domingo, 6 de julio de 2014

Evo Morales mueve las agujas

El Palacio Quemado instauró el Reloj del Sur para honrar la cultura indígena. La medida es complementaria de la matriz económica racional e industrialista pregonada por el evismo.
Cuando las delegaciones participantes de la última cumbre del G-77 tomaron asiento para participar del conclave final en la ciudad de La Paz, percibieron que el famoso apunamiento boliviano estaba afectando seriamente sus sentidos. Sobre sus escritorios, los cancilleres latinoamericanos y asiáticos observaban atónitos un reloj dispuesto por los anfitriones cuyo sentido de las agujas giraba hacia la izquierda. Sin embargo, el mal de altura no estaba distorsionando la vista de los jefes de la política exterior latinoamericana. El giro copernicano en las manecillas que miden el paso del tiempo obedecía a la presentación formal del denominado “Reloj del Sur”, una iniciativa de la diplomacia del Palacio Quemado que pretende “cuestionar las formas establecidas. En nuestro hemisferio, como enseña la cultura indígena, la sombra se proyecta hacia la izquierda. No estamos en el norte, pensemos de forma creativa y tomemos conciencia de que vivimos en el sur”, justificó y propuso el Canciller David Choquehuanca, de origen aymara.
El denominado Reloj del Sur, que ahora decora la fachada principal del Congreso local, no es la primera medida del gobierno de Evo Morales con una fuerte impronta descolonizadora en el plano cultural y, por lo tanto, reivindicativa de los valores de los pueblos originarios, que son amplia mayoría en el país, a diferencia de lo que sucede demográficamente en países de la Cuenca del Plata como Argentina. Cuando el evismo llegó al gobierno y sucedió, por ejemplo, a un jefe de Estado como Gonzalo Sánchez de Losada cuya tonada gringa simbolizaba mejor que nada la distancia entre el palacio y la calle, la bandera whipala se convirtió en símbolo constitucional. El cambio fue evidente, con Evo Morales los colores, el sonido y la estética indígena salían del closet para convertirse en paradigma dominante. Sin embargo, más allá del ropaje ideológico pachamamista con el que se exporta al mundo la revolución democrática boliviana, la matriz económica puesta en marcha en los últimos ocho años parece estar claramente identificada con un perfil industrialista en el modelo productivo, extractivista de sus recursos naturales y de una racionalidad fiscal ultrapragmática que ha sido elogiada por organismos financieros como el Fondo Monetario Internacional. Un recetario de medidas poco conectadas con el decrecimiento y la armonía ambiental pregonados por la cosmogonía indígena pero muy valorada por los mercados globales que, en ese sentido, llegaron a consentir dos años atrás la colocación de un bono de deuda boliviano con una tasa de interés anual menor al cinco por ciento o buscar asociarse con la petrolera estatal YPFB en la explotación de los yacimientos locales luego de una nacionalización hidrocarburífera que modificó drásticamente el reparto de la renta pero lejos estuvo de alterar la matriz energética.
El gobierno del país andino puede alterar el movimiento de los relojes pero conoce muy bien también cómo administrar los tiempos políticos. A tres meses de las elecciones presidenciales, la última encuesta importante evidencia que la legitimidad de Evo Morales es inmune al paso de los años. A punto de finalizar su segunda administración como jefe de Estado, la popularidad del ex dirigente cocalero de la región del Chapare alcanza al 70%, todo un récord regional. Además, el denominado Frente Amplio boliviano –una llamativa alianza que une a indígenas radicalizados, empresarios de la ex zona separatista de Santa Cruz y partidos tradicionales barridos por el huracán electoral del oficialista MAS– acaba de romperse en dos mitades por diferencias en el reparto de cuotas de poder en las listas electorales. En ese sentido, la casi descontada reelección capítulo segundo de Morales en octubre moviliza un debate: ¿qué clase de hegemonía está instaurando el evismo? ¿Se trata de una revolución cultural indígena o es un proceso neodesarrollista decorada con la estética multicolor del whipala?
Pablo Stefanoni, ex director de la edición boliviana del Le Monde Diplomatique y actual jefe de redacción de la revista latinoamericana Nueva Sociedad, ha tratado muchas veces este dilema en sus artículos con un criterio centrado, equidistante entre los relatos que acentúan la marcha racionalista del evismo y los discursos que sólo enfocan y reivindican la retórica indigenista que baja desde los parlantes del Palacio Quemado. Miradas al Sur dialogó con Stefanoni para conocer su lectura sobre el presente del gobierno boliviano y la verdadera significación de una medida, llamativa en términos mediáticos, como el denominado Reloj del Sur.
–¿Cómo definiría la actual matriz económica del gobierno boliviano? Usted mencionó en un artículo reciente que la embajada de Corea del Sur tiene mucho peso político en La Paz y de que, en algún sentido, Bolivia intenta emular el salto industrial que dieron ciertos países del sudeste asiático.
–La matriz económica de Bolivia es aún extractivista, eso es muy claro en la manera que el gobierno administra la explotación del gas y los minerales. Por ese motivo, Corea del Sur aparece como una utopía de salto industrial de un país pequeño y agrario (eso quitando todos los componentes geopolíticos en juego), mucho más comparable para Bolivia que un gigante como China. Pero, por el momento, yo hablaría de ilusiones desarrollistas, porque no se están tomando en cuenta todos los aspectos que requiere un tránsito de esa naturaleza. Por lo pronto, la educación en Bolivia sigue siendo una asignatura pendiente, lo mismo que el avance hacia un Estado más sólido y eficiente (si no se cae en un estatismo sin Estado). A menudo prevalece una idea de que la industrialización es fácil porque tenemos plata y muchas reservas en el Banco Central. Dicho esto, el periodo de crecimiento y orden macroeconómico más largo de la historia boliviana puede ser un elemento positivo en el sentido de asentar mejores expectativas hacia el futuro, también en el sector privado. Paralelamente, Bolivia está viviendo algunos cambios de largo aliento (modificación en el componente de las elites, transformaciones socioculturales) que hoy es difícil ponderar en todos sus pliegues. Pero, temas como la gran extensión el trabajo infantil y adolescente recuerdan cada día las enormes tareas que hay por delante hacia un país con más bienestar e igualdad.
–El interrogante surge porque iniciativas proindigenistas, en el plano cultural, como torcer las agujas del reloj, hacen pensar que Evo Morales sólo profundiza la vía pachamamista a nivel discursivo pero no en el plano estructural. ¿Cómo ve esta cuestión?
–El tema del reloj es la típica noticia bastante poco trascendente a nivel político. El hecho no genera grandes efectos sobre los indígenas, que están preocupados por otras cosas, aunque sea muy atractiva desde el punto de vista periodístico. Todos leemos una noticia como esa. En concreto, la idea fue del canciller Choquehuanca; a la que, en este caso, se sumó el presidente del Senado Eugenio Rojas. El riesgo, en mi opinión, es pintar un cuadro de realismo mágico del proceso político boliviano. Lo que va a hacer que Evo Morales gane en octubre no son estas medidas (que en la propia Bolivia no se toman en serio) sino la situación económica que fue elogiada por el propio New York Times o el Fondo Monetario Internacional.

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