Diego Shurman
Luis Barrionuevo apareció por un costado.
–Vos sos el botón, ¿no? –me apuró poniéndose a pocos centímetros.
–Te gusta hablar de más, como a todos los periodistas –siguió con el apriete.
Quedamos cara a cara, con ánimo beligerante, como los retadores de boxeo cuando promocionan su combate.
Por el edificio de Azopardo e Independencia desfilaban sindicalistas y acreditados. Ese pasillo era una suerte de zona mixta en la previa de la reunión del Consejo Directivo de la CGT.
No fue un recibimiento elegante pero tampoco daba para transformar ese ámbito en el Luna Park. Todo quedó en un amague de pelea, él libre de manos, yo ocupándolas con una birome y un anotador.
Al líder gastronómico le molestó un artículo que revelaba su nueva adquisición: un coqueto chalet de ladrillos frente al hoyo 18 de Golfer's, por entonces un exclusivo country de Pilar.
En el crepúsculo de los '90, que hayan trascendido detalles de aquella inversión inmobiliaria, y la cuota mensual para pertenecer a un círculo de elite, le resultó al dirigente algo parecido a una patada en el hígado.
Una cosa era patentar el ya famoso "nadie hace plata trabajando" para referirse a los demás, y otra muy distinta quedar atrapado en la sospecha de haberse referido a él mismo cada vez que pronunciaba la frase.
Tenía algún que otro juicio ganado al periodismo por cierta novela creada alrededor de su crecimiento patrimonial, pero su irascibilidad, en este caso, era la del dirigente descubierto en falta, o al menos, en una severa contradicción.
El contraste entre el magro sueldo de los mozos y su oneroso estándar de vida, que incluía horas dedicadas a mejorar el hándicap en el campo de golf, no ayudaban a la idea de un sindicalista abnegado.
Su carrera no tiene páginas de gloria y honor. Las crónicas reflejan que tomó por asalto el gremio en 1975, luego de un camino errático y escenas de pugilato. Nada extraño para quien ejerció de custodia de Casildo Herrera, aquel mítico líder de los textiles.
Que un "culata" asumiera el mando de los gastronómicos resultaba menos extravagante a que lo hiciera alguien que nunca sirvió un plato de comida en un restaurante. Barrionuevo reunía las dos condiciones. Lo suyo era el poder por el dinero, y también por el poder mismo.
Le tendió la mano a Carlos Menem, de quien se declaró "recontraalcahuete" y tuvo su premio: el entonces presidente lo puso al frente de INOS, que manejaba la suculenta caja de las obras sociales.
Venía de tender puentes entre el sindicalismo y Raúl Alfonsín, a través de Enrique Nosiglia. Con el Coti lo unía la ambición y los negocios, sobre todo en el sector de la salud. Ambos fueron protagonistas estelares del Pacto de Olivos, que habilitó la re-reelección de Menem.
Dos estilos diferentes que se consolidaron en otras empresas, como el fútbol. El ex ministro radical ovillando y desovillando en Boca desde las sombras, y Barrionuevo asumiendo la presidencia de Chacarita al ritmo de las bombas de estruendo de la barrabrava.
En política tampoco pasó desapercibido. "Hay que dejar de robar por dos años", intentó describir una realidad ajena, aunque ya se había autoinculpado. "Lo que te puedo decir es que el dirigente accede a otros ingresos. Uno le encarga un trabajo a un abogado del gremio, por ejemplo, y él le deja un porcentaje de sus honorarios. Es lícito: él deja un porcentaje que vos lo tomás para tus gastos, es una comisión para gastos. Vos lo tomás como caja, una caja que además te permite no entrar en el curro de las sobrefacturaciones", zigzagueó en un reportaje a la revista Gente.
Luisito es explícito. Supuestamente integra un movimiento que hace honor a la cultura del trabajo pero ama, con devoción y a viva voz, la timba y el juego. Siempre cerca de un stud, con caballos pura sangre, o del casino Sasso, que opera en el hotel marplatense de los gastronómicos.
Por lo visto, también le gusta jugar con las instituciones. Lo hizo en Catamarca, cuando quemó varias urnas enojado por haber sido inhabilitado para la competencia electoral de 2003. ¿Lo habrá aprendido del piromaníaco Herminio Iglesias, de quien fue compañero de la lista del PJ en los '80?
Acaso de su vínculos con la dictadura haya madurado otra de las frases que coronan su carrera. Aquella que dice que "a los que robaron el país habría que meterles la picana para que canten todo".
Su falta de apego a la democracia lo llevó a pronosticar en los últimos días un estallido para diciembre, lo que provocó la lógica reacción del gobierno, además de una citación judicial para que diga si sabe quiénes están organizando los desmanes.
Barrionuevo hizo cintura y se recostó en una afirmación de Cristina Kirchner. "Yo dije lo que dijo la presidenta. Ella habló de que si la inflación llegaba a 25%, volábamos por los aires, entonces yo dije que estamos llegando al 40 por ciento. Entonces ¿qué va a pasar?", se probó el traje de desentendido.
De todos modos, no es la primera vez que busca poner en jaque al gobierno. Ya había insinuado la posibilidad de una salida anticipada de Cristina. "No creo que termine su mandato", aseveró en 2010 durante un acto bonaerense.
Un año después corrigió su predicción. Ya no hablaba de una caída del kirchnerismo pero sí de un fracaso electoral. "No va a llegar al 35% de los votos", aventuró. Pero otra vez le pifió: la presidenta fue reelecta con el 54 por ciento.
Siempre se queja de los periodistas. Los acusa de hablar de más, pese a que eso es precisamente lo que él hace. En psicología se llama proyección, un mecanismo por el cual se deposita en los demás la propia realidad.
Nada justifica sus bravuconadas contra la prensa por el solo hecho de informar, aunque en algo tiene razón: somos botones, pero botones antipánico, últimamente imprescindibles frente a las amenazas, incluso, como en este caso, frente a los que ponen en riesgo la estabilidad de la democracia.
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