miércoles, 9 de julio de 2014

Copa del Mundo La aplanadora del gol

Alemania, que había debutado en gran nivel con Portugal y que luego no terminó de lucir, apareció justo en semifinales y ante Brasil. Con un fútbol temible, ahora espera para jugar la final del domingo en el Maracaná.

La aplanadora del gol
Tal vez, Brasil haya perdido este partido en el mismo momento en el que el colombiano Zúñiga le dio el rodillazo en la espalda a Neymar y lo sacó de la Copa del Mundo. Tal vez, Brasil se haya ido de este Mundial en ese mismo momento y todo lo que pasó ayer en Belo Horizonte apenas sea una continuidad ineludible de aquello. Tal vez, esa imagen de Julio César y de David Luiz sosteniendo la camiseta número 10 del astro que ya no está, mientras el himno altera a todo un estadio, pudo ser esa suerte de envión anímico necesario para ocultar esa derrota inevitable desde los recursos técnicos y, sobre todo, en ese golpe al corazón por la salida de ese único futbolista capaz de inventar y de maquillar el juego, pobre juego, de Brasil. Tal vez, todo esto haya sido una puesta en escena para intentar un contagio que se cae a pedazos en el primer córner y cuando Müller –si hay un hombre que cuidar en este Mundial es el enorme goleador que tiene Alemania–la empuja en soledad en apenas 11 minutos. Ni un ratito supo cómo sostener las ambiciones del seleccionado de Löw y lo que vino después es parte de un cuento de ciencia ficción.
Alemania había arrancado este Mundial casi como una continuidad de aquello que pasó en Sudáfrica –al menos en el registro propio de los argentinos, con el 4 a 0 al equipo de Diego Maradona– y con un resultado abultado y también inesperado sobre el Portugal de Cristiano Ronaldo. Ese 4 a 0, contundente y feroz, invitó a pensar en un equipo que se iba a llevar puesto a todo aquel que intentara cortar su inspiración y su meta de acabar con la sequía de títulos mundiales que lo persigue desde 1990, pese a las semifinales y a la final (en Corea-Japón 2002, justamente frente a Brasil), que siempre lo puso como a una de esas selecciones protagonistas en cada Mundial. Sin embargo, algunas zozobras, sobre todo en los octavos de final frente a Argelia, lo habían devuelto al suelo de los competidores y le habían quitado ese vuelo aterrador a un equipo que se conoce casi de memoria y que se ve fortalecido con los años de rodaje.
Pero, claro, al fútbol lo juegan todos y siempre ganan los alemanes, dicen. Entonces, cada uno de los errores que cometió Brasil, desconcertado y desalmado por sus penas y por la falta de Neymar, se transformaron en goles de Alemania. Cada una de las pelotas perdidas por Marcelo y compañía fueron hasta el fondo de la red, sin que ese gran arquero que tuvo Brasil en esta Copa y que tanto lo salvó por sus propias limitaciones pudiera hacer algo para evitar la paliza.
TIENE MOTIVOS. Porque Kroos, ese que maneja la pelota a control remoto y que le da pases a todo el mundo, escribió el guión en vivo de todo lo que iba a pasar en ese rato que duró el partido. Porque a Müller se le caen los goles de los bolsillos. Porque a Klose siempre le va a quedar una, de rebotero nomás, para armar la fiesta completa y destronar al gran Ronaldo como el máximo anotador, con 16 gritos, en el libro de los Mundiales. Porque Khedira aparece por la derecha y por todos lados y tiene siempre una jugada para armar y para que su equipo se meta debajo del arco. Todo eso es Alemania. Y todo eso es mucho en una instancia de semifinales y ante el local, incluso cuando el local es Brasil.
Si el seleccionado de Luiz Felipe Scolari tenía y ofrecía poco vuelo con Neymar en el campo de juego –superó los octavos por penales ante Chile y pidió la hora en el 2 a 1 ante Colombia por los cuartos de final–, imagínese lo que sufrió sin su 10 y con un comienzo arrollador de los alemanes, que siempre dieron la sensación de querer un poco más, de no importar demasiado el contexto ni las consecuencias y que de haber podido le hubieran dejado una docena de goles para poner en la góndola.
El partido, mientras fue partido, en esos primeros 20 y monedas de minutos, se jugó siempre casi en la medialuna de Brasil. Y desde ahí, Alemania hizo todo tan simple que terminó por humillar para siempre al local y meter terror a quien se le atreva a ponerse enfrente este domingo a las 16 en el Maracaná. Porque había que esperar, aún en este Mundial lleno de goles y de emociones, por el gran candidato. Ese que ayer dijo presente.

Tiempo Argentino

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