martes, 26 de agosto de 2014

Por Diego Schurman El poder de la verdad y la verdad del poder

La última semana se recuperó el nieto 115 y se conmemoraron los 20 años de la reforma constitucional de 1994.
No son hechos disociados, aunque revelan dos maneras distintas de construcción y organización.
Uno es resultado de un trabajo sistemático y transparente de las Abuelas de Plaza de Mayo, que el tiempo logró transformar en política de Estado con el propósito de llegar a la memoria, la justicia y la verdad.
El otro es producto de un acuerdo de cúpulas, consagrado en secreto en la Quinta de Olivos, y cuyo objetivo central era facilitar la reelección de Carlos Menem.
Es un buen contraste de cómo construyen los que carecen de poder y recursos, y cómo los poderosos, los que apelan a ciertos artilugios para sostener su influencia.
El nieto 115 no hizo el ruido del nieto 114 porque, como sucedió en la gran mayoría de los casos, se preservó la identidad, paso necesario para que la persona apropiada pueda procesar lo ocurrido y restablecer el vínculo con sus familia biológica.
La justicia no tuvo ese recato con Ignacio Guido Hurban, cuyo parentesco con la presidenta de la organización, Estela de Carlotto, le asignó, además, una impronta previsiblemente mediática.
Su restitución produjo un hecho de indudable naturaleza colectiva y puso de manifiesto la empatía de la sociedad con las Abuelas.
La aparición de cada uno de los nietos fue, en definitiva, el corolario de un proceso de búsqueda que nació en plena dictadura y se consagró en la democracia. Una verdadera proeza que deja una enseñanza sobre lo que es la organización y la perseverancia.
Las Abuelas lograron un cambio cultural que, como tal, requirió de tiempo, pero también de audacia, ya que para saber la verdad indefectiblemente había que enfrentar al poder.
Ellas construyeron de abajo hacia arriba y por eso el contraste con la reforma constitucional de 1994, motorizada por el poder para zurcir un traje a medida de Menem.
El entonces mandatario buscaba su reelección y Raúl Alfonsín le concedió el deseo a cambio de un cúmulo de medidas tendientes a atenuar el sistema presidencialista.
Esas medidas celosamente redactadas conformaban el llamado Núcleo de Coincidencias Básicas, que debía ser aprobado por la Convención Constituyente de Santa Fe de manera textual, bajo pena de nulidad.
O sea, la ley de leyes resultaría en gran parte el producto, por un lado, del deseo irrefrenable de Menem de perpetuarse en el poder y, por otro, del supuesto afán de Alfonsín, sabiéndose disminuido en la relación de fuerza, de atenuar ese poder.
¿De qué manera? Se acortaría el mandato de seis a cuatro años, se permitiría una única reelección, y se crearía la figura de un irreductible jefe de Gabinete, además de elegirse en cada distrito un tercer senador en representación de la minoría, entre otros cambios.
Tratándose de una reforma reclamada por el poder, negociada por el poder y negada, al menos en su núcleo duro, a la discusión de los convencionales constituyentes, su mal resultado fue previsible.
Se pueden destacar la consagración de algunos tratados internacionales y de Derechos Humanos, así como los derechos del consumidor, las creaciones del Ministerio Público y del Consejo de la Magistratura, incluso las bases para que la Ciudad de Buenos Aires avance hacia su autonomía plena. Sin embargo, 20 años después quedó a la vista la verdadera razón de semejante movida política.
Menem logró el objetivo de pelear por un período más de gobierno mientras que todos los accesorios para limitar su inescrupulosidad consuetudinaria se deformaron a su favor.
Lejos de atenuar el poder del presidente, el jefe de Gabinete se convirtió en su operador obediente, incapaz de cumplir con las comparecencias mensuales en el Congreso, adónde sólo concurre para exhibirse como un fiel defensor de las políticas oficiales.
La tercera banca de senador también se malversó. Estaba reservada a la fuerza que saliera segunda en la elección, a fin de garantizar en la Cámara Alta la presencia de las minorías. Pero en muchas provincias, los partidos mayoritarios terminaron presentando dos listas para quedarse con las tres sillas en disputa. Otra vez, el poder garantizándose el control del poder.
Como si eso fuera poco, la Constitución del '94 creyó limitar el poder presidencial supeditando los decretos de necesidad y urgencia (DNU) al aval de los ministros y el control del Congreso. ¿Algún integrante del Gabinete podría plantear reparos a una decisión presidencial? ¿Alguna comisión revisora de la Cámara Baja o Alta podría ser encabezada por un representante que no fuera del partido de gobierno?
Así es que, lejos de lo que se predicaba, por impericia o negligencia de los redactores del Pacto de Olivos, el presidente hoy tiene mayores atributos que los que tenía antes, con el agravante de que ahora cuenta con el aval constitucional.
La génesis de la nueva Carta Magna no fue la necesidad de un texto moderno y superador tendiente a fortalecer las instituciones democráticas –aunque hayan existido finalmente aspectos que van en ese sentido–, sino el andamiaje para garantizar la permanencia del poder político y económico al frente del país.
Los que tuvieron dudas al respecto lograron evacuarlas tiempo después, cuando Rodolfo Barra se puso a trabajar en la ingeniería legal para lograr un tercer mandato consecutivo de Menem.
Con el paso del tiempo, el ex ministro de Justicia evaluó que "en un sistema presidencialista como el nuestro, la reelección indefinida no es conveniente, porque genera la posibilidad de una acumulación de poder y de la figura presidencial como el único candidato posible".
No obstante ello, reconoció su decidida colaboración para impedir un sistema de alternancia en el poder, pese a que era la propia sociedad la que se oponía a la continuidad del menemismo. "Fue un error político porque la gente quería cambiar."
Esa fue la verdad del poder, la verdad de una construcción sin sustento social y empujada por un deseo personalísimo de Menem, que en el '94 ya había logrado la anuencia de Alfonsín.
Lo de las Abuelas, y también Madres de Plaza de Mayo fue, en cambio, el poder de la verdad.

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