sábado, 25 de mayo de 2013

Periodismo de mierda Por Rodolfo Braceli* parte 1

Periodismo de mierda Por Rodolfo Braceli* A la palabra “mierda”, como calificativo, la usamos mal. Porque la “mierda” en sí misma no es algo malo, es una consecuencia natural tan inevitable como imprescindible. Ella, la palabra “mierda”, no tiene la culpa que la condenemos a un uso para el que no nació. Reconozcamos que la bendita palabrita es muy efectiva aun en el arbitrario uso con el que la frecuentamos. Dada su probada eficacia, recurro a ella ya desde el título para decir que en esta Argentina hay un periodismo perverso, tramposo, obsceno; muy practicado por los pulpos medios de descomunicación a través de sus voces estelares. Una mierda ese periodismo, muchas veces solapado detrás de la elegancia de los buenos modales y del falso ejercicio de la objetividad de “las dos campanas” (el tamaño y el orden de las campanas, recordemos, altera el producto). En el presente texto estaré confluyendo conceptos de un par de columnas que publiqué en la contratapa de los viernes del diario Jornada de Mendoza. ​“El hijo de”, una canallada La noticia nació una entre tantas: un automovilista, Pablo Daniel García, de 28 años, atropelló y mató a Reinaldo Rodas, de 53, en el kilómetro 52 de la ruta Panamericana. Eran las 6 de la mañana, Rodas iba en bicicleta a su trabajo. García llevó el cuerpo de Rodas en su Peugeot 504, unos 18 kilómetros más, hasta el próximo peaje. Allí se detuvo; después se habría comprobado que tenía 1,45 de alcohol en la sangre. Pero la noticia estalló y degeneró en redituable escándalo mediático, cuando se supo que el automovilista, Pablo García, era hijo del periodista Eduardo Aliverti. Es sabido: Aliverti desde hace décadas siembra un periodismo alejado de las apetencias conformistas, conservadoras y fascistas de nuestros medios pulpos; siempre estuvo comprometido con la ardua memoria alumbradora de nuestros tan violados derechos humanos. Pertinaz, incomodante, Aliverti viene bregando por la plena vigencia de la Ley de Medios hace más de tres años aprobada por el Congreso de la Nación. Desde que se supo de quién era hijo Pablo García, la tragedia dejó de ser la noticia y pasó a serlo “el hijo de Aliverti”. La noticia mutó en tema nacional: cataratas de páginas de Clarín, espeluznante mala leche en periodistas como González Oro y Eduardo Feinmann, guardias de escrache de la editorial Perfil y de Gente en el domicilio de Aliverti, más la insidia de prolijos y bienhablados comunicadores y comunicadoras estelares. Entre la impudicia y la perversa malaleche, la noticia del accidente se degeneró al compás del artero latiguillo de “el hijo de Aliverti”. No se pide ocultar ni soslayar, no se trata, en absoluto, de hacer favores corporativos al colega afectado, pero asoma muy evidente cómo comunicadores de trayectoria destacada, a la noticia la usaron con felonía. En definitiva la tragedia sirvió de partenaire para intentar aniquilar la imagen del periodista Aliverti. A la información le cambiaron el eje y, de pronto, lo que quedó latiendo como centro fue la alcahuetería rencorosa. Hasta se inventó que García tenía el carnet de conductor vencido. Lo colateral fue central. La pregunta cae por madura: si el automovilista no hubiese sido el hijo de “ese” periodista, ¿cuánto tiempo radial y televisivo, cuánto centimetraje hubiese tenido en los pulpos medios? A todo esto: ¿cuál fue el comportamiento de Aliverti? Vale la pena atender a su primera declaración de padre y de ciudadano: “Acá estoy, en uno de los momentos más dolorosos de mi vida (…) Pablo García es mi hijo. Sólo puedo decir que mis sentimientos y el de mi familia acompañan principalmente a los familiares de la víctima, que se está a disposición de la Justicia –ya actuante– en todo cuanto sea necesario para el esclarecimiento de esta desgracia igual de desgarradora que de irreparable y que nuestro objetivo es la estricta igualdad ante la justicia. “Sólo quiero pedir, frente a las versiones circulantes, que todo lo relacionado con los detalles y marcha de la causa sea vehiculizado a través de los canales correspondientes, evitando especulaciones de otro tipo. Sólo eso. Es lo único que deseo y debo pedir. Gracias si puede ser así.” En el último párrafo Aliverti implora por un periodismo responsable. Unas líneas más arriba, aun en medio de la conmoción, recuerda que “se está a disposición de la Justicia”. Insiste: “Nuestro objetivo es la estricta igualdad ante la justicia.” Inútil pedido el de Aliverti. Varios de los estelares que se dicen custodios de la “libertad de expresión”, dominados por la avaricia celebratoria de la tragedia, educaditos pero rencorosos, transitaron la malaleche ideológica. No sólo obraron así González Oro y Feinmann, que fueron explícitos en la canallada. Pienso que lo más grave de ese uso degenerado del periodismo (que se autodenomina y elogia como “independiente”), no es la acción de algunos personajes abiertamente ponzoñosos, como el histérico histriónico Feinmann, sino el mismo mensaje por otros disfrazado de conmovida “objetividad respetuosa”. Invito a leer el tratamiento del caso en La Nación (diario en el que estos años he escrito crónicas y entrevistas). El viernes 22 de febrero publica una nota sin firma. De arranque promete que se podrían tener detalles del momento en el que Pablo García (así lo nombra) atropelló al ciclista Reinaldo Rodas. Una docena de líneas más allá dice refiriéndose a un testigo: “El hombre, cuya identidad no trascendió, es un automovilista que el domingo circulaba por la ruta Panamericana y, según fuentes judiciales, habría visto al hijo de Aliverti, detener la marcha del vehículo y levantar la víctima para ubicarla dentro del auto.” Ese habría visto “al hijo de Aliverti”, escrito como al pasar, delata el obsceno objetivo de la nota. Complementando el texto central, a una columna, una bajada de título dice: “La esposa de Reinaldo Rodas le contestó a Eduardo Aliverti”. Aquí salta algo más: la búsqueda de la confrontación. Ya desde el título la noticia fogonea la crispación. Alienta la roña. Y esto lo ejecuta un diario que todo el tiempo alza la bandera crítica “a la crispación, al clima de confrontación que ha divido a la Argentina actual.” (Caramba, señores, que no se diga.) Este proceder, aparte de obsceno, vomitivo, es un atentado contra la libertad de expresión, tan cacareada últimamente. ¿Por qué? Porque se la malversa. Dicho en criollo o en el precioso castellano de don Francisco de Quevedo, es un periodismo de mierda.

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