miércoles, 9 de julio de 2014

Copa del Mundo Un país en estado de shock

Un país en estado de shockLos 200 millones de brasileños quedaron conmocionados por un resultado que nadie imaginaba. Un golpe más duro que el histórico Maracanazo y que obligará a muchos replanteos en el seleccionado verdeamarelho.
Alejandro Wall
Miroslav Klose hace el segundo gol de Alemania y los siete músicos que están parados bajo la pantalla gigante dejan de tocar. Un silencio de muerte se apodera de los instrumentos, del bar, de la calle. De San Pablo. La masacre dura seis minutos. Los seis minutos más impresionantes de la historia de los Mundiales. Es un gol tras otro hasta el quinto. Parece una ráfaga de ametralladora pero es fútbol total. Alemania se convierte en una máquina fría sin piedad para la humillación. Una mujer sale entre lágrimas a la calle. Un pibe con la camiseta de Brasil se agarra la cabeza y no la suelta más. Esperan el sexto, el séptimo y el octavo. Ya nada importa.
Algunos ríen. Porque es una forma de burlar al espanto. O también de no entender qué pasa a su alrededor. Es una risa nerviosa de confusión, una risa de gente que en el bar Karavelle, en Itaim Bibi, un barrio acomodado de San Pablo, pagó 300 reales para comer, tomar, escuchar música y ver a Brasil. Mientras Klose festeja con esa sobriedad tan alemana, tan que parece ser apenas una mueca de alegría, un hombre de 50 años saca una lata de cerveza de un balde y tiene tiempo de lamentarse porque el germano pasó a Ronaldo como goleador de la historia de los Mundiales. Como si con todo este desastre ya no fuera demasiado.
Van 22 minutos del primer tiempo. Ya llega el gol de Kroos, el tercero, el letal pero no el último. ¿Cómo es posible que suceda todo esto? ¿Cómo es posible en el país del futebol arte? ¿Cómo es posible si este era el Mundial para el hexacampeâo? Kroos mete el cuarto y un grito de asombro se cuela en el bar. “¿Quantos mais?”, se pregunta una chica.
Todos miran la pantalla gigante y también la pantalla de sus celulares. Es la imagen de estos tiempos. Chatean por whatsapp, incrédulos y desolados. “Vamos ver, vamos ver”, dice un flaco de barbita a alguien que le habla por teléfono y que le debió anunciar lo que ya se sabía, que todo estaba terminado demasiado pronto. “Vamos ver, vamos ver”, repite. Y se ríe.
Gol de Khedira.
En la pantalla aparece un niño llorando. Y una mujer llorando. Y otro más llorando. Hasta que la televisión deja de enfocar a la tribuna, deja de alimentar el morbo de un país que llora. Brasil le abre los ojos a una experiencia más atroz que el Maracanazo, que termina enterrado de la peor forma, la menos esperada: empequeñecido por una marabunta alemana. Es un dolor pequeño tapado 64 años después con otro dolor más profundo. Desde que comenzó el Mundial de Brasil lo único que aquí se soñaba era con espantar aquel fantasma. No quedan dudas de que el fantasma se espantó.
Si la derrota de 1950 pesó sobre las espaldas de Moacir Barbosa Nascimiento, el arquero que recibió el gol de Alcides Ghiggia, ahora en la pantalla hay once Barbosas, once fantasmas que no saben cómo escaparle a la pesadilla. No hay Neymar que los salve. No hay Thiago Silva que los llore.
SILENCIO. San Pablo se mueve en el entretiempo. Es un movimiento de huida, de escape, en la búsqueda de algún lugar donde esconderse. Una bomba de racimo cayó sobre este país y nadie sabe hacia dónde correr para refugiarse. Por la avenida Faira Lima pasan los ómnibus vacíos, el síntoma de una ciudad que dio asueto a sus trabajadores desde el mediodía, como cada vez que juega Brasil. Aunque ahora el que juegue sea Alemania. Y esto todavía no terminó. Schürrle mete el sexto. Y mete el séptimo. En portugués se dice inacreditável. El gol de Oscar no alivia la humillación, sólo la estira.
Luiz Felipe Scolari lo consiguió. Fulminó la identidad brasileña con un equipo sin estilo, sin juego, sin alma, alejado de sus orígenes; apenas una caricatura barata de otros ejemplares. Hace unos años estaban Ronaldo, Ronaldinho y Rivaldo; ahora están Fred, Jo y Hulk. Alemania, con la frialdad de un asesino serial, se lo hizo pagar a Scolari y a su Brasil. Viene la hora del replanteo para un país que hizo escuela y ahora se abochorna –y abochorna– en el césped del Mineirao. La noche de Belo Horizonte fue un terremoto para el fútbol. Ya nada será igual. Nunca una caída había hecho semejante ruido. Creíamos que sí, pero no. Será un trauma que Brasil llevará por siempre.
El partido se termina y hay un silencio sepulcral en las calles. Estremece saber que este instante será objeto de libros, documentales, análisis psicológicos y sociológicos. Hay 200  millones de personas en estado de shock, inundados en el espanto y la incertidumbre. Suenan bombas de estruendo en San Pablo. Es de noche y hace frío. Y es víspera de feriado para una ciudad –un país– que no podrá dormir
Tiempo Argentino


No hay comentarios:

Publicar un comentario