miércoles, 6 de agosto de 2014

TRADICIÓN, FAMILIA Y PROGRESISMO

Por Martín Rodríguez :: @Tintalimon 
La identidad es una palabra de mi generación. Pero: ¿“generación”? Las generaciones van a la guerra. Las generaciones son la cuenta de una guerra y su drama. Crecimos bajo sospecha: si naciste entre 1976 y 1983 podés tener un cabo suelto, un gen desconocido, una verdad oscura ligada a la sangre. Gente que nació, que adoleció, que maduró, ¿quizás sin saber quién es? ¿Es posible eso? ¿Una persona puede no saber quién es? ¿No es lo que hace? ¿Una persona empieza en la sangre? ¿Cuánta verdad de las personas contiene la sangre? ¿Un Estado, una justicia, un organismo, una sociedad pueden decir quién es uno? Yo (nosotros) soy (somos) lo que hice (hicimos) con lo que el Estado (& la sociedad) hizo (hicieron) de mí. Somos historizados en el sentido más filial. Lineal. Literal. El Estado me dijo: ¿vos sabés exactamente quién sos? Soy de una generación ultra narrada. Una generación que es hija de una generación que es hija de una generación. Nunca se vertebraron tanto los encadenamientos simbólicos. Como eso que está en el centro de la historia de los años 70: hijos peronistas que mataron a sus padres gorilas que parieron a sus hijos en cautiverio… O hijos de peronistas perseguidos que continuaron la guerra de sus padres y… Las guerras, la historia, la violencia partera, es un asunto también (¡sólo también, marxistas!) entre padres e hijos, una trama de filiaciones. Matar al padre, salvar al hijo. Tradición, familia y progresismo. Sangre en el ojo.
La identidad es una palabra de la democracia. Si en la guerra las identidades se abandonan, se sustraen, se huye de ellas como de la ley, en la democracia las identidades se recuperan. La democracia nació con infantes perdidos. En 1984 el Estado creó el Banco Nacional de Datos Genéticos. Repitamos: en 1984 el Estado creó el Banco Nacional de Datos Genéticos. Los derechos humanos, sus organismos, construyeron el árbol genealógico de las familias rotas: abuelas, madres, hermanos, hijos; una genética, un orden biológico en un país complejo, mestizo, mezclado, herido de guerra. Un árbol genealógico en medio de la deforestación social. Una referencia teológica en plena reconstrucción civil. La vida es sagrada. Los derechos humanos también ocuparon una lengua positivista: reencontrar la integridad sanguínea que la dictadura quebró. Y eso que se unió (Estado y organismos) ya será difícil volver a separar.
Los organismos son un “orden” anterior al Estado (de derecho), construidos en plena dictadura, en el monopolio del uso de la fuerza simbólica: la palabra verdad, la palabra identidad. Yo soy X, nací de Y, de Z, una historia reconstruida en el perímetro de la sagrada familia, un capital simbólico de poder. Eso hizo desde el principio a Estela una mujer de Estado. El plan “pacificador” de Menem se detuvo ahí. Somos una historia, una red sobre la que nacemos y una proyección. Tenemos derecho a saber de dónde venimos. La sociedad existe antes que el Estado. Aunque parezca mentira.
Fuerza y suerte Guido, que seas libre.

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