domingo, 20 de julio de 2014

EL PAIS › OPINION Lo que hay y lo que emerge

 Por Mario Wainfeld
La visita de los presidentes de China y de Rusia y el encuentro de los Brics redondearon una agenda oficial que demarca una parte importante del futuro de la Argentina. Los acuerdos firmados, muy centralmente con China, apuntalan sectores neurálgicos de la economía local.
La aldea global, que muchas visiones parroquiales no saben mirar, mete miedo. Las matanzas y emigraciones forzadas en la Franja de Gaza alertan sobre perversiones estructurales del (mal) apodado “orden internacional” en el que estamos inmersos, quieras que no.
El sanguinario ataque al avión de Malaysia Airlines da cuenta de riesgos sistémicos temibles. Escapa a las incumbencias de esta columna especular sobre quiénes y por qué cometieron ese crimen atroz. Las hipótesis más socorridas concuerdan en ser espantosas. Pudo ser, dicen supuestos expertos que jamás son neutrales, un error de quienes son capaces (material y moralmente) de cometer crímenes masivos contra gentes de a pie. Pudo, por ahí, ser la perversa jugada de “tirarles un muerto” (en el caso, muchos) a sus enemigos. La proliferación de actores irresponsables o chapuceros o las dos cosas dotados de una capacidad de daño muy superior a sus capacidades políticas es casi un dato. Ilustra sobre un tablero que está cerca de hacer añorar las etapas de la distensión mutua, propia de la “Guerra Fría”.
Un planeta cruel se expresa en conflictos armados que podrían ser incontrolables. También en el sistema económico financiero, que genera riquezas inmensas, desigualdades enormes. Y que viene haciendo reposar sobre las espaldas de los pueblos los costos de la crisis desencadenada a partir de 2007.
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Un hito en Fortaleza: Los Brics son el fenómeno emergente del siglo XXI, el grupo de países que más han crecido y que van forjando una alternativa acotada e incipiente. El encuentro concretado en Fortaleza entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica pinta para ser, sin ditirambos, fundacional. El orden económico mundial puede ser distinto a partir de la creación conjunta de un Banco de Desarrollo y de un Fondo de contingencia para subsanar problemas financieros de los estados.
Hay trazos de semejanza en las nuevas entidades con el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Desde luego, nada es idéntico porque otra es la etapa, otros los actores y porque se construye a sabiendas de lo que sucedió con la experiencia anterior.
Los organismos internacionales de crédito que conocemos y padecemos fueron erigidos por los vencedores en la Segunda Guerra Mundial. El fin de la contienda delineaba un nuevo ranking de potencias, que incidió decisivamente. Estados Unidos e Inglaterra siempre fueron aliados, pero recorrían trayectorias disímiles: un imperio en decadencia irremisible, otro que ascendía. Sus representantes debatieron el diseño del FMI y el BM, prevaleció la potencia dominante. Francia, arrasada por la guerra, fue relegada al rol de comparsa: el tamaño y el potencial siempre importan. Alemania quedaba afuera, a fuer de derrotada.
Dos sagacidades fundacionales formatearon el sistema internacional y el nuevo mapa de los mayores países de Europa central. Replicar las condiciones humillantes del Tratado de Versalles para Alemania incubaría otra vez el huevo de la serpiente. La conflictividad de siglos entre Francia y Alemania debía ser superada a través de modos de integración y cooperación jamás conocidos antes. Nada se urdió en un día o en un año, pero buena parte de los recursos de los organismos internacionales se volcó a la reconstrucción de Europa, Alemania e Italia incluidas. El Plan Marshall fue una herramienta de la estrategia.
El “Tercer Mundo”, víctima del pillaje colonial de los vencedores y los vencidos, quedó afuera. O, peor, motivado a someterse a modelos económicos destructivos a cambio de oxígeno financiero.
El Mercado Común Europeo reconstituyó Europa y fue el primer mojón en el camino de la Unión Europea (UE). Aun en esta época convulsiva, los resultados son impactantes y dignos de emular, que no de calcar.
Estados Unidos se garantizó la hegemonía en todos los organismos internacionales, merced (entre otras variables) a sus reglas de votación.
La Unión Soviética (URSS) fue un contrapeso a la primacía gringa durante 45 años que se vinieron abajo con la caída del Muro de Berlín, sucedido pocos meses antes de la anterior final entre Alemania y Argentina. El historiador británico Eric Hobsbawm puntualiza que se desmoronó un sistema añejo, muy previo a la revolución soviética: “La desaparición de la URSS ha traído consigo la desaparición del sistema de superpotencias que rigió las relaciones internacionales durante casi dos siglos y que, salvo contadas excepciones, permitió mantener hasta cierto punto bajo control los conflictos entre estados”.
Estados Unidos ejercita una primacía vasta, huérfana de precedentes comparables. La historiadora argentina María Dolores Béjar enumera: “Poder militar sin rivales, basado en la innovación tecnológica, influencia decisiva sobre las agencias mundiales (OTAN, ONU, OMC)”, la categoría de moneda internacional que mantiene el dólar, el peso de su industria cultural muy evidente en el cine y las series... (Historia del siglo XX). Se abrevian de la cita las variables económicas, ya conocidas.
Cabe preguntarse si el mundo unipolar no es más salvaje, inequitativo y (ahora) impredecible que el que lo precedió. Tal vez no sea el momento de dar respuestas apodícticas aunque ciertamente todo induce a lecturas negativas.
El Premio Nobel de la Paz otorgado al presidente Barack Obama, el líder del país que asesina más personas fuera de sus fronteras, es acaso una cifra de lo que viene pasando. Podría ser una imaginería de Roberto Fontanarrosa, un sarcasmo de izquierdas... es algo peor, de ningún modo risible.
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Nuevos socios y derrumbe: El alemán Horst Köhler, los franceses Dominique Strauss-Kahn y Christine Lagarde llegaron a conducir el FMI en los últimos años. Sus nombres, entre otros, trasuntan que el club de los grandes se amplió desde el remoto ’45.
La arrasadora experiencia del llamado “Consenso de Washington” dañó especialmente a los países africanos, a Sud y Centro América. Béjar lo recuerda y remarca que en 2011 (fecha de publicación del libro que citamos) “las dos regiones del mundo más alejadas del neoliberalismo, aunque de diferente modo, son China y América latina”. Elogia el discutido nuevo paradigma de nuestro Sur: “El panorama es alentador, la reparación parcial de las injusticias sociales sufridas por los más desprotegidos, la recuperación del papel del Estado en un sentido que lo aleja de la lógica de los mercados para incluir los intereses sociales, las decididas intervenciones conjuntas de los presidentes en defensa de la democracia ante las amenazas de los golpes de Estado, el afán de ocupar un lugar en el mundo articulando a los países como región”. Se suscribe al pie, claro.
Ese proceso, no exento de asimetrías, atraviesa una etapa ardua, que abarca una reducción de las tasas de crecimiento. Pero es un rumbo inteligente que es imperioso conservar.
Brasil y Argentina son aliados estratégicos, socios comerciales. De nuevo, el poder existe en las relaciones internacionales, aun en las más amigables. Ni qué decir con China.
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Una cosmovisión en movimiento: Releer, así sea “en diagonal”, documentos o discursos del tiempo de la fundación del FMI suscita extrañeza o hasta una suerte de nostalgia retrospectiva. Se alude a un futuro de hermandad, de supresión de las carencias, de paz universal, de objetivos compartidos entre naciones. Siempre hay márgenes de hipocresía en la retórica, pero seguramente también primaba un optimismo de época, un afán de superación que no abolía la lógica hegemónica pero quizás la ablandaba. El de-safío del socialismo real influía también, el despliegue de los estados capitalistas benefactores fue una respuesta que signó “treinta años dichosos”.
La catástrofe financiero-económica del siglo XXI amaneció en otros tiempos, ideológicamente más cínicos y menos preocupados en controlar la “paz social”. La explosión de las burbujas financieras fortificó, casi en un santiamén, a sus causantes y culpables. Los estados y los entes multinacionales concibieron una respuesta ideológica de pies a cabeza. Sólo una cosmovisión precisa puede alumbrar un plan económico fijado en aumentar la concentración de la riqueza y centrada en castigar a las personas más pobres, a los países más vulnerables y, aun, a las empresas o sectores de la economía menos concentrados. Se amortiguó la caída a cambio de agigantar las inequidades y las impiedades. Las decisiones distan de ser pura técnica: rezuman ideología.
América del Sur está, dentro del acotado margen disponible, alejada del epicentro de ese tránsito capitalista.
Las nuevas hegemonías son parientes de otros modos de dominación pero es impropio, salvo en una tertulia de café, homologarlas a los viejos imperios. Si nos apuran, tal vez porque son menos funcionales para quienes sufren sus decisiones. Pero sobre todo porque es empobrecedor usar un mismo léxico para referirse a realidades diferentes.
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Una alternativa: Los Brics son una alternativa, preponderantemente económica. No da la impresión de que se la pueda extrapolar u homologar a alineamientos políticos.
La Argentina tiene ya un intenso intercambio económico con China. Sus exportaciones son commodities, aun en una etapa de revalorización luce demasiado primarizado.
Los acuerdos firmados entre los presidentes Cristina Fernández de Kirchner y Xi Jinping son necesarios y útiles para la Argentina. Acaso la mejor nueva para la economía después de la reestatización de YPF.
Más allá del tráfico establecido de mercancías, se añade la infraestructura: ferrocarriles, centrales energéticas. El convenio financiero se dirige a fortalecer un flanco que es necesario apuntalar.
Un aliado económico mucho más poderoso, que planea sus estrategias a más largo plazo obliga a extremar la defensa del interés nacional y a no creer en la magia ni en la bondad de las potencias. No la hay. La celosa defensa de la soberanía que viene ejercitando el kirchnerismo no tiene por qué tomarse licencia en ninguna tratativa ni acuerdo.
De cualquier modo, el surgimiento de otros polos de poder es una buena nueva para estados como el nuestro, a condición de saber encontrar el destino propio en un tablero que controlan otros.
Hablemos de cifras aproximadas, basta para ilustrar un concepto. China tiene un PBI mucho más grande que el de sus cuatro socios Brics sumados. Entre todos, representan algo así como un cuarto de la riqueza mundial. Estados Unidos y Europa explican la mitad. Al “resto del mundo”, seleccionado que integramos, le queda un cuarto para repartir entre muchos: medir la propia dimensión siempre es saludable.
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El vecindario y la casa propia: Un sucedáneo Brics del BM es una buena nueva, que impone echar un vistazo sobre el vecindario y la casa propia. La Argentina no tiene un Banco de Desarrollo desde hace añares. Brasil sí cuenta con uno que pivotea su economía y restringe la influencia de su Banco Central. Por acá se suplen las funciones con un esquema que comprende a la Anses reformulada y el Central reorientado. Los logros son notables, pero seguramente serían mejores con un sistema más sofisticado y especializado.
No se ha plasmado ni avanza el Banco del Sur, un proyecto alumbrado por los presidentes Hugo Chávez, Lula da Silva y Néstor Kirchner. A riesgo de repetirnos: la integración regional alcanzó niveles inimaginables a principios de siglo. Cotejados con ese punto de partida, están cerca de ser sueños convertidos en realidades. Pero la exigencia cotidiana es hacer camino al andar, o de pasar de pantalla: queda mucho por recorrer y mejorar.
Un célebre juzgado en Manha-ttan es una variable alocada de un sistema financiero que estalla. Las autoridades argentinas se manejan en un desfiladero afrontando correlaciones de fuerza muy dispares. Sus tácticas (en especial el pago a los bonistas en el Banco de Nueva York) son inteligentes, dentro de un menú reducido.
Los buitres y otros actores interesados tratan de equiparar al default una eventual falta de acuerdo con los fondos buitre antes del 30 de julio. No hay tal, más vale, porque el país no es insolvente y quiere pagar. Pero los adversarios (que a menudo son enemigos, tout court) buscan éxito en las expectativas: frenar proyectos de inversión, créditos internacionales, decisiones micro de empresas locales.
La lucha es cruel y es mucha. El gobierno que está al mando, cree este cronista, es el mejor dentro del repertorio de lo posible. Sus rivales nada proponen, sólo juegan “la cortita”.
Mirar a la oposición no mete tanto miedo como la violencia en Ucrania. Pero amerita una preocupación seria, pensando en las elecciones democráticas de 2015.
mwainfeld@pagina12.com.ar

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