domingo, 26 de octubre de 2014

Bombita y El Lobizón Hernán Invernizzi. Periodista y escritor






Y el séptimo hijo varón se convertirá en lobizón. No está claro si la leyenda viene de Rusia, de la tradición guaraní o de alguna comarca remota del medioevo. Sea como fuere, se volvió tan popular en el país de la inmigración, que en 1907, quizás para exorcizar semejante temor, el presidente José Figueroa Alcorta aceptó ser el padrino de un tal José Brost, séptimo hijo varón de una pareja de agricultores rusos radicada en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires. Al niño lo bautizó el cura José Lorenzo Alfonzín (con “zeta”...)

Los presidentes posteriores convirtieron a esa iniciativa en una tradición nacional, hasta que en 1973, por medio del Decreto 848, el general Perón oficializó la costumbre. Y como su viuda no podía ser “padrino”, un nuevo decreto creó la figura institucional del “madrinazgo presidencial”, que fue la mayor contribución a los derechos de las mujeres que se le conoce a María Estela Martínez.

Precisamente, el 24 de mayo de 1973, el día anterior a la asunción de Héctor J. Cámpora, Leonardo Favio estrenó su maravillosa película Juan Moreira, que pronto se convirtió en el film nacional más taquillero hasta ese momento. Dos años después, el 5 de junio de 1975, Favio estrenó un film asombroso, Nazareno Cruz y el lobo. Vistas las cosas desde el punto de vista del mercado, el director se superó a sí mismo y generó, otra vez, la película argentina más taquillera del cine nacional. En apenas dos años, Favio superaba dos veces el mismo récord.

Nadie está condenado. Entre Moreira y Cruz habían pasado muchas cosas, sobre todo la radicalización de los conflictos políticos del movimiento peronista, la muerte del General y el accionar de la Triple A, que había amenazado o asesinado a cientos de artistas y militantes en general, algunos de ellos colegas, amigos o conocidos del artista argentino más popular de aquellos años. Pero no sólo eso: debido a su pasión peronista y a su popularidad, Favio había integrado la comisión que organizó aquel acto en el cual Perón debía reencontrarse con su pueblo después de 18 años de exilio. Y la que quizá fue la mayor movilización política de nuestra historia, se convirtió en la “masacre de Ezeiza” (20 de junio de 1973), con 13 muertos y cientos de heridos. Es decir que Favio concibió y realizó aquellas dos películas poéticas y populares en una coyuntura de creciente violencia política, durante la cual, vertiginosamente, muchas esperanzas y expectativas se convirtieron en frustraciones y tragedias.

La investigadora Ana Amado propone una idea que ilumina una obra cinematográfica radiante en sí misma. Lo anticipó en una muestra-homenaje que se le dedicó a Favio en la Casa del Bicentenario y en forma personal al autor de estas líneas, hace apenas un par de días.

Como muchos argentinos recordarán, en Nazareno Cruz y el lobo, en un final de masacre desenfrenada, el poder mata a quienes representan a la juventud, la belleza y la esperanza. En el colmo del romanticismo trágico, el padre, que orientó y alentó la cacería del lobizón enamorado, termina con el cadáver de su propia hija entre los brazos. Sería ésta, entonces, una metáfora de la crisis peronista de los ’70 y de la cacería de la Triple A sobre quienes, para Favio, eran la belleza, la juventud y la esperanza.

Podríamos agregar a la idea de la doctora Amado que el film de Favio, como el Macbeth de Shakespeare, comienza con el presagio de una bruja que anuncia un futuro escalofriante –pero ni el tirano escocés ni el joven paisano estaban condenados de antemano–. No estamos frente a esos casos en los cuales el destino es un libro ya escrito sino a la variante del destino como posibilidad condicionada: si tal cosa... entonces tal otra... Como el caso de Aquiles: si participaba de la Guerra de Troya moriría joven y heroico, pero si no lo hacía, moriría de viejo, tranquilo.

El valiente noble escocés y el ingenuo paisano argentino enfrentan las posibilidades que se abren ante ellos y toman sus decisiones. Entre la lealtad y la ambición de poder, Macbeth opta por asesinar al rey que confía en él. Entre el oro y el amor, Nazareno elige el amor. No estaba condenado de antemano a ser un lobizón, su libro no estaba escrito: el Diablo le da a elegir y Nazareno se vuelve monstruo por amor. En la versión de Favio, no se trataba de un joven destinado a transformarse las noches de luna llena, sino de un joven destinado a elegir entre dos males: la riqueza sin amor o el amor sin futuro.

Así se entiende mejor que la película empieza con las palabras proféticas de una bruja y termina con la palabra de un Diablo aburrido y seductor, que es el último que habla en el film: su voz en off le pide al cadáver de Nazareno que no se olvide de recordarle a Dios que Satanás ya está cansado de cumplir con su papel.

Esta película extraordinaria y singularmente poética vendió alrededor de 3.400.000 entradas y durante décadas fue (o es) el film argentino más taquillero de todos los tiempos. La película de un poeta peronista durante un gobierno peronista dominaba el mercado.

Un misterio. La historia de la relación entre el cine y el peronismo está cargada de matices, conflictos y armonías. Es a la vez fecunda, feliz, trágica y conflictiva. El general Perón inició ese recorrido en 1944, cuando todavía no era un líder de masas sino un coronel en ascenso con un proyecto político. Desde entonces hasta hoy esta historia conoció tanto la severa censura de Raúl Apold como la libertad durante la gestión de Octavio Getino; los picos más altos de producción de cine nacional (durante el peronismo de los años ’50 o el actual), tanto como los promedios más bajos de producción local (durante el menemismo hubo una tasa de apenas 12 estrenos nacionales por año). Desde películas maravillosas que durante sus gobiernos realizaron directores peronistas, no peronistas y/o directamente gorilas, hasta innumerables bodrios producidos para hacer negocios aprovechando la generosidad del Estado.

Desde el estreno de Nazareno Cruz y el lobo muchos productores locales soñaron con superar su récord de entradas vendidas. Durante los últimos 10 años aparecieron algunos films que se le acercaron y que, con mayores o menores méritos artísticos, reconciliaron comercialmente al espectador argentino con el cine nacional. Juan José Campanella dirigió los dos films qué más se le habían acercado: Metegol y El secreto de sus ojos –cuyo núcleo argumental, lo cual fue prolijamente minimizado por la crítica, tematiza un crimen de la Triple A–.

Casi 40 años después de Nazareno, apareció Relatos salvajes, de Damián Szifrom, el film nacional que le disputa el primer puesto en la taquilla. Durante otro gobierno peronista, en una coyuntura en la cual nadie anda por las calles asesinando jóvenes y esperanzas, otra película dramática y violenta seduce al mercado local.

Distintos tipos de violencias atraviesan la potencia alegórica y poética de una y el realismo irónico de la otra. Tal vez las coincidencias y las diferencias entre las dos películas más exitosas del mercado local sugieran algo acerca de las características de nuestra sociedad. Pero sobre todo nos vuelven a refrescar que las relaciones entre el cine y sus espectadores son extraordinariamente complejas, tan complejas que de esto no se sabe casi nada: el espectador, todavía, es un misterio.

26/10/14 Miradas al Sur






No hay comentarios:

Publicar un comentario