viernes, 15 de agosto de 2014

La tortura Por Eduardo Galeano

La palabra mártir viene del griego, y significa: el que da testimonio. En los años de la dictadura militar brasileña, fray Tito (foto) dio testimonio de indignación entre los indignos, y fue por ellos encarcelado y atormentado una vez y dos y muchas veces. Después, marchó al exilio.

Se fue, pero se quedó. Estaba libre en Francia, pero seguía preso en Brasil. Nada sabían de geografía los sacerdotes y los amigos que le decían y repetían que el país de sus verdugos quedaba lejos, al otro lado del océano. El era el país donde sus verdugos vivían.

Durante más de tres años, no le dieron tregua. En los conventos de París y de Lyon y en los campos del sur de Francia, sus verdugos le pegaban patadas en el vientre y culatazos en la cabeza, le apagaban cigarrillos en el cuerpo desnudo, le metían picana eléctrica en los oídos y en la boca.

Y no se callaban nunca. Fray Tito había perdido el silencio. En vano deambulaba buscando algún lugar, algún rincón del templo o de la tierra, donde no resonaran los truenos de esas voces atroces que no lo dejaban dormir, ni lo dejaban rezar las oraciones que antes habían sido su imán de Dios.
Una noche, escribió: «Es mejor morir que perder la vida». Lo encontraron colgado de la copa de un álamo.

“Cuando se seque el río de mi infancia, el dolor secará”
Por Frei Betto*

El 10 de agosto se cumplieron 40 años de la trágica muerte de Fray Tito de Alencar Lima (foto), ocurrida en L’Arbresle, al sur de Francia. En su dolor quedó registrado lo que el militarismo brasilero produjo de más hediondo y, en él, se refleja la venerable indignación de cuantos piensan la política como expresión colectiva de los principios éticos.

En el sufrimiento de Tito se inscribe la esperanza de todos los que creen en la política como mediación de utopías liberadoras. Preso, en noviembre de 1969, en la ciudad de São Paulo, acusado de ofrecer infraestructura a Carlos Marighella, Tito fue sometido a “la palmatoria” y a choques eléctricos, en el DEOPS, en compañía de sus cofrades.

En febrero del año siguiente, cuando ya se encontraba en manos de la Justicia Militar, fue retirado del Presidio Tiradentes y llevado a la Operación Bandeirantes, mas tarde conocida como DOICODI, en la calle Tutoia. Durante 3 días, golpearon su cabeza contra la pared, le quemaron la piel con brasa de cigarros y le dieron choques eléctricos por todo el cuerpo, en especial, en la boca, “para recibir la hostia”, gritan los verdugos.

Fernando Gabeira, preso a su lado, acompaña todo. Quieren que Tito denuncie a quien le ayudó a conseguir la casa de campo de Ibiúna para el congreso de la UNE (Unión Nacional de Estudiantes), en 1968, y firme un testimonio aseverando que los dominicos participaron de asaltos a bancos. En el límite de su resistencia, con la hoja de afeitar que le dieron para afeitarse, Tito se corta la arteria interna del codo izquierdo. Fue socorrido a tiempo en el hospital militar, en Cambuci.

Las incesantes torturas no abren la boca del fraile dominico de 28 años de edad, mas le marcan el alma. Se cumple la profecía del capitán Albernaz, de la Oban (‘Operación Bandeirante’): si no habla será quebrado por dentro, pues sabemos hacer las cosas sin dejar marcas visibles. Si sobrevive, jamás olvidará el precio de su silencio.

En diciembre de 1970, incluido en la lista de presos políticos canjeados por el embajador suizo Giovanni Bucher, secuestrado por la VPR (Vanguardia Popular Revolucionaria) de Lamarca, Tito es desterrado del Brasil por el gobierno del general Médici. De Santiago de Chile viaja para París, sin jamás recuperar su armonía interior. En las calles de la capital francesa, “veía” el espectro de sus torturadores. Transferido para L’Arbresle, próximo a Lyon, en su estrecho cuarto del convento construido por Le Corbusier, Tito se estremecía a los gritos del padre golpeado en el DOPS (Departamento de Orden Política Social), gemía a los gritos de la madre colgada en el ‘pau-de-arara’, se asustaba de miedo a los espasmos de sus hermanos electrocutados, se contorcía en escalofríos bajo el fantasma del delegado Fleury. Su mente naufragaba en delirios.

Tito no recupera, en el exilio, la paz que le fue secuestrada. El día 10 de agosto de 1974, un extraño silencio se hizo latente bajo el cielo azul del verano francés, envolviendo hojas, vientos, flores y pájaros. Nada se movía. Entre el cielo y la tierra, bajo la copa de un álamo, se balanceaba el cuerpo de Fray Tito, colgado en una cuerda.

El suicidio fue su gesto de protesta y de reencuentro, con el otro lado de la vida, de la unidad perdida. Dejó registrado en las páginas de su Biblia que “es mejor morir que perder la vida”.

De retorno al Brasil, en marzo de 1983, los restos mortales de Fray Tito tuvieron una solemne acogida en la catedral de la Sé, en una celebración presidida por el cardenal D. Paulo Evaristo Arns. Hoy, reposan en Fortaleza. No se apagó, todavía, la luz de su ejemplo.

“Cuando seque el río de mi infancia,
el dolor secará.
Cuando sequen los arroyos cristalinos de mi ser,
mi alma perderá su fuerza.
Buscaré, entonces, pastajes distantes,
ahí donde el odio no tiene un techo para reposar.
Levantaré, allí, una tienda junto a los bosques.
Todas las tardes, me echaré en la hierba,
y en los días silenciosos haré mi oración.
Mi eterno canto de amor:
expresión pura de mi angustia más profunda.
En los días de primavera,
cogeré flores,
para mi jardín de la nostalgia.
Así exterminaré el recuerdo
de un pasado sombrío”.

(Escrito por Frei Tito en Francia, el 12 de octubre de 1972)

* Frei Betto es escritor y teólogo, el anterior es un fragmento de un artículo publicado en el 30 aniversario de la muerte de Frei Tito.



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