sábado, 12 de julio de 2014

Sábado 12 de Julio de 2014 OPINIÓN Por Alberto Dearriba La otra final que se juega en Nueva York

La política está anonadada con la energía positiva que desata un triunfo de la Selección Nacional de fútbol. Ni el más carismático líder político sería capaz de conseguir semejante nivel de adhesión. Mucho menos podría provocar una invasión argentina sobre Río de Janeiro con el único fin de estar cerca de sus héroes.
La pasión futbolera atraviesa diferencias generacionales, sociales e ideológicas. Los 23 tipos vestidos de celeste y blanco aparecen como la mayor identificación de la nacionalidad, el mayor símbolo de unidad nacional. El fenómeno no es nuevo, ni exclusivo de estas costas bárbaras, como pretenden algunos exquisitos. Sin embargo, no deja de sorprender tanta pasión. 
La presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, está preocupada por los efectos que la humillante derrota de la verdemarela a manos de los panzer pueda tener sobre una sociedad que irá a elecciones generales en octubre.
Los funcionarios del gobierno argentino saben también que un triunfo mañana sobre los alemanes puede sostener el buen humor que se respira en las calles de las ciudades argentinas y calmar las broncas que viene generando el menor nivel de actividad, la amenaza del desempleo y hasta la represión de conflictos gremiales que se expresan en cortes de arterias.
No desconocen que una derrota estimulará la mala onda que ahora reprimen los medios dominantes para no aparecer escandalosamente en la vereda de enfrente.
La adhesión a la Selección Nacional es tan contundente que cualquiera que cuestione su juego o su estrategia se arriesga a ser tildado de algo parecido a un vendepatria. En cambio, quienes escuchan y repiten los planteos extorsivos de los fondos buitre a la Argentina pasan como analistas reflexivos, serios, críticos de una realidad por la que responsabilizan al gobierno que intenta cambiarla.
El usurero internacional Paul Singer envió a la Argentina a soldados de la American Task Force Argentina (ATFA) que publicaron una solicitada en algunos diarios locales y se reunieron con periodistas de esos medios a almorzar en el coqueto Palacio Duhau. 
En la puerta había algunos muchachos y chicas que hostigaban a los fondos buitre. Debió haber una manifestación equivalente a la que estalló espontáneamente alrededor del Obelisco apenas terminó el partido en el que la Selección Argentina derrotó a la holandesa después de 120 minutos tensos.
La Task Force norteamericana sostiene que la Argentina se niega a negociar, cuando está claro que arregló con el 93% de los acreedores y que pagó 190 mil millones de dólares durante el kirchnerismo. Dicen que algunos bonistas están dispuestos a negociar plazos, pero Griesa urgió al pronto pago.
Los buitres hacen lo suyo: operan, presionan y extorsionan sin que las grandes mayorías sepan muy bien de qué se trata. Pocos saben realmente que esos sigilosos lobbistas pueden condicionar la calidad de vida de ellos, de sus hijos y nietos. 
Se presentan como pobres ahorristas estafados, víctimas de la perversidad del gobierno, cuando en realidad compraron deuda a precio vil con el objetivo de litigar luego y lograr pingues ganancias.
Mientras los muchachos de la AFTA desarrollaban su lobby en Buenos Aires, también presionaban en Washington al Congreso de los Estados Unidos, en procura de una prohibición de importación al país del norte de carne argentina, supuestamente afectada por aftosa, pese a que una delegación de funcionarios norteamericanos constató no hace mucho la salud de las vacas injustamente acusadas. La Cancillería argentina denunció que los buitres amenazan el proceso productivo nacional.
En Nueva York, las partes le presentaron al mediador designado por el juez Griesa, Daniel Pollack, sus posiciones: la Argentina quiere que el juez reponga el stay, una medida que suspendería el efecto de la sentencia hasta que venza en diciembre la cláusula de trato igualitario, en tanto los fondos buitre pretenden que la Argentina firme ahora un documento de pago a enero 2015, aunque bajo protesta.
En el gobierno temen que un documento firmado hoy, aunque prometa pagar después del vencimiento de la cláusula de RUFO, desate la catarata de juicios de otros bonistas.
A esta altura del partido está claro que la mayor fortaleza de la Argentina en este conflicto, el último de la deuda en default, es que el fallo es de cumplimiento imposible. Dicho de otro modo, la extorsión es de tal calibre que obligaría al país a suicidarse.
Está claro entonces que el gobierno, y menos este gobierno, no firmaría semejante sentencia de muerte. Su propia debilidad torna fuerte a la Argentina. Y los buitres lo saben: ganaron en los estrados judiciales merced a la sentencia de un juez conservador que detesta al populismo de los países del patio trasero, pero ahora tienen el problema de cobrar. De nada les vale el triunfo judicial si no se traduce en efectividades conducentes.
El partido decisivo que se juega en Nueva York, aunque resulte más atractiva la final de mañana en el Maracaná, continuará la semana próxima.
Todavía hay mucha distancia entre las propuestas de las partes, pero las negociaciones se han iniciado. Y no hay otra posibilidad de que concluyan en un arreglo.
La cuestión es lograr una ingeniería que le permita al juez una salida elegante del brete en el que se metió, que la Argentina no deba responder por una catarata de juicios que la manden al default y que los buitres hagan su negocio.
La Argentina no quiere un default, pero si no hubiera otra posibilidad, el país ya demostró que hay vida después del default. 
Detrás de los desvelos del gobierno por zafar del problema sin que lo vuelvan a pagar con creces los más desprotegidos, se agita el verdadero problema: la crónica debilidad del sector externo, que paradójicamente se agudizan en los procesos de desarrollo. 
La Argentina llevó adelante un monumental proceso de desendeudamiento que redujo las obligaciones externas de una proporción del 150% de su Producto Bruto Interno (PBI) a sólo el 15 por ciento.
Desde 2005 hasta la retención de la Fragata Libertad en 2012, el problema de la deuda externa que la dictadura militar le legó a la democracia como mecanismo de dominación, y que fue multiplicada generosamente por el neoliberalismo, parecía haber reducido su peso como límite al desarrollo. El desequilibrado fallo del juez Griesa repuso el problema de la deuda en default cuando la Argentina se encaminaba claramente a la regularización de su frente externo tras el arreglo de las sentencias del Ciadi, con Repsol y el Club de París.
Pocas naciones podrían darse el lujo de pagar en un día 1500 millones de dólares, que además desatarían demandas por otros 15 mil millones de dólares de otros bonistas que no arreglaron y de 150 mil millones de dólares de los que arreglaron.
Pero más allá del disparate que promueve Griesa, la debilidad argentina sigue siendo su balanza de pagos. Porque la reducción de la deuda a un 15% de su PBI descomprimió efectivamente la presión, pero sus obligaciones externas superan hoy en un 200% a sus reservas internacionales.
En consecuencia, la solución argentina sigue pasando por sustituir importaciones, reducir la dependencia externa y promover exportaciones para obtener divisas genuinas.

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