domingo, 20 de abril de 2014

Domingo 20 de Abril de 2014 OPINIÓN Por Hernán Invernizzi El problema es el centro

Domingo 20 de Abril de 2014OPINIÓN 
Por Hernán Invernizzi

El problema es el centro

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Las elecciones legislativas del año pasado sugerían algo que hoy se repite a la luz de las nuevas encuestas de opinión. En octubre de 2013 se pretendió explicar el “sentido del voto”, esto es, qué intentó decir la sociedad con su selección de boletas electorales, con simplificaciones al estilo de “todo voto no-K es un voto anti-K”. Detrás de estos sofismas se agazapaba la idea de unir a todos contra el movimiento K.
 
Aquellas elecciones fueron hace apenas seis meses. En aquel entonces, Sergio Massa no podía renegar completamente de su reciente pasado kirchnerista y además sumó cerebros y referentes ex-K a su equipo de campaña y entre sus candidatos. Si los bonaerenses querían expresar su rechazo contra “el modelo”, los votos no se hubieran concentrado tanto en el intendente de Tigre y habrían apoyado más a De Narváez o a Stolbizer, por ejemplo. Pero, en vez de una oposición frontal, se optó por una propuesta impregnada de kirchnerismo. O sea que las cosas no estaban tan mal con los K, y la dirigencia massista tomó nota: “¿Cuánto nos votaron por diferenciarnos y cuánto nos votaron por parecernos?”
 
La mayor parte de las investigaciones actuales sobre mercados electorales incluyen o implican preguntas como la anterior, lo cual confirma la centralidad del fenómeno kirchnerista en el escenario político. No se trata sólo de investigar quiénes tienen más o menos intención de voto, sino de proyectar criterios estratégicos sobre la base de cuánto conviene parecerse o diferenciarse del movimiento K.
 
Entre los que quieren cambiar todo y los que quieren que todo siga igual, parece haber una mayoría de quienes quieren preservar algunas cosas y cambiar otras.
Tal es el caso de la encuesta de Poliarquía que dio a conocer La Nación el domingo 13 de abril. Aparentemente se trata de una investigación destinada a saber cuáles son los candidatos con más chances para las PASO –para las que faltan apenas 16 meses– y concluye algo que está a la vista de todos: un escenario fragmentado donde ninguno consigue una diferencia significativa.
 
La encuesta también se ocupó de estudiar un llamado eje “continuidad-cambio”, al cual se le dedicó poco espacio, aunque podría haber más información que no se hizo pública. Se trataba de saber si el electorado quiere que se cambie lo que hizo el kirchnerismo: el 46% votaría a un candidato que “cambie algunas cosas y continúe otras”, el 15% preferiría a uno que continúe la mayor parte de lo hecho y el 33% elegiría a alguien que “cambie la mayoría de las cosas” realizadas por los gobiernos K. Sólo un tercio quiere un cambio absoluto; el resto, para desesperación de la oposición, prefiere cambios relativos o ningún cambio.
 
En tales condiciones es difícil ser opositor. Después del período neoliberal 1975/2001, el kirchnerismo y distintas resistencias populares consiguieron instalar un estado de politización y una reivindicación de derechos ciudadanos y laborales que difícilmente serían atacados frontalmente por quienes tengan auténticas ambiciones electorales. Los tan debatidos límites y alcances del “modelo” se convierten, así, en límites y alcances de la oposición. Esto permite entender mejor la obsesión exclusiva y excluyente con que la oposición se dedica a dos temas: inseguridad/inflación.
 
Se tiende a analizar al amorfo pensamiento conservador según criterios de otras épocas. Ser conservador a principios del siglo XXI no es lo mismo que serlo en la década del ’30. Pero además se le presta poca atención al “voto conservador” de coyuntura, según el cual los K ya hicieron los cambios que había que hacer y llegó el momento de parar la mano. No quiere que se anulen las reformas sino que paren con los cambios. Nada de “profundizar el modelo”. Hasta aquí llegamos.
 
También existe un “voto conservador” para el cual las reformas K son buenas –o no son malas, o no les importan– pero estima que quedaron tareas pendientes que nunca serían asumidas por un “proyecto progre”, como la inseguridad o la inflación. Para este votante el “progresismo K” es intrínsecamente incapaz de resolver estos problemas y concluye con cierta ingenuidad: “Ya hicieron su parte y no la hicieron tan mal, ahora dejen que vengan otros para resolver mis problemas actuales, como la inseguridad”.
 
Y esto, que parece una debilidad para el oficialismo, se convierte en un problema paradojal para los opositores. Los factores de poder entrelazados con las fuerzas políticas quieren su parte y van a presionar por devaluación, endeudamiento externo, terminar con la actual política de derechos humanos, etc. Pero eso no sirve para una campaña electoral: ahora necesitan votos. Contra la idea de la derechización de la sociedad, convendría preguntarse: salvo que los foristas de La Nación sean candidatos, ¿cuál precandidato se atrevería a proponer que se derogue la Asignación Universal? ¿Cuál, que se vuelvan a privatizar YPF o las AFJP? Ni en un asado entre amigos un precandidato plantearía que hay que terminar con las paritarias... Sin embargo, éste era un mundo de ideas exitoso en aquella elección del 2003 en la cual NK obtuvo el 21% de los votos. Pero hoy ni siquiera la Iglesia Católica local, reanimada por la elección del Papa, se atrevería a proponer la derogación del matrimonio igualitario.
 
Entre los que quieren cambiar todo y los que quieren que todo siga igual, parece haber una mayoría de quienes quieren preservar algunas cosas y cambiar otras. Esto significaría, entonces, que el eje de la política nacional sigue siendo el fenómeno K, al cual hay que parecerse y del cual hay que diferenciarse para ser un opositor exitoso. Al mismo tiempo, ese “centro” cargado de matices y contradicciones, se convierte en el principal dilema electoral del kirchnerismo bajo cualquier candidato.

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