martes, 28 de octubre de 2014

25 de Octubre de 2014 “Vieja” y “nueva” política

Opinión

Los medios de comunicación, ciertos discursos académicos, su expansión y uso por el propio sentido común han instalado el término “Barones del Conurbano” como una marca distintiva del hacer político criollo de la gran metrópoli bonaerense argentina.
Algunos investigadores sociales destacan que, sobre todo, dos factores caracterizan la gestión de un conjunto de políticos que cobraron fuerza y visibilidad en la década de los ’90: por un lado, gobiernan municipios con gran concentración de pobreza, y por otro, esos intendentes dirigen grandes aparatos gubernamentales “clientelares” mediante el apoyo de concejales y caudillos barriales o “punteros”.
Desde esas perspectivas que focalizan escenarios de “favores por votos”, punteros políticos, nepotismos, diálogos directo con el poder central, emergen otras miradas algo diferentes, menos cerradas y pesimistas sobre los modos de pensar y hacer política gubernamental territorial local. Sobre todo cuando se acercan a un presente que se remonta a la década posterior de la gran crisis del 2001-2, donde se plantean otros estilos de gestión y modelos procedimentales y simbólicos, que en boca de sus protagonistas, requiere una pausa y nueva mirada para ser analizados. Varios intendentes, sobre todo de otro corte generacional a los primeros barones del conurbano, de estilo más joven, parecieran intentar correrse de esas caracterizaciones y lógicas que han marcado a muchos de estos municipios. A pesar de la continuidad de viejas orientaciones de la política “baronesa-feudal local”, también se han abierto otras posibilidades. Los “ciudadanos pobres” y/o “pobres ciudadanos” de aquella otra década ya no están en las mismas condiciones y se ha trabajado mucho para ello, según el decir de estos nuevos intendentes.
La realidad social, económica y cultural a nivel territorial nacional y local ha cambiado en la última década. El modelo económico productivo ha incorporado a millones de trabajadores, recuperando niveles de empleo y salarios con capacidad adquisitiva que estaban perdidos: se han recreado mecanismos redistributivos, que si bien, no logran eliminar mecanismos de producción de desigualdad, han podido integrar a una ciudadanía del trabajo a grupos mayoritarios antes desafiliados o excluidos (lo cual no elimina sino que compromete aún más la continuidad de la profundización de lógicas de integración, más igualitarias y no subordinadas a grupos concentrados financiarizados). Se ampliaron políticas de reconocimiento identitario y sociocultural de respeto por diversidades múltiples (a pesar que resta seguir integrando sectores negados y denigrados bajo viejas y nuevas modalidades de racismos y discriminaciones). Las llamadas nuevas tecnologías de comunicación e información (uso de internet, redes, satélites) ampliaron y desbordaron e hicieron a un mundo globalizado e hiperconectado –que asimismo convive con bolsones de indigentes, carentes y aislados– pero que han llevado a recrear nuevos modos de comunicación entre millones de seres humanos. Estas y muchas más condiciones objetivas y subjetivas del mundo del siglo XXI han abierto y promovido nuevas lógicas y prácticas políticas ciudadanas, nuevos modos de acercamiento entre ciudadanos y políticos, que saltan y enlazan medios comunicacionales masivos tradicionales (TV, radio) con redes de tecnologías digitales (Twitter, Facebook), senderos de nuevos movimientos sociales y experiencias subjetivas de participación con dinámicas institucionales representativas en crisis y bajo mutación. 
Los municipios donde habitan millones de personas se han convertido en enormes ciudades (más que muchas provincias del país) que requieren modelos de gestión local más integrados y participativos que antes. Nuevas marcas y estilos de gubernamentalidad asentadas en estas nuevas proximidades han plasmado lógicas de acción performativa que intentan construir otras estructuras societales locales. Pero al mismo tiempo hay que ver cuánto de las viejas dinámicas y lógicas de los “barones” siguen pesando y articulando escenarios que hacen que el Estado no llegue “bien” a ciertos espacios sociales (con salud, educación, trabajo) y lo haga solo en su fase represiva o articuladora de negocios (fuerzas de seguridad públicas y privadas corruptas y criminales, constructoras de ilegalismos productivos). Una particular idea de seguridad (ligada al temor y la protección de la vida y los bienes privados) que emerge hace tiempo como reclamo recurrente en la sociedad-media, junto a incertidumbres por el trabajo, el ingreso y capacidad de consumo de los hogares sumados a la educación y salud, se listan entre las problemáticas nuevas y viejas que deben afrontar las gubernamentalidades locales de manos de viejos y jóvenes políticos. Estos últimos han procurado encarar algunas de estas nuevas demandas y en variados casos, con buenos resultados y con reconocimiento de sus conciudadanos.
Una institucionalidad democrática que procura recrear nuevos escenarios debe enfrentar el desafío de las herencias de la historia reciente, desde la memoria de la última dictadura militar corporativa concentrada, el modelo privatizador financiero consolidado en los noventa –cuyas estelas llegan al presente–, individualismos negativos, hedonistas y consumistas, violencias institucionales varias que abren una agenda de pendientes de una estatalidad que precisa tornarse y hacerse diferente si quiere profundizar y consolidar nuevos modos de estar y hacer más plurales e igualitarios entre los habitantes-ciudadanos contemporáneos. En ese camino de construcción se intentan ubicar varios de los nuevos y jóvenes intendentes, portadores de proyectos y acciones de cambios concretos de gestión institucional.

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