“Compañeros
trabajadores:
Este 1º de mayo, el primero desde que me encuentro
en el Gobierno, lo festejamos como fiesta incorporada a las grandes efemérides
de nuestra Patria. Lo festejamos como el advenimiento de una nueva era para
esta Patria tan amada, por la que trabajamos sin descanso día y noche, si es
preciso.
Pasan por mi memoria tantos primeros de mayo desde 1910.
Siendo estudiante he presenciado los primeros de mayo más trágicos de toda la
historia del trabajo argentino. Los veo resurgir en 1916, 1917, 1918; Y los veo
también mucho después, cuando las masas argentinas llegaban a esta plaza para
reclamar justicia, desilusionadas por su destino ingrato; justicia que nunca
obtenían, que nunca les alcanzaba.
Cuántas veces he
presenciado con dolor, a través de casi mis cincuenta y dos años de vida, el
desfilar de esa lucha que el proletariado argentino libró, generación tras
generación, por afirmar conquistas que no significaban más que la realización
de una justicia fundamental y primaria, reclamada por quien trabajaba y todo
lo producía ante la negativa de quien todo lo disfrutaba y lo usufructuaba.
Según afirmaban
aquellos viejos políticos, que también usufructuaban el trabajo de los demás,
era muy difícil, según decían aquellos intelectuales ignorantes (como se los
ha llamado) alcanzar un equilibrio en el que el pueblo no estuviera descontento
y los señores que usufructuaban los grandes consorcios tampoco mostraran su
disgusto. Sin embargo, para ello sólo hacía falta una cosa: decir la verdad,
sentir la justicia y estar decididos a dar a cada uno lo que le corresponde,
sin perjuicio para nadie y con beneficios para todos; pero, en primer término,
con mayor beneficio para la
Nación , que viviendo en paz, puede construir, mientras que
estando en lucha lo único que puede hacer es destruir.
En este 1ºde mayo hemos alcanzado esa
paz y esa tranquilidad provisorias. Hemos logrado conformar la conciencia
social de nuestro pueblo, donde un gobierno de trabajadores marcha al frente de
la columna obrera más grande que pueda haberse formado en esta tierra. Miles
de veces me pregunto: ¿Cómo pudo haber hombres que con un pueblo como éste no
hayan sido capaces de quererlo y de interpretarlo? Y me pregunto, también,
miles de veces: ¿Cómo es posible que hubiéramos llegado a esa época sin que
nadie comprendiera que era menester, para seguir adelante, hacer un alto en el
camino, reordenar los valores, darle al trabajo lo que le corresponde y cortar
los privilegios a quienes nada merecen y todo lo disfrutan?
De todo cuanto se
ha realizado hasta ahora, creo que nada hay más grande e importante que el
desarrollo de la conciencia social de nuestro pueblo, conciencia social que va
impulsando hacia el futuro de la gigantesca rueda de nuestros destinos. Esa
conciencia social, que nace del pueblo y está a su servicio, es la que los
gobiernos tienen la obligación de aceptar sobre bases graníticas para que, en
el futuro, no pueda presentarse, en momento alguno, cataclismo suficiente para
hacerla estremecer.
Por eso, al formular la Declaración de los
Derechos de los Trabajadores, lo hemos hecho con la convicción de que es
menester consolidar definitivamente nuestras conquistas. Sólo resta ahora que
las Cámaras de nuestro Congreso las incluyan en el basamento mismo de nuestra
Carta Constitucional, para que no haya nadie en el futuro que pueda levantarse
contra esos derechos.
Ellos representan
la síntesis más grandiosa de nuestra conquista revolucionaria. Por ellos han
sucumbido hermanos nuestros, por ellos han luchado durante vidas enteras los
dirigentes de nuestros esforzados y sufridos gremios. Por ellos lucharemos
hasta el último aliento. Es necesario, entonces, que
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