta política. Saber es un manual de instrucciones para reproducir lo dado, y como los autorizados para modificar las instrucciones no cambian, las instrucciones se repiten. Y todo pierde la posibilidad de tener sentido, de volverse inteligible, de formar parte de la política. 
Cuarenta y tres estudiantes fueron salvajemente asesinados en México. Bueno, eso queda lejos, dice un periodista con voz de doña Tota. Haciéndonos saber que no se la venden cambiada señala: esa noticia tiene por objeto impedir que circulen otras; noticias donde un motochorro le acaba de robar la cartera a la vecina. Quieren "distraernos" para que olvidemos la inseguridad local, explica. Entonces, el narcotráfico –actividad global por excelencia– no sólo se reduce a la venta en el kiosquito de la esquina, sino que el dichoso kiosquito queda desvinculado de una masacre donde las "fuerzas del orden" entregaron a sus "enemigos institucionales", los narcos, a las víctimas. Y por cierto, nadie vincula el arresto de George W. Bush, cuadragésimo tercer presidente de los Estados Unidos, con esas muertes y el kiosquito. 
Bush llamó la atención del personal policial al realizar con su auto una maniobra inexplicable. La policía revisa el vehículo, una bolsa de cocaína queda al descubierto, el ex presidente intenta chapear, coimear, asustar, milagrosamente por un vez no lo logra. Es arrestado mientras dice: cuando a vos te cambiaban los pañales yo ya snifaba en la Casa Blanca. De modo que un presidente cocainómano gobernó EE UU dos turnos, tomó decisiones en el mismo estado en que era incapaz de manejar un automóvil, ¿luchócontra los narcos? mientras una sociedad de 300 millones de integrantes miraba para otro lado. Sólo con semejante rango de complicidad, una situación tan groseramente obvia pasa "desapercibida". No es la única.
En nombre de ocuparse de los "problemas de la gente", la política realmente existente, impide que los ciudadanos de a pie puedan visualizar lo que importa. Una política de seguridad que no encare el problema del narcotráfico, que banalice su presencia sistémica a tal o cual nombre propio, que actúe como si se pudiera resolver el problema de las fuerzas de seguridad sin resolver la cuestión militar y el problema de la exclusión social, y que desvincule el problema de las FF AA de una política de Estado en materia de Derechos Humanos, despolitiza la seguridad y nos condena a la inoperancia. 
Una mirada a Rosario alcanza para entender el crecimiento del poder narco. La policía local sometida a la lógica narco, y la política provincial incapaz de quebrarla. Un Estado nacional que pone en foco la responsabilidad provincial y se borra cuando tiene que explicar su propio papel, que transforma la seguridad en la expulsión de extranjeros indeseables, convirtiendo a los "hermanos latinoamericanos" en chivos expiatorios. Un estado que no gobierna la policía y que no dispone de FF AA para controlarla, con FF AA que no pueden hacer un balance serio de su comportamiento entre 1975 y el 2001, oscilando entre lo políticamente correcto y la franqueza bestial; un sistema de partidos políticos satelizado por el Estado, con una sociedad civil sin capacidad reflexiva, que a lo sumo estalla simplota. Diarios que no dejan de contar cómo el gobierno nacional, caja mediante, gobierna todo lo demás. Pero no explican cómo los partidos son colonizados por el poder territorial, por los intendentes, esto es por el Estado. Donde la reunión de la directiva de San Lorenzo de Almagro decide más que la inexistente dirección del PJ o de la UCR, o la que ustedes quieran, donde el poder narco se volatiliza para aparecer en un country paquete, y donde el razonamiento más sagaz roza la lógica mafiosa, sin tocar nunca la naturaleza del sistema. 
Una política de seguridad que no vincule los paraísos fiscales con la corrupción narco, con la corrupción a secas, con la impotencia pública; un sistema financiero que supone los paraísos fiscales, no sólo porque convive pacíficamente con ellos, sino porque la relación entre la plata negra global y los bancos –investigaciones del Senado de EE UU mediante–, no admite demostración en contra. Donde la actividad ilícita de los bancos se resuelve con multas que forman parte del costo operativo del sistema financiero, y que de ninguna manera reducen su tasa de ganancia, una sociedad global donde un puñado de plutócratas multimillonarios poseen lo mismo que 3500 millones de desposeídos, sin que nadie crea que se les pueda imponer alguna clase de tributo, en nombre del derecho a la propiedad privada. 
Por eso la política hastía, amarga, deprime, porque para que eso no suceda tendría que recuperar su capacidad de cambiar el mundo, el continente, la nación o la esquina de mi casa. Dicho con sencillez, no se trata de un imposible. Basta arrancar con seriedad para recuperar así el valor de la indignación moral, ya que ese sigue siendo el inevitable punto de partida de cualquier política democrática.  -<d

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