lunes, 8 de septiembre de 2014

Descontrolados Por Raquel Roberti

Las historias de Relatos salvajes sugieren que “todos podemos perder el control”. Por qué podría ser verdad y por qué algunos estallidos son más tolerados socialmente que otros.

Es el tema del momento. En la calle, en el bar, en los hogares, en todos lados se habla de las historias que recrea Relatos salvajes, la película de Damián Szifrón que bate récords de taquilla con la ayuda del boca a boca y de una inteligente campaña de marketing. No es la primera vez que el séptimo arte revoluciona la sociedad de esa manera, pero lo llamativo en este caso es la identificación plena y empática de los espectadores con los personajes. Quien más, quien menos, vivió alguna de las situaciones que refleja el film, desde descubrir que la grúa se llevó el auto hasta fantasear con liquidar al marido infiel y su parentela. Y esa identificación tanto con víctimas como con victimarios plantea varios interrogantes, el más importante y que sugiere Relatos… ¿todos podemos perder el control?

“En algún punto todos podemos perder el control, vernos superados por una situación determinada; pero el tipo de respuesta es variable, puede ser una pelea, un episodio de pánico o derivar en una enfermedad de tipo coronaria o úlcera”, señala a revista Veintitrés el médico psiquiatra Juan Manuel Bulacio, presidente de la Fundación Investigación de Ciencias Cognitivas Aplicadas (ICCAp) y ex jefe de la sección de estrés y trastornos de ansiedad del servicio de psiquiatría del Hospital Francés (ahora César Milstein).

¿De qué depende que una persona responda de una manera u otra? Según el especialista, de varios factores, entre ellos la capacidad de controlar los impulsos más primarios, aquellos que la llevarían a reaccionar al estilo Un día de furia; del temperamento, ya que normalmente algunos son más irritables que otros, y de cuán afianzado esté el sistema de valores y creencias.

Para Enrique Carpintero, psiquiatra y director de la revista Topía, todo ser humano tiene “dos tipos de pulsión, la vida y la muerte, que se ponen en juego permanentemente, construyendo su historia y la relación de esa persona en el colectivo social, ligado a una cultura y época histórica. Hoy el elemento determinante es una cultura que produce efectos ligados a la violencia destructiva y autodestructiva; los síntomas característicos son de la negatividad de la violencia: violaciones, suicidios, depresión, bulimia, anorexia, etcétera. Se ve todos los días la violencia hacia el otro, donde el conflicto con un peatón puede terminar en la muerte”. Pero, aclara el médico, “cada persona tiene particularidades, no somos todos violentos. Hay personas de umbral bajo a la frustración y se van a manifestar con violencia. Y hay personas que se contienen, pero al vivir frustración tras frustración pueden llegar a eso de la gotita que rebalsó el vaso, lo cual señala que el vaso estaba lleno”.

Un vaso repleto de tensiones acumuladas que Relatos salvajes recrea a través de seis episodios, en los que perder la paciencia, el control, frente a la desigualdad o la injusticia, parece ser placentero en algún sentido. Impotencia ante los mecanismos burocráticos que someten al ciudadano a la más feroz de las violencias: el desconocimiento de la individualidad, del derecho de uno; exposición a los mecanismos económicos que rigen las relaciones sociales y marcan desigualdades arbitrarias, entre otras situaciones, enmarcan las reacciones de violencia que, en más de un caso, despiertan el aplauso de los espectadores en una especie de catarsis por las cosas que no tienen resueltas. En conjunto, hay pasos de comedia, sorpresa, tensión, escenas de thriller, de western y una idea que sobrevuela el largometraje: un sentido de justicia individual. ¿Es un espejo que refleja la sociedad actual?

Según Bulacio, esas reacciones “se dan típicamente ante una sobrecarga, lo que denominamos estrés crónico. Cuando hay una exigencia que demanda un sobreesfuerzo, genera una respuesta aguda o crónica. Según la predisposición de la persona, puede sobrevenir un evento de pánico, una depresión, un trastorno físico o, lo más grave, una reactividad física”. El especialista explicó que ante un estímulo se activa el organismo para responder, pero cuando esa respuesta no parece alcanzar para resolver el problema, el impulso se vuelca a lo físico: “Se llega a una pelea primitiva cuando el lóbulo frontal deja de censurar o bloquear el acto impulsivo. Que se den esas situaciones es un signo de que vivimos en estrés crónico y aunque no se llegue a un día de furia hay una tendencia a la irritabilidad, a la pelea. Ante la imposibilidad de pelear con el impulso, la persona termina peleándose con el que tiene al lado”.

Hasta aquí las razones por las cuales todos podemos perder el control. Pero, ¿por qué algunos estallidos son tolerados por la sociedad más que otros? El ejemplo justo es el episodio interpretado por Ricardo Darín en Relatos…, a quien la grúa le lleva el auto. En la oficina de la empresa controladora de tránsito, Darín insiste en que la línea amarilla del cordón estaba sin pintar mientras el empleado argumenta que “el acta dice que estaba mal y eso es prueba suficiente”. Darín paga la multa y pregunta: “¿Qué se siente ser un chorro?”. Y así, hasta que estalla y rompe cuanto vidrio se le cruza en el camino.

La historia no está tomada por Szifrón al azar. En la ciudad de Buenos Aires se acarrean 14 mil autos por mes y el costo del acarreo es de 450 pesos. El año pasado se labraron más de un millón de multas por mal estacionamiento y las multas también sobrepasan los 400 pesos.

Imposible no identificarse con la reacción del personaje de Darín que, en las salas, cosecha aplausos. ¿Por qué ese tipo de reacción despierta más empatía que otras? Para Bulacio la respuesta está en “la claridad del estímulo y el sistema de valores, que influyen en la tolerancia o no. Cuando el estímulo es más ambiguo, como el ejemplo de la grúa, se siente injusto, irritante y despierta mayor capacidad de respuesta, da más lugar a la confrontación. En cambio, si el estímulo es claro hay menos lugar para la interpretación y la respuesta”.

Pero, advierte Carpintero, “aquel que explota no se descarga, queda más cargado que antes; cuando termina la explosión se encuentra con una frustración mayor y realimenta un círculo vicioso. Explotar es una reacción ligada al inconsciente, a lo pasional. Spinoza hablaba de pasiones alegres, de amor, solidaridad, etcétera, y de pasiones tristes que llevan a la impotencia, la violencia, la envidia, el odio. Si predominan las tristes, el hombre queda enredado en esa misma impotencia y violencia”.

Para el director de Topía, estos incidentes “son un síntoma de época, pero no en la Argentina sino en el mundo; la negatividad, las adicciones, la depresión son el síntoma paradigmático de la cultura actual”.

–¿Hay alguna salida posible? –le preguntó Veintitrés.

–En términos singulares, hay que ver la historia de cada uno para repensar cuestiones y poder, dentro de este clima, construir espacios individuales, sociales, familiares, de solidaridad y de lucha en cuanto a romper estos lazos no solidarios. La ruptura de los lazos sociales es una característica de nuestra cultura, porque el individualismo implica que el otro no existe. Y la película avanza en personas que intentan resolver por actos individuales en lugar de buscar la solución en relación con los otros. Pero no modifican nada, al contrario, el problema se agranda.

Todo influye en ese equilibrio precario, en ese estrés crónico en el que vive la humanidad, hasta los medios de comunicación. Según Bulacio, intervienen de manera negativa en aquellos que mantienen “una actitud pasiva frente a lo que pasa y su respuesta y valoración depende más de lo exterior que de sí mismos. Los medios influyen en el estrés crónico cuando realzan la capacidad individual de responder”.

Coincide el psicólogo social Alfredo Moffatt, para quien “estamos impregnados de violencia, en la televisión todo es una situación violenta, y nos impregna porque en un momento de crisis, de vacío existencial, de desconcierto, lo que vende es sexo y violencia, las dos cosas más antiguas de la humanidad. La realidad se arma en base a un proyecto de país, de familia, pero ahora ¿con quién y adónde construir? La familia casi no existe, el afuera es todo desconocido y de desconocido a enemigo hay un paso. Vivimos en un clima de violencia. Cuando se habla, no se dialoga sino a golpes. La historia dice que hay un punto donde se destruye casi todo el sistema, vamos hacia una etapa muy peligrosa. Pero siempre en las situaciones de extremo peligro hay uno que dice ‘paremos que nos vamos a la mierda’. Estas situaciones se solucionan con redes vinculares, sentarse a dialogar ya es salir. Yo digo que si tenés un enemigo y querés perderlo, lo mejor es que te sientes a tomar un café con él. Porque, como en la locura, poner la situación fantasmal, temida, confusa, en un relato, es incorporarla a la realidad y quitarle los elementos del miedo”.

Relatos Salvajes puso sobre el tapete la realidad de que "todos podemos perder el control".

Dialogar, dicen los especialistas, tener en cuenta al otro, puede servir para no llegar a la reacción violenta. Indudablemente es un ejercicio de difícil ejecución, sobre todo cuando a veces superar los contestadores automáticos y llegar a un ser humano parece una tarea titánica e imposible. Pero si ejecutando ese postulado se logra una sociedad más amable, más vivible, sin duda vale la pena. 

Marketing feroz

La película de Szifrón tuvo una previa a full: la distribuidora Warnes Bros organizó una enorme campaña publicitaria con afiches en calles y ómnibus, gigantografías de los personajes, un tráiler tan anticipado como repetido y banners, clips y fotos al por mayor en las redes sociales. El operativo tuvo buenos resultados, ya que alimentó la intriga de los espectadores que se volcaron a las salas –228, más de las que tuvo Metegol y El secreto de sus ojos– para saciar su curiosidad.

La campaña comenzó en mayo pasado, casi al mismo tiempo en que Relatos salvajes fue seleccionada para competir por la Palma de Oro en el Festival de Cannes y las noticias no se hicieron esperar: en Francia la ovacionaron de pie. Más alimento para la ansiedad de los locales, que especulaban sobre un producto en el que intervenían el autor de Los simuladores y el director de Todo sobre mi madre pero esta vez en calidad de productor.

Se entiende, entonces, que hasta el sábado 30 de agosto, a diez días del estreno, la hubieran visto casi un millón de espectadores, aunque la cifra no confirma que sea la mejor película de la historia, etiqueta que muchos le colgaron antes de que se estrenara.

Infonews

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