miércoles, 8 de octubre de 2014

Por el día del trabajo. 1º de mayo de 1947.

    “Compañeros trabajadores:
   
    Este de mayo, el primero desde que me encuentro en el Gobierno, lo festejamos como fiesta incorporada a las grandes efemérides de nuestra Patria. Lo festejamos como el advenimiento de una nueva era para esta Patria tan amada, por la que trabajamos sin descanso día y noche, si es preciso.
Pasan por mi memoria tantos primeros de mayo desde 1910. Siendo estudiante he presenciado los primeros de mayo más trágicos de toda la historia del trabajo argentino. Los veo resurgir en 1916, 1917, 1918; Y los veo también mucho después, cuando las masas argentinas llegaban a esta plaza para reclamar justicia, desilusionadas por su destino ingrato; justicia que nunca obtenían, que nunca les alcanzaba.

     Cuántas veces he presenciado con dolor, a través de casi mis cin­cuenta y dos años de vida, el desfilar de esa lucha que el proletariado ar­gentino libró, generación tras generación, por afirmar conquistas que no significaban más que la realización de una justicia fundamental y prima­ria, reclamada por quien trabajaba y todo lo producía ante la negativa de quien todo lo disfrutaba y lo usufructuaba.

    Según afirmaban aquellos viejos políticos, que también usufructuaban el trabajo de los demás, era muy difícil, según decían aquellos intelectua­les ignorantes (como se los ha llamado) alcanzar un equilibrio en el que el pueblo no estuviera descontento y los señores que usufructuaban los gran­des consorcios tampoco mostraran su disgusto. Sin embargo, para ello sólo hacía falta una cosa: decir la verdad, sentir la justicia y estar decidi­dos a dar a cada uno lo que le corresponde, sin perjuicio para nadie y con beneficios para todos; pero, en primer término, con mayor beneficio para la Nación, que viviendo en paz, puede construir, mientras que estando en lucha lo único que puede hacer es destruir.

     En este de mayo hemos alcanzado esa paz y esa tranquilidad provisorias. Hemos logrado conformar la conciencia social de nuestro pueblo, donde un gobierno de trabajadores marcha al frente de la columna obrera más grande que pueda haberse for­mado en esta tierra. Miles de veces me pregunto: ¿Cómo pudo haber hom­bres que con un pueblo como éste no hayan sido capaces de quererlo y de interpretarlo? Y me pregunto, también, miles de veces: ¿Cómo es posible que hubiéramos llegado a esa época sin que nadie comprendiera que era menester, para seguir adelante, hacer un alto en el camino, reordenar los valores, darle al trabajo lo que le corresponde y cortar los privilegios a quienes nada merecen y todo lo disfrutan?

    De todo cuanto se ha realizado hasta ahora, creo que nada hay más grande e importante que el desarrollo de la conciencia social de nuestro pueblo, conciencia social que va impulsando hacia el futuro de la gigan­tesca rueda de nuestros destinos. Esa conciencia social, que nace del pue­blo y está a su servicio, es la que los gobiernos tienen la obligación de aceptar sobre bases graníticas para que, en el futuro, no pueda presentarse, en momento alguno, cataclismo suficiente para hacerla estremecer.
Por eso, al formular la Declaración de los Derechos de los Trabajadores, lo hemos hecho con la convicción de que es menester consolidar definitivamente nuestras conquistas. Sólo resta ahora que las Cámaras de nuestro Congreso las incluyan en el basamento mismo de nuestra Carta Constitucional, para que no haya nadie en el futuro que pue­da levantarse contra esos derechos.


    Ellos representan la síntesis más grandiosa de nuestra conquista revolucionaria. Por ellos han sucumbido hermanos nuestros, por ellos han luchado durante vidas enteras los dirigentes de nuestros esforzados y su­fridos gremios. Por ellos lucharemos hasta el último aliento. Es necesario, entonces, que 

No hay comentarios:

Publicar un comentario