domingo, 5 de octubre de 2014

La batalla cultural por el sentido común

En términos estrictamente políticos no es importante si el agónico discurso del miércoles de Cristina Fernández de Kirchner es verdad o mentira, es exagerado o no, es una operación de autovictimización o no. Y en términos institucionales –retahíla que tanto le gusta pronunciar a la oposición– tampoco es necesario demostrar la veracidad de lo enunciado.
Hay un punto de debilidad en el que el kirchnerismo no puede avanzar. Se trata de la batalla cultural por el sentido común de los argentinos.

La importancia del hecho político se agota en su mismo enunciado. Es decir, que un presidente de la Nación ofrezca pruebas acercadas por un fiscal federal sobre la forma en que los bancos operan para desestabilizar al gobierno quebrando el tipo cambiario, o la manera en que los productores agroexportadores retienen su cosecha en busca de una devaluación que les permite ganar más en pesos aún cuando pierdan en dólares, y como colofón "dejar picando" la posibilidad de sufrir un atentado cuyos autores intelectuales haya que buscarlos en "el norte", en clara alusión a los Estados Unidos, es un hecho de una gravedad institucional de tal magnitud que sólo es posible soslayarlo si es ignorante o cómplice.  
La oposición –política y mediática– ha intentado durante toda la semana encerrar a Cristina en un mundo de fantasías y de paranoias propias, un recurso que ha utilizado continuamente a lo largo de estos años –el discurso estigmatizante de conjugar mujer con locura es quizás uno de los signos más potentes del machismo inquisidor–, pero no ha podido explicarle a la sociedad porque no es verdad la impecable investigación del fiscal Carlos Gonella, jefe de la Procuraduría Adjunta de Criminalidad Económica y Lavado de Activos (Procelac), un hombre de probidad y honestidad intelectual irrefutable pese a que los diarios de la oposición titulen "un fiscal cercano al gobierno". 
Y tampoco han sabido mucho qué hacer con las declaraciones de Eduardo Buzzi, titular de Federaciones Agrarias, quien reconoció que los productores se equivocaron en especular con una devaluación del dólar porque han perdido mucho dinero con la caída de los precios internacionales de la soja. 
Y tampoco, a nadie en su sano juicio se le ocurriría negar las constantes intrigar que las distintas terminales de las agencias de Estados Unidos realizan en nuestro continente y en nuestro país, específicamente. 
Sin ir más lejos, la utilización de la Triple Frontera como excusa para cualquier tipo de tropelía norteamericana en nombre de la seguridad continental está siempre latente.
Lo cierto es que los esfuerzos de la oposición por intentar deslegitimar el hecho político que generó la presidenta ha hecho un poco de mella en algunos sectores de la población sólo por la capacidad de invasión comunicativa del que disponen los poderes reales en la Argentina. 
La semana pasada, el kirchnerismo ha apretado un poco el acelerador. Tras el discurso, la presidenta decidió mover piezas políticas precisas en el tablero del poder real. Le disputó una vez más el Banco Central al sistema financiero, colocando a Alejandro Vanoli –un hombre de la heterodoxia económica e integrante del Plan Fénix– para remplazar al más afín a los bancos Juan Carlos Fábrega, y nombrando entre otros a Pablo Biscay, integrante de la Procelac y un economista de izquierda, a controlar las filtraciones que se producen en esa entidad. 
La medida es relativamente silenciosa, pero no es menor. El Banco Central, creado por capitales ingleses en la Década Infame, está perforado por cientos de cuadros formados en el neoliberalismo y con más preocupación por sus ligazones con el mundo privado que con la defensa de lo público. 
Cambiar funcionarios, remover cuadros medios, incorporar economistas heterodoxos al funcionariato, unificar organismos bajo el comando del ministro de Economía Axel Kicillof es una trabajo sigiloso, pero a mediano plazo.
Sin embargo, hay un punto de debilidad en el que el kirchnerismo no puede avanzar. Se trata de la batalla cultural por el sentido común de los argentinos. 
La llanura pampeana está repleta de silobolsas, esos gusanos blancos apostados al costado de los alambrados y que corroen la economía argentina. Cualquiera puede ser testigo de la maniobra especulativa de no liquidar exportaciones para forzar una devaluación que le permita a un productor ganar más pesos vendiendo la misma cantidad, es decir, sin mover un dedo. 
Esa maniobra iría en contra del bolsillo de millones de argentinos porque depreciaría su salario en un simple golpe cambiario. No se explica, entonces, por qué no alcanza a esos sectores el repudio de las mayorías que no comprenden la manipulación. 
Que un taxista justifique el accionar de los sojeros en defensa de la ley de la maximización de la ganancia y del éxito individual a costa de cargarse al total de la economía es algo verdaderamente incomprensible y que sólo tiene explicación en las décadas de hegemonía cultural que el campo y el liberalismo conservador económico han tendido en este país.  
Un párrafo aparte se merece la última operación de la revista Noticias. La emprenden contra Manuel Belgrano para tratar de ese modo de desprestigiar a la presidenta por su confesa admiración por el creador de la bandera. Para esa maniobra utilizan a Tulio Halperin Donghi para la legitimación académica y critican duramente a Belgrano, acusándolo de "incompetente, fantasioso y egocéntrico" y prometen "redescubrir" al prócer de CFK. 
Bueno, lo de "redescubrir" es una expresión de deseo porque la humanización del vencedor de las batallas de Tucumán y Salta ya ha sido largamente transitada e incluso la presidenta eligió a Belgrano porque sus cualidades personales positivas están muy por encima de sus limitaciones, sus contradicciones y sus fracasos. 
Pero, bueno, con tal de operar políticamente en el presente son capaces de redescubrir lo ya descubierto. Una pena. Porque Belgrano fue un héroe, justamente, porque no fue un héroe

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