miércoles, 9 de julio de 2014

RELATO Víctor Hugo Morales Desde Río de Janeiro El resultado no es sorpresa, la catástrofe sí

Uno porque Alemania es mejor que este Brasil. Pongamos dos. Otro por la ausencia de Neymar. El cuarto porque no estaba Thiago Silva. ¿Pero cómo explicar los otros goles en la atroz diferencia que hubo en Belo Horizonte? El resultado más corresponciente a un tie break del tenis, la paliza conceptual, física y mental de los alemanes, deviene en el más asombroso resultado de la historia de los mundiales.
No hay manera de cotejar otro partido de la historia con este en el que Brasil fue humillado hasta dar pena, aun a sus peores enemigos de adentro y de afuera. Intentar un análisis pormenorizado del partido es nada más que una obligación profesional, una manera de andar por el teclado como quien toca distraídamente el piano, sin saber. Puede decirse, como para empezar que el primer gol en un partido que se suponía equilibrado ganó demasiado terreno en la cabeza de los brasileños.
Ahí se apareció el fantasma de Neymar, ahí se dieron plena cuenta de que no estaba Thiago Silva. El agujero fue inmenso en el descalabro de un equipo sin líder, sin un grito a tiempo, sin alguien que les hiciera entender que el partido todavía tenía mucho por delante. Enfrente, una Alemania impertérrita, siguió jugando un fútbol sudamericano en esencia, de toques y sutilezas, pero a la hora de recuperar la pelota, volvían a ser alemanes. Tácticos, disciplinados, fuertes, grandotes, atléticos.  Y apenas la tenían, otra vez lo mismo...
Toque, rotación, avance en todas las líneas, alas para abrirse, claridad para tocar desde adentro. Así fue como Brasil se desnudó definitivamente como el peor seleccionado de su historia. Empezó el cronista a explicarse por qué desde las primeras notas del Mundial depreció a Brasil como un equipo ganable. Más tarde, cuando llegó el encuentro con Chile había acuerdo generalizado de que esta sí, esta vez Chile podía romper el maleficio. Y claro que estuvo a punto de lograrlo. Vino después Colombia. Y era favorita para una buena parte de la opinión. Y fue necesario un árbitro que los sacara un poco a flote, y un regalo colombiano del principio.
Por todo eso, se puede convenir que la derrota de Brasil no es una sorpresa. El resultado de catástrofe deportiva sí. Vayamos un poco entonces a la Argentina.
El diario Bild titulaba una hora después del partido “AHORA VAMOS POR HOLANDA”. Y como viene la mano, de la forma en que se europeizó el torneo, habrá que recurrir a la frase cuando las barbas de tu vecino veas arder... Y quitarse del cuerpo la íntima convicción de que la Argentina no puede perder. El cronista cree en la personalidad, autoridad y juego de la selección de Sabella, pero algo de esa confianza se accidentó observando el partido de ayer. Hay en los europeos de esa parte del continente un ritmo tan sostenido, un grado de concentración que debe preocupar segundo a segundo durante todo el partido. Ni ganando en el trámite se puede vivir tranquilo con ellos. No registran cuestiones emocionales, juegan sin presionarse. Si no ganan, se vuelven y se van a la playa. Toman sol y se dejan fotografiar. Se supone que hicieron lo posible y no deben dar explicaciones. Para Robben la vida sigue igual.
Para Messi, no tanto. Hoy por hoy, la Argentina es un poco más que Holanda. Pero el favoritismo se queda en suspenso como una niebla cerrada y pegajoza que encontramos sorpresivamente al abrir la puerta, poco después de la espeluznante goleada de los alemanes, que cambia todo lo que sea el mundial en los próximos días.
Hasta puede pensarse que miles de entradas estarán a disposición para los argentinos que quieran llegar a Río para alentar al equipo en la final del Maracaná.

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