lunes, 11 de agosto de 2014

“Todo aparece”

Desde siempre, Ignacio lleva la música en sus venas. Eso fue lo que llevó, después de haber terminado el secundario, hacia lo que él define “la Meca de todo argentino”: Buenos Aires. Y allá llegó en 1997 a estudiar piano (“y a ser famoso”, dice irónicamente). La crisis de principios de siglo lo obligó a volver a Olavarría, su ciudad. “A los que estábamos trabajando de músicos, estudiando o haciendo las dos cosas, se nos hizo tan difícil que tuvimos que volver... y volvimos todos”. Y sigue contando: “Como muchos de los volvedores, el trabajo fue retomar contactos perdidos, y establecer una profesión que no existe como tal. Porque en Olavarría no hay mercado. Así es difícil, para empezar a trabajar muy de a poco, el músico tiene que bancarse unos cuantos años de indigencia”. Pero, como él mismo razona, “si uno supera eso, después todo aparece”.
Volver a Olavarría significó encontrarse con una ciudad que tiene otra velocidad, otra manera de pensar las cosas. “No está la necesidad del apremio que siempre es mal vista acá. En realidad creo que esa necesidad es la que te mantiene vivo. Acá vos tocás un instrumento y ya está, todo el mundo te llama. Pero en Buenos Aires hay 300 tipos que tocan igual... No es solamente tocar bien. Tenés que tocar mejor, saber leer música, tener un mejor instrumento y reírte de los mismos chistes. Eso es crecimiento también. Más allá de que la mayoría no se lo aguante”. Para él, “si no te lo aguantás, la profesión no es para vos, dedicate a otra cosa y dejalo como hobby. La música es durísima en ese sentido, más allá de que sea una alegría después. En el momento de hacerla hay que hacerla bien y estar súper despierto”.
Por todo eso, él dice estar en un “proselitismo de la profesión”, lo que significa enseñar, ejercer, tomar y ocupar lugares. “A veces salen trabajos free-lance que no están tan buenos pero que hay que hacer para mantener los contactos. Hay que saber el lugar donde uno está parado y hacer muchas cosas: escribir en el diario, dar clases particulares, trabajar en una institución, grabar discos, siempre apuntando a trabajar con la música propia en algún momento”. Para Ignacio, el músico tiene una función y es la de “transformar la realidad”. Tarea ardua en el contexto de una ciudad mediana de la provincia de Buenos Aires como Olavarría. “Es muy extraño lo que pasa con la ciudad: nosotros tenemos que ayudar a los pibes para que emigren, lo cual es tristísimo. Después surge el orgullo que siente el olavarriense con el tipo que triunfa afuera, cuando en realidad se tendría que sentir tremendamente triste porque ese músico se fue. El problema es que la ciudad no lo puede contener y hace que el tipo se tenga que ir, a su pesar. Nadie se quiere ir. Pero a su vez, es necesario que los músicos lo hagan para aprender a tocar, a conceptualizar el arte con otra velocidad. Esto es un semillero, sacamos los plantines y cuando crecen hay que transplantarlos y después tienen que volver de alguna manera”. Así es como él volvió, con todo el de­safío que representaba. “En Olavarría se promueven cosas, uno puede accionar algunos engranajes de tal manera que se pueden lograr proyectos y se pueden hacer cosas, que cuestan trabajo pero que ese mismo trabajo cuesta en todos lados”. Siente que es una postura filosófica y política muy importante dar a entender que se puede vivir de lo que a uno le gusta, sobre todo cuando tiene que decirle a un pibe que debe hacer algo de manera excelsa pero que no va a tener rédito inmediato, porque el mismo mercado no se lo va a permitir. “Así y todo el panorama es alentador porque por algún milagro de la naturaleza sigue habiendo tipos talentosos y la gente sigue siendo sensible al arte. Eso está bueno como incentivo”.


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