domingo, 13 de abril de 2014

Putin juega la carta del gas

El presidente ruso amenaza con cortar el suministro energético a Ucrania y la Unión Europea si el gobierno de Kiev decide reprimir a los nuevos movimientos independentistas.
Para aquellos dispuestos a dialogar y negociar habrá diálogo, pero aquellos otros alzados en armas contra el Estado, recibirán una respuesta contundente.” Con estas palabras, Arsén Avákov, ministro del Interior del gobierno provisional ucraniano, daba un ultimátum a los miles de rusos y rusoparlantes de las ciudades más industrializadas y ricas de Ucrania que han ocupado por la fuerza varios edificios públicos y han convocado un referéndum independentista para el 11 de mayo.
A pesar de no representar a más del 30% de la población de ciudades como Lugansk, Donetsk, Járkov u Odessa, los opositores prorrusos rechazan al gobierno central provisional actual y reclaman su derecho a seguir los pasos de la península de Crimea, donde en referéndum su población decidió por amplia mayoría abandonar Ucrania y volvió a unir su territorio al de la “Madre Patria”, a Rusia.
Tanto el prooccidental gobierno ucraniano como la Unión Europea y Estados Unidos han acusado al presidente ruso, Vladimir Putin, de incitar a la población prorrusa del este y sur de Ucrania a no reconocer a las nuevas autoridades y a reivindicar su derecho a decidir su futuro en referéndum. Barack Obama ya ha advertido a Putin que estaba jugando con fuego y que no tolerará un desmembramiento de Ucrania.
La situación es de extrema tensión en la zona oriental del país.
En el caso de la ciudad de Járkov, las fuerzas progubernamentales han logrado desa­lojar a los independentistas de varios edificios públicos; sin embargo, la situación es muy distinta en Lugansk y Donetsk.
Los opositores prorrusos de Donetsk han nombrado en una asamblea multitudinaria un “Parlamento” compuesto por 81 personas y un “Gobierno” de siete y han decidido constituirse en la RPD, la República Popular de Donetsk. Intentando seguir los pasos de Crimea, han convocado ya un referéndum para el 11 de mayo, para que su población decida si quiere seguir formando parte de Ucrania, o si no se reconoce en ella por los cambios habidos y prefiere unirse a su vecina Federación Rusa, a la que perteneció toda Ucrania hasta 1991.
El portavoz de los grupos de autodefensa rebeldes de Donetsk, Igor Jakimsiánov, se mostraba seguro estos días en que habrá enfrentamiento con las fuerzas de elite enviadas por el gobierno central de Kiev. “Nos jugamos todo en esta batalla, no vamos a retroceder.”
Por su parte, los rebeldes de la ciudad de Lugansk, situada a tan solo 60 kilómetros de la frontera rusa –donde están concentrados miles de soldados enviados por Putin– han ocupado la sede de la Dirección del Servicio de Seguridad (SBU, los servicios secretos), donde se han aprovisionado de fusiles de asalto, municiones y chalecos antibala. Ese y otros edificios públicos están protegidos por barricadas defendidas por cientos de rebeldes, buena parte de ellos trabajadores de las poderosas minas de la región.
En otras ciudades de esta industrializada región, como Odessa, hay igualmente un clima de gran efervescencia y se están viviendo situaciones que parecen venir del túnel del tiempo: cientos de personas salieron a las calles luciendo sus viejos uniformes del Ejército Rojo, insignias y banderas rojas con la hoz y el martillo de la desaparecida Unión Soviética e imágenes de Lenin y Trotsky. A pesar de que la URSS se desmembró hace 23 años y que ni la economía ni el sistema político y social de la Federación Rusa tienen ya nada que ver con ese pasado, el sentimiento de haber pertenecido a una superpotencia como la Unión Soviética sigue siendo muy fuerte, especialmente entre los combativos trabajadores de la minería e industria de toda esta región limítrofe con Rusia
Lejos de intentar alguna vía de diálogo con estas zonas rebeldes, ofreciéndoles algún tipo de concesión que reconozca sus particularidades étnicas y su gran peso en la economía nacional, el gobierno provisional central, respaldado por la UE y EE.UU., persiste en mantener la línea dura, la de la confrontación. Por ello ha enviado a la zona varios blindados y a las exiguas fuerzas de elite con las que contaba el Gobierno de Yanukóvich, mientras los ultraderechistas del partido Bloque de Derecha dirigido por Dmitri Yárosh movilizaban a numerosos hombres armados para acabar con los opositores.
El Bloque de Derecha, que controla los principales cargos de la “fuerza nacional de seguridad” de 60.000 hombres que se está montando en Ucrania, pretende liderar los enfrentamientos con los opositores prorrusos para poder rentabilizarlo políticamente en las próximas elecciones presidenciales del 25 de mayo, a las que presenta su propio candidato.
El ministro del Interior amenazó con aplicar a los rebeldes la nueva legislación antiterrorista, votada a toda prisa por las nuevas autoridades, que prevé condenas de entre 15 años de prisión y cadena perpetua para cualquier acción separatista violenta.
Por su parte, Putin respondió a este acoso a los independentistas prorrusos con una represalia económica contra el gobierno provisional de Kiev, que también tendría graves consecuencias para la Unión Europea.
El presidente ruso anunció que a partir de ahora Ucrania tendrá que pagar por adelantado la factura del gas ruso que quieran comprar. El acuerdo de 2009 entre ambos países prevé que el proveedor –Rusia– puede exigir el pago adelantado del suministro de gas mientras Ucrania no abone las facturas anteriores. Y Ucrania adeuda ya a la gran empresa petrolera y gasística rusa, Gazprom –una de las mayores del mundo– 2.200 millones de dólares.
Esta medida, que se suma al aumento del 30% en el precio del gas, añade más dificultades al gobierno provisional ucraniano. Y Putin advirtió que si Ucrania no paga sus facturas le cortará el suministro de gas. Esto no afectaría solo a Ucrania, sino también a los 16 países de la UE que compran gas ruso y que lo reciben por gasoductos que atraviesan territorio ucraniano. En 2009 Rusia cortó el suministro de gas por una situación similar y provocó una crisis en toda Europa.
El presidente ruso tiene por tanto un arma de extrema importancia para influir en el futuro político de Ucrania y la UE, EE.UU., la OTAN y el FMI se desesperan ante el escaso margen de maniobra que deja semejante dependencia energética.

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