lunes, 24 de junio de 2013

Cuidado con el perro Por Eduardo Anguita eanguita@miradasalsur.com

El policía llegó de civil y en bicicleta. Tocó el timbre y mientras yo salía a su encuentro miraba el fajo de comunicados que el jefe de día de la comisaría 32ª le había dado para repartir en todos los rincones de Parque Patricios. Cuando el policía miró lo que tenía que darme la cara se le transfiguró. “Esto me da vergüenza ajena, jefe”, fueron sus palabras mientras yo pensaba que podía ser una notificación tremenda. “Canacan… es una locura”, articuló. “¿Cómo?”, contesté mientras agarraba el papelito que me extendía. Desde ya, lo primero que pensé fue “cana… cana…” y recordé el viejo lema tumbero “araca la cana”. Con el logo de la Ciudad de Buenos Aires y el amparo del Ministerio de Salud, el Instituto Luis Pasteur me intimaba, vía el comisario de la seccional del barrio, a llevar de inmediato a Pilou a la cárcel. Sí, encima era una intimación que mencionaba una comunicación anterior. Podía negarme a firmar la notificación, pero el agente, de pantalón bombacha y zapatillas, no era precisamente la imagen del autoritarismo como para una rebelión épica. Mientras yo empezaba a decodificar el papelito, el policía reiteró que le daba vergüenza ajena y montado en su bicicleta encaró calle abajo donde seguramente lo esperaban notificaciones más jugosas. La historia, según consta en el papel, habría comenzado el 27 de mayo cuando una vecina que tiene un terrier se habría presentado ante las autoridades de zoonosis del gobierno de Mauricio Macri para denunciar al pobre Pilou. Pilou, según la denuncia, se habría entreverado con el terrier, cuyo nombre lamentablemente no conozco. Pilou, dentro de dos meses, cumple 11 años. Cuando tenía cuatro lo pisó una camioneta y le dejó el cuarto trasero medio descuajeringado. Es decir, cuando corre y quiere cambiar de dirección, las patas delanteras avanzan y las de atrás derrapan. Pero no se crean que es un mastín o un pitbull. Ojo, Pilou es de raza. Me lo regaló Victoria, la hija de mi amigo Emiliano. Victoria es nieta de Rodolfo Walsh, por lo tanto, para mí, Pilou siempre fue bisnieto de Rodolfo Walsh. Y tiene algo más que lo acerca a Walsh, además de haber sido hijo de la mascota de Victoria que, dicho sea de paso, se llamaba Perra. Pilou es un border collie (collie de frontera pero no collie fronterizo) muy requerido por los criadores de ovejas de la Patagonia. Como todos saben, Walsh nació en Choele Choel. Los motivos por los cuales Pilou no simpatiza con el terrier cuyo nombre desconozco me son absolutamente desconocidos. Las capacidades del pobre Pilou de maltratar y dejar malherido a otro perro son escasas. Más que escasas. Pero ahí estaba la ley, implacable. El papel que el policía había dejado en mis manos me intimaba a llevarlo al Parque Centenario, donde está el Pasteur, para que alguien determine si Pilou es rabioso. La primera imagen que tuve fue la de los policías metropolitanos, rabiosos, pegando palazos en el Parque Centenario a los feriantes unos meses atrás. Horror. ¡Qué rabia empezaba a darme! El papel dice “Causa número 21”, lo cual indicaba que esto está en manos de algún juez. Con letras grandes, la notificación advierte con una poética muy empobrecida “casos causas llamar a…” y da unos teléfonos. Llamé y de inmediato me preguntaron si mi perro había mordido a alguien. Le dije que la causa estaba caratulada “can a can” y la interlocutora me dijo: “ahá”. De inmediato me dio el protocolo para estos casos: llevar al perro unos diez días para que se quede en una jaulita y puedan verificar si tiene hidrofobia, una enfermedad aguda infecciosa viral del sistema nervioso central ocasionada por un Rhabdoviridae que causa encefalitis aguda con una letalidad cercana al cien por ciento. Es decir, Pilou se tenía que pasar diez días de calabozo para saber si tiene rabia. Por suerte, de inmediato, la interlocutora me aclaró que también podía encontrar una solución, por vía privada. ¡Cuándo no, con Macri, la vía privada! Pensé. Muy entusiasmado pregunté en qué consistía la vía privada. En que un veterinario concurriera a mi casa y certificara que Pilou no es hidrofóbico. Por supuesto desconté que los honorarios del veterinario no corrían por cuenta de las autoridades zoonósicas. Muy amablemente me preguntó cuál era el número de causa y con mucha seguridad le contesté “la 21”. “¡Uy… pero esto está recontravencido!”, constestó a los pocos minutos después de –imagino– pasar los papeles del bibliorato que tenía al lado del teléfono. Con la rapidez de reflejos que los personajes de Walsh tienen, pensé que Pilou ya debía tener pedido de captura y me preparé para llevarlo a algún destino en la clandestinidad. Pensé, en esos pocos segundos, en pelarlo, pero es invierno y apenas iba a lograr que se congelara en vez de quedar a buen recaudo. Otra alternativa era ponerle Francisco Freyre, el alias que Walsh usó cuando estaba investigando los fusilamientos de José León Suárez y que, incluso, le sirvió como alias para los últimos documentos falsos que usó y con los cuales se lo llevó la patota de Astiz. Estuve a punto de cortar el teléfono porque la comunicación llevaba más de tres minutos y cualquier sistema de rastreo ya podía dar conmigo. Sin embargo, por precaución le pregunté –debo reconocer que con voz vacilante–: “¿Y qué significa que está recontravencido?” La empleada de zoonosis me explicó lo que estaba en el papel que tenía frente a mis narices. Esta citación por vía policial se debía a que el mismísimo Pasteur había mandado a un empleado (no sé si vino en bicicleta) a mi casa con una citación previa a la que, evidentemente, yo no le había dado ni cinco de pelota. La verdad: no es muy tentador prestarle atención en la correspondencia a una citación de Zoonosis. Pero, claro, cuando el notificador es de la Policía Federal uno se pone un poquitín más atento. “¿Y entonces qué tengo que hacer?”, pregunté; aunque debo reconocer que ya pensaba más en la rebeldía y la rabia, pensaba más en pasar a Pilou a la clandestinidad, que en cumplir con una sanción agravada que me hiciera pensar que Pilou iba a tener un destino largo en prisión. De ningún modo. Ya estaba dispuesto a colgar. No lo hice por buena educación. Y por suerte. La amable empleada me dio una solución que parecía un bálsamo tras todo el recorrido kafkiano que palpitó el atribulado lector de estas líneas. “Tráigalo y un veterinario le firma el alta” fueron las mágicas palabras que me permitieron abrir la espantosa perrera imaginaria. Ya no funcionaba la lógica sancionatoria sino la pura razón sanitaria: si Pilou había acosado al pobre terrier cuatro semanas atrás y había sobrevivido hasta el momento, es que Pilou no tiene rabia. Y así fue que me decidí a recorrer las cuadras que separan Parque Patricios de Parque Centenario. Mansamente. Creído de las mágicas y libertarias palabras que escuché de boca de mi interlocutora. La única precaución que tomé fue dejar testimonio. Quise dejar escrito todo esto, siendo fiel a los hechos, sin ocultar nada. Quizá peque de inocente. Quiero expulsar de mi memoria aquellas imágenes del camión de la perrera que producían en mí una excitación tremenda. Era horrible cruzarse con esas camionetas de las cuales bajaban empleados con lazos y redes para capturar a pobres perros, algunos sarnosos y otros esbeltos, lo mismo daba. Era horrible pero también era atractivo ver escenas escabrosas. Hay que reconocerlo: el espanto me atraía. Hay que reconocerlo: el morbo nos convoca. Nos gusta ser testigos de una escena donde un grupo de tipos se baja de un camión, o de unos autos y rodean a un perro indefenso. Quiero expulsar de la memoria esos recuerdos infantiles, que cruzaban realidad y fantasía. Pero no quiero expulsar de mi memoria las tantas veces que caminé por la avenida San Juan desde Entre Ríos hasta Sarandí y desde Sarandí hasta Entre Ríos en un intento vano de conjurar el secuestro de Rodolfo Walsh. Como cualquiera, puedo imaginar la cantidad de testigos que hubo aquel 25 de marzo de 1977 cuando Astiz y su patota lo capturaron como si Rodolfo Walsh fuera un perro rabioso. Breve epílogo: Fui con Pilou, el 20 de junio, aniversario de la muerte del gran Manuel Belgrano, al Pasteur. Estaba dispuesto a defenderlo de modo patriótico si era preciso. No fue necesario. Un amable trabajador con el que hablé del mal momento que pasa Boca me extendió un certificado de libertad que consigna que Pilou carece de rabia. Otra amable trabajadora, que se llegaba de Brandsen hasta el Parque Centenario para vacunar perros y gatos, le aplicó la antirrábica. Sin creatividad, lo reconozco, le pregunté si tenían alguna vacuna para la rabia humana. Por su cara, confirmé que no fui demasiado original. 23/06/13 Miradas al Sur

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