domingo, 5 de octubre de 2014

Una apuesta audaz Las “complicaciones” en el itinerario previsto hasta final de mandato. La hoja de ruta oficial, el rol del peronismo y la herencia del próximo gobierno. Por Luis Tonelli

Miklas Luhmann fue un sociólogo alemán que llevó hasta las últimas consecuencias el considerar a la sociedad como un sistema “cerrado”. Siguiendo a los biólogos chilenos Maturana y Varela, Luhmann adaptó el concepto de autopoiesis, o sea, la generación y regeneración autónoma hacia el interior de los organismos vivientes, a los sistemas sociales.

Luhmann extendió esa idea a los subsistemas sociales, como la economía y la política: cada uno de ellos podía avanzar sobre el otro, pero lo haría con su lógica particular, contribuyendo de esta manera al funcionamiento (o malfuncionamiento) de la sociedad.

Estas ideas básicas de Luhmann son particularmente apropiadas para entender este momento crepuscular pero de expansión política del cristinismo-kirchnerista-peronista. Y vale el triple play conceptual, si se lo entiende en términos jerárquicos: hoy el “peronismo-que-se-quedó” es gestionado por el kirchnerismo, y el kirchnerismo por la presidenta Cristina Fernández, casi en soledad.

Lo cual en política sería una suerte de contradicción en términos: crepúsculo y unicato no se condicen, ya que si algo les pasa a los presidentes en su último año de mandato es que el poder se les escurre de las manos.

Pero no es el caso de CFK hoy, cosa que les permite a los más convencidos confiar en que el ciclo kirchnerista no esté acabado y que algún conejo salga de la galera presidencial. Lo cierto es que si no fuera por la prohibición constitucional de que la Presidenta aspire a un nuevo período, en la atomización de candidatos ella podría ser al menos la primera minoría electoral y pasar a una hipotética segunda vuelta.

No es así, y las cosas empeoraron en gran medida a partir de 2011 por querer el kirchnerismo forzar la máquina de la economía en procura de un contexto favorable a la reforma constitucional que sólo ha generado inflación y una incipiente recesión que augura un aumento del conflicto social. Sin embargo, el Gobierno posee todavía una ingente capacidad gubernativa, sea por el recurso-dependencia de los gobernadores peronistas, sea por el caudal electoral que todavía maneja el kirchnerismo y, last but no least, por la capacidad política superior de Cristina Fernández sobre cualquiera que quiera siquiera empardarla.

Hasta hace poco, la idea prevaleciente en los analistas, a partir de las decisiones emanadas de la Casa Rosada, era que la Presidenta había decidido realizar su mutis por el foro en términos sobrios y ordenados (a la Bachelet, diría un socialista trasandino orgulloso). La normalización de la situación de Aerolíneas, CIADI, Repsol-YPF y el Club de París daban inequívocos signos de que ése era el camino hipercapitalista que el neomarxista Axel Kicillof estaba llevando a cabo. O sea, según Luhmann, la lógica del sistema económico se imponía sobre la del sistema político, especialmente porque quien disfrutaba de la decisión gubernativa parecía ya resignada a disfrutar de su nieto en El Calafate.

Ese paulatino hands off presidencial era visto con tranquilidad y esperanza por el peronismo oficialista, que lo consideraba su mejor escenario a futuro, dado que le permitiría la convergencia al centro del electorado, obligando a Sergio Massa, Mauricio Macri y UNEN a pelearse por el voto no peronista.

Pero hete aquí que surge la “complicación” con los fondos buitre en una saga a la que no le falta mala praxis, conspiración, malentendidos varios y, muy fundamentalmente, una subestimación casi suicida del adversario. Y entonces, la sobria transición se va al mismísimo diablo y a ponerse el casco todo el mundo, como dijo en su momento el gran Adolfo Canitrot.

La Presidenta, frente al prospecto inevitable de un empeoramiento de la situación general, sigue entonces el manual de la política para mantenerse en el timón: polarizar frente a un enemigo externo que permita homogeneizar su propio campo para mantener el apoyo y estigmatizar a la oposición como Buitres Internos. Cuestión que se sabe cómo empieza, pero no cómo termina.

A la sobreactuación market friendly, con Kicillof llenándoles los bolsillos de dólares a Repsol y al Club de París, le sigue, sin solución de continuidad, la sobreactuación nacional y popular. Porque que el Gobierno haya ofrecido otro lugar de pago que Nueva York, interdicto por la Justicia estadounidense en todos sus estamentos, es casi anodino: aun si la mayoría de los bonistas lo rechazan, al ser voluntario y no reunirse la cantidad de tenedores estipulada por la ley, no pasará nada.

La cuestión que resulta un avance sobre el sistema económico tan importante como la ley de desabastecimiento es el artículo del proyecto de pago soberano en que se les deposita a los fondos buitre en un fideicomiso especial lo mismo que se les paga a los bonistas que entraron en el canje. Cosa que hace que el fallo de Griesa no se cumpla, pero ya no por temor a la blandida cláusula RUFO que activaría la pari passu de tener que pagarles a todos lo mismo que a los buitres (que caduca en diciembre), sino por todo el tiempo que la nueva ley esté vigente (de ser aprobada). En palabras de Guillermo Nielsen, nos autoimpondríamos un “default eterno”, ceteris paribus.

O sea, el Gobierno ni siquiera deja abierta la puerta para que después de diciembre, y si se necesita plata, se pueda llegar a un acuerdo con los hold outs. Todo lo contrario, CFK se ata como Ulises al mástil para evitar el canto de sirenas del neoliberalismo, y enfrenta el tempestuoso mar de la ausencia de dólares echándole la culpa de todos los males que padeceremos a los Buitres (externos e internos) y a Estados Unidos y sus cipayos vernáculos. En el entremientras, el peronismo-que-se-quedó no tiene más remedio que quedarse en el barco y rogar que la tormenta que se avecina sea lo más leve posible.

La apuesta es audaz y es la versión “rabiosa” de la estrategia Bachelet (por el eslogan peronista “somos la rabia”). El kirchnerismo se replegará defensivamente en los legislativos y algún ejecutivo, y el próximo gobierno, si quiere obtener dólares de los mercados financieros internacionales, deberá derogar la ley. Ahí sí CFK podrá replicar con ideología inversa lo que Margaret Thatcher dijo cuando, ya fuera del poder, se avanzaba hacia una mayor integración británica con la Comunidad Europea: “Donde Ellos dijeron Sí, Sí, Sí, Yo siempre dije No, No, No” (dicho en inglés obviamente y con su cara de psicótica). Garante de lo Nacional y Popular, el kirchnerismo se entusiasmaría con volver, luego de que el gobierno “derechista” que lo sucediera languideciera por tener que hacer el Ajuste tan temido.

Por supuesto, la idea es llegar, así, no sólo a las elecciones varias que tendremos, sino hasta la entrega del poder. Una crisis aguda, faltando aunque sea pocos días para entregar la Banda, replicará la situación de Raúl Alfonsín. Ahí el Gobierno se habrá atado a un mástil, pero del Titanic. Claro que nunca hay que descartar que la absoluta plasticidad peronista permita al kirchnerismo derogar la ley, pero esto será material para un nuevo artículo.

Síntesis, a modo de conclusión a la Luhmann: para mantener la gobernabilidad prevalece en esta fase la lógica del sistema político de decisión unipersonal sobre el resto de las lógicas sociales. Resta saber en qué medida los otros subsistemas (el económico, el social) permiten esta expansión, o bien le marcan los límites con que la realidad le recuerda a la voluntad su cínica primacía.

Revista Debate
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