lunes, 25 de noviembre de 2013

Claudia Abraham Clase contra clase No soy feminista, ni de las que participan en los Congresos de Mujeres,

pero jamás he militado en contra de ellos. Entiendo que la sociedad está dividida en clases y en el carácter irreconciliable de esas clases, en la imposibilidad de la “armonía entre capital y trabajo” que proclama el pensamiento burgués para seguir sometiéndonos. La condición de mujer no me alcanza para sentirme identificada con todas las mujeres. No hay nada que me una con la mina que explota a las obreras de una fábrica, a las empleadas de un comercio o a la que le paga en negro a la señora que le cepilla su inodoro. No hay nada que me una con la mujer policía que reprime una manifestación o hace la requisa en una cárcel. No hay nada que me acerque a las señoras que cacerolean porque no pueden comprar dólares o las que salieron envueltas en la bandera argentina para reclamar que no les aplicaran las retenciones móviles sobre sus campos, mientras mantenían y mantienen en condiciones de trabajo esclavo a hombres y mujeres. No hay nada que me acerque a las mujeres que reclaman la baja en la edad de imputabilidad y más policías en los barrios pobres. No hay nada que me haga sentir hermanada con aquellas que quieren más cárceles para que nuestros pibes y pibas terminen aniquilados. Me separan cuestiones de clase e ideológicas, y por lo tanto, nuestros intereses están absolutamente contrapuestos. Reconozco la existencia de la cultura patriarcal y machista, así como las múltiples formas de discriminación que se ejercen; pero me importa un pepino la “discriminación” que sufre una burguesa o una integrante de las fuerzas de seguridad, porque no la considero una trabajadora. Pegarle a los pobres no es un trabajo, es una salvajada. No es problema de una persona, sino una función que se le otorga a una institución, al aparto represivo de Estado, para preservar los intereses de quienes nos oprimen. Defiendo los derechos de todos los trabajadores y la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres de mi misma condición de clase. Repudio la violencia que se ha dado a llamar “de género”, pero esto no me hace pensar que no existan también mujeres violentas. No tengo una imagen idealizada de la mujer. No creo en la institución matrimonio, ni en el mandato social que plantea que todas las mujeres debemos ser madres porque de lo contrario “estamos incompletas”. Hay quienes decidimos no serlo y, muy a pesar de los estereotipos que se construyen, amamos a los niños y queremos que todos tengan las mismas oportunidades. Defiendo el derecho a la educación sexual integral, a que se respete la identidad autopercibida de todas las personas cualquiera sea su edad, el derecho a la anticoncepción y a la interrupción del embarazo. No proclamo que las mujeres no participen de los Congresos porque eso me parece tan idiota como decirle a una persona atea que debe ser creyente o a un creyente que no debe creer en la existencia de un dios. No me parece que eso aporte demasiado a la lucha que debemos librar los trabajadores para terminar con el yugo de la opresión. Me alegra que a algunas mujeres les haga bien viajar, compartir experiencias y debates y plantearse una posibilidad de lucha colectiva a partir de esos encuentros. Me alegra que algunas mujeres puedan librarse durante esos días de una responsabilidad que debiera ser compartida, como la atención de la casa y los hijos, y espero que esa experiencia les sirva para plantarse ante su marido y sus hijos, y decirles “este lugar es de todos y todos debemos hacernos cargo”. Cada año leo las notas que se publican sobre los congresos y las descripciones de las marchas. Hoy leí en Página/12: “En un ejemplo de transversalidad a favor de sumar derechos, caminaron juntas militantes de izquierda, kirchneristas, feministas y participantes independientes, mientras los vecinos salían a la vereda a ver el paso firme y alegre de las mujeres”. No sé si la “armonía” es tal, pero no importa. Lo cierto es que durante dos días y en una marcha, confluyen mujeres de las más variadas ideologías políticas y condiciones sociales. En lo que va de estos años, no he leído ningún volante ni artículo de un periódico de las distintas organizaciones que integran el arco de lo que se ha dado a llamar “izquierda”, que plantee que hay que hacer dos marchas porque con determinado sector no se debe hacerlo. Vaya contradicción andante la de algunas mujeres militantes, sobre todo las de Rosario, que es de donde voy a hablar ahora, que no tienen problemas en lucir sus banderas rojas junto a las de la Sociedad Rural, pero se niegan a marchar junto a las Madres de Plaza de Mayo o los familiares de desaparecidos porque la orden nacional de “su Partido” es la de hacer una marcha aparte, aunque la realidad en cada lugar sea diferente. Vaya contradicción andante, que en Rosario se niegan a caminar con las que salieron a enfrentar a los milicos porque las caratulan de “kirchneristas”, aunque no todas lo sean; o a marchar junto a las madres de los chicos asesinados en Villa Moreno, pero después marchan lo más campantes en cualquier rincón del país, porque a eso “el Partido” se los permite. ¡Vaya coincidencia entre ese neutro “mujer” sin distinción de clases que establecen y la lógica K anti K que las atraviesa hasta el gañote, sin reparar que a uno y otro lado de esa división binaria creada por la burguesía existen clases sociales con intereses irreconciliables!

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