miércoles, 6 de agosto de 2014

MEDIOS Y COMUNICACION Comunicación y guerra

 Por Washington Uranga
Además de las muchas consideraciones políticas y humanitarias que se pueden hacer en torno del conflicto armado en la Franja de Gaza, también se puede señalar que las bombas y los misiles no son la única munición que se usa. Dentro de la estrategia de la guerra la información y la comunicación son parte de las armas a utilizar. Y puede decirse que en este plano se registra el mismo desbalance que existe en el terreno militar y que queda en evidencia en el saldo de víctimas de uno y otro bando en conflicto. Junto a su poderío militar, Israel y sus aliados despliegan también una enorme maquinaria propagandística y comunicacional para justificar sus acciones bélicas.
Como suele ocurrir repetidamente en los conflictos armados, los periodistas –entendiendo bajo este concepto a todos aquellos que realizan o desarrollan actividades de comunicación– quedan sobrecargados de responsabilidades éticas que superan largamente las que tiene cualquier trabajador de los medios en aquello que llamamos la vida cotidiana “normal”. Refiriéndose a la “Etica e información responsable del corresponsal de guerra”, el catedrático Jaime Vázquez Allegue, de la Universidad de Granada (España), sostuvo que “el corresponsal tiene en sus manos la responsabilidad de informar sobre unos hechos, pero también posee el poder de convertirse en un medio de presión y una manera de crear conciencia. Al mismo tiempo, el corresponsal sabe que con sus palabras y la información que transmite puede crear una determinada opinión pública y dar lugar a una conducta social. En cierto sentido, su responsabilidad ética incluye la capacidad de presionar sobre gobiernos y administraciones generando una opinión pública determinada o presionando a través de la información en una dirección específica”. Y agrega que “sólo de esta forma, el corresponsal puede ofrecer una visión completa y objetiva, humana y solidaria en la transmisión del estado en que se encuentra un conflicto”. (Ponencia presentada en el Congreso “La ética de la comunicación a comienzo del siglo XXI”, realizado en la Universidad de Sevilla, publicado en actas, pág. 90, en línea http://monitorando.files. wordpress.com/2011/04/libro-actas-congreso-etica-comunicacion.pdf).
Los periodistas no somos objetivos ni neutrales. Pero eso no exime de la exigencia ética de atenerse a la veracidad de los hechos. La ofensiva israelí sobre Gaza replantea el tema de manera dramática. En medio de la guerra, la información veraz, ajustada a los hechos y en perspectiva de derechos humanos es, sin duda, una salvaguarda para la vida de muchas personas. Aunque, paradójicamente, acceder a esa información y difundirla puede ocasionar riesgo de vida y aun la muerte de los periodistas.
“El corresponsal de guerra –sigue diciendo Vázquez Allegue– ya no es un mero descriptor del conflicto (...) es un observador internacional que da cuenta de lo que ve para confirmar o desmentir los datos y las informaciones oficiales.”
Para muestra están los ejemplos. El 17 de julio último la cadena norteamericana NBC decidió retirar de la Franja de Gaza a su corresponsal, el periodista egipcio-estadounidense Ayman Mohyeldin. Motivos: “razones de seguridad”, adujo la emisora. Mohyeldin fue acusado de parcialidad en favor de los palestinos, entre otros motivos por publicar en Twitter e Instagram fotos de familiares de las víctimas. Dos días después el corresponsal fue repuesto tras una avalancha de denuncias de censura planteadas en las redes sociales. La CNN también relevó a Diana Magnay, su corresponsal en Gaza, después de que la periodista publicó el 17 de julio un tweet informando que “los israelíes en la colina de Sderot aplauden cuando las bombas impactan en Gaza; amenazan con destrozarnos el coche si digo una palabra equivocada. Escoria”, sintetizó Magnay en su mensaje en Twitter. Luego la CNN decidió trasladarla a Moscú.
No hay información neutral. Menos en medio de la guerra. Pero aun en situaciones extremas el ocultamiento de los hechos no puede ser nunca un aporte. La única contribución a la paz, inclusive con el riesgo que ello implica, consiste en atenerse a la veracidad de los hechos.

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