lunes, 15 de septiembre de 2014

DEL 11-S A FRANCISCO

Por Fabián Báez :: @paterfabian

Increíblemente el ataque terrorista del 11S influyó de modo bastante directo en que casi doce años después Jorge Bergoglio fuera elegido Papa. Esta que sigue es esa simple y a la vez asombrosa historia. Simple y asombrosa, como las causas y el azar.
El 20 de septiembre de 2001 comenzaba en Roma un “Sínodo” (del griego “caminar juntos”). Un Sínodo es una reunión de centenares de obispos de todo el mundo convocados por el Vaticano para estudiar algún tema puntual, y que después de aproximadamente un mes de trabajo, le entrega al Papa un documento con sus conclusiones y propuestas.
En 2001 Juan Pablo II, el Papa de entonces, convocó un Sínodo para tratar el tema del rol del obispo en la Iglesia actual. Como de costumbre, la Santa Sede nombró los cargos de conducción para esa asamblea, recayendo esos lugares en obispos y cardenales conocidos y prestigiosos. En el último de esos cargos, como “relator suplente”, se nombró a Jorge Bergoglio, por entonces recientemente designado cardenal. Un relator suplente, es una especie de cargo “por las dudas” detrás de un relator titular, puesto clave ya que trabaja directamente con todos los participantes del sínodo. El relator titular designado era el entonces Arzobispo de Nueva York, el cardenal Edward Egan.
El 11 de septiembre de 2001, apenas una semana antes del inicio del Sínodo, cambió el mundo. El Arzobispo de Nueva York no pudo hacerse cargo del rol que le habían encomendado en Roma. Ante el descalabro social y espiritual que se vivía a nivel global pero que hacía epicentro en su propia ciudad, era claro que él debía permanecer en Nueva York. Así fue que el ignoto relator suplente inesperadamente pasó a ocupar un rol protagónico y primordial en la asamblea.
Por lo que decía la prensa de entonces, el sínodo fue bastante olvidable. Ante el tsunami mediático que representó el ataque al WTC, se entiende que la noticia de una reunión de obispos del mundo en el vaticano analizando para qué sirven los obispos resultaba de lo más intrascendente que se pueda imaginar. El sínodo pasó “sin pena ni gloria” pero sin embargo sería muy importante años después. Es que allí obispos de todo el mundo tuvieron la oportunidad de conocer y apreciar la extraordinaria inteligencia, la capacidad de trabajo, y las dotes de liderazgo del nuevo cardenal, venido de una ciudad del fin del mundo y que todavía ni siquiera había sido elegido por sus pares connacionales como presidente del episcopado de su país.
Bergoglio deslumbró. Se reunió con todos, trabajó largas horas en las noches para incluir y armonizar las propuestas e inquietudes que durante el día llegaban de los diversos sectores. Motivó al trabajo y a la reflexión de fondo. Logró consenso general. Deslumbró.
Al terminar el sínodo él mismo se encargó de presentarles a todos los obispos la conclusión general del mes de trabajo. Y la total indiferencia con fue recibido este trabajo en la prensa fue inversamente proporcional al entusiasmo general de los participantes del sínodo.
Un anciano obispo indio, Telesphore Toppo, dijo al concluir el trabajo “este sínodo ha sido profético y es el comienzo de una revolución silenciosa. Fuimos llamados a vivir la pobreza como Jesucristo. A menos que los obispos nos hagamos amigos de los pobres no conseguiremos escuchar el mensaje de este sínodo profético”
Casi doce años después más de cien cardenales eligieron Papa a aquel ignoto relator que había deslumbrado en 2001 y casualmente muchos, muchos de esos electores habían participado de aquella asamblea de trabajo. Por esas cosas de la historia (los creyentes diríamos “de la providencia”) el ataque terrorista de 2001 tuvo una impensada consecuencia colateral. Doce años después un nuevo Papa venido del fin mundo decía que quería “una Iglesia pobre y para los pobres” y se presentó como un hombre de paz. Al fin se empezaba a escuchar la “silenciosa revolución” del anciano obispo indio.
Llegaba a la historia otra impensada consecuencia de aquel fatídico día de 2001, como si la esperanza se hubiera reservado para sí la mano final de la jugada.

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