lunes, 18 de agosto de 2014

La tercera ofensiva de Estados Unidos en Irak

Estamos ante el inicio de la tercera guerra de EE.UU. en Irak en poco más de dos décadas? ¿O es en el fondo la misma Guerra del Golfo de 1990-1991 que inició George Bush senior, que reanudó su hijo en 2003 y que Barack Obama intenta sin éxito desde 2009 terminar?
El avance arrollador de las milicias del Estado Islámico (hasta ahora conocido como ISIS) por amplias zonas de Irak ha obligado a Barack Obama a cambiar de planes en la última mitad de su mandato. Hillary Clinton, que fue rival de Obama en las primarias del Partido Demócrata para elegir candidato presidencial en 2008 y que pretende sucederlo en 2016, hace ya campaña electoral aprovechando el deterioro de la situación en Oriente Medio.
Según ella, la negativa de Obama a armar en su momento a los rebeldes sirios laicos para enfrentar el régimen de Bachar al Assad favoreció el avance de fuerzas islámicas extremistas, como el ISIS, fuerte tanto en Siria como en Irak. “El fracaso a la hora de crear una fuerza de combate creíble con las personas que originaron las protestas contra Al Assad –allí había islamistas, laicos, toda clase de opciones intermedias– ha dejado un gran vacío que han llenado los yihadistas”, dijo Hillary Clinton en una entrevista en estos días.
La oposición republicana critica igualmente de “blando” al presidente y no pocos columnistas conservadores elogian abiertamente el “coraje” de Clinton.
Obama rechaza esas críticas y, a pesar de que ha asegurado que no contempla la vuelta de las tropas de combate que retiró en 2011, sí ha decidido enviar medio millar de miembros de las fuerzas especiales y un número indeterminado de agentes de la CIA en carácter de “asesores” del ejército iraquí y de los peshmerga, las fuerzas armadas del Gobierno Regional del Kurdistán (KRG).
Flotillas de cazabombarderos y drones (aviones no tripulados) estadounidenses han bombardeado en los últimos días columnas y posiciones del ISIS en el norte del país para impedir su avance sobre Erbil, capital del Kurdistán, rica en petróleo, cuya explotación es controlada fundamentalmente por multinacionales estadounidenses, y romper también el cerco al que están sometidos miles de miembros de la minoría yazidí. Quinientos miembros de esta minoría han sido asesinados ya por los yihadistas, la mayoría decapitados.
En todas las poblaciones que van cayendo bajo su control, los milicianos fundamentalistas imponen su extremista interpretación de la sharia (ley islámica), con crucifixiones de delincuentes, flagelaciones de adúlteros, serias restricciones a las actividades, vestimenta y costumbres de las mujeres, con duros castigos físicos para quienes infrinjan sus órdenes.
Cientos de miles de personas huyen con lo puesto, abandonándolo todo al tener noticias del avance de los yihadistas sobre sus pueblos, lo que ha llevado a la ONU a declarar a Irak en el tercer grado de emergencia humanitaria, el nivel más alto a nivel mundial.
La Unión Europea no se pone de acuerdo con armar a los kurdos, que están siendo el principal oponente militar de los yihadistas sobre el terreno, una vez demostrada la ineficacia de las fuerzas armadas iraquíes –300.000 hombres– entrenadas y armadas por EE.UU. durante años.
Mientras Francia, Italia, Holanda, República Checa, y ahora también Alemania, están a favor de suministrar a los kurdos el armamento pesado que piden, artillería y blindados fundamentalmente, otros como el Reino Unido son reticentes a esa medida. El primer ministro David Cameron teme que una implicación mayor de su país en la guerra lo afecte electoralmente.
Las elecciones generales son en 2015 y todavía hay muchos retazos de la invasión a Irak de 2003, que el Reino Unido protagonizó junto a EE.UU., que le producen dolores de cabeza.
Día tras día siguen revelándose aspectos de la complicidad del ejército británico en las torturas cometidas por las tropas estadounidenses, y también en la ayuda que los servicios de inteligencia proporcionaron a la CIA para sus secuestros y vuelos secretos.
Hasta la región semiautónoma del Kurdistán iraquí –fronteriza con Irán– se ha convertido en frente de batalla. El gobierno central, con sede en Bagdad y hasta ahora encabezado por el sectario y autoritario primer ministro chiita Nuri al Maliki, pidió en junio pasado ayuda militar al gobierno regional del Kurdistán para frenar la ofensiva yihadista.
Los combatientes del Estado Islámico –que hace meses autoproclamaron la creación de un califato en Siria e Irak, al lograr controlar zonas fronterizas entre esos dos países– han tomado el control de la gigantesca presa de Mosul –segunda ciudad de Irak, lindera con el Kurdistán–, que abastece de agua no sólo a esa ciudad sino también a la propia capital, a Bagdad.
Las autoridades kurdas cuentan con un poderoso ejército de 200 mil hombres entrenados por la CIA y por el Mossad. La comunidad judía iraquí, y dentro de ella especialmente la judía kurda, tiene una fuerte y antigua presencia en Israel, y los distintos gobiernos israelíes siempre la han tenido como gran aliada para su política frente a Irán.
De ahí la preocupación actual de Israel en el avance yihadista sobre feudos kurdos de Irak.
Israel ve igualmente con extremo recelo la alianza de hecho que se ha creado entre EE.UU. e Irán en relación con la deriva en que ha entrado el conflicto iraquí.
Ambos países han forzado entre bambalinas la caída del primer ministro iraquí y su sustitución por el también chiita Haider al Abadi, miembro del partido Dawa, el mismo al que pertenece Al Maliki. Tanto Washington como Teherán confían en que este ingeniero exiliado en Manchester hasta la caída de Saddam Hussein –quien asesinó a dos de sus hermanos– logre formar un gobierno multiconfesional de unidad nacional que atempere la actual guerra sectaria y frene los apoyos que día a día consiguen los yihadistas. El ayatolá Ali Jamenei envió emisarios a Bagdad a discutir directamente con los dirigentes políticos y religiosos chiitas iraquíes una alternativa a la crisis y hasta la máxima autoridad religiosa iraní, el ayatolá Al Sistani, pidió personalmente a Al Maliki que abandonara su cargo. El Parlamento iraquí terminó dando un respaldo mayoritario a Al Abadi para sustituirlo como primer ministro.
La presión del régimen chiita iraní pudo haber jugado un rol decisivo en el cambio, pero tanto Obama como Rohaní saben que revertir la situación llevará tiempo y será extremadamente difícil, mientras que en el terreno militar los ritmos son muy distintos. El Estado Islámico ha logrado unir a sus fuerzas durante su avance a numerosas pequeñas y medianas milicias locales de distintas tribus sunitas opuestas al gobierno central controlado por los chiitas.
Tanto Al Qaeda como el Estado Islámico han sabido rentabilizar políticamente la política sectaria y represiva llevada a cabo por el corrupto gobierno de Al Maliki durante años. EE.UU. tardó en entender que su apuesta por este hombre al que aupó al poder y al que calificaba de “moderado” agudizó la lucha interreligiosa hasta situaciones extremas.
El Estado Islámico, que rompió sus relaciones con Al Qaeda y que en poco tiempo se hizo fuerte tanto en Irak como en Siria, ha ampliado su presencia también al Líbano y Palestina, enfrentándose tanto a las milicias de Hezbollah como a la de Hamas y otras del campo islámico. El ISIS se ha enfrentado en Siria frontalmente con las milicias del Ejército Libre Sirio (ELS, el más apoyado por Occidente) y las del Frente Al Nusra –rama de Al Qaeda en Siria– debilitando así el frente opositor a Bachar al Assad, para regocijo de éste.
En el Líbano, el ISIS ha pasado de los esporádicos atentados terroristas cometidos hasta ahora a enfrentamientos abiertos con las fuerzas regulares libanesas y con las milicias de Hezbollah, ampliando así cada vez más el frente de guerra.
La mancha yihadista se extiende como un reguero de pólvora no sólo por el amplio territorio iraquí. sino también por varios países de la región.

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