domingo, 14 de septiembre de 2014

Mundo inmundo Por Daniel Ares sociedad@miradasalsur.com

La Revolución Industrial trajo consigo un precio inesperado: sus desechos. La humanidad genera hoy cuatro millones de residuos urbanos por día, pero las proyecciones estiman que en una década esa cifra se habría duplicado, y que antes de fines de siglo, si nada se hace, el mundo quedaría cubierto por sus propios desperdicios. Vivir no es necesario, reciclar es necesario.

Acaso alguien pinte alguna vez por las paredes del futuro: “Debajo de la basura está el mundo”. Acaso ni siquiera sea un futuro muy lejano. Las proyecciones más optimistas temen que antes de acabar el corriente siglo los residuos nuestros de cada día nos habrán desbordado. Campo y ciudades, calles, ríos y mares. Todo cubierto de basura.

La humanidad produce actualmente unos cuatro millones de toneladas de residuos sólidos urbanos. Por día. Desperdicios que se acumulan sin solución, porque el problema es nuevo. Nadie sabe muy bien qué hacer con eso.

Después de milenios y milenios de andar sobre la Tierra, sólo hace menos de cien años el hombre se enfrentó con su basura. Basura que, despacio pero rápido, comenzaba a rodear, envolver y pudrirlo todo. Más o menos imperceptible, el problema había nacido con la Revolución Industrial, a fines del siglo XVIII. Pero apenas ya en el siglo XX, la producción de desechos sólidos se había decuplicado.

Al principio, vertederos y quemas parecieron bastar. Ilusiones de principiante. Apenas comenzado el siglo XXI ya no quedaba un solo vertedero sin saturar; la famosa quema había quemado también el aire. Y la humanidad crecía, se multiplicaba, consumía, y desechaba. Y la basura empezó a taparla.
Un informe del Banco Mundial advierte que apenas para 2025, tan sólo la basura nuestra de cada día alcanzará, a nivel global, ocho millones de toneladas. El doble de lo actual. Pero según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), el límite de lo tolerable se verá recién entre los años 2050 y 2075. Para entonces quizá sea uno de nuestros nietos el que pinte en una pared “Debajo de la basura todavía está el mundo”.

Vivir es preciso. Las estadísticas y sus proyecciones sobre el tema nunca resultan del todo confiables, pero igual aterran. Provengan de quien provengan: de las Naciones Unidas, de la OCDE, de la OMS… Más allá de las cifras y sus diferencias, dan miedo todas.

La ONU, por ejemplo, dice que la producción de desechos sólidos por habitante en América latina y el Caribe era de 0,2 a 0,5 kilogramos diarios por habitante, pero que hoy ya es de hasta 1,2.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud dice que en el último lustro la producción de basura por individuo aumentó un 40% a nivel mundial.

La Unión Europea pronostica que para el año 2050 se producirán 26 mil millones de toneladas de basura por año, más o menos el peso de 9440 torres Eiffel.

Estadísticas hay muchas, pero ninguna es confiable. Por un lado, los gobiernos ocultan información, pero también es imposible precisar el peso de los residuos emitidos en la atmósfera y los medios hídricos. Estadísticas hay muchas, pero basura hay más.

Sólo de residuos sólidos urbanos, según la ONU, hoy se generan en todo el mundo unos dos billones de toneladas anuales. Aunque esa cantidad podría duplicarse apenas para 2025.
En la actualidad, el primer productor mundial de residuos sólidos urbanos (RSU) es, cómo no, Estados Unidos con 621 mil toneladas por día. Le sigue China, con 521 mil.

Ya de basura en general, la lista la encabeza otra vez Estados Unidos con 236 millones de toneladas anuales; pero aquí segundo aparece Rusia, con poco más de 207 millones de toneladas, y luego Japón, Alemania, el Reino Unido, Francia. Las estadísticas alarman y sus proyecciones aterran, pero la solución no aparece y los hechos desbordan.

Porque el nudo del problema es una paradoja fatal: la culpa es del progreso.

Las grandes economías que despiertan al consumo así también desechan, descartan, ensucian.

Los vertederos de Laogang en Shanghai; de Sudokwon, en Seúl; de Jardim Gramacho, en Río de Janeiro; y de Bordo Poniente, en Ciudad de México, absorben sin absorber, cada día, más de 10 mil toneladas de residuos sólidos. Y en países como la India o Brasil, de toda esa basura, no se recicla ni el 15%. ¿Y el resto? Se pudre, y pudre.

En Ciudad de México por fin el año pasado las autoridades decidieron clausurar el vertedero de Bordo Poniente, pero por nada de eso la basura dejó de llover, y desbordar.

De manera cíclica, la ciudad de Nápoles amanece cubierta por la basura. Problemas municipales, conflictos sindicales, la Camorra, sí... Pero el hecho es que ya en 2008 todos sus vertederos oficiales estaban saturados. En 2011, Luigi de Magistris, el nuevo alcalde, prometió mano dura con los servicios de recolección, y en respuesta otra vez toda la ciudad amaneció debajo de sus propios desperdicios. Los napolitanos producen hoy 1200 toneladas diarias de basura. Conflictos o no, la producción no cesa, y desborda. Y no sólo en Nápoles.

En cualquier gran ciudad del mundo hoy basta una sola noche sin recolección para advertir el desastre por la mañana. Ya una semana, deja imágenes del inmundo futuro que nos sobrevuela.
Entre los diez primeros productores mundiales de basura, único en América latina, aparece México. Allí, hace apenas diez años, un habitante producía menos de un kilo de basura por día: setecientos gramos. Hoy, cada uno de los 110 millones de mexicanos, produce 1,6 kilogramos. Casi el triple de los que produce un ciudadano europeo.

Un informe de las Naciones Unidas difundido el último diciembre, apunta: “No sólo se trata de un incremento en la cantidad, sino también de un cambio importante en la calidad. Mientras antes se trataba de un volumen prioritariamente formado por desechos orgánicos, hoy son voluminosos y crecientemente no biodegradables, con un mayor contenido de sustancias tóxicas”. Y la tristeza no es sólo mexicana.

Un estudio hecho en 2013 por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), confirma los hechos, y tanto en los países pobres como desarrollados, registra “una notable disminución de desechos biodegradables, mientras aumentan los residuos plásticos, eléctricos y electrónicos”.

Es lo que se llama “basura electrónica”, rica en metales pesados y químicos peligrosos. Progresar, consumir o sobrevivir. Por ese laberinto nuevo avanza el hombre sin soluciones.

La tragedia electrónica. En su continuo big bang de maravillas y adelantos, la era electrónica se supera minuto a minuto, y así, a cada novedad, le corresponde un desecho, una basura nueva también.

Nada más que en Estados Unidos se vende cada año unos 3000 millones de aparatos eléctricos y electrónicos. La mitad de la producción mundial. Un 44% de esas novedades acabará en la basura antes de dos años. Más o menos 1300 millones de aparatos. Mucha porquería peligrosa.

Mucho plomo, mucho mercurio, cadmio, berilio; muchos químicos altamente nocivos, casi todos ellos radiactivos. Un teléfono celular común, contiene, por ejemplo, entre 500 y 1000 compuestos diferentes. Todos contaminantes.

La basura electrónica –que ya ganó su propio nombre: RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos)–, representa en la actualidad el 5% de los residuos sólidos urbanos a escala mundial. Más o menos la misma proporción que suponen los envases plásticos, pero infinitamente más peligrosa, y creciente.

Sólo de computadoras, según datos de la Unesco, entre 1981 y 2008 se lanzaron al mercado un billón de unidades. Distintos estudios coinciden en que esa cifra se duplicó durante los últimos cinco años.

Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), para 2012 había ya 6 mil millones de celulares en funcionamiento en todo el planeta, y todos ellos cada vez con menos vida útil por delante.

Según la organización Solución al Problema de los Desechos Electrónicos (StEP, su sigla en inglés) –una iniciativa respaldada por la ONU, y formada por gobiernos, ONG y empresas privadas– en los próximos cinco años la cantidad de aparatos que cumplirán su vida útil habrá superado los 65 millones de toneladas métricas por año. Muchísima basura mala.

La presentación de la StEP hecha durante el año pasado había sido elaborada en base a datos cerrados en 2012. Año en el que se produjeron en todo el mundo unos 49 millones de toneladas métricas de basura electrónica, a un promedio de siete kilos por habitante. Y con tendencia a la suba.

El informe fue acompañado de un mapa global de la basura electrónica, según el cual, y medido en términos per cápita, otra vez en el primer puesto aparecen Estados Unidos y China. Pero con amplia supremacía norteamericana: mientras China no superó los cinco kilos por habitante, Estados Unidos generó seis veces más con 29,8 kilos de RAEE por persona.

En Latinoamérica, los líderes de la basura electrónica en el mismo período fueron Brasil y México. En 2012, Brasil lanzó al mercado 2 millones de toneladas de equipos electrónicos y produjo, a su vez, 1,4 millones de RAEE, 7 kilos por cabeza. México lo superó: con sólo 1,5 millones de toneladas de aparatos vendidos, dejó en cambio un millón de toneladas de basura: 9 kilos por habitante, cuatro más que los chinos, y también con tendencia a la suba.

En la Argentina, en tanto, y según la Cámara Argentina de Máquinas de Oficinas, Comerciales y Afines (Camoca), se produjeron durante 2013 50 millones de kilogramos de basura electrónica y otros 50 millones de kilos de equipos eléctricos utilizados en el comercio y el hogar. Total: 100 millones de kilos de RAEE. Cantidad que supone unas 800 mil computadoras y algo así como 1.750.000 impresoras. Y eso es nada comparado con los teléfonos celulares tirados a la basura: 10 millones de unidades.

¿Qué hacer con todo eso? La pregunta gana en angustia cada día.

En este informe aún no fue conjugado el verbo “reciclar” porque supone la única y última esperanza para un problema nuevo que ya parece viejo, pero que sigue sin solución.

Las Naciones Unidas insisten cada vez más sobre la importancia del tema y apuntan a resolverlo recordando no sólo los peligros que supone, sino también los réditos que entraña.

Un reciente estudio sobre los beneficios de reciclar teléfonos móviles concluyó en que un millón de estos aparatos producirían 24 kilos de oro, 250 kilos de plata, 9 kilos de paladio, y más de nueve toneladas de cobre. Algo similar sucedería con las computadoras y sus monitores. Mucha basura, muy rica.

Los primeros cartoneros a gran escala no podían tardar.

La quimera de la mugre. Siempre dispuestos a cagar en casa de otra gente, los países más industrializados –como Estados Unidos, Canadá, Japón y los miembros de la Unión Europea– tienen prohibido acumular residuos electrónicos en vertederos locales. Y como su reciclaje les resulta muy costoso, van y lo exportan. Mejor dicho: lo trafican.

Cada año, esos países producen hasta 50 millones de toneladas de residuos electrónicos. Según la Unión Europea, sólo el 30% por ciento de esa basura será reciclada en plantas homologadas. El resto desaparece del circuito oficial.

La Convención de Basilea de 1992 prohibió expresamente la exportación de basura electrónica, y sólo Estados Unidos y Haití no ratificaron el acuerdo. Sin embargo, es cosa de todos los días encontrar en los grandes basureros de la India, China, Ghana o Pakistán, computadoras, heladeras y celulares de toda Europa, y otros países supuestamente ejemplares. Está prohibido, pero... reciclar una PC en Estados Unidos tiene un costo aproximado de 30 dólares, mientras en China sólo sale dos dólares.

No por nada China es considerado hoy el basurero electrónico del mundo: importa el 70% del RAEE producido en Europa, Japón y Norteamérica, superando ya los 50 millones de toneladas por año.
Es un negocio sucio, pero es un gran negocio. No sólo porque allí paga el que exporta y cobra el que importa, sino porque de toda esa basura China extrae buena parte de la materia prima que alimenta su propia industria electrónica.

En la localidad de Guiyu, en la provincia de Cantón, se encuentra el vertedero electrónico más grande del mundo, cuya basura sustenta ya más de doscientas mil personas. Desde luego, 50 kilómetros a la redonda, toda el agua de la región está contaminada hace rato. Un negocio sucio dos veces sucio.

Según la alemana Cosima Dannoritzer, directora de los documentales Comprar, usar, tirar y La tragedia electrónica, “el tráfico ilegal de basura electrónica, ya mueve más dinero que las drogas”.
En España, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) colocó 16 rastreadores satelitales en 16 residuos electrónicos por distintos puntos del país para seguir el recorrido de cada uno hasta las plantas de reciclaje homologadas. Sólo cuatro llegaron. El resto –un 75%–, se diluyó en la dimensión desconocida de la ilegalidad. Los controles son difíciles.

Por sus propias leyes, los países europeos están obligados a reciclar dentro de sus fronteras el 100% de la basura electrónica que generan. Pero ya sólo en el Reino Unido se estima que al menos un 10% se exporta ilegalmente. En números redondos, unas 150 mil toneladas.

Desde luego, nadie vio nunca salir de los puertos de Europa un container que diga “basura electrónica”, “RAEE”, “RSU” o “basura pura”. Sí los hay, y muchos, que dicen “material para reciclaje”, o simplemente “computadoras usadas”, “aparatos para reciclaje”, o cosas así.

Cada día llegan al puerto de Hong Kong unos 63 mil contenedores humanamente imposibles de controlar. Se estima que al menos cien de ellos traen basura electrónica de todos esos países que prohíben su exportación. Tan sólo desde Alemania se cree que salen cien de esos contenedores por semana, llenos de RAEE, rumbo a los vertederos de Ghana. La Convención de Basilea funciona así.
En cambio, desde Estados Unidos, donde dicha exportación es permitida –cuando no fomentada–, el 60% de su basura electrónica va a parar a China.

Los realizadores del documental La tragedia electrónica no pudieron entrar en el gran vertedero de Guiyú, en China, y encargaron esas imágenes. Pero sí estuvieron en Ghana, de donde volvieron con problemas en la piel y los pulmones debido al humo de los materiales que se queman sin parar. “Imaginamos lo que debe ser vivir allí y respirar ese aire todos los días”, decía Joan Ubeda, su productor ejecutivo. Una auténtica tragedia electrónica. ¿El precio del futuro?

Nada se pierde, todo se transforma. Por extraño que suene a esta altura del informe, hay países que sufren la escasez de basura. Los sorprendentes suecos, por ejemplo, hoy se ven obligados a importar basura porque la que producen ya no les alcanza.

Líder mundial en la producción de energía a partir de residuos, Suecia sólo arroja a sus vertederos el 4% de la basura sólida que producen sus habitantes. El resto se recicla o se incinera y se convierte así en calefacción y/o electricidad.

Pero víctimas acaso de su propia solución, mientras hoy cada europeo medio produce actualmente unas seis toneladas de basura al año, cada sueco no consigue más de media tonelada en el mismo período. Total: en 2013 Suecia tuvo que importar unas 800 mil toneladas de basura del resto del continente.

Así, no sólo Suecia alcanzó ya el modelo Basura Cero: Alemania, Austria y Suiza también. Lo hacen a partir de la recolección selectiva de materia orgánica para su posterior aprovechamiento, pero también reforzando los controles sobre los fabricantes en la gestión de residuos desde la producción hasta después del consumo.

El modelo Basura Cero nació a principios de los años ‘80, cuando algunos expertos se plantearon la utopía del reciclaje total. Ya para 1990, activistas filipinos usaban el concepto bajo el nombre Basura Cero. Y en 1995, en Australia, la ciudad de Camberra lanzó la campaña “Ningún desecho en 2010”. Pronto, San Francisco, en California, adoptó el programa, y en menos de diez años redujo su producción de residuos en un 50%.

Desde entonces, Basura Cero se convirtió en el objetivo de muchos gobiernos, como el de Nueva Zelanda, Dinamarca, Seattle, Edmonton, Alberta, Ottawa, Ontario y siguen los nombres.

La idea central del proyecto es darle una nueva dinámica a la industria, pasar de un sistema unidireccional a uno circular, reduciendo así los desechos ya desde la extracción de materias primas. Sus impulsores sostienen que no se trata de “gestionar residuos, sino de eliminarlos”.

Así las cosas, Basura Cero es un modelo, un proyecto, una filosofía, acaso una utopía, pero también, y sobre todo, una necesidad. Y urgente. De lo contrario alguna pared le tendrá que recordar a nuestros nietos que debajo de la mugre sigue el mundo.

La aristocracia de la basura

La nota central no hace referencia a la aristocracia de los residuos: la basura nuclear. Mucho menos cotidiana, pero interminablemente más letal, la problemática de esos desperdicios fue tratada en la edición de Miradas al Sur del 10 de agosto bajo el título “El futuro y la nada”.

Contrariamente a lo que sucede con la basura electrónica o los residuos sólidos urbanos, la basura nuclear no encuentra solución por mucho que la busquen científicos y Estados. Reciclarla es imposible, enterrarla no resuelve, y todos los océanos ya fueron envenenados para nada.

Residuos cuyos efectos radiactivos podrían sobrevivir cientos de milenios, y gobiernos y proyectos que una y otra vez fracasan en sus intentos por resolver un problema del pasado, avanzando entre los adelantos irrebatibles de la era nuclear y la serie de accidentes, horrores y desastres que bordaron su historia.

Es la basura de las basuras, porque sin solución, todas las otras soluciones, antes o después, no servirán para nada.

La basura en los tiempos del Ébola

El viejo sueño original de resolver todo esto con vertederos al aire libre y mucho fuego desarrolló una cultura de la muerte, cuyos terribles cultivos iban a florecer un día. Y ese día llegó.

Es sabido: la acumulación de basura al aire libre es la técnica más recomendable para la proliferación de plagas y enfermedades gastrointestinales y respiratorias. También es muy efectiva para la cría de amplias gamas de insectos, incluyendo los mosquitos transmisores del dengue y sus variantes hemorrágicas.

El viento, luego, se ocupará de esparcir por los aires el gas metano de su podredumbre, más hongos y bacterias, algunas incluso mortales.

El resto va para abajo, se lo chupa la tierra: el lixividiado, por ejemplo, el jugo de la basura, un líquido altamente tóxico que gota a gota alcanzará el agua que terminaremos bebiendo. Pese a todo, las ratas se reproducirán con salud.

Conceptualmente, como recurso para el tratamiento de residuos, podría decirse que los vertederos al aire libre ya son cosa del pasado, locuras de juventud. Pero la realidad de su presencia los hace presentes todavía.

Saturados, vivos de toda muerte, en tiempos del Ébola, más que una inmensa porquería, resultan un monumento perfecto a la negligencia universal.

El misterio del MH370

El mentado misterio de la desaparición del vuelo MH 370 de Malasya Airlines, precipitado al océano Índico el último 8 de marzo, estaría resuelto: la basura es la respuesta.

En la edición de Miradas al Sur del 8 de junio, bajo el título “Basuralandia”, se informó acerca de los nuevos continentes que flotan sobre los tres grandes océanos. Inmensas masas compuestas íntegramente del plástico y la basura que todos los días, a una velocidad de 200 kilos por minuto, se arrojan al mar desde las costas humanas. Una vez al agua, el resto del trabajo lo hacen los vórtices oceánicos, que en su girar imparable, los concentran, los licuan y los funden. Hasta ahora se conocen sólo cinco de esos grandes vórtices, y cada uno tiene ya su nuevo continente de plástico y espanto.

El primero en descubrirse fue el del Pacífico Norte, en 1997, conocido desde entonces como el Séptimo Continente. Pero acaso el mayor, el más inconmensurable de todos, hoy, sea el del océano Índico, recién descubierto a partir justamente del desastre del MH370 de Malasya Airlines.

Uno de los pilotos que participó de las búsquedas lo dijo claramente y nadie quiso oírlo: “Hemos visto islas de plástico del tamaño de Brasil flotando a la deriva”. Otro fue más preciso: “Todo el Índico está cubierto por un manto de basura”. Y sin distinguir un resto del otro, todos se volvieron sin nada.

Más que buscar un árbol en un bosque, buscaban una hoja caída en el suelo de ese bosque. Ahí, quizás, el mentado misterio del MH370.

14/09/14 Miradas al Sur


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario