domingo, 5 de octubre de 2014

Tlön, Blue, Borges Tertius Por Dante Palma

Por Dante Palma

El que mejor ha comprendido el fenómeno del dólar blue fue Jorge Luis Borges. Sí, leyó bien. Dije Jorge Luis Borges, el escritor argentino. No son los economistas ni los periodistas que hablan de economía presentándola como una ciencia exacta. Tampoco es la dirigencia política ni los académicos. Fue Borges y lo dejó escrito de forma encriptada para que usted y yo, casi 70 años después, encontremos nuestra piedra rosetta.

La revelación se me produjo la semana pasada, un día en que transitando por la calle México ingresé al quiosco de diarios del ciego Daneri y me hice de un ejemplar de un diario opositor que en su tapa hablaba de un dólar a $ 16. Estaba fechado en septiembre de 2014 y prometía futuras alzas para cuando usted estuviera leyendo esta nota. La incertidumbre se apoderó de mí y un estado de irrealidad y confusión me invadió cuando me topé con una casa de cambio oficial que en su pizarra hablaba de un dólar a $ 8,48. La sorpresa hizo que el diario cayera al piso, se desarmara y, de la sección de Economía, surgiera un extraño y único ejemplar del cuento de Borges titulado “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Un gentil hombre me ayudó a recoger el diario y sorprendido advirtió que su ejemplar de diario opositor no contenía esta particular edición del cuento publicado en Ficciones. Le sugerí que reclamara en el quiosco mientras la epifanía me indicaba que llamamos casualidad a aquellos episodios del destino que todavía no hemos podido develar. El primer impulso fue recurrir a mis pobres saberes acerca de la tradición judía y de la Kabbalah. Incluso creí ser Borges por un momento y ser uno de los vértices geográficos del Tetragrámaton cuando noté que una de las notas del diario estaba firmada por un Golem, pero un repentino viento quiso que mis elucubraciones se detuviesen frente a una de las páginas del cuento que rezaba lo siguiente: “Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad. No es infrecuente, en las regiones más antiguas de Tlön, la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz; la primera lo encuentra y no dice nada; la segunda encuentra un segundo lápiz no menos real, pero más ajustado a su expectativa. Esos objetos secundarios se llaman rhönir y son, aunque de forma desairada, un poco más largos”.

Recordé que cuando Borges hablaba de idealismo no se refería al Che Guevara sino a George Berkeley, aquel obispo irlandés que desarrolló su filosofía en la primera mitad del siglo XVIII y cuya máxima, “Ser es ser percibido”, fue parafraseada con sabiduría predictiva por Borges para indicar que, más bien, “Ser es ser publicado”. Me di cuenta de que el dólar blue era un rhönir aunque no pude comprobar que los billetes tuvieran una forma desairada pues ningún “arbolito” se mostró solícito a mi pedido de un billete con fines comparativos. También recordé que los rhönir se multiplican pero en cada multiplicación se van a alejando cada vez más de la realidad, como cuando sacamos una fotocopia de una fotocopia, algo que Platón sabía antes de que existieran las fotocopiadoras.

Mis reflexiones se volvieron a interrumpir por un súbito pase de páginas que depositó mi vista en el siguiente pasaje: “El director de una de las cárceles del Estado comunicó a los presos que en el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la libertad a quienes trajeran un hallazgo importante (…) Durante los meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas de lo que iban a hallar (…)”. Y fue así que aparecieron unos objetos más puros que los rhönir, los ur, esto es, aquellos objetos producidos por la sugestión. Me di cuenta de que mi empresa era más compleja y que estaba embarcado en una verdadera maquinaria investigativa que incluía elementos filosóficos y policiales. Pero el punto es que mientras pensaba que Borges podría incluir al dólar blue como un híbrido entre los rhönir y los ur, recordé que, en el cuento que yo había leído ya, todo esto era un gran invento y que estos objetos eran creaciones fantásticas de una literatura igualmente fantástica de un país ficticio llamado Uqbar. Este había sido una ocurrencia de una sociedad secreta fundada siglos atrás y que contó, entre otros miembros, con el ya mencionado Berkeley y con una figura reconocida como Dalgarno. Según Borges, “al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis prematuras comprendieron que una generación no bastaba para articular un país (…) y después de un hiato de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. [Allí, uno de los miembros conversa con un millonario que le dice] que en América es absurdo inventar un país y le propone la invención de un planeta. A esta gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo: la de guardar en el silencio la empresa (…) [El millonario] descree de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo”.

Nunca fui muy afecto a las teorías conspirativas pero me dejé llevar por el rigor y la coherencia de la explicación pues finalmente, para escribir una nota periodística nunca se necesitó verdad sino, y a duras penas, algo de verosimilitud.

El punto es que Borges, en la Posdata del cuento, advierte que objetos de Tlön han penetrado en este, nuestro mundo real, y que desde ese momento ya nada volvió a ser igual. Especialmente cuando este contacto con otro mundo o, para decirlo con mayor precisión, con “otro relato”, tomó estado público y fue amplificado por las usinas de la amplificación.

De aquí que Borges comentara: “El hecho es que la prensa internacional voceó infinitamente el ‘hallazgo’. Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones autorizadas y reimpresiones piráticas (…) Casi inmediatamente, la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder. (…) El contacto y el hábito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado en las escuelas el (conjetural) ‘idioma primitivo’ de Tlön; ya la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores) ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre –ni siquiera que es falso. Han sido reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo que la biología y las matemáticas aguardan también su avatar. Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue (…) Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön”.

Me incorporé y volví a leer la tapa del diario. Donde antes decía “dólar blue” ahora decía simplemente “dólar” y el dólar oficial a $ 8,48 había desaparecido. No me atreví a afirmar que la sociedad secreta era la dueña del diario pero sí me di cuenta de que ya no había forma de poder discernir entre Tlön y la realidad, entre lo blue y lo oficial. Una vez más, lo habían logrado y el mundo ficticio había sustituido a un mundo real en el que todavía siguen viviendo personas reales en las que persiste la incertidumbre del recuerdo del viejo país que habitaban y en el que sistemáticamente los estafaron. Los que todo lo envenenan, los que todo lo pudren en la indiferenciación parecen haber tomado la delantera y sin embargo, al pasar por una verdulería, en el pizarrón que indica el precio del tomate alguien escribió “Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres”.

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