miércoles, 8 de octubre de 2014

El rol del Estado.

JUAN D. PERON

     “Y eso es porque la moral política no solamente debe establecer que los cargos y los puestos honran al ciudadano, sino que el ciudadano debe ser capaz de honrar el cargo que desempeña.
El Estado sostiene esta moral y nosotros, los funcionarios a su servicio, debemos hacerla cumplir, pero para que eso pueda ser real, es necesario que para todos los servidores del Estado esté asegurada la justicia y la dignidad. Esa justicia y esa dignidad no pueden estar libradas, como se ha dicho hace poco, ni al acomodo ni a la cuña ni a la recomendación, sino a cómo el ciudadano cumple con su deber y a cómo el funcionario honra el cargo que desempeña.

     Yo les aseguro que poco a poco hemos de ir terminando con todos los vicios de la administración, para formar un elenco de servidores del Esta­do que estén garantizados en su dignidad y en su justicia. El Estado espe­ra de cada uno de ellos que sepa honrar el cargo que desempeña. Sola­mente así se hace una patria grande. Solamente así se puede ir venciendo la inercia de los tiempos y los errores contraídos por la ciudadanía a través de tantos años de desgraciada política nacional.
Señores: Yo festejo este escalafón con el mismo júbilo con que lo festejan ustedes. Ustedes lo hacen porque reciben la garantía de la justicia y la dignidad del cargo, y yo, como representante del Estado, porque cum­plo, una vez más, con el mandato de la propia nacionalidad de ajustar los medios del Estado para asegurar la dignidad y la justicia dentro de la administración.

     Recuerden, compañeros, que es necesario tener siempre presente que en el país no hay un solo hombre inútil, por pequeña que sea su jerarquía. Cada uno, en estos momentos de trabajo y de ruda labor, debe tomar su puesto como un soldado frente al enemigo. Desertar es traición. No cumplir con su deber es defeccionar frente al enemigo que debemos vencer. Ese enemigo es la inercia, ese enemigo es la corrupción en que ha vivido este país durante casi cincuenta años.

     Señores, es necesario que cada uno vaya poniendo un grano de arena todos los días para elevar el espíritu de la nacionalidad y para desarrollar en cada uno de nosotros un poco más de virtud, porque solamente así de­jaremos de ser una turba para convertimos en una Nación fuertemente ca­pacitada para desarrollarse y triunfar.
La vida de los pueblos no se hace con garbanzos. La vida de los pue­blos se hace con virtud. Tenemos que alcanzar esa virtud, dominamos a nosotros mismos para después ser dominadores en el futuro; dominadores en el espíritu y en la inteligencia, para llevar a este país al triunfo con una administración magnífica, donde cada hombre sea un soldado que cumple un sacerdocio al servicio del Estado.
Cuando hayamos conseguido eso, no seremos solamente un gran país, sino que seremos también, lo que es más difícil de alcanzar, una Na­ción de hombres virtuosos. Y solamente los pueblos virtuosos son dueños del porvenir. Los que no poseen virtud sucumben en la decadencia y en el vicio.

     Es evidente que para hablar del espíritu y de la verdad es necesario tener antes resuelto el problema de la vida. Para decides a los trabajadores que deben ser virtuosos, es necesario, primero, llevarles la tranquilidad a sus hogares, asegurarles la justicia en sus cargos. Y es evidente que la vir­tud puede comenzar a ejercitarse mejor cuando no hay que hacer equili­brios para "parar la olla" cotidiana. Por eso, personalmente, me empeñé en conquistar lo primero. Hoy el pueblo trabajador argentino puede decir que lo ha logrado. Ahora hay que trabajar por la virtud.

    Señores: Por esas razones es que festejo como ustedes la implanta­ción del escalafón del personal de Aduanas. Y les recuerdo que el ritmo de nuestro trabajo, el ritmo de la hora que vivimos, requiere una Aduana mo­derna. Para logrado, una Aduana tiene que reunir dos condiciones funda­mentales. La primera, ser de una corrección y de una minuciosidad ex­traordinaria, y la segunda, ser de una agilidad portentosa. Los hombres que entran deben pasar sin que perciban que se los vigila, deben pasar sin ninguna detención. Al hombre correcto hay que tratarlo con suma correc­ción; al delincuente hay que llevado a la cárcel.

     Por eso les pido a cada uno de ustedes que cumplan estos dos princi­pios fundamentales: ser minuciosos en el servicio, facilitar a todo el mun­do su gestión, y a la vez agilizar el trámite.


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