lunes, 1 de septiembre de 2014

La decadencia opositora Por Jorge Giles

Si debemos elegir una imagen para mostrar con elocuencia la impotencia que generan los fracasos en algunas minorías, allí está el flamante vagón del Ferrocarril Sarmiento, vandalizado, saqueado, ensuciado, ultrajado.

Es uno de los vagones recién comprados y ya estrenados por decenas de miles de trabajadores que van y que vienen a diario en un país que hace rato empezó la recuperación de la dignidad del trabajo y la justicia social.

El fracaso estrepitoso del paro de este jueves es el rostro más patético de la decadencia opositora.

Ávidos por torcer el rumbo del proyecto de país que nos gobierna, los verdaderos titulares del poder económico concentrado acudieron nuevamente a los sindicatos “amigos” para intentar reeditar imágenes de un país y un gobierno vencidos por la crisis.

Y no pudieron.

Un paro efectivo es aquel que conmueve en algún punto, los cimientos sociales de la moral pública, más allá y más acá del porcentaje de acatamiento; que desestabiliza el orden del Estado, lo zarandea, lo provoca, lo conmueve, lo hace trastabillar ante los ojos de todos.

Y nada de eso ocurrió.

En consecuencia, el paro fue un fracaso no sólo por su escaso volumen de adhesión, sino porque no pudo mover el amperímetro de las relaciones de fuerza entre el polo representado por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el de sus más acérrimos enemigos, que son los fondos buitre y ese poder financiero global que, cual piromaníaco serial, sigue incendiando las praderas del mundo.

En esa contradicción sigue afincada la puja principal de estos tiempos. De tal manera que las fuerzas políticas, empresariales y mediáticas que detentan aquí el poder de los buitres de afuera, usaron al sindicalismo opositor en beneficio de sus propios intereses.

Vamos mejorando: antes usaban los cuarteles.

Situar el análisis del paro en el marco de la razonabilidad y la legitimidad de los intereses de la clase trabajadora es no entender la complejidad de las fuerzas dispares que confrontan en esta coyuntura nacional e internacional.

No vayamos por ahí porque le estaríamos errando el vizcachazo.

Tampoco se trata de la chicana fácil contra una burocracia sindical que, de tan anacrónica, se ha quedado sin tono muscular siquiera para sostener un pliego de reclamos laborales.

La decisión de parar el país no está en las terminales de los sindicatos involucrados, sino en las guaridas financieras del poder real. Son ellos los que fracasaron. Los dirigentes sindicales de la oposición, como sus pares partidarios, hace rato que se vaciaron de alma y de sentido. No tienen propuestas porque no tienen un proyecto de país propio. No brindan alternativas y mucho menos alternativas superadoras al actual proceso político, porque no tienen voluntad de pensar por sí mismos. Actúan por reflejo lector. Ni siquiera hace falta que los llame Magnetto o Paul Singer para bajarles línea. Con sólo leer los titulares de Clarín o La Nación arman su hoja de ruta para el próximo día.

Como desarrolló magistralmente el ministro Axel Kicillof en el Consejo de las Américas ese mismo jueves, la Argentina debate su destino de libre o colonizado en un mundo en crisis permanente desde el 2008.

Hace mucho frío afuera. Llueve y graniza. Soplan vientos huracanados de un confín al otro con la velocidad de un rayo. La desesperanza y el pesimismo están de moda en la vieja Europa. No hay salidas. No hay vías de escapes. Sólo hay resignación para seguir alimentando la crisis con más crisis.

Si esto sigue así, habrá que pensar seriamente en mudarnos de planeta.

Sólo queremos subrayar que a diferencia de otras épocas doradas, nuestro país no puede ni debe hacerse los rulos pensando que con su sola voluntad será suficiente para torcer los términos de intercambio con el mundo. Hay que mirar y cuidar más que nunca lo que tenemos adentro de nuestras fronteras, no para aislarnos de nada ni de nadie, sino para fortalecernos en el capital acumulado por el pueblo y el Estado en estos últimos años.

Miremos sobre un planisferio la ubicación de Argentina para ubicarnos mejor en el análisis de perspectiva que estamos proponiendo “para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero”.

Al norte final del continente y a la derecha de la pantalla, la antigüedad del Atlántico que nos compraba, que nos esquilmaba, que nos invadía, que nos colonizaba, que nos vendía baratijas por unas monedas.

Más abajo y a la izquierda del mapa, el nuevo mundo de la América latina y el Pacífico que nos espera para las próximas centurias junto a China, Rusia, India y los países emergentes.

El temblor actual se explica justamente por el corrimiento de los océanos en la nueva distribución del poder mundial.

La Argentina ya eligió su destino y su lugar es ese mundo que llega.

La oposición, decíamos, es tan patética que, al no comprender estos cambios profundos en el devenir histórico, descarrila de la historia y en su decadencia hace descarrilar a todos sus vagones.

Allá ellos. Pero que no se metan con nuestros vagones recién comprados para bienestar del pueblo.

Atrás de todo esto asoma otro fracaso aún mayor para el poder colonial: el de los fondos buitre y el juez Griesa ante el orgullo nacional de la Argentina.

El gobierno de Cristina logró parar la ofensiva de esos fondos que venían invictos de otras partes del mundo. Y éste no es un dato menor.

¿Somos conscientes de que el gobierno de los argentinos se enfrenta al más malo del barrio y de la aldea global?

¿Somos conscientes de que venimos de enfrentar al ALCA y a la ominosa deuda externa manejada por los organismos financieros internacionales tan poderosos como el FMI y plantar bandera frente al acoso de un default prefabricado como el que sufrimos en el 2001?

Lejos de dormirnos en los laureles habrá que armarse de convicción y optimismo porque la patria, cuando amanece, nos precisa alegres y esperanzados.

Habrá que recordar también, para ajustar las flojeras y evitar la desmemoria, que el kirchnerismo es hijo del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Y que a ese país ya no queremos volver nunca más.

Infonew

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