miércoles, 9 de julio de 2014

Copa del Mundo Ahí va Messi, en busca de su trono

Argentina juega hoy contra Holanda su primera semifinal mundialista en 24 años. Y Messi  buscará un lugar en la historia del fútbol argentino.

Alejandro Wall
Ahí va Messi, en busca de su trono
Para subir hasta la terraza del edificio Altino Arantes, la torre del Banespa, en el centro de San Pablo, no alcanza un ascensor: hay que tomar dos. Desde ahí arriba se ve la infinidad de la capital financiera de Brasil, el tránsito lento del regreso a casa, y los helipuertos donde los millonarios dejan sus helicópteros, con los que evitan los embotellamientos de la ciudad. El rascacielos es una suerte de Empire State paulista incrustado en la zona bursátil. Ni siquiera acá, desde lo alto, desde el piso 32, caminando en círculo entre la bruma, se puede completar una vista de San Pablo. Y eso explica por qué los 20 mil argentinos que se esperan en la ciudad, la mayoría en busca de una entrada que les permita entrar esta tarde al Itaquerao para ver a la selección frente a Holanda, no sobresalen.
Otra vez será un partido de Argentina con una mayoría en contra, una constante de lo que ocurrió después de la primera fase, cuando ya encontrar una entrada a un precio razonable se convirtió en la búsqueda de un tesoro imposible. El último partido accesible, aunque resulte extraño, se jugó en Brasilia. Ahí, todavía unos minutos antes de que la selección jugara contra Bélgica, hasta se ofrecían tickets al precio oficial. Y es probable que a eso haya aportado la lejanía de la ciudad futurista que diseñó Oscar Niemeyer, esa suerte de edificación sobre la Luna.
Aún con esa desventaja, en una ciudad que te absorbe, los argentinos hacen ruido. Como en los bares de la Vila Madalena, un Palermo más bohemio y menos hipster, con bares que se desbordan hacia las veredas, en los que desde hace un par de noches los hinchas argentinos inflan el pecho con la amenaza de un nuevo Maracanazo. Pero ya no habrá Maracanazo. O no lo habrá contra Brasil. Y es curioso porque aunque los brasileños llenaron hasta acá los estadios para alentar a los rivales de la selección era unánime en la calle el deseo de que la final fuera sudamericana. Pero tampoco podrá ser.
Era un deseo compartido con un costado que tenía algo de perverso, muy del hincha, brasileño o argentino: ustedes avancen, ganen, disfruten, lleguen hasta ahí porque les queremos ganar, queremos ser campeones ante ustedes, porque los queremos someter. En nuestra casa, decían los brasileños. En tu casa, respondían los argentinos. Ya no será posible y esa es una de las consecuencias indirectas que tuvo el desastre brasileño sobre Argentina. El fútbol se alimenta de la épica. Por eso los hinchas necesitan del otro –aunque tantas veces lo nieguen– como un combustible.
Lo mismo sucede con los jugadores que construyen su leyenda. Lionel Messi lo hace en Brasil. ¿Cómo se alcanza al mito Maradona, sus goles a los ingleses, la mano de Dios y la obra maestra? Lo único que hace alcanzable a esa antología es ganar en el Maracaná, ser campeón en esas entrañas. Y con Brasil de rival hubiese sido ideal. El destino –la FIFA que eligió la sede, Lula que candidateó al país, quién sea– le dio a Messi la oportunidad del lugar. Y él mismo se la granjeó con lo que hizo hasta acá. Es una tarea homérica la que le queda a Messi, que tampoco necesita ser campeón del mundo para estar en la misma mesa de los grandes. Alfredo Di Stéfano, el icono que acaba de morir, ni siquiera jugó un partido en Mundiales, no lo necesitó para que todos lo recuerden como uno de los mejores de la historia.
Messi está a dos partidos –que pueden ser 180 minutos o 240 minutos o todo eso y penales– de igualar a Maradona. Aunque sea su propia carrera, un desafío para sí mismo y para su generación, la del Facebook, Twitter y el Instagram. La que no había visto nunca a la Argentina en las semifinales de un Mundial. Messi no corre contra Diego, no borra su estrella. Pero la épica abona a los libros del fútbol, a lo que se escribirá más tarde, y acá Messi puede conseguirla. Es Holanda el rival más difícil que haya tenido la Argentina hasta acá. El equipo más armado y punzante, que tiene al velociraptor Arjen Robben como su mejor arma. Será un desafío para la selección. En las maratones se dice que a los 35 kilómetros, cuando sólo faltan siete para la llegada, es la etapa del “muro”, la que hay que vencer y no hay que caerse. La Argentina y Messi afrontan ese “muro” mañana, las últimas escaleras de la torre del Banespa.

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