sábado, 13 de septiembre de 2014

Gaza. Postales de (otra) masacre impune

srael y la lógica colonial

Por Claudia Cinatti
Revista Ideas de Izquierda, número 12

A principios de julio Israel lanzó la operación “Margen Protector”, la cuarta ofensiva militar en la Franja de Gaza desde que se retirara de manera unilateral en 20051, conservando el control del perímetro externo, el espacio aéreo y costero, además de la economía y los recursos, lo que le permitió fácilmente establecer el bloqueo por aire, mar y tierra que mantiene desde 2007.

Las imágenes de muerte y destrucción circulan a la velocidad de la red. Multitudes de hombres y mujeres palestinos llorando de dolor y bronca entierran a sus familiares, entre ellos niños con sus cuerpos destrozados rescatados de los escombros, aprovechando las escasas horas de alguna incierta “tregua humanitaria” que conceden los agresores. Un gran cráter del que asoman hierros retorcidos, todavía humeantes, da la pauta que había allí, unos segundos atrás, un edificio, que pudo ser un hospital, una escuela de las Naciones Unidas de las que sirve de refugio a algunos de los casi 200.000 palestinos desplazados, o una vivienda colectiva donde malviven familias enteras en uno de los rincones del planeta con mayor densidad poblacional.

A pesar de las evidencias, la ONU, en representación de la “comunidad internacional” sigue dudando de que Israel haya cometido algún crimen de guerra en su invasión a Gaza, pero tiene una certeza: que el problema es la violencia de Hamas, como expresión de la resistencia palestina, y exige, junto con los jefes de las potencias imperialistas, el “desarme de Gaza”.

Estados Unidos se mantiene firme junto a Israel, enarbolando el “derecho a la autodefensa” de su aliado estratégico, al igual que la Unión Europea. La hipocresía es indignante: por mucho menos, estas potencias castigarían con sanciones económicas o, incluso, estarían amenazando con bombardear, si el agresor en cuestión se tratara de algún enemigo (¿Rusia y el conflicto de Ucrania?).

Las grandes corporaciones mediáticas no dejan de repetir que se trata de una “guerra” desencadenada por la amenaza que representaría Hamas para la seguridad de los israelíes. Esperan que, de tanto insistir, puedan transformar a Goliat en David, es decir, que el Estado de Israel, que cuenta con el armamento que generosamente le proveen Estados Unidos y la UE y mantiene bajo su control militar los territorios usurpados a los palestinos, aparezca como una víctima del “terrorismo”, que se ve obligada a asesinar niños y a bombardear mercados atestados de gente en su propia defensa.

Pero no lo consiguen. El desprestigio internacional del Estado de Israel se agiganta con cada bomba y cada niño palestino muerto. Decenas, quizás centenares de miles de voces en todo el mundo, entre ellos organizaciones, intelectuales y personalidades de origen judío2, dicen que esto no es una guerra, sino una más en la larga lista de acciones de castigo colectivo –como los bombardeos, el sitio que ahoga a la franja de Gaza desde 2007, los puestos de control, las demoliciones de viviendas, las ejecuciones sumarias–. En verdad quienes gobiernan Israel no han descubierto nada nuevo. Este es un método clásico de terrorismo de Estado, que aplicaron todos los ocupantes que mantienen a otros pueblos sometidos a una situación colonial, como hacía Francia en Argelia, o los blancos en Sudáfrica.

Quienes se defienden y resisten legítimamente son los ocupados, el pueblo palestino, que con armamento muy inferior en Gaza –y más a menudo con piedras y hondas en Cisjordania–, enfrentan a los ocupantes3. Eso explica la enorme disparidad en las bajas de uno y otro lado.

Con una gran precisión, Ilan Pappé, el historiador israelí exiliado en Londres, llama “genocidio gradual”4 (o progresivo, según la traducción que se prefiera) a la política del estado sionista hacia Gaza. Es decir, una suerte de “exterminio en cuotas” que se viene ejecutando desde hace décadas.

Primavera y restauración

La operación “Margen Protector” solo se puede comprender como parte de un contexto regional que ha tomado un curso reaccionario. Si hace dos o tres años atrás era la lucha de masas lo que le daba el tono a la situación, hoy son las fuerzas de la reacción –Estados Unidos, Arabia Saudita, el régimen egipcio, el estado de Israel– las que llevan la voz cantante. La entrada del régimen iraní en una política de diálogo con Estados Unidos se agrega al cuadro general.

Siguiendo la analogía con la “primavera de los pueblos” de 1848, que le dio el nombre a estos procesos del mundo árabe, podemos decir que se ha abierto un período de “restauración” de los viejos regímenes. La esperanza de la “primavera árabe”, esa movilización popular imponente que estalló en el norte de África a fines de 2010 y que arrasó con varias dictaduras proimperialistas y proisraelíes, se ha desvanecido, ya sea por la represión o por la degeneración de los procesos en guerras civiles reaccionarias basadas en líneas étnicas y religiosas, auspiciadas por potencias imperialistas y regionales.

Sin pretender hacer un balance acabado, es suficiente con señalar que la intervención de la OTAN en Libia, la guerra civil en Siria, el golpe de Estado en Egipto en junio de 2013, se han ido enlazando en una cadena de acontecimientos que terminaron cerrando la primera etapa de este proceso revolucionario con una derrota.

La primavera árabe ha confirmado una vez más que no hay posibilidades de una revolución democrática, antidictatorial y policlasista triunfante, como plantearon algunas corrientes de izquierda5, sino que la resolución de las demandas democráticas, entre las que se cuentan no solo libertades formales, sino la autodeterminación nacional, está íntimamente ligada a la lucha por el poder obrero, contra la burguesía y su estado y contra el imperialismo. O la clase obrera y sus aliados avanzan en esa lucha o, inevitablemente, triunfarán las fuerzas de la contrarrevolución.

El ejemplo más dramático de esta dinámica es Egipto, donde el gobierno de la Hermandad Musulmana encabezado por Morsi, fue cuestionado “por izquierda” por la movilización popular y derrocado por derecha por un golpe de Estado en junio de 2013, que contó con el apoyo inmediato de Estados Unidos y Arabia Saudita. Este acontecimiento abrió la puerta a una política de contrarrevolución abierta para restaurar el “Ancien Régime” de Mubarak y los militares que culminó con la instalación en el poder de Al-Sisi.

Esto no quiere decir que por debajo de la superficie no sigan burbujeando las contradicciones que llevaron al estallido de la primavera árabe y que hacen que la región aun sea una olla a presión. La persistencia de la resistencia palestina es una muestra de esto. Pero el futuro dirá si las fuerzas de los trabajadores, el movimiento estudiantil, los jóvenes de los sectores populares, se han agotado o, por el contrario, podrán superar esta derrota.

En lo inmediato, esta situación tiene profundas consecuencias para el pueblo palestino, que sufre y resiste este brutal ataque militar israelí ante la mirada indiferente de los gobiernos árabes, e incluso de Irán, que tratan de evitar que la sola posibilidad de una “tercera intifada” encienda nuevamente la mecha de la movilización popular.

Los dilemas del Estado sionista

Liquidado el proceso de Oslo, queda claro que la estrategia del sionismo en todas sus variantes político-partidarias nunca fue aceptar la famosa solución de “dos Estados”, más allá de haber aceptado discursivamente esta fórmula por un período excepcional, sino avanzar de manera pragmática pero sostenida en el mismo objetivo que se mantiene intacto desde la fundación del Estado sionista: ocupar la mayor parte del territorio de la Palestina histórica con la menor cantidad posible de población árabe, garantizando de este modo el “carácter judío” del Estado, lo que lleva implícito el sello de la limpieza étnica6.

Si en los territorios palestinos la consecución de este objetivo conduce lógicamente a expulsión de la población local (o su “transferencia” a Jordania y otros países de la región), al interior del estado de Israel lleva a tratar como ciudadanos de segunda a la minoría árabe7, que compone aproximadamente el 20 % de la población, y a negar rotundamente el derecho al retorno de los refugiados palestinos, condenados a vivir en la diáspora en campamentos en Jordania, Siria o Líbano.

Esta política ha llevado a configurar una situación similar al Apartheid sudafricano en los territorios palestinos, haciendo inviable cualquier posibilidad de algo que se asemeje a un Estado. Desde 2007 la estrategia israelí para lidiar con el problema palestino fue la división no solo territorial sino también política entre Gaza, gobernada por Hamas y considerada una “entidad enemiga”, y Cisjordania controlada por la Autoridad Nacional Palestina que bajo la dirección de M. Abbas ha dado un salto en su colaboracionismo con el Estado sionista y Estados Unidos, cumpliendo el rol de policía interno de la resistencia palestina.

Esquemáticamente la política de Israel es de ahogo y hostigamiento militar en Gaza, mientras que en Cisjordania permite que florezcan los negocios de una burguesía ligada a la ANP8, mientras se extiende la construcción de colonias y se avanza hacia la anexión completa de Jerusalén.

La debilidad de Hamas, producto de su aislamiento internacional9 y el bloqueo de Gaza y la enorme impopularidad de Abbas y la ANP, empujaron a las dos fracciones a conformar una suerte de gobierno de reconciliación, que si bien en los hechos nunca se concretó, fue suficiente para acelerar el ataque de Israel. Indudablemente, esto responde a un importante giro a la derecha tanto de la superestructura política como de la sociedad, donde los sectores críticos honestamente pacifistas han quedado reducidos a una minoría.

El Partido Laborista, identificado en el imaginario popular con una política de mayor negociación por haber firmado los Acuerdos de Oslo, aunque es tan guerrerista como sus socios-rivales de la derecha, se ha vuelto prácticamente insignificante. El actual primer ministro Benjamin Netanyahu, del ala derecha del partido Likud (lo que ya es mucho decir) ahora es considerado un “moderado” porque su política no es “resolver” el conflicto, sino mantenerlo bajo control e ir desgastando la resistencia palestina. El ala derecha (y mayoritaria) de su coalición de gobierno, en la que milita el colono A. Lieberman y sectores de la derecha religiosa, junto con el presidente del Estado, plantean abiertamente una suerte de “solución final” del conflicto. Mientras que la primera línea tiende a perpetuar las acciones militares que dañan y asesinan pero no pueden destruir a los enemigos del estado israelí, la segunda es impracticable sin desatar una convulsión regional de alcance mundial.

Los ataques militares recurrentes a la Franja de Gaza son el emergente de este dilema profundo que es inmanente a toda situación colonial. Esto hace que, como señalan varios analistas, Israel gane las batallas tácticas –debilitar la capacidad operativa de Hamas y destruir lo más posible su infraestructura–, pero esté derrotado en el plano estratégico, mientras que la victoria de Hamas, tomado como significante de la resistencia, está dada por el hecho de sobrevivir10.

El debate estratégico

En el año 2003, el historiador británico T. Judt, de tradición liberal e identificado durante muchos años con el estado de Israel y el sionismo, provocaba un cimbronazo al reconocer públicamente que “la idea de un ‘estado judío’ –un estado en el cual los judíos y la religión judía tuviera privilegios de los cuales estaban excluidos para siempre los ciudadanos no judíos– está arraigada en otro tiempo y lugar. En síntesis, Israel es un anacronismo”11. Y más adelante, planteaba que “la verdadera alternativa que enfrenta el Medio Oriente en los próximos años será entre un Gran Israel producto de la limpieza étnica y un estado único, integrado y binacional de árabes y judíos, israelíes y palestinos”12. Judt iba más allá al denunciar la manipulación de la memoria del Holocausto que hacían Israel y Estados Unidos para evitar toda crítica13, aunque consideraba que el liderazgo norteamericano era indispensable para alcanzar esta solución.

Salvando las distancias, y su confianza en el rol de Estados Unidos, Judt llegaba en cierto sentido a la misma conclusión a la que habían arribado figuras de la izquierda nacionalista árabe, como Edward Said14, tras el fracaso de los Acuerdos de Oslo.

En los últimos años, la deslegitimación del Estado de Israel y la exposición obscena de sus objetivos racistas han incrementado la polarización entre aquellos que adhieren a alguna de estas dos alternativas. Esto se expresa en un importante giro a la derecha de la sociedad israelí pero también en la proliferación de organizaciones, personalidades, intelectuales y activistas de origen judío que denuncian el carácter racista y colonial del Estado de Israel, y levantan como una solución al conflicto el establecimiento de un estado “binacional y democrático” que surgiría de desmontar el andamiaje legal del estado de Israel sostenido por leyes de Apartheid15.

Es imposible no coincidir con quienes han llegado por otras vías a una conclusión fundamental: que la existencia del Estado de Israel es absolutamente incompatible con el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino. Y que las tendencias fascistizantes que surgen en Israel son inherentes a su proyecto colonial, por lo que la alternativa a una nueva limpieza étnica y a la guerra permanente es desmantelar ese aparato estatal racista y colonialista y reemplazarlo por un estado palestino único, no racista, que respete los derechos nacionales de árabes y judíos. Pero ese resultado solo podrá obtenerse como subproducto de una lucha revolucionaria contra las clases dominantes locales y las potencias imperialistas a quienes sirven. No casualmente, fue el estado soviético revolucionario el único que concedió amplios derechos nacionales y culturales a los judíos y musulmanes16. En contraste con la barbarie capitalista que ejecutó el Holocausto y recrea permanentemente el racismo, en los primeros años de la Unión Soviética, como reseña E. Traverso, “el antisemitismo ya no era combatido como un problema específicamente judío sino como un problema más general, como un problema de Estado, ligado a la sobrevivencia misma de la revolución”17. Nuestra apuesta estratégica, entonces, es por una Palestina obrera y socialista, porque solo un estado que tenga como objetivo la liberación de toda explotación y opresión puede garantizar la convivencia pacífica y democrática entre árabes y judíos.



1. En agosto de 2005, durante el gobierno de Ariel Sharon, se puso en marcha el llamado “plan de desenganche” que consistía en el retiro de las bases militares israelíes y el desalojo de 21 asentamientos de colonos en Gaza y otros 4 pequeños en Cisjordania. Con esta medida Israel daba por concluida la ocupación que ya llevaba 38 años. Pero bajo la forma de una concesión, el contenido era “congelar el proceso de paz”, “evitar el establecimiento de un estado palestino” y legalizar las colonias existentes. (A. Shavit, “Gaza plan aims to freeze the peace process”, Haaretz, 6-10-2004).

2. Entre estas iniciativas se encuentran: el pronunciamiento de 100 Premios Nobel por el embargo de armas a Israel; la posición pública del músico Roger Waters, la campaña palestina-israelí Boicot, Sanciones, Desinversión (BDS por su sigla en inglés), el pronunciamiento de Independent Jewish Voices, para nombrar algunos.

3. Con respecto a Hamas, defendemos su resistencia frente al ataque israelí sin darle el más mínimo apoyo político a su estrategia reaccionaria de establecer un estado teocrático y opresor que deja intactas las relaciones de clase.

4. I. Pappé, Israel’s incremental genocide in the Gaza ghetto, The Electronic Intifada, 13-07-2014.

5. Una de las posiciones más escandalosas de la izquierda es la que sostuvo la LIT (Liga Internacional de los Trabajadores) y su sección brasileña, el PSTU. Esta corriente llegó al extremo de considerar justificada la represión de los militares golpistas contra la Hermandad Musulmana, en nombre de una supuesta “revolución democrática”.

6. Ilan Pappé expone de manera inapelable que este era el plan original de los fundadores del estado de Israel, conocido como Plan Dalet o Plan D. Ver La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Crítica, 2011. En el mismo sentido, en 1948 A. Eisntein, H. Arendt y otros intelectuales de origen judío que adherían a la empresa sionista, denunciaban en una carta pública aparecida en New York Times que Menachem Begin y el partido Herut (Libertad) antecesor del Likud tenía métodos y una filosofía política similares a los del partido nazi y ponían como ejemplo el ataque a la aldea árabe Deir Yassin. New York Times, 4-12-1948.

7. Según el Centro Legal por los Derechos de la Minoría Árabe en Israel (Adalah), actualmente hay “más de 50 leyes discriminatorios contra los ciudadanos palestinos de Israel en todas las áreas de la vida, incluyendo sus derechos a la participación política, el acceso a la tierra, la educación, los recursos del presupuesto estatal y los procedimientos penales”. Por ejemplo, la ley de partidos políticos prohíbe aquellos que “niegan la existencia del estado de Israel como estado judío y democrático” o que “directa o indirectamente apoyen la lucha de un enemigo del estado o de una organización terrorista contra el estado de Israel”, www.adalah.org/eng.

8. T. Dana, “The Palestinian Capitalists That Have Gone Too Far”, Al-Shabaka, 14-04-2014. En esta interesante nota, el autor demuestra que además de la relación histórica entre la burguesía palestina y al OLP, se ha desarrollado un sector de “nuevos ricos” ligados a los dividendos de la colaboración con Israel y con Estados Unidos, favorecidos además por la política neoliberal de la Autoridad Palestina.

9. El levantamiento contra Al Assad rompió la alianza de Hamas con Siria, Irán y Hezbollah, ya que Hamas se ubicó en el campo opositor, junto con la Hermandad Musulmana. La caída del gobierno de Morsi en Egipto profundizó aún más el aislamiento de Hamas. Por razones geopolíticas propias, Qatar y Turquía actúan en cierto sentido como representantes de Hamas en las mesas de negociación pero se trata de regímenes profundamente pronorteamericanos, que en el caso de Turquía mantienen relaciones diplomáticas con Israel.

10. Ver por ejemplo, A. Roth, “How Hamas Won. Israel’s Tactical Success And Strategic Failure”, Foreign Affairs, 20-07-2014.

11. T. Judt, “Israel: The Alternative”, The New York Review of Books, vol. 50, Nro. 16, octubre de 2003.

12. Ídem.

13. Esta identificación de la crítica al estado de Israel con el antisemitismo todavía sigue siendo uno de los principales argumentos que esgrime el sionismo para evitar ser cuestionado. En nuestro país, el empresario mediático K Sergio Spolzski atacó en estos términos al periodista Pedro Brieger por haber denunciado el ataque israelí.

14. “El problema es que la autodeterminación palestina en un estado separado resulta impracticable, como lo es el principio de separación entre una población árabe y judía demográficamente mezcladas e irreversiblemente conectadas tanto en Israel como en los territorios ocupados. La cuestión, creo, no es cómo idear medios para seguir tratando de separarlas, sino ver si es posible que ambas convivan de una forma justa y pacífica.” E. Said, Crónicas palestinas. Árabes e israelíes ante un nuevo milenio. Barcelona, Grijalbo Mondadori, 2001, p. 211.

15. Ver por ejemplo el programa de One State Iniciative.

16. Ver por ejemplo el llamado del gobierno soviético del 24 de noviembre de 1917 “A todos los obreros musulmanes de Rusia y el Este”, citado por E.H. Carr. Historia de la Rusia Soviética. La revolución bolchevique (1917-1923) 1. Madrid, Alianza Editorial, 1973, p. 336.

17. E. Traverso, Los marxistas y la cuestión judía, Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996, p. 248.

Fuente: http://ideasdeizquierda.org/gaza-postales-de-otra-masacre-impune/#more-2118


 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario