domingo, 17 de agosto de 2014

Pensamiento y compromiso socialista Por Eduardo Anguita eanguita@miradasalsur.com

José Carlos Mariátegui, el marxista andino

Cuando tenía 32 años, el 10 de enero de 1927,José Carlos Mariátegui envió un artículo a la revista La vida literaria, dirigida por el argentino Samuel Glusberg. Mariátegui agregaba unos datos suyos para acompañar la nota: “Aunque soy un escritor muy poco autobiográfico, le daré yo mismo algunos datos sumarios sobre mi vida. Nací en el 95. A los 14 años entré de alcanza rejones en un periódico. Hasta 1919 trabajé en el diarismo, primero en La Prensa, luego en El Tiempo, finalmente en La Razón. En este último diario patrocinamos la Reforma Universitaria. Desde 1918, nauseado de política criolla, me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato aficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo.

Desde fines de 1919 hasta mediados de 1923, viajé por Europa. Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas. Anduve por Francia, Alemania, Austria y otros países. Mi mujer y mi hijo me impidieron llegar a Rusia. Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis artículos de esa época señalan estas estaciones en mi orientación socialista. A mi vuelta a Perú a mediados de 1923, en reportajes, conferencias y artículos expliqué la situación europea e inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional, conforme al método marxista. En 1924 estuve a punto de perder la vida. Perdí una pierna y quedé muy delicado. Habría seguramente yo curado del todo con una existencia reposada. Pero ni mi pobreza ni mi inquietud espiritual me lo consienten. No he publicado más libros que el que usted conoce. Tengo listos otros dos y en proyecto otros dos más. He aquí mi vida en pocas palabras. No creo que valga la pena hacerla más notoria, pero no puedo rehusarle los datos que usted me pide. Me olvidaba: soy un autodidacta. Me matriculé una vez en Letras en Lima, pero con el solo interés de seguir el curso de latín de un agustino erudito. Y en Europa frecuenté algunos cursos libremente, pero sin decidirme nunca a perder mi carácter extra-universitario y, tal vez, anti-universitario. En 1925 la Federación de Estudiantes me propuso a la Universidad como catedrático en la materia de mi competencia, pero la mala voluntad del rector y mi estado de salud frustraron esa iniciativa”.

El autor de estas líneas de prosa exquisita y capacidad de síntesis rebosante de humildad moría tres años, tres meses y seis días después. Quedó en la historia de América latina como el principal estudioso del marxismo, capaz de desmarcarse del esquematismo y del estalinismo a la vez que se revelaba como un pensador profundo de la cultura y la historia de las culturas originarias, así como de la colonización española primero y la penetración británica y norteamericana después. En cuanto al libro que Glusberg conocía, se trata de Siete ensayos de la interpretación de la realidad peruana, una obra que publicaría en 1928 y que retomaba decenas de artículos y conferencias y que fue traducida al ruso, al francés, el italiano, el inglés, entre otros idiomas.
Glusberg recién publicaba esa breve carta en mayo de 1930, cuando estaba en curso el segundo año del segundo mandato de Hipólito Yrigoyen. Tres meses y medio después, Yrigoyen sufría el primer golpe de Estado cívico militar del siglo XX en la Argentina y la revista La vida literaria dejaba de salir en 1931 tanto por el asfixiante clima conservador autoritario reinante como por los apremios de la mishiadura que reinaba tras el crack financiero de Nueva York de 1929 y que se desparramaba por todo el planeta.

Mariátegui había nacido en Moquegua, una ciudad del sur de los Andes peruanos que tenía cinco siglos de vida, con innumerables temblores y no pocos terremotos en su haber. De su padre, Francisco Javier, le quedó solo el apellido, porque ese inmigrante vasco dejó a su esposa y a sus tres hijos a la pura intemperie. José Carlos tenía cinco años cuando María Amalia, la madre, trasladó a su prole a Huacho, la ciudad costera del centro peruano donde ella había nacido y donde tenía los lazos de ese socialismo originario al que Mariátegui describiría como un colectivismo primitivo interrumpido por el sistema colonial español. En Huacho, José Carlos empezó la escuela pero la segunda desgracia de su infancia lo sorprendía a los ocho años: un golpe feroz en la rodilla izquierda hace que lo trasladen a Lima y quede internado cuatro años en la Maison de Santé. No pudo seguir con los estudios primarios pero tampoco los médicos encontraron una curación para esa pierna izquierda que le fue amputada de adulto. Salió del internado a los 12 años y ya a los 14 entraba como aprendiz de obrero gráfico en La Prensa. Corría el año 1909, Augusto Leguía empezaba su primer gobierno, y ese diario apenas tenía seis años de vida. Mariátegui tuvo allí su bautismo de fuego en los terremotos de la vida política: un intento de golpe de Estado contra Leguía provocó, entre varios sacudones, la destrucción de la redacción y la planta impresora. Leguía no fue derrocado pero La Prensa dejó de salir por más de un año. El inquieto Mariátegui dejó de ser un simple portapliegos para ser ayudante de linotipista y a los 19 años ya empezaba como redactor periodístico. Dos años después pasa al diario El Tiempo y a los 24 años ya adquiere el carácter de una personalidad destacada. En 1919 fundó el diario La Razón, desde cuyas páginas apoya la reforma universitaria y las luchas obreras.


En Siete ensayos, Mariátegui señala: “El movimiento estudiantil que se inició con la lucha de los estudiantes de Córdoba por la reforma universitaria señala el nacimiento de la nueva generación latinoamericana. La inteligente compilación de documentos realizada por Gabriel Del Mazo ofrece testimonios fehacientes de la unidad espiritual de ese movimiento. El proceso de agitación universitaria en Argentina, Chile, Uruguay, Perú y otras naciones, acusa el mismo origen y el mismo impulso. De igual modo, este movimiento se presenta conectado con la recia marejada posbélica…”. En 1920, el presidente Augusto Leguía reconocía la autonomía universitaria en Perú. Además de la participación estudiantil, los trabajadores crearon en ese momento la Federación Obrera Regional Peruana (FORP), una réplica de lo que era la FORA en la Argentina, que había surgido de la mano de anarquistas y socialistas 15 años antes y que tenía ramificaciones también en el Uruguay a través de la FORU. La FORP encuentra su canal de expresión en las páginas del joven diario La Razón. El presidente Leguía acusó recibo del crecimiento de ese joven de origen humilde y salud frágil que se convertía en una figura destacada de las nuevas protestas urbanas, que llegaban de las filas obreras y estudiantiles. El gobierno le ofreció a Mariátegui una beca para viajar por Europa como una forma encubierta de deportación que, al mismo tiempo, era la posibilidad de tomar contacto con las luchas revolucionarias del Viejo Continente que estaba sacudido por la Revolución Rusa de 1917 liderada por Vladimir Illich –Lenin–, de la insurrección de la Liga Espartaquista en Alemania, una vez que este país resultaba un gran perdedor de la Gran Guerra, así como de la lucha de los obreros industriales del norte de Italia.

Comienza entonces un periplo que, en palabras de Mariátegui, le permitiría desposar a una mujer y algunas ideas. Efectivamente, a poco de llegar, el joven peruano asiste a una velada en la casona de una noble florentina. Según relató la propia Anna Chiappe en una entrevista medio siglo después, mientras vibraba un vals de Chopin, sin que se conocieran previamente, los dos jóvenes se cruzaron miradas. “Él me impresionó mucho por su manera tan fina y distinguida. Parecía un noble. Y tenía unos ojos tan profundos.” Se casaron, tuvieron tres hijos, recorrieron Italia, Alemania y Francia. En 1923, ese muchacho pobre que parecía un noble volvía a su país con una familia constituida y habiéndose nutrido de la savia de una Europa sacudida por vaivenes que pasaban de la bandera roja comunista al surgimiento del fascismo y el nazismo.

En esos cuatro años, Mariátegui estudió francés, alemán e inglés. Además hablaba el italiano con fluidez. Asistía a conciertos y exposiciones de pintura a la par que participaba de las actividades del recientemente creado Partido Comunista. Cuenta Anna Chiappe que ella lo acompañó al célebre Congreso de Livorno del Partido Socialista de enero de 1921 cuando justamente se escinde el ala izquierda, identificada con la propuesta de Lenin que convocaba a los revolucionarios del mundo a terminar con la reformista Segunda Internacional y nuclearse en la Tercera Internacional Comunista. Al igual que en Italia, los sectores más radicalizados del socialismo francés y español crean sendos partidos comunistas. Mariátegui tenía contacto personal fluido con las máximas figuras del comunismo italiano, Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. Es preciso reparar en el momento complejo que pasaba el incipiente movimiento bolchevique internacional. Vladimir Illich, el conductor indiscutido de la construcción de la Unión Soviética, había sido herido en un malogrado magnicidio a mediados de 1918 que le dejó secuelas de salud por las cuales su capacidad física era muy limitada. A su vez, el asedio “blanco” de los nobles rusos exiliados y de las naciones que quisieron terminar con la revolución rusa provocó estragos. Además de la muerte en los frentes de batalla de los cuadros dirigentes, la economía estaba muy golpeada. Así es que Lenin promueve distintas medidas de impulso a los pequeños propietarios, especialmente rurales, en la Nueva Política Económica, para evitar el ahogo. El impulso a las luchas obreras y populares en el resto de Europa a través de la Tercera Internacional estaba íntimamente ligado a conjurar el avance contrarrevolucionario que quería sepultar el poder bolchevique. Además de los ejércitos de mercenarios blancos que entraban en Rusia para combatir al Ejército Rojo, las derechas xenófobas y las clases medias golpeadas por la crisis de post guerra empiezan a confluir en distintas variantes de anticomunismo y antiliberalismo.

En ese escenario es que Mariátegui recorre Europa. Asiste en 1922, en Génova, a la reunión de la Conferencia Económica Europea que recibió por primera vez a una representación soviética. Los cuatro años y medio que vivió en Europa le permitieron ver sobre el terreno la gran agitación que vivía no sólo el movimiento político de vanguardia sino cómo se movía el ambiente cultural a favor de los cambios revolucionarios. Por ejemplo, al viajar a Alemania, Mariátegui conoció a Máximo Gorki, quien vivía allí y se convertía en una atracción por el prestigio que tenía el autor de La madre y punto de referencia para el llamado realismo socialista. Cuando los Mariátegui se trasladaron a París, el peruano tomó contacto con Romain Rolland y Henri Barbusse. De vuelta en Italia, tomó contacto con Luigi Pirandello. Es decir, cuando Mariátegui se autodefine como autodidacta, peca de humildad. La realidad es que estudió varios idiomas para ingresar a círculos de revolucionarios consumados así como de referentes del pensamiento y la cultura europeos que tenían distintos matices o representaban distintas corrientes artísticas y literarias en un momento de grandes luchas obreras, la mayoría de ellas derrotadas, y de cambios culturales profundos ocurridos tras la Gran Guerra que dejaba una decena de millones de muertos en Europa.

Una mención especial merece el vínculo de Mariátegui con Antonio Gramsci, a quien muchos señalan como un guía del peruano en un pensamiento marxista no dogmático y alejado de las premisas estalinistas. Cabe consignar que Gramci era apenas cuatro años mayor que Mariátegui, que se inició también en la prensa y que, a diferencia del peruano, asistió a las aulas universitarias en Turín, cuna de la militancia socialista que migrarán al comunismo en la fundación del partido en 1921, en el mencionado encuentro de Livorno donde estuvo presente Mariátegui. Por esos años, y hasta marzo de 1923, cuando el peruano regresa a su país, los análisis y premisas teóricas que harían de Gramsci un pensador diferente al dogma estalinista no existían más que como ideas embrionarias. La realidad es que el propio Stalin ocupaba un lugar oscuro en el Comité Central del Partido Comunista de la URSS y recién con la muerte de Lenin, en enero de 1924, empieza el proceso de concentración de poder y de desplazamiento violento del resto de los dirigentes que pudieran entorpecerle el camino al poder absoluto en el Kremlin. Al respecto, debe decirse que Gramsci adquiere el rol de dirigente de primera línea cuando es elegido como secretario general del Partido Comunista Italiano a comienzos de 1926, siendo diputado nacional en pleno régimen comandado por Benito Mussolini. A fin de ese año 1926, como parte de una ofensiva contra las distintas formas de resistencia al fascismo, Gramsci fue detenido. Su obra fundamental la constituyen los dos tomos de Los cuadernos de la cárcel, escritos entre 1929 y 1933. En esas páginas, Gramsci abre otras perspectivas sobre la esquemática visión imperante en los marxistas prosoviéticos respecto de que “la estructura determina la superestructura”. El materialismo histórico, tal como lo había planteado Carlos Marx en la segunda mitad del siglo XIX, partía de la premisa de que la base económico-social de una nación o una sociedad establecen de modo excluyente cómo serán sus instituciones políticas y hasta las expresiones culturales, artísticas y religiosas. Usada como un atajo para evitar cualquier debate interno, el estalinismo convirtió en religión ese pensamiento binario. Precisamente Gramsci, ante la compleja realidad italiana, piensa con otras categorías desde el marxismo. Rompe con ese determinismo elemental y se convierte en uno de los teóricos más visitados por pensadores y cuadros revolucionarios de movimientos nacionales que no necesariamente se autoproclamaban marxistas.

Volviendo a Mariátegui, los Siete ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana es publicado en 1928, poco antes de que Gramsci escribiera Los cuadernos de la cárcel. Fueron esos cinco años, entre el regreso a Lima en 1923 y la publicación de ese libro en que Mariátegui consigue fundir su profundo conocimiento de la realidad europea, su pasión por la literatura y la oportunidad de ser parte de los primeros pasos de un movimiento nacionalista revolucionario en Perú. En efecto, a poco de llegar a Lima, establece una relación estrecha con Víctor Haya de la Torre, un hombre de su edad y que en los años de ausencia de Mariátegui se había consolidado como un líder tanto en ámbitos obreros como estudiantiles. Haya de la Torre peleó desde la presidencia de la Federación de Estudiantes de Perú por la instauración de los ocho horas de trabajo y estaba al frente de las luchas por la restauración de la autonomía universitaria, que el gobierno de Leguía había conjurado. Una protesta llevada a cabo en Lima en mayo de 1923 fue reprimida violentamente por la policía. Meses después, Haya de la Torre fue detenido y tras una huelga de hambre que sacudía al gobierno, Leguía decidió deportarlo a Panamá. Es en ese escenario que Haya de la Torre delega en Mariátegui la dirección de la revista Claridad, desde la cual este último se decide a promover las ideas marxistas para entender la realidad peruana. También lo hace desde la cátedra en la Universidad Popular González Prada, fundada en homenaje a Manuel González Prada, un poeta y pensador anarquista que había influido tanto en Haya de la Torre como en Mariátegui.

En 1924, en México y junto a otros latinoamericanos expatriados, Haya de la Torre funda la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que constituye un hito fundamental en el impulso a la Patria Grande. Norberto Galasso, en su libro Manuel Ugarte y la lucha por la unidad latinoamericana sostiene que el APRA, en sus primeros años, tiene muchos puntos en común con el radicalismo yrigoyenista. Según este autor, Haya de la Torre se pone a la vanguardia del movimiento revolucionario en América latina en la década del veinte. Las influencias del marxismo no impiden a Haya de la Torre comprender la cuestión nacional junto con la lucha de clases. “Por eso –sostiene Galasso–, fustiga a los intelectuales europeizados que pretenden importar ideas sin comprender la realidad a la cual deben aplicarlas.”

Los vínculos de Mariátegui con la Argentina pasaban por la publicación de algunos artículos suyos en las revistas El Argentino, de La Plata, El Universitario, de Buenos Aires, así como en Caras y Caretas. Con quien más relación epistolar lleva es con Samuel Glusberg, con quien evalúa la posibilidad de trasladarse con su familia a Buenos Aires dada la persecución que sufría por parte del gobierno de Augusto Leguía. En una investigación sobre la vida de la escritora Magda Portal, la norteamericana Kathleen Weaver afirma que Leguía deportó a Portal y a otros intelectuales por las cosas que publicaban en Amauta. En el caso de Portal, concretamente, “fue causado por la presión proveniente de la embajada americana en el Perú, disgustada por lo que venía apareciendo en la revista Amauta, editada por José Carlos Mariátegui. Los artículos versaban sobre la penetración del capital americano, en particular la empresa Cerro de Pasco Corporation”. Por entonces, crecían las protestas de los mineros de la sierra central del Perú por mejores condiciones de trabajo y contra la contaminación. Magda Portal había escrito en Amauta: “Cerro de Pasco, a pesar de estar localizado en las alturas, eran pastizales verdes donde había ganado y se producía carne y leche. Cuando llegó la corporación, no creó ningún mecanismo para despejar los humos de las fundiciones y refinerías, y ni los pastos ni el ganado pudieron sobrevivir, dejando a los campesinos sin ninguna otra opción que buscar trabajo en las minas. Los niños fueron los que más sufrieron por los humos venenosos. Su cabello dejó de crecer y sus dientes se ennegrecieron. Lo mismo le pasó a la gente mayor que vivía en las zonas contaminadas por las minas de La Oroya”. Según Kathleen Weaver, “la Cerro de Pasco vino a simbolizar la más violenta irrupción del capital extranjero en el Perú. La corporación tenía tanto poder que –según decían rumores y ahora hay evidencias– su administrador le daba órdenes al embajador americano en el Perú. La Cerro de Pasco se convierte en cuestión de Estado para Leguía quien mete en prisión a 40 dirigentes. No se trataba de una conspiración para derrocar a Leguía –sostiene Weaver–: la realidad es que había surgido un movimiento sindical e indígena que el gobierno ve con suma preocupación”. Corría julio de 1927 cuando Leguía ordena que Mariátegui sea recluido en el Hospital Militar de San Bartolomé y clausura Amauta, que vuelve a reaparecer en diciembre.

La radicalización de los conflictos en Perú profundizan las diferencias entre Mariátegui y Haya de la Torre, quien seguía exiliado en México. En septiembre de 1928, Mariátegui publica un artículo en Amauta donde advierte que se había cumplido el proceso de definición ideológica que declaraba abierto dos años antes, al momento de fundar esa revista. Aunque mantenía una independencia de criterios con la III Internacional, Mariátegui participa de la fundación del Partido Socialista (no lo llama Comunista), y es nombrado secretario general. Este nuevo partido envía delegados a las reuniones organizadas por la internacional fundada por Lenin y ya en ese tiempo conducida por Stalin. Ese acercamiento, sin embargo, duraría poco. En 1929 se lleva a cabo una reunión en Montevideo con presencia de dirigentes de partidos comunistas y organizaciones que adherían a la III Internacional. Mariátegui, muy afectado de salud, no pudo ir pero mandó una carta en la que discrepaba completamente con la visión marxista ortodoxa sobre la cuestión indígena y eso produce un alejamiento del Partido Socialista de esa organización que giraba en torno de Moscú. Mariátegui, distanciado de Haya de la Torre y de Moscú, se encuentra ya en el final de su joven y fructífera vida. En marzo de 1930, mientras preparaba su traslado a Buenos Aires, Mariátegui fue internado de urgencia en una clínica limeña. Murió el 16 de abril, en compañía de Anna, su mujer, y sus tres hijos. Tenía apenas 35 años y dejaba abierto un desafío que, como señala Jorge Abelardo Ramos, es todavía un tema de estudio para las jóvenes generaciones de pensadores y militantes latinoamericanos

17/08/14 Miradas al Sur

 

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