lunes, 14 de julio de 2014

Un país dividido en tres

Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Cosas raras: Messi, que ayer casi no se dejó ver en la cancha, fue elegido el mejor jugador de la Copa. De los brasileños, el único candidato entre los diez al puesto de mejor de los mejores era Neymar. Pobre. Ni chance.
Y en un Mundial en que primaron los arqueros, el alemán Neuer fue consagrado el mejor. Quisiera saber si el jurado que acompañó el Mundial y decidió ese título vio jugar al arquero de Costa Rica, al de México, y por ahí vamos (no doy nombres para que no me crean parcial).
Ayer tuvimos un partido con momentos brillantes en el primer tiempo, con un segundo tiempo que se alargó más allá de lo que podría suponer la paciencia bíblica de Job, y listo. De repente Alemania mete un gol, y se liquida la factura. Así las cosas. Si hubiese ocurrido a la inversa, es decir, si Argentina hubiese metido un gol, sería igual de justo.
Al final, Dilma Rousseff no pronunció ningún discurso. Fueron en vano las horas de tensión de los asesores encargados de redactar las dos versiones de discurso de la presidenta brasileña. Pues ni uno, ni otro.
Bueno, luego de largos 24 años, Alemania logró, y en el mítico Maracaná, otro choque con Argentina y, de ese partido, un Mundial. El cuarto.
Ahora es el país más cercano a Brasil, que tiene cinco. Pero si uno ve y observa y estudia el fútbol de uno y de otro, la verdad es que los alemanes están bastante mejores, aunque les falte un título para equipararnos.
Difícil, muy difícil misión tenemos de ahora en adelante la selección brasileña y yo.
Ellos, la de rescatar algún vislumbre del juego que tuvimos, del fútbol de maravilla que supo encantar al mundo. Yo, la de terminar este texto.
Les confieso, ojo en los ojos, que hoy fui por Argentina. Sí, sí, nuestros rivales más tremendos, nuestros adversarios más adversarios. Pero al fin y al cabo hermanos, vecinos.
Los alemanes cometieron la humillación máxima que hemos padecido en un Mundial. Del 7-1 traigo al menos seis espinas clavadas en la garganta.
Bueno, ni modo. Otra vez ganaron los alemanes. Confieso que esperaba algo más de Argentina. Pero no les cobraré a los muchachos adversarios lo que los muchachos nuestros no lograron dar. De alguna manera, ayer Brasil fue un país dividido. Una parte importante, y por cierto muy masoquista, estuvo con Alemania, nuestro verdugo mayor. Otra parte, quizá mayor, quizá menor, ha estado con Argentina, nuestro adversario más feroz. Alguna parte perdió. Alguna parte ganó.
Pero, al fin y al cabo, nada de eso importa tanto. Lo que realmente importa es que el invierno en Río está suave. El domingo 13 de julio ha sido un día de sol esplendoroso.
Y al anochecer, mientras alemanes celebraban a su manera –los alemanes no son latinos, como sabemos todos; y, como sabemos todos, sus celebraciones nos parecen un tanto raras–, nosotros, latinos, mirábamos el cielo, donde había una inmensa luna llena. De esas lunas que los enamorados encargan a sus amadas, diciendo –y es mentira, pero no importa– que encargaron a un precio elevadísimo, tan caro que hubo que dividirlo en cuotas en la tarjeta de crédito.
Bueno, con una luna de ésas todo es válido. Ese ha sido, como diría mi maestro John dos Passos, el Mundial de nuestras desesperanzas.
Alemania sí tuvo el mejor fútbol. Que les vaya bien.

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