jueves, 16 de octubre de 2014

Historia nacional 1814-1815: la Revolución en peligro Por Javier Trimboli

Acostumbrados a creer que la Revolución independentista se hizo de una vez y para siempre, queda en el olvido la terrible coyuntura de 1814-1815, cuando estuvo en peligro de ser aplastada en toda América hispánica. Privarnos de esa experiencia nos impide reparar en el significado de la reacción, a su vez en cómo se logró doblegarla. En Chile, la derrota en la batalla de Rancagua el 2 de octubre de 1814 señala el camino del escarmiento.

La contrarrevolución avanza a paso firme en Chile en octubre de 1814. O´Higgins quiere detener a los realistas en Rancagua, a menos de 20 leguas de Santiago. José Miguel Carrera acepta a regañadientes. Son las dos espadas de la revolución, líderes de facciones opuestas que ante el peligro de la restauración suspenden la guerra que se vienen haciendo. Quedan sitiados los patriotas en Rancagua pero se enciende el júbilo cuando divisan a las tropas de Carrera que –tal como era el plan- se aproximan para decidir la batalla. Pero éste supone que se han rendido y toma otro camino. El heroísmo no alcanza a impedir una derrota que es también de la “patria vieja” y la revolución. Lo que sigue en Chile es la venganza contra todo lo que se identifique con ella.

Hay vencedores y vencidos, y la isla Juan Fernández se transforma en cárcel para cientos de patriotas. Ensoberbecidos están los “sarracenos” porque Fernando VII volvió al trono. La derrota de Napoleón significa el giro hacia el más crudo conservadurismo. El experimentado regimiento de los Talaveras –reciente refuerzo que llega de España- tiene todos los excesos permitidos. No obstante, se cuidan de caminar solos por la noche, pues saben que es a riesgo de recibir una puñalada. El guerrillero Manuel Rodríguez –carrerista- les reserva cientos de emboscadas.

A las zancadillas O´Higgins y Carrera cruzan con algunos miles los Andes. La historiografía clásica le perdona todo a quien sería aliado de San Martín. A Carrera, Mitre lo defenestra de tal modo que nos lo vuelve entrañable. “Calavera”, parecido a Alvear –y a Bolívar- por su “ambición sensual”; a Artigas por sus “fechorías”. Escribe Halperin Donghi que su estirpe es la de “díscolos aristócratas amigos de la plebe”. Desespera Carrera por volver a su patria, más aún después del fusilamiento de sus hermanos. No lo logra y se prodiga en malones hasta morir él también fusilado. Neruda lo trata de otro modo al poner en verso que liberó al hijo de esclavo. “Patria, presérvalo en tu manto/recoge este amor peregrino/no lo dejes rodar al fondo/de su tenebrosa desdicha/Patria, galopa y defiéndelo”.

El drama de O´Higgins no es menor: su madre, una campesina de apellido Riquelme, fue poseída a los 15 años por un funcionario nacido en Irlanda y que llegará a Virrey del Perú. “Es el fruto de una indigna violación del sacrosanto derecho del hospedaje y de la amistad.” (V.F.López) De estas uniones, según Martínez Estrada, nace el odio de los gauchos a los españoles.
Pero el hombre en cuestión clama por usar el apellido de su padre y sólo lo consigue una vez muerto el virrey. “Riquelme” lo llama Carrera para ofenderlo. Para peor, Pinochet lo hace su favorito.

10.000 soldados españoles cruzan en vena el Atlántico. Fernando VII pretende que desembarquen en el Río de la Plata, para azotar a quienes dieron un último golpe a la corona con la ocupación de Montevideo. Las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, en los últimos meses de 1813, aseguran el dominio realista en el Alto Perú. Aunque la rebelión cunde poco después en Cuzco, sin el sostén del Ejército del Norte está perdida. Con menos estridencia que entre los chilenos, Rondeau le impide a Alvear que se haga cargo de ese ejército, para perderlo definitivamente en la batalla de Sipe-Sipe (noviembre de 1815).

En Venezuela la revolución es nuevamente derrotada y Bolívar se repliega a Jamaica y a Haití. En el último tramo, bajo enseña realista combatieron millares de llaneros que siguen al brutal caudillo Boves. Les promete acabar con los criollos esclavistas. Como una distorsión, un enlace fallido entre la revolución y sus clases. El Aguirre de Herzog es un nene de pecho al lado de Boves. Bolívar declara la “guerra a muerte” (“Nuestra venganza igualará a las crueldades de los españoles, pues nuestra clemencia está agotada”) y sale perdedor. Con mucha preocupación encima, escribe en septiembre de 1814: “Parece que el cielo para nuestra humillación y nuestra gloria ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros. (…) Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramando vuestra sangre, incendiando vuestros hogares. Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretenden ligaros a las cadenas que ellos mismos arrastran”. (Manifiesto de Carúpano)

Privado de más gloria, Alvear envía a un nuevo gobernador a Cuyo, para terminar de eclipsar a San Martín que aún no despunta.
Los vecinos de Mendoza impiden su desplazamiento de la “ínsula cuyana” y quien cae es Alvear. Belgrano, Rivadavia y Sarratea son enviados a Europa en busca de un rey y nadie los toma en serio. Es tanto el temor que produce la inminencia de la flota con 10.000 soldados españoles, que el 25 de mayo de 1815 en Buenos Aires -único foco revolucionario en pie- no hay religioso que quiera dar sermón. Salvo el Padre Castañeda: “¿Habrá quien se persuada que Dios favorecerá un plan y proyecto tan injusto? ¿Protegerá una empresa tan descabellada?”

A Halperin la coyuntura de 1814-1815 le hace acordar a 1989, el zarpazo de la reacción que luce espléndida. Joaquín V. González, en el Centenario, se refiere a la “ley del odio” que lleva el enfrentamiento al interior de los grupos dirigentes. En cuanto a nuestro interés, cuando se pierde la conexión con la fuerza histórica y social de la que se es parte, la discordia prospera. ¿El peligro aviva la “ley del odio” o es su consecuencia? ¿Un efecto lacerante de lo que Urondo entiende como nuestra larga “adolescencia”? Volviendo a la pregunta del Padre Castañeda, la respuesta: “Sí, Señores: la protegerá, sin duda, como protegió la de faraón, quiero decir, que vendrá la famosa expedición y arribará felizmente a nuestro puertos, pero será para aumentar nuestra fuerza y surtirnos de brazos para la libranza.” Los 10000 españoles llegaron a Venezuela y Bolívar, inmenso, los derrotó. Como balance de las anteriores derrotas, entendió que además de fortalecer su autoridad, la revolución tenía que ser de los esclavos y de los llaneros. El viejo topo de la revolución vence al peligro que, sin embargo, no deja de acecharnos.

Télam

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