lunes, 14 de abril de 2014

ROBERT BURT, LA RELACION OPRESOR-OPRIMIDO Y UN NUEVO ORDEN SOCIAL El lugar de las minorías

Es profesor en la Facultad de Derecho de Yale. Su trabajo académico parte de esa disciplina y se combina con la historia, la sociología, el psicoanálisis y la medicina para indagar cómo las normas impactan en la sociedad. Dice que los momentos en los que ciertos grupos logran emanciparse son sólo intervalos de una estigmatización que no cesa. Negros, mujeres, gays e hispanos en la sociedad estadounidense.

Por Patricio Porta

A lo largo de la historia existen momentos en los que ciertos grupos estigmatizados logran emanciparse o sortear la subordinación. Sin embargo, estos momentos son intervalos entre episodios recurrentes de nuevas degradaciones. Este es el tema principal de “Orden social y mentes desordenadas”, el trabajo que el profesor estadounidense de la Escuela de Derecho de Yale Robert Burt presentó recientemente en Buenos Aires, invitado por la Universidad de Palermo. Su apuesta es quebrar la relación opresor-oprimido para crear un nuevo orden social y que los momentos de emancipación se conviertan en la norma.

En diálogo con Página/12, Burt explicó que desde la guerra revolucionaria –que liberó a Estados Unidos del dominio de Gran Bretaña– hasta la actualidad, los afroamericanos, las mujeres y los gays fueron los que lograron el reconocimiento legal de sus derechos y convulsionar parcialmente el orden jerárquico establecido. Si bien el sistema judicial contribuyó a cambiar parcialmente el estatus de estas minorías –y la percepción social mayoritaria hacia ellas–, sostuvo que la verdadera transformación se producirá cuando los opresores comprendan que también son víctimas de la opresión que promueven.

–¿Qué cambios se produjeron en los últimos 50 años para que Estados Unidos tenga hoy un presidente negro?

–El momento clave es la decisión de la Corte Suprema de Justicia en el caso Brown contra el Consejo de Educación en 1954, que declaraba inconstitucional la segregación racial en las escuelas del país. Esto tuvo un impacto profundo, particularmente en los estados del sur, y rompió las barreras que habían sido impuestas entre negros y blancos. La gente del norte no entendía cómo los blancos del sur podían sostener esta situación. La educación estaba segregada y la humillación hacia los negros era constante. Pero esto cambió en los ‘60. Primero con la Ley de Derechos Civiles de 1964, que terminó con la discriminación en lugares públicos y que cortaba la asistencia federal a los colegios que mantenían la segregación. La Corte obligó al Congreso a hacer esto porque había una empatía con el reclamo del movimiento negro. Los senadores de los estados sureños, sobre todo, practicaban el filibusterismo para extender el debate y evitar la votación. Todas las votaciones se perdían porque sumaban a todos los senadores de los antiguos estados confederados. Pero de pronto, por primera vez, el filibusterismo fue derrotado en la Ley de Derechos Civiles. Un año más tarde, en 1965, se aprobó el derecho a voto. Esta lucha explica el camino de Obama a la presidencia.

–Sin la lucha por los derechos civiles, Obama nunca podría haber llegado a la Casa Blanca.

–Los negros tenían miedo. Era un miedo genuino. Era la época del Ku-Klux- Klan, que quemaban cruces y atacaban a los negros cuando desobedecían mínimamente el orden establecido. Un hombre negro podía ser asesinado por el solo hecho de mirar a una mujer blanca. El sur de Estados Unidos era un lugar horrible para vivir, aunque parecía tranquilo. En 1955, cuando Rosa Parks se niega a ir a la parte de atrás del colectivo, se produce la irrupción del movimiento por los derechos civiles. No sólo estaba la Corte para impulsar esos cambios, sino el movimiento negro que hacía oír su voz en las calles. Martin Luther King era partidario de una lucha no violenta, pero otros dentro del movimiento decían que esa estrategia no funcionaba y eso asustó a mucha gente. Pese a todo, la sociedad se iba abriendo. Las universidades, como Yale, Harvard y Princeton, reservaron vacantes para estudiantes negros. Antes, un negro no podía estudiar Derecho en Texas y tenía que mudarse a Oklahoma, donde los cursos estaban divididos entre blancos y negros. Y eso explica el porqué de Obama. Es un hombre muy inteligente que fue un estudiante destacado. Pero antes de 1954 nadie se hubiera fijado en alguien como él. Por su propia biografía, al ser hijo de un matrimonio mixto, tiene un manejo extraordinario de las relaciones entre negros y blancos y pudo despejar el temor de los blancos al Black Power.

–Del movimiento por los derechos civiles a la campaña por el matrimonio igualitario se observa la lucha y el empoderamiento de las minorías. ¿Qué papel juegan éstas en la sociedad norteamericana?

–La Corte ha jugado un papel facilitador para atender estas demandas y la presión de estos grupos. Hasta 1954, la Corte no estaba interesada en suprimir el orden establecido. Alguien me preguntó por qué se produjo ese cambio. La respuesta es que no tengo idea, pero es maravilloso. Felix Frankfurter, que era defensor del orden opresor, era el único miembro de la Corte que no estaba de acuerdo con este giro. El consideraba que el patriotismo y el respeto a la autoridad eran extremadamente importantes y que no había diferencia entre cristianos y judíos, blancos y negros, hombres y mujeres. Lo cual no tiene sentido. En 1943, la Corte argumentó que era inconstitucional obligar a los estudiantes a saludar a la bandera y jurar lealtad al país porque iba en contra de la Primera Enmienda, que consagra la libertad de culto y de expresión. Este es un cambio fundamental. Esta decisión fue tomada en medio de la Segunda Guerra Mundial y en plena ola de patriotismo. A partir de ese momento, la Corte comenzó a escuchar los reclamos de las minorías.

–¿Cómo se resuelve entonces el conflicto de intereses en una sociedad diversa?

–Ese problema no está resuelto. Sigue habiendo hostilidad hacia los negros. Pero ahora es hacia los negros que son pobres. Jesse Jackson se había presentado en las primarias en los ’80 pero nadie parecía prestarle atención. En cambio, cuando Obama apareció en escena, casi veinte años después de Jackson, lo tomaron en serio. Uno de los mayores retos cuando buscaba la nominación por el Partido Demócrata en las internas era el caucus de Iowa, un estado en donde casi no hay negros. Recuerdo que un alumno afroamericano me contó que su padre, un distinguido profesor universitario, le decía que Estados Unidos era un país profunda e incurablemente racista. Pero Eric, el alumno en cuestión, estaba en desacuerdo. Al día siguiente de las primarias en Iowa, Eric recibió un llamado de su padre: “Iowa es un estado asombroso. Un estado blanco votando a un hombre negro para presidente. Estaba equivocado, tenías razón. Aún hay racismo en nuestra sociedad y lo sabés. Pero hay esperanza de que haya una cura. No reconozco este país, es muy distinto al que conocí. Así que vos vivís en un país distinto, sos un afortunado”. Hay muchos problemas sin resolver. No es una sociedad abierta a los negros, a los convictos. No estamos en el paraíso. Pero es un país mucho mejor que décadas atrás, casi irreconocible.

–En su trabajo “Orden social y mentes desordenadas” usted afirma que hay momentos emancipatorios en los que algunos grupos consiguen liberarse de la estigmatización, pero que éstos no son definitivos. ¿Por qué?

–En la historia estadounidense hay tres momentos en que el orden establecido explotó. La guerra revolucionaria destruyó el control de la época colonial. La consecuencia no fue un nuevo orden, sino que la sociedad vivía sin un orden determinado, porque todo había estallado y nada estaba en su lugar. Había mucha incertidumbre, tanto para los grupos mayoritarios como para los oprimidos. La legislación esclavista del antiguo orden era extremadamente opresora. De pronto, los esclavistas se dieron cuenta de que tenían algo en común con sus esclavos. No era consistente la opresión, aunque distinta, que habían experimentado antes de la revolución. Hubo un compromiso para liberar a los esclavos, tal como sus dueños se habían liberado durante el proceso revolucionario. Pero pasaron 30 años hasta que los estados del norte abolieron la esclavitud. Es mucho tiempo. Estos estados no volvieron a modificar el estatus de los esclavos, pero tampoco se preocuparon por lo que sucedía en los estados del sur, muy conservadores, donde los negros seguían siendo esclavos. Y muchos esclavos del norte fueron enviados al sur. Por eso los momentos emancipatorios no son definitivos.

–¿Cuál era la situación de los pueblos originarios durante la revolución?

–Luego de la revolución, en vez de matar a los nativos, se decidió asimilarlos a la sociedad blanca y se firmaron tratados con ellos. Esto fue hasta la época de Andrew Jackson, que fue el primer presidente que no perteneció a la generación de los padres fundadores, como Washington o Jefferson. Jackson cambió la actitud hacia los nativos y comenzó a matarlos. Los despojó de sus tierras y emprendió un genocidio. A finales del siglo XIX, cerca del 80 por ciento de los indígenas había sido asesinado. Durante la guerra civil se produjo otra erupción. Los estados del norte decidieron luchar contra los del sur, pero no por la esclavitud sino por la unión. Durante la guerra, que comenzó en 1861 y terminó en 1865, se perdieron muchas vidas. Fue la guerra más sangrienta que vivió el país, en la que más civiles estadounidenses murieron, más que cualquier otra. Después de la guerra revolucionaria, los estados se habían unido voluntariamente, pero la guerra civil significó una integración forzada de 11 estados. Esta situación modificó dramáticamente el carácter de la sociedad, su impacto fue mayor que el producido luego de la guerra de independencia. Nuevamente hubo incertidumbre. Se esperaba un nuevo orden. En ese momento resurgió la empatía por los más débiles, los oprimidos, como los negros. Inmediatamente se produjo otro momento emancipatorio, cuando se aprobó la Constitución de 1865, que abolió la esclavitud, garantizó la ciudadanía para todos los esclavos liberados y la misma protección para todos. Este fue un cambio tremendamente importante. Después de la guerra civil, también cambió la estructura económica. El país se organizó a través de un sistema capitalista y comenzó entonces la lucha entre el capitalismo y los trabajadores. La Corte estaba del lado de los capitalistas, trataba de contener cualquier revuelta de los obreros. Todo esto para mantener el nuevo orden. Pero una vez que Franklin Roosevelt llegó a la presidencia, renovó la Corte y las cosas comenzaron a modificarse. Los jueces asumieron un nuevo rol al proteger especialmente a las minorías y a los trabajadores.

–¿Cómo impactó este cambio de la Corte Suprema en las minorías?

–La Justicia tenía que proteger más agresivamente a las minorías de los prejuicios de la mayoría. Eso lo dijo Harold Hitz Burton, que fue presidente de la Corte entre 1945 y 1958. Pero esta idea estaba inspirada en los grupos religiosos minoritarios, no en los negros, en las mujeres o en los gays. De los momentos caóticos o de desorden emerge la empatía por los grupos oprimidos, que dura cierto tiempo, pero no para siempre. Por otro lado, si bien los negros y las mujeres no son completamente libres, su situación cambió radicalmente después de 1954. Por ejemplo, las mujeres debían permanecer en el hogar, ser madres, estudiar para ser maestras, enfermeras, pero nunca para ser directoras, doctoras o ser la cabeza de una compañía. Cuando me gradué, había sólo tres mujeres en mi clase y a nadie le parecía raro. Ahora hay más mujeres que varones en las universidades. Pasa lo mismo en Argentina, donde tengo entendido que son más de la mitad.

–En 2003, la Corte derogó la ley que criminalizaba las relaciones entre personas del mismo sexo en Texas. Ese fue un caso paradigmático para el colectivo lgbt en Estados Unidos.

–Sí, la Corte dijo que esa ley violaba la Constitución por criminalizar a los adultos del mismo sexo que tenían relaciones sexuales en la privacidad de sus hogares. En 1986 la Corte sostenía que no había en la Constitución ningún elemento que aprobara o protegiera las relaciones entre dos personas del mismo sexo, que los homosexuales eran de una naturaleza diferente. En opinión de la Corte, por 5 votos a favor y 4 en contra, se criminalizó este tipo de relaciones. En 2003, en el caso Lawrence vs. Texas, la Corte revisó el fallo de 1986 y reconoció que fue un error en su momento.

–Esta decisión fue clave para comenzar la lucha por el matrimonio igualitario en todo el país.

–Ahora hay 18 estados que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo. Hasta hace cuatro años, los abogados por los derechos lgbt se mantenían fuera de las Cortes federales porque creían que la Corte no extendería los derechos de esta minoría. Por eso luchaban estos casos en cada Corte estatal. Seis meses después del fallo de 2003, la corte de Massachusetts declaró que la Constitución estatal estaba más abierta a las minorías que la Constitución federal. Según la interpretación de la Constitución de Massachusetts –porque modificarla es virtualmente imposible–, el estado debía garantizar el derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo. Hago énfasis en el caso de Massachusetts porque demuestra que no es imposible. En Utah, Oklahoma y Virginia las cortes estatales están estudiando estos casos. Ante el silencio de la Corte Suprema, el trabajo lo están haciendo las cortes de cada estado. Si el tema llegara a la Corte Suprema, no sé cuál sería la votación.

–¿Por qué en un estado de derecho parece tan difícil llevar a la práctica el concepto de igualdad?

–La palabra igualdad es curiosa. Si tomamos en cuenta el matrimonio gay, el concepto de igualdad, en uno de sus sentidos, supone tratar a todos de la misma forma. ¿Pero el matrimonio gay es lo mismo que el matrimonio heterosexual? Bueno, no lo es. El matrimonio heterosexual es entre un hombre y una mujer. Y el matrimonio gay es entre dos hombres o entre dos mujeres. Es un asunto complicado. El matrimonio gay busca la igualdad, pero no la libertad. Las personas que no creen en el matrimonio gay pueden decir: “Hagan lo que quieran, tengan sexo con un perro si quieren, pero no me pidan que celebre su matrimonio”. Las parejas gays le piden a la Corte que les otorgue el mismo estatus que a las parejas heterosexuales. Pero la Corte sabe que no puede hacer eso y es porque lleva tiempo cambiar la mentalidad de la gente. Pensemos en Utah, un estado mormón.

–Sí, pero lo que se discute en ese caso es la posibilidad de obtener los mismos derechos en el marco de una sociedad secular y de una Constitución que reivindica la igualdad legal de todos sus ciudadanos. ¿No cree que la Corte puede ayudar a acelerar ese cambio de mentalidad, como lo hizo en su momento con los derechos de los afroamericanos o las mujeres y la cuestión del aborto?

–Sí, si la Corte toma una posición favorable, que es lo que debería hacer, también puede contribuir a un cambio de mentalidad. Y es que estamos cerca de un nuevo orden. La mayoría de mi generación aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero tu generación está abrumadoramente a favor. En Estados Unidos, la mayoría está a favor. Cuando tengas 75 años, la mentalidad de toda la sociedad habrá cambiado. ¿Pero hay que esperar tanto? No lo creo, aunque hay que darle tiempo. Con esto no digo que las parejas gays sean completamente diferentes de las heterosexuales, pero la igualdad no te lleva a la libertad. Lo que te lleva a ese camino es el respeto por la igualdad, y eso se llama democracia.

–¿Cómo cree que los derechos lgbt o de otras minorías pueden contribuir a liberar al resto de la sociedad?

–En la relación entre opresores y oprimidos, los opresores experimentan la opresión como los oprimidos. Parece algo cínico al decirlo. Los blancos del sur están tan oprimidos como los negros del sur. Pero esto no significa que debamos sentir simpatía por los opresores blancos. Lo que quiero decir es que a los blancos les costó mucho mantener una relación de subordinación con los negros. Es un desgaste psíquico. Lincoln decía que había que liberar a los esclavos para garantizar la libertad de los hombres libres. Los opresores tienen que entender que es por su propia integridad –la opresión los lastima– que se deben derribar esos muros. Una de las formas de que lo entiendan es que la Corte Suprema regule esta confrontación de una manera pacífica. Se deben suprimir las políticas que puedan ser herramientas para perpetuar esa opresión. ¿Pasa todo el tiempo? No. ¿Pasa fácilmente? No. ¿Es un cambio rápido? Nunca. Pero sucede. Pasa con los negros, con los gays, con las mujeres.

–¿Piensa que la relación entre opresores y oprimidos se dirime en términos legales, más allá de la norma cultural dominante?

–Sí. De hecho, no mencioné la situación de otro grupo oprimido: los trabajadores. La Corte Suprema no ayudó a resolver ese problema. La bota está en el cuello de los trabajadores, porque Estados Unidos tiene problemas económicos serios, relacionados con la competitividad. Pero esto se puede sortear en parte por la opresión de los capitalistas sobre los trabajadores. La Corte ha jugado un papel negativo a la hora de regular estas relaciones.

–Algo parecido ocurre con los inmigrantes.

–Se los deshumaniza y se les niega la ciudadanía. Lo mismo que pasaba con los negros. ¿Qué hacemos con los mexicanos o los guatemaltecos? Primero hay que reconocer que son grupos oprimidos. La Corte Suprema debe derribar el estatus del inglés como única lengua nacional y reconocer el español. Es un mundo competitivo, de flujos migratorios y movimiento constante. Mi opinión es que se les debe dar la ciudadanía. Es un mundo globalizado. Lo que pasa en Crimea, por ejemplo, puede afectar a Estados Unidos. Hace 70 años no hubiese tenido sentido. Pero un mundo de gobernanza global sí lo tiene. Las naciones están en una posición muy débil ahora. La Corte puede hacer algo al respecto. Y también el Congreso. Los padres de los chicos que nacen en Estados Unidos deberían acceder a la ciudadanía automáticamente.

–¿Por qué dice que los convictos son el nuevo grupo estigmatizado en su país?

–La tarea principal es identificar a aquellos grupos que son perpetuos perdedores. Luego se los excluye. Parece una posición extrema, pero no lo es. Cuando ves cómo se trata a los negros, ves que se les niega virtualmente su condición humana. No se les reconoce la posibilidad de existir como seres humanos. Esto es válido para los criminales y también para los discapacitados y los homosexuales, que son relegados al margen de la humanidad. El caso de las mujeres es más complicado, pero se las ve como otro tipo de humanidad que necesita ser supervisada de un modo especial. Sin embargo, y vuelvo a mi ejemplo favorito, la sociedad estadounidense eligió a un presidente negro. Nadie elegiría a una persona que está fuera de la condición humana como presidente. Nadie votaría a un perro como presidente. Entonces, hemos decidido que no todos los negros son iguales. La paridad entre negros y blancos en las cárceles se está acercando desde el año pasado. La población carcelaria ya no es sinónimo de población negra. ¿Pero cómo tratamos a los convictos en Estados Unidos? Bueno, tenemos la pena de muerte, así que los matamos. Eso es poner a la persona por fuera de la condición humana. También está esta nueva política que les niega a los presos la libertad condicional, que significa que no tenés la capacidad de asociarte o relacionarte con las personas que están fuera de las cárceles y acorde a la ley. Pero incluso si llegás a obtener la libertad condicional cada estado se asegura de que no puedas, por ejemplo, votar. Y eso, en Estados Unidos, se parece bastante a negar la humanidad de las personas.

–Después de Obama, ¿imagina un presidente abiertamente gay, o judío o mujer?

–No sé qué pasará con Hillary Clinton. Pero en las primarias que ganó Obama era increíble ver que los dos candidatos del Partido Demócrata eran un hombre negro y una mujer. Admiro a Hillary Clinton, creo que es una mujer muy inteligente y que fue una gran secretaria de Estado. Lideró la reforma de salud durante la presidencia de su marido, así que creo que tiene la capacidad para ser presidenta. Quizá sea una vuelta al pasado, porque probablemente compita con Jeff Bush. Será volver nuevamente a una alternativa Clinton-Bush. Pero creo que será nuestra próxima presidenta. Por otra parte, Joe Lieberman, que es judío, fue el candidato a la vicepresidencia de Al Gore en 2000. Eso quebró una barrera. Yo soy culturalmente judío, pero no en términos religiosos. Pero él es profundamente religioso. No hacía campaña los sábados, ni atendía el teléfono, que es algo que los judíos religiosos hacen. ¿Está preparado el país para un presidente judío? Lieberman se presentó nuevamente, aunque no es mi político favorito, no es mi judío favorito. Estoy en desacuerdo con él en la mayoría de los temas. Pero Hillary se lo ha ganado. Sé que la gente puede estar un poco cansada, pero la experiencia es algo importante. Dirán que sacó ventaja por estar casada con un ex presidente. Pero fue más que primera dama.


¿POR QUE ROBERT BURT?
La emancipación como norma
Por Patricio Porta

Robert Burt es profesor graduado de la Facultad de Derecho de Yale, en New Heaven (Connecticut), donde vive actualmente. Su trabajo académico parte del derecho y se combina con la historia, la sociología, el psicoanálisis y la medicina, para indagar cómo las normas impactan en la sociedad. Entre sus libros más conocidos se destacan La muerte es ese hombre que toma nombres: Intersecciones de la medicina, el derecho y la cultura americanas –que problematiza la relación entre la ley y las cuestiones morales que implican el suicidio asistido, el aborto y la pena de muerte– y En la vorágine: Dios y la humanidad en los conflictos –en el que compara la teoría política que subyace en los textos bíblicos y el sistema jurídico en el que se basan los gobiernos seculares.

En La Constitución en conflicto está plasmada la principal preocupación de Burt: la incompatibilidad entre supremacía judicial, gobierno de las mayorías e ideal democrático. En sus páginas cuestiona el rol de la Corte Suprema de Estados Unidos y la interpretación de la Constitución en pos de la igualdad política y social de los ciudadanos. El interés por el estatus de las minorías, y su inserción en los poderes del Estado lo llevó a escribir Dos jueces judíos: Parias en la tierra prometida, que analiza la llegada de Louis Brandeis y Felix Frankfurter (ambos judíos) a la Corte Suprema de un país mayoritariamente protestante en tiempos de exaltación patriótica y supremacismo racial.

Como profesor en las universidades de Michigan y Chicago, dicta cursos en los que discute los privilegios de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes) y examina las transformaciones en la sociedad estadounidense en el último medio siglo. “En 1960, cuando me gradué de la universidad, era impensable que 50 años más tarde Estados Unidos fuera gobernado por un presidente negro, un vicepresidente católico, y –quizá lo más sorprendente de todo– una Corte sin ningún juez protestante, integrada en su totalidad por seis católicos y tres judíos (entre ellos tres mujeres y un hombre negro).” En su trabajo “Pertenecer en América: Cómo entender el matrimonio entre personas del mismo sexo”, explica que el enfrentamiento entre los defensores y detractores del matrimonio igualitario en Estados Unidos gira en torno de una identidad convencional que se está diluyendo y que ninguna de las partes parece cuestionar.

Influido por Michel Foucault y Judith Butler, Burt adopta posturas más cercanas a la teoría queer, aunque pone en el centro la jurisprudencia para entender los avances de ciertas reivindicaciones en el marco de las sociedades democráticas. Además, se sirve de Sigmund Freud y Jacques Lacan para mostrar los procesos psicológicos que dominan las mentes de los opresores y, a su vez, los costos que tiene perpetuar la opresión para estos grupos. Toda su obra busca pensar un orden que se reconfigura al calor de las luchas de los oprimidos, el reconocimiento de las minorías por parte de las mayorías en el Estado de derecho y la lógica de un mundo racional y secular.

14/04/14 Página|14
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario