sábado, 19 de abril de 2014

CEPEDA, CUNA DEL FEDERALISMO (1820)

Buenos Aires y las provincias.

La Junta de 1810, el Triunvirato hasta 1813 y el Directorio hasta 1819 habían llevado los ecos de la Revolución de y declarando la independencia argentina; habían hecho triunfar en San Lorenzo, Suipacha, Las Piedras, Tucumán, Montevideo, El Cerrito, Salta, Chacabuco y Maipú. Era lo más que podía conseguirse en los diez primeros años de la vida.

Los elementos dirigentes de Buenos Aires, ostentando ciertas tendencias absolutistas y cierta soberbia que suscitaron contra ellos las pasiones del elemento popular, el cual iba ocupando la escena a medida que se obtenían ventajas sobre los realistas.

Dueños del gobierno y de la administración por la influencia de la logia política que reorganizara Pueyrredón en 1816, empeñábanse en conservara todo trance el régimen centralizador sobre la base de Buenos Aires, cuyos prestigios suponían más fuertes que los del resto del país, hasta que se desata una crisis en 1819, de incertidumbres y de luchas desesperadas, hasta dar por tierra con el Directorio. Ese símbolo, esa palabra, esa bandera fue la Federación.

Constitución uniaria; la anarquía

La Constitución unitaria de abril de 1819 fue rechazada por las provincias del interior, y la reacción arrojó sus furias sobre la capital tradicional del virreinato y asiento del gobierno unitario. Cuando el Director Supremo de las Provincias, don Juan Martín de Pueyrredón, entregó el mando al general Rondeau, Entre Ríos y Corrientes estaban sometidas al jefe federal don Francisco Ramírez; y bajo la influencia de éste, don Estanislao López, gobernador de Santa Fe, invadía Buenos Aires por el norte; Tucumán se había declarado república independiente, nombrando Director a don Bernabé Aráoz; y éste enviaba sus fuerzas a Santiago del Estero y a Catamarca para impedir que se segregasen de aquella provincia. Córdoba y La Rioja se sustraían completamente a la obediencia del Gobierno General. Los realistas estaban del otro lado de Salta, a duras penas contenidos por los heroicos esfuerzos de Güemes. Los portugueses se posesionaban de la provincia de Montevideo. En Cádiz se aprestaba una nueva expedición de veinte mil soldados con destino a Buenos Aires. Los dos hombres que gozaban de mayor prestigio en el país no podían venir en ayuda del Gobierno Central: el general Belgrano, que caía postrado de la enfermedad que lo llevó a la tumba, y el general San Martín, que se trasladó a Chile para concluir los preparativos de la expedición con que dio libertad al Perú.

Para colmo de este desquicio, el Regimiento 19 de los Andes, que envió San Martín a San Juan, sublevóse el día 9 de enero de 1820 y depuso al gobernador de esa provincia. El ejército auxiliar que venía en marcha para Buenos Aires, se sublevó también el 12 del mismo mes a instigaciones de los coroneles José M. Paz y Juan B. Bustos; y este nuevo escándalo dejó en manos del último de estos jefes la suerte de las provincias del interior, mientras que Quiroga y Aldao en Cuyo, e Ibarra en Santiago del Estero, proseguían la serie de los gobiernos personales. El desastre se hizo general cuando el gobernador de Santa Fe y el de Entre Ríos, ya nombrados, unidos con el proscrito chileno don José Miguel Carrera, invadieron a Buenos Aires "para libertarla del Directorio y del Congreso que pactaban con las Cortes de Portugal, España, Francia e Inglaterra la coronación de un príncipe europeo en el Río de la Plata, contra la opinión de los pueblos que han jurado sostener la forma republicana federal".

Gobierno Directorial

La verdad es que el Gobierno Dírectorial, fuera especulativamente para ganar tiempo y asegurar la Independencia del país, por los auspicios de las cortes europeas que habían entrado en la Santa Alianza, según lo afirmaban después sus principales corifeos; o positivamente porque creyese que la unificación y felicidad del país solo se obtendría con la Monarquía, a la cual se inclinaban sin duda alguna muchos de los prohombres del partido directorial, desde el año 1813 venía negociando alternativamente con aquellas cortes el establecimiento de la Monarquía en las Provincias Unidas, por medio de la coronación de un príncipe de las familias reinantes. Belgrano, Rivadavia, Gómez y García no tuvieron otra misión. en Francia, Inglaterra, España y Portugal; y aun después de derrocado el Directorio, los directoriales que recobraron el gobierno a fines de 1820 reanudaron esas negociaciones con los comisionados regios de S. M. C.

Tales negociaciones, cualquiera que fuese el alcance que tuviesen y que no podían medir, por más que se diga, los mismos que las entretenían, así habían minado el crédito del Gobierno Directorial, como sublevado iras y tempestades en el pueblo que seguía los votos patrióticos de la prensa y de los tribunos republicanos de Buenos Aires. Esa diplomacia siniestra y vejatoria de los principios de la Revolución de Mayo fue, pues, la que proporcionó a los jefes federales la mejor coyuntura para venirse sobre Buenos Aires y dejar sentada con su victoria la imposibilidad de fundar por entonces una autoridad nacional que no obedeciese a los propósitos que los empujaban.


Cepeda, la cuna del federalismo

El Director Rondeau, que caía bajo el anatema de los jefes federales, por pertenecer al partido directorial unitario, salió de la capital con algunas fuerzas. El día 19 de febrero de 1820 se encontró con el ejército federal sobre la Cañada de Cepeda, y fue completamente derrotado. Tan solo se salvó la infantería y la artillería a las órdenes del general Juan Ramón Balcarce. A consecuencia de este descalabro, la suerte de las autoridades nacionales quedó a merced de los caudillos victoriosos; por manera que el Congreso que había declarado la Independencia en 1816, no pudo menos que declararse en receso y abdicar su autoridad en el Presidente del Cabildo de Buenos Aires, a quien había nombrado Director sustituto el 31 de enero.

Inmediatamente el jefe del Ejército Federal dirigió al Cabildo una nota en la que invocaba las aspiraciones de los pueblos cuya representación asumía, arrojaba tremendos cargos contra el Gobierno del Directorio, y dejaba ver que si no caían todos los hombres que habían pertenecido al partido de Pueyrredón o directorial, no pararía sus marchas hasta llegar a la plaza principal de Buenos Aires. En vano muchos hombres resueltos intentaron apoyarse en el Ayuntamiento, para que éste provocase una reacción favorable en el cabildo abierto, a que se convocó al pueblo con motivo de la intimación del jefe federal.

"Yo era muy joven entonces, fogoso y exaltado en mi patriotismo", -dice el general Mansilla, refiriéndose a este día, en la Memoria póstuma antes citada-. "Un número considerable de jefes de mayor graduación que la mía, me designó para ir al cabildo abierto a pedir, a nombre de los que me habían elegido y de muchos otros jefes y oficiales residentes en la capital, que se nos diera un fusil para defender la patria amenazada por la insolente intimación de los caudillos vencedores en Cepeda. Me presenté arrogante en la sala capitular, pero esa corporación, sobrecogida. dominada por el terror, estaba decidida a ceder a todo; y se irritó ante mi pedido, más aún, trató de prenderme, clasificando de anárquico el acto más noble de un jefe patriota. Salvé de ser preso, y recordando que había tenido relaciones íntimas en Chile con la familia de Carrera, monté a cáballo en busca del ejército ven cedor, con el fin de evitar, si me era posible, su entrada en la ciudad. Más afuera del Pilar encontré a Carrera, López y Ramírez que se disponían a marchar al puente de Márquez a tratar con el general Soler, que al mando de una fuerza de la capital, los había invitado a un arreglo..." (Mansilla. Memoria póstuma)

El Ayuntamiento, bajo la doble presión de los sucesos y de los principales corifeos federales de la ciudad, se apresuró a diputar una comisión cerca de Ramírez para que arreglase "las bases de una transacción que restituya la paz, conviniendo con los votos del señor general del ejército federal, expresados en su oficio del 2 del corriente'

El general del ejército federal reiteró sus votos al general Miguel Estanislao Soler, jefe del ejército exterior de Buenos Aires y de una dé las fracciones federales de esta ciudad. Fue Soler quien dio el golpe de gracia al orden gubernativo que había imperado en la primera década de la revolución, intimando, a nombre de las conveniencias invocadas por los jefes del ejército federal, la disolución del Congreso y el cese del Directorio de las Provincias Unidas. El 11 de febrero el Cabildo reasumió el mando de Buenos Aires... "Habiendo el Soberano Congreso y Supremo Director del Estado dice el balido del Cabildo penetrádose de los deseos generales de las provincias sobre las nuevas formas de asociación que apetecen, en los que ambas autoridades están muy distantes de violentar la voluntad de los pueblos. . ."

El Cabildo comunicó esta resolución a las provincias, declarando que quedaban libres para regirse por sus propias autoridades hasta que un nuevo congreso reglase sus relaciones entre sí. Al día siguiente, el 12, convocó al pueblo a elección de doce representantes para que nombrasen el gobernador de la nueva provincia federal. Éstos se constituyeron en junta electoral y ejecutiva al mismo tiempo, iniciando por la primera vez en la República el desenvolvimiento del gobierno representativo, sobre la base de las instituciones provinciales coexistentes.

La anarquía que ahogó Pueyrredón más de una vez para poder llevar a cabo la obra de la emancipación argentina, en los tres años fecundos de su gobierno, se desató furiosa en Buenos Aires a partir de ese momento, en que las facciones federales que habían venido medrando se encontraron frente a frente, en una escena nueva para ellas y sin más aspiración por el momento que la de posesionarse del Gobierno de la provincia. Los partidarios de Soler tenían para sí que este general seria nombrado gobernador. Empero, Sarratea, que había esperado con Alvear desde Montevideo el desenvolvimiento de los sucesos, se anticipó a bajar a Buenos Aires. Una vez aquí, trabajó por su propia candidatura, a pesar de lo convenido con Alvear. Sea que ganase a los representantes con su habilidad característica, o que despertase más confianza y menos resistencia que Alvear y Soler, respectivamente, el hecho es que Sarratea fue nombrado gobernador provisional de la provincia de Buenos Aires y paró por el momento el golpe que podía asestarle el general Soler, renovando el Cabildo con adictos de este último.

Tratado de Pilar

El 22 de febrero, el gobernador Sarratea se trasladó al campo de los jefes federales acompañando al regidor decano don Pedro Capdevila. "Estoy cierto, -decía en una proclama al pueblo-, que nunca mejor que ahora los jefes del ejército federal demostrarán que sus intentos no han tendido a humillarnos, sino a prestarnos más bien una mano benéfica, para ayudarnos a sacudir el yugo que gravita sobre la cerviz de la nación entera." 

El día 23 firmó con López y Ramírez la célebre convención fechada en la capilla del Pilar; en la cual se ratificó a nombre de las provincias del Litoral lo que los hechos acababan de producir: la federación, que proclamaban esas provincias, sometiendo la resolución definitiva de la cuestión a un Congreso compuesto de los diputados de todas las que formaban la Nación, y que debían ser invitadas al efecto. Por otra cláusula, Buenos Aires se obligaba a dar ciertos subsidios de armas y dinero a López y a Ramírez, y se mandaba abrir un juicio político a los miembros del Congreso y del Directorio derrocados. (Ver 
Tratado de Pilar )

Entre tanto, el general don Juan Ramón Balcarce entraba en Buenos Aires con la infantería que había salvado en Cepeda, y consumaba el pronunciamiento del 6 de marzo que lo llevó momentáneamente al poder, seguido de los restos del partido directorial y del elemento joven e ilustrado de la época, que por la tradición, así como por el sentimiento repulsivo que le inspiraban los caudillos federales, acabó por confundirse con aquellos restos, bajo la calificación de unitarios. El gobernador Sarratea se retiró al pueblo del Pilar, y desde allí dirigió circulares a todas las autoridades, reclamando la obediencia que le era debida, "pues que él era gobernador de la provincia y no el general Balcarce, que había asaltado el poder por medio de un motín militar". Con este motivo se convocó a Cabildo abierto, y el pueblo ratificó el nombramiento de gobernador en la persona del general Balcarce, declarando, como dice el acta del Cabildo, "una, dos y tres veces, que este nombramiento había sido por su libre voluntad en la sesión del día 7, en la iglesia de San Ignacio, y que renovaba las omnímodas facultades, que le había conferido y de nuevo le confiere al expresado general para que sin consulta alguna obre en favor del pueblo, de su honor y libertad".

“…Me encontraba en el campo de los jefes del ejército federal, -dice el general Mansilla en su Memoria póstuma citada-, cuando se presentaron allí don Manuel de Sarratea y don Pedro Capdevila, con poderes de la ciudad para arreglar el célebre tratado del Pilar, en cuyas conferencias me dieron participación de un modo extrajudicial. Ramírez especialmente, simpatizó conmigo, concediéndome mayor confianza en sus juicios personales, muy distintos de los de López y Carrera: éstos se pertenecían a sí mismos, no asi Ramírez, que era subalterno de Artigas, sin más categoría que la de comandante del arroyo de la China.

Ahora bien, en el tratado público y secreto que yo conocía, se estipulaba: 19, que Artigas ratificaría ese tratado, por lo que hacía a la provincia Oriental, principalmente; 29, que había de suspender sus hostilidades contra las fuerzas brasileras que ocupaban la Banda Oriental; 39, que Buenos Aires entregaría a Ramírez una cantidad de dinero, un armamento completo para mil soldados y su oficialidad. En un momento de expansión y confianza con Ramírez, le dije que juzgaba que Artigas no ratificaría el tratado, reservando la idea de que tampoco le darla un solo peso ni una tercerola. Ramírez me contestó que "si Artigas no aceptaba lo hecho, lo pelearían"; y que si era de mi agrado, me invitaba a la pelea. Eludí la respuesta, y me retiré a la ciudad. Conversé acerca de esto con el gobernador Sarratea; y le manifesté la idea de acompañar a Ramírez con el fin de trabajar por el tratado, haciendo lo que conviniera, según como el caso se presentase. Sarratea aceptó, y ma dio una licencia temporal...” 
(Mansilla. Memoria póstuma)

Ante el golpe de audacia de Balcarce que no contaba a la verdad con el apoyo de la opinión pública, tan dividida en esos días de transformación, Sarratea reunió a sus parciales, Soler sacó de la ciudad la tropa que le era adicta y Ramírez y López se adelantaron con su ejército hasta los suburbios de Buenos Aires, exigiendo del Cabildo la reposición de Sarratea en el gobierno y los subsidios de armas, municiones y dinero a que se refería la Convención del Pilar. Por lo que a Balcarce hacía, Ramírez le intimó que abandonase la provincia, diciéndole en su nota de fecha 7 de marzo: "Usted envuelve a su patria en sangre, con una indiscreción admirable. Su autoridad... no será respetada por este ejército, campaña y provincias federales, que reconocen como gobernador legítimo al señor don Manuel de Sarratea."

Balcarce tuvo que huir acompañado de algunos de sus parciales; el general Alvear, a quien Sarratea había ofrecido el gobierno como queda dicho, quiso aprovechar para obtenerlo del momento de acefalía en que se encontraba la provincia y con este objeto promovió por medio de su aliado y amigo don José Miguel Carrera, un Cabildo abierto en la plaza de la Victoria. Éste se verificó el día 12 de marzo, y la intentona tuvo éxito en el primer momento, pero al saber que se había entrado en la plaza el soberbio dictador de 1815, el pueblo y la tropa se amotinaron, y Alvear tuvo que ocultarse para salvar su vida, ya que no su reputación, que comprometía con ligereza imperdonable. El pueblo se presentó enérgicamente al Cabildo y éste diputó una comisión cerca de Sarratea para que reasumiese el mando de lá provincia.


Golpes teatrales
Pero este mando era nominal ante la influencia militar de Soler, quien obligó al gobernador a que pusiese bajo sus inmediatas órdenes, y en su carácter de comandante general de armas, todas las tropas y recursos militares que había en la ciudad. Para conjurar este peligro, Sarratea se propuso destruir la influencia de Soler, explotando las ambiciones impacientes de Alvear, que era el más aparente aunque no el menos temible para él. Al efecto puso en juego su habilidad y sus amigos para hacerle entender a Alvear que quería confiarle las tropas y recursos de la provincia, pero que el único obstáculo que se oponía a ello era Soler, quien iba a apoderarse del Gobierno; que si Alvear ideaba algún medio para salvar esta dificultad, el gobernador lo dejaría hacer en guarda de los intereses generales y de las promesas que tenía empeñadas con él y que serían cumplidas oportunamente. La ligereza genial de Alvear tenía con esto mucho más de lo que necesitaba para obrar incontinenti. Al punto quiso ver a Carrera, y en la noche del 25 de marzo se dirigió a un cuartel donde le esperaba un grupo de jefes y oficiales que a todas partes lo acompañaban, y Carrera con sus adictos. De ahí desprendió una comisión, la cual aprehendió a Soler en el mismo despacho del gobernador. Éste fingía ceder a la fuerza, y los conspiradores elevaban entre tanto una representación para que el general Alvear fuese reconocido comandante general de armas.

Éste golpe teatral puso en ebullición al pueblo y a los cívicos, quienes acudieron con sus armas a la plaza de la Victoria para resistir al "nuevo Catilina", como le llamaban al general Alvear. El Cabildo, único poder que quedaba en pie en medio de estas evoluciones de las facciones tumultuarias, las cuales se sucedían como escenas de un drama de magia que para ser atrayentes habían de cambiarse con rapidez asombrosa; y que debía su estabilidad a la firmeza con que consideraba las aspiraciones populares satisfizo esta vez también la voluntad del vecindario, dirigiéndole al gobernador un oficio conminatorio para que hiciese salir inmediatamente al general Alvear del territorio de la provincia.

Pero el caso era que los partidarios de Alvear querían ir más allá de lo convenido. Creyéndose fuertes con algunas compañías sublevadas que se les incorporaron, se reunieron en la plaza del Retiro, y proclamaron al general Alvear gobernador de la provincia. Sarratea, alarmado con estas noticias, se atrincheró en la plaza de la Victoria, y no tuvo más remedio que hacer poner en libertad al general Soler, excusándose lo mejor que pudo. Alvear, viendo que la plaza se resistía, y que su posición venía a ser insostenible, se retiró de la ribera hacia el norte, cuando las partidas de cívicos lo escopeteaban muy de cerca.

Libre de esta asechanza, que no era de las más graves, el gobernador Sarratea expidió algunos decretos de sensación sobre libertades públicas, y ordenó que se abriera un proceso de alta traición contra el Directorio y el Congreso derrocados, dando a estas medidas una publicidad y una importancia calculadas para congraciarse con la opinión pública, que le era decididamente hostil desde que se divulgaron los artículos secretos de la Convención del Pilar, y se supo que Sarratea había entregado a Ramírez y a López el doble del armamento y municiones que en ella se estipulaba, privando al pueblo de recursos que nunca le eran más indispensables .

Tan sentida se hizo con este motivo la falta de armas, que el mismo gobernador no pudo menos de expedir el bando de 28 de marzo en el cual ordenaba que se presentase cada ciudadano con sus armas "siendo constante que el erario de la provincia se halla completamente exhausto"; y el bando de 10 de abril en el cual imponía una multa de 25 pesos por cada fusil y de 12 pesos por cada sable que se encontrara en poder de particulares que los hubieren comprado o retenido "asignándose la tercera parte de la multa al que delate cualquiera ocultación". (Saldias A.t.I.p.35)

Entre tanto, la Junta de Representantes creada por el bando de 12 de febrero que nombró a Sarratea gobernador interino con los doce electores de la ciudad únicamente, pues que las armas federales ocupaban la campaña, se había reunido en minoría el 4 de marzo y acordado lo conveniente para la renovación de los poderes públicos de la provincia, fundando por medio de disposiciones trascendentales el sistema representativo federal en Buenos Aires, sobre cuya base debía modelarse al correr de los años el gobierno federonacional argentino.

Disponía la Junta que se eligiesen en toda la provincia doce diputados por la ciudad y otros tantos por la campaña, y que se observasen en esta elección las mismas formas que habían servido para la de la Junta primera; esto es, que cada ciudadano hábil votase por solo tres candidatos, y entregase su voto cerrado y firmado ante las juntas receptoras de las localidades. Una vez constituidos, los nuevos diputados procederían a nombrar el que debía representar a Buenos Aires en el Congreso federal de San Lorenzo, con arreglo al tratado del Pilar; a organizar el gobierno y la administración de las provincias; a elegir otro gobernador y hacer elegir otro Cabildo; a arreglar la deuda y cualquiera diferencia con las provincias hermanas.

En consecuencia de estas disposiciones, el gobernador Sarratea expidió un bando en el que convocaba al pueblo a elecciones para el día 20 de abril. El resultado que dieron éstas el día 27, en que tuvieron lugar, no pudo ser más desastroso para el gobernador. A la sombra de las divisiones locales, el partido directorial unitario pudo componer la Junta de Representantes e integrar el Cabildo con sus hombres principales, de manera que el gobernador, aislado de Alvear y de Carrera, a quienes contenía por el momento el general Soler con su ejército en Luján; quebrado con este general a consecuencia de los últimos sucesos, y en conflicto con los dos poderes principales de la provincia, quedó completamente sin apoyo en la opinión. Inútiles fueron sus esfuerzos para invalidar la elección de algunos de los Representantes que habían pertenecido al partido directorial. El Cabildo se mostró inconmovible. La Junta se reunió por su parte el 19 de mayo, y su primer paso, después de su instalación solemne, fue el de exigir a Sarratea su renuncia. Sarratea no tuvo más que dejar su cargo a don Ildefonso Ramos Mejia, a quien la Junta nombró gobernador interino, despachando inmediatamente una comisión cerca del general Soler, con el encargo de comunicarle que él habría sido nombrado gobernador si su presencia no fuera indispensable al frente del ejército, en circunstancias en que López y Carrera se preparaban a invadir nuevamente a Buenos Aires.

Soler, a su calidad de jefe de partido, reunía en esos momentos la ventaja de estar al frente de un ejército cuyos jefes y oficiales le pertenecían por completo; así es que la Junta crey6 contemporizar con él, haciéndole esperar que sería gobernador en propiedad. El peligro que apuntaba la Junta era cierto. Ramírez se había retirado de Buenos Aires para Entre Ríos, donde Artigas, el protector oriental, llamaba a las milicias para seguir la guerra contra los portugueses que lo habían desalojado de la provincia de Montevideo. Pero detrás de Ramírez quedaba López, y junto a éste Carrera, y lo que era más doloroso, Alvear, el patricio de la Asamblea de 1813, oscureciendo sus glorias en esas tristes correrías.

Pero como la Junta extendiese su autoridad más allá de lo que se supuso el general Soler, éste agitó a sus amigos; y después de renunciar al comando que ejercía, se retiró a recuperar el gobierno que creyó obtener cuando se depuso a Sarratea.

El 16 de junio, los jefes y oficiales de su ejército representaron al Cabildo de Luján que era voluntad de la campaña y de las tropas el que se reconociera al general Soler como gobernador y capitán general de la provincia; y que esperaban que dicho Cabildo lo reconociese como tal, para evitar de esta manera los males que sobrevendrían. El Cabildo de Luján reconoció a Soler en tal carácter, y Soler despachó una comisión encargada de presentar el oficio del Cabildo y la representación del ejército a lj Junta de. Representantes de Buenos Aires, para que lo hiciese obedecer en toda la provincia. La Junta no tuvo más que someterse a la intimación de Soler. El gobernador Ramos Mejía presentó su renuncia; y la Junta, sin pronunciarse acerca de ella, le ordenó que depositase el bastón de mando en el Cabildo, a quien pidíó al mismo tiempo que hiciese saber al general Soler que podía entrar en la ciudad sin resistencia, después de todo lo cual se disolvió.

Esto tenía lugar el 20 de junio, día de los tres gobernadores en Buenos Aires: el Cabildo, Ramos Mejía y Soler; el 23 prestó juramento este último; el 24 dejó el mando militar de la ciudad al coronel Dorrego, que acababa de llegar del destierro, y se trasladó a Luján, ordenando que se le incorporasen todos los oficiales sin destino, y lo que era tremendo, todos los diputados del Congreso últimamente disuelto, desde su instalación en Tucumán, so pena de proceder contra sus personas y bienes, aplicándoles las penas más severas. Los miembros del ilustre Congreso de Tucumán se encontraban presos en Buenos Aires desde que el mismo general Soler intimó, de acuerdo con Ramírez, la disolución de ese cuerpo. Una de las primeras medidas del gobernador Ramos Mejía había sido la de consultar a la Junta acerca del deber en que estaba el gobierno de permitirles que se retiraran a sus casas, “guardando en ellas el arresto que sufren en el punto en que se encuentran; o hacer éste extensivo a la ciudad, hasta la conclusión de su causa, y en atención a la avanzada edad, achacosa salud y consideraciones que se merecen por la alta representación pública que han obtenido y que exigen del gobierno una conducta más franca".

Inmediatamente de llegar a su cuartel general de Luján, Soler se movió con su ejército sobre el del general López, que marchaba sobre Buenos Aires, en unión con los generales Alvear y Carrera. Ambos ejércitos se encontraron el 28 en la Cañada de la Cruz; y a pesar de la pericia militar de Soler, las tropas de López alcanzaron un triunfo sobre las de él, que se dispersaron o cayeron prisioneras, con excepción de una columna de infantería al mando del coronel Pagola, quien repasando el norte, se dirigió con ella a la ciudad de Buenos Aires. Soler se limitó a comunicarle al Cabildo la noticia de este desastre, y dándolo todo por perdido, se embarcó para la Colonia.

DorregoEntre tanto, el coronel Dorrego dictaba enérgicas medidas para defender la ciudad de Buenos Aires, y salía a la cabeza de algunas fuerzas a contener los dispersos de Soler. Simultáneamente, el general Alvear se trasladaba a Luján, impartía órdenes para que acudiesen allí representantes del norte de la campaña, y se hacía elegir gobernador de la provincia el día 19 de julio. El general López, deseoso de asegurarse en Buenos Aires una ayuda contra Ramírez, entró en negociaciones con el Cabildo, y el coronel Pagola entró en la capital con la columna salvada de la Cañada de la Cruz, se posesionó del Fuerte, se atrincheró en la plaza principal, se hizo proclamar comandante general de armas, y amenazando al vecindario con medidas violentas, declaró traidores a los que entrasen en transacciones con López. ¡Así se sucedían las escenas de magia política en esos días de transición y de borrasca!

En vista de la actitud de Pagola que imposibilitaba todo arreglo, López adelantó sus tropas sobre la ciudad; y como al propio tiempo Alvear y Carrera se hacían fuertes en el norte, el Cabildo y Dorrego, creyéndolos de acuerdo con aquél, se vieron precisados a hacer por otras vías y con otros recursos, la guerra que Pagola quería sostener por sí solo y a todo trance. Desesperado de traer al buen camino a Pagola, en cuyo pecho ardía un patriotismo rudo y una soberbia inaudita de los méritos que había adquirido en los ejércitos de la Independencia, Dorrego, que era el alma de la situación, se puso al frente de algunas fuerzas de la ciudad, y de las milicias de campaña reunidas por el general Martín Rodríguez y por el hacendado don Juan Manuel de Rozas. Dorrego se apoderó de la plaza y estrechó a Pagola en el fuerte. Repuesto el Cabildo, cuyos miembros se habían ocultado para escapar a las furias de Pagola, convocó a los doce Representantes que el pueblo designó el 2 de julio, de acuerdo con lo que se había estipulado con L6pez, sobre la base de una suspensión de hostilidades, y éstos eligieron el día 4 al coronel Dorrego gobernador provisional, hasta que se reuniese la representación de toda la provincia.


Fuentes:

- Saldias, Adolfo – Historia de la Confederación Argentian – EUDEBA 2°Ed.t.I.ps.26-38 – Bs.Ass (1973).
- General Lucio Mansilla. Memorias póstumas
- La Gazeta Federal 
www.lagazeta.com.ar

No hay comentarios:

Publicar un comentario