domingo, 14 de septiembre de 2014

Programación, industria e inclusión educativa


Corría el año 1965 cuando el químico y físico estadounidense Gordon Moore publicó en la revista Electronics un artículo que daría que hablar. Moore, un investigador de semiconductores en el Instituto Tecnológico de California (CallTech), lanzó una predicción que –con cierta dosis de acierto y otra de buena prensa– se hizo muy famosa. Según anticipaba Moore, la complejidad de los circuitos integrados se duplicaría cada año simultáneamente con una marcada reducción de costos, de tal forma que la tecnología de cómputos se expandiría rápidamente a nivel mundial. Diez años más tarde, Moore actualizó su predicción para señalar que el número de transistores en un chip se duplicaría cada dos años. Más capacidad y menos costo harían que los microprocesadores invadan cada rincón de nuestra vida cotidiana en una irrefrenable carrera tecnológica que Moore supo aprovechar, ya que luego de su experiencia en CallTech, en 1968 fue uno de los fundadores de Intel, compañía que hasta hoy sigue siendo una de las fabricantes de circuitos integrados más grandes del mundo.
Lo que Moore no predijo es que la informática, tanto en lo que hace a los artefactos tecnológicos –hardware– como a los programas que hacen el trabajo de procesar y almacenar la información –software– tendría un papel fundamental en las dinámicas de exclusión e inclusión social.
La carrera informática es tan vertiginosa que mientras avanza en su eficiencia técnica y aumenta las posibilidades de los usuarios que pueden acceder a los últimos adelantos, a la vez acentúa la brecha entre quiénes acceden a sus beneficios y los que, por razones económicas, políticas y sociales no lo logran. Y es allí en donde el Estado debe jugar un rol activo para inclinar la balanza hacia el lado de la inclusión tecnológica y educativa.
No sólo se trata de un problema social, sino también de la autonomía nacional en la toma de decisiones tecnológicas. El tren de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación pasa velozmente y sería ingenuo –además de imposible– pretender una total autonomía y abocarse sólo a desarrollos propios. Sin embargo, las políticas públicas deben dirigirse a detectar potencialidades e impulsar el crecimiento de las áreas productivas que están al alcance de los emprendedores y profesionales del país.
La Argentina tiene pergaminos y capacidades de sobra para incursionar en la generación y adaptación de software y hardware, y promover con ello la formación de recursos humanos y la producción nacional. Luego de un prometedor comienzo para la generación de software y el hardware autóctono ocurrido entre los años ’50 y ’70, una serie de políticas erradas hicieron perder décadas de aprendizaje tecnológico y provocaron un larguísimo estancamiento en un terreno en el que las novedades aparecen con una velocidad inusitada.
En los últimos años, el gobierno nacional impulsó una decidida política de recuperación de la ciencia y la tecnología. En cuanto a la informática, se implementaron programas públicos y de fomento de emprendimientos privados para reposicionar al país en este creciente sector tecnológico. Para citar un caso emblemático, el Programa Conectar Igualdad es una iniciativa que busca recuperar y valorizar la escuela pública con el fin de reducir las brechas digitales, educativas y sociales en toda la extensión de nuestro país. Asociado al programa, el desarrollo del sistema operativo Huayra busca ofrecer oportunidades de generación de software local aplicable a las más variadas tareas de procesamiento y almacenamiento de datos.
Clementina y tango. En los tiempos en que Moore enunciaba su archiconocida ley, las computadoras eran casi tan escasas como su capacidad de procesamiento y su tamaño asombraba por lo gigantesco. Por entonces estos artefactos representaban una apreciada herramienta de cálculo y adquirían un valor material y simbólico que condimentaba la pelea por la supremacía geopolítica de las superpotencias mundiales. En ese tiempo un grupo de visionarios se empeñaba tenazmente en colocar a la Argentina en un lugar de privilegio dentro del lote de países que dominaban los conocimientos de la por entonces incipiente informática, tan incipiente que ni siquiera se llamaba así.
En 1961, llegó al Instituto del Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN) de la Universidad de Buenos Aires un portento tecnológico para la época. Se trataba de una computadora Mercury, fabricada por Ferranti Ltd., una empresa británica que había sido desde 1905 líder en el diseño y tendido de redes eléctricas y en sistemas de defensa electrónica.
Hacia 1951, Ferranti había ideado la primera máquina de cómputos hecha y derecha, y luego de sucesivas mejoras, produjo memorables modelos como el Pegasus –que estuvo listo en 1957 y del que se construyeron 38 unidades– y el Mercury, un artefacto de 5000 válvulas, 18 metros de largo y una memoria formidable para la época e ínfima para la de los equipos actuales que son usualmente un millón de veces mayores. Del modelo Mercury se fabricaron 19 unidades. Una de ellas llegó a la FCEN a principios de los años sesenta por iniciativa de un grupo de innovadores, entre los cuales estaba el Dr. Manuel Sadosky, un matemático inquieto que buscaba impulsar estas tecnologías de punta para la época. Sadosky no sólo era un científico destacado, sino un hacedor de política científica. Con una concepción de desarrollo a largo plazo que incluía la incursión en tecnologías de punta, promovió sucesivamente la creación del Instituto de Cálculo y la llegada de aquella primera computadora a la FCEN, ante los muchos escépticos que, a diferencia de lo que Moore enunciaría años después, dudaban del futuro de la computación.
En la FCEN la máquina fue bautizada como Clementina. Una historia con visos de leyenda dice que la elección de nombre se debió a que la máquina emitía una serie de pitidos que entonaban la popular canción “Clementine”, y que los profesionales del Instituto de Cálculo se ocuparon prontamente de programarla para que cambiara la melodía por la de un tango, en lo que sería uno de los primeros desarrollos de software nacional, técnica y simbólicamente hablando.
Un Comic de los ’60. El uso de aquellas enormes máquinas no era para nada amigable ni mucho menos masivo. La interfaz entre el usuario y la computadora no era más que unas cintas de papel convenientemente perforadas. Ni se soñaba con contar con monitores, teclados, discos rígidos, pendrives o tarjetas de memoria.
Pero esto no era todo: había que lidiar con lenguajes de programación y conocer a fondo de códigos fuente para sacar provecho a estos artefactos. Clementina venía con un lenguaje de fábrica, conocido como Autocode, que encorsetaba a los investigadores de la FCEN por un fragmento del código que exhibía flaquezas a la hora de realizar ciertas operaciones aritméticas, exigidas para las tareas de los científicos locales. Lejos de resignarse, los investigadores pusieron manos a la obra en la escritura de un nuevo lenguaje para la noble Clementina.
La tarea de generación y adaptación del conocimiento –técnicas de ingeniería reversa mediante– fue exitosa y dio lugar al nacimiento del sistema Compilador del Instituto de Cálculo (Comic), un sistema más amigable –si lo pensamos en términos de los años ’60– y dirigido a las necesidades concretas de los investigadores de la FCEN. Podríamos afirmar que el Comic fue el primer sistema operativo argentino, generado por investigadores que tenían clara la necesidad del desarrollo endógeno de tecnología, y reconocía el valor estratégico del conocimiento informático en un campo que adquiriría cada vez más relevancia con el paso del tiempo. Un camino de desarrollo por mucho años abandonado y que hoy está siendo decididamente retomado. Clementina funcionó hasta 1971, cuando ya no había forma de reemplazar las piezas obsoletas por la falta de repuestos, aun contando con la inventiva de los expertos locales.
Software Libre vs. Propietario. En las últimas décadas las potencialidades de la informática crecieron exponencialmente, tanto en el software, con la generación de potentes programas con múltiples utilidades, como en el hardware, con incesantes avances relacionados con la capacidad de las máquinas. También crecieron exponencialmente las cuentas bancarias de más de un nuevo genio y empresario de este apetecible sector tecnológico. Un sector tecnológico en el cual el conocimiento y la creatividad permiten hacer mucho con poco dinero.
A finales del siglo veinte, la tendencia a convertir el software en un producto comercial más, sujeto al pago de derechos y vendido como un paquete tecnológico cerrado, sumado al crecimiento de la red Internet, dio lugar a un negocio sobredimensionado. La burbuja de las empresas de software, y en especial las llamadas punto.com, comenzó con un auge bursátil que luego devino en una caída brutal de las acciones de las firmas tecnológicas, por la cual muchas fortunas se evaporaron en horas. Las empresas que sobrevivieron salieron muy favorecidas y el negocio se reconfiguró de manera crucial.
Los paquetes cerrados de software producidos por las grandes compañías que salieron fortalecidas del crack bursátil y dominan el mercado tienen restricciones varias. Son difíciles de adaptar a condiciones particulares, requieren de un soporte técnico brindado por sus productores y muchas veces pueden acumular información acerca de los usuarios sin que éstos se enteren. Es allí donde comienzan a jugar alternativas basadas en el uso del software libre. Este tipo de software, cuyos exponentes más populares son el sistema operativo GNU/Linux en sus distintas versiones o los navegadores Firefox y Chrome, se hizo fuerte desde los años ’90 en base a un trabajo colaborativo de una multitud de programadores desparramados por todo el mundo. El trabajo de estos entusiastas fue facilitado por el crecimiento y extensión de las conexiones a Internet.
Que el software sea libre no significa necesariamente que sea gratuito. En muchos casos los programadores y algunas empresas cobran el soporte y el servicio técnico. Pero la libertad está plasmada en la idea de código abierto, por la cual cualquier interesado con conocimientos de informática puede meter mano para modificarlo y adaptarlo a diferentes necesidades. Lograr soluciones que no tienen nada que envidiarles a los más costosos programas comerciales.
Estado, industria e inclusión digital. La industria del software ocupa hoy un lugar destacado en la economía mundial. Los países pueden optar por ser meros compradores de productos producidos en el exterior o poner manos –e ingenio local– a la obra, para obtener cuando sea posibles soluciones informáticas acordes a sus necesidades. A la vez que ocupan recursos generan empresas autóctonas y proveen a la ciencia, la tecnología y la industria de una poderosa herramienta de crecimiento.
En conjunción con las políticas de desarrollo científico y tecnológico impulsadas la última década, el Estado argentino diseñó instrumentos legales que permitieron el fomento de la industria de software local.
En 2004 se sancionó la Ley 25.922, o Ley de Promoción de la Industria del Software, que fomenta a través de beneficios fiscales y crediticios a las personas físicas y jurídicas cuya actividad principal sea la industria del software, desarrollen la actividad en el país y por cuenta propia. En 2014, la Ley 26.692 extendió y flexibilizó las medidas de fomento promovidas a partir de la norma anterior.
El fomento a las actividades productivas en el siempre prometedor ámbito de las nuevas tecnologías se complementó con medidas tendientes a la inclusión digital. En ese sentido la presidenta Cristina Fernández de Kirchner mediante el decreto N° 459/10 tomó la decisión de impulsar el programa Conectar Igualdad. La iniciativa está enfocada en recuperar y valorizar la educación pública, con el fin de reducir las brechas digital, educativa y social en el territorio argentino. Se trata de una política de Estado en la que intervienen la Presidencia de Nación, la Administración Nacional de Seguridad Social (Anses), la Jefatura de Gabinete de Ministros, el Ministerio de Educación y el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios. En lo que hace al hardware, el programa se basa en la distribución en todo el país de tres millones y medio de computadoras portátiles con capacidad para acceder a Internet inalámbrica, popularmente conocidas como netbooks. Las computadoras están destinadas a estudiantes y docentes de establecimientos públicos de educación secundaria, especial y de formación docente.
Si hablamos de software asociado, el programa fomenta la elaboración de contenidos digitales utilizables en distintas propuestas didácticas y trabaja en los procesos de formación docente. Un cambio de modelo educativo que está en sintonía con los tiempos que corren.
El primero te lo regalan. Así como en los tiempos de Clementina la llegada de la computadora incentivó el desarrollo de adaptaciones locales a los incipientes sistemas operativos, Conectar Igualdad también trajo aparejado un producto relacionado, ni más ni menos que la generación local de un sistema operativo basado en el software libre. Se trata de una distribución propia del sistema GNU/Linux desarrollado por el Centro Nacional de Investigación y Desarrollo en Tecnologías Libres (Cenital).
El producto se bautizó Huayra –que en quechua significa viento– y su nombre simboliza, como aquel tango que tocaba Clementina, una fuerte apuesta por lo nacional.
Ahora que las tarjetas perforadas son historia y la interacción con las computadoras se basa en la simplicidad y rapidez, los desarrolladores del Cenital apostaron a generar un producto estable, potente, seguro, fácil de usar y estéticamente atractivo. Ese sistema convive con el popularísimo Windows en las netbooks, pero está pensado para fines educativos y no comerciales. Desde el Cenital tienen clara la diferencia: mientras que el software comercial muchas veces se distribuye de manera gratuita para usos educativos, las empresas están en realidad construyendo un mercado de consumidores cautivos. No se trata de eliminar el uso del software comercial, sino de brindar alternativas robustas y atractivas para romper con esa dinámica que, con filosofía rockera podríamos definir como “el primero te lo regalan, el segundo te lo venden”. Además Huayra es un sistema multitarea, escalable y que en el futuro podrá adaptarse a otros dispositivos, como los celulares.
El nuevo sistema operativo servirá de plataforma para descargar fácil y rápidamente miles de aplicaciones basadas en el software libre, y contenidos educativos especialmente diseñados.
En el terreno de la defensa nacional, la Secretaría de Ciencia, Tecnología y Producción para la Defensa del Ministerio de Defensa viene trabajando en el diseño de programas y estrategias para la protección de sus sistemas de datos, y de los sistemas que mantienen el funcionamiento de los activos críticos nacionales, una cuestión indiscutiblemente sensible en la que el nivel de conocimiento local juega un papel relevante. El objetivo es proteger a las empresas de servicios públicos y a la multitud de sistemas que forman parte de nuestra organización social.
En cuanto al impulso de la iniciativa privada, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, a través del Fondo Fiduciario de Promoción de la Industria del Software (Fonsoft) de la Agencia, impulsa la creación y consolidación de nuevas empresas informáticas a partir de subsidios a jóvenes profesionales recién graduados y emprendedores del sector. Becas para jóvenes profesionales, fondos para emprendedores con proyectos de desarrollo de software y servicios informáticos y la línea de Aportes no Reembolsables para la consolidación de emprendimientos, constituye una amplia galería de instrumentos de fomento.
Ahora hardware libre. Si las corrientes defensoras del software libre llevan décadas de activismo y concientización en torno de sus propuestas, más reciente resulta la corriente que propone la utilización de hardware libre. La tendencia viene de la mano de un jugador de peso en el terreno de las grandes compañías mundiales. Se trata de Facebook, con un proyecto de generar miles y miles de centros de computación de bajo costo, esparcidos por todos los rincones del planeta. El proyecto conocido como Open Source Hardware (OSH) tiene sus bemoles. Facebook impulsará la creación de una fundación sin fines de lucro –al estilo de la que sostiene a Ubuntu, la distribución de GNU/Linux más popular en el mundo– y se basará en el intercambio libre de información.
El OSH promete desafiar a las grandes corporaciones del mundo de los fierros tecnológicos, como IBM o Hewlett-Packard y curiosamente tiene entre sus auspiciantes a Intel, aquella que contó entre sus fundadores al visionario Moore. La apertura del complejo paquete tecnológico comprende a los detalles de construcción, materiales y el firmware, que es el programa que maneja al dispositivo internamente con un conjunto de instrucciones. Un producto de licencia libre podría ser configurado en relación de ciertas prestaciones básicas de los equipos, dejando de lado las que resulten costosas y superfluas en función de los usos posibles. Aprendizaje, soluciones específicas y una disminución de costos son algunas de las ventajas que el desarrollo local de hardware puede tener en términos del OSH.
Como en los tiempos de Clementina, pero adaptados al siglo veintiuno y con el firme apoyo de las políticas públicas, los informáticos argentinos tienen mucho para hacer, y lo están haciendo.
La CESSI
El desarrollo industrial
La Cámara de Empresas de Software y Servicios informáticos (CESSI) es una organización sin fines de lucro fundada en 1982 que agrupa a las empresas y entidades regionales dedicadas al desarrollo, producción, comercialización e implementación de software y todas las variantes de servicios en todo el ámbito de la República Argentina.
CESSI representa a unas 600 empresas, de las cuales más de 350 son socias directas (nacionales e internacionales) y otras 300 están nucleadas en polos, clusters y entidades regionales asociadas que comprenden más del 80% de los ingresos del sector y más del 80% de los empleos.
El último informe del Observatorio Permanente de la Industria del Software y Servicios Informáticos –creado en el ámbito de la CESSI– estima para este año un incremento del 22% en las ventas totales medidas en pesos; del 14,6% en los ingresos provenientes del exterior por prestación de servicios; y del 10,4% en el nivel de empleo.
En tanto, la Cessi avanza con la implementación del Plan Industrial 2020, en conjunto con el Ministerio de Industria de la Nación, que apunta también a la profesionalización de los recursos humanos. El plan del gobierno nacional prioriza la transversalidad de
las tecnologías de la información en los diferentes sectores productivos, mercados externos y compras del Estado, entre otros temas. (Fuente: Télam)

No hay comentarios:

Publicar un comentario