martes, 16 de abril de 2013

MAIPU, EN AGENDA DE REFLEXION

Ya era historia la fenomenal hazaña del cruce de los Andes y la brillante batalla del 12 de febrero de 1817 en la cuesta de Chacabuco, tendida sobre un brazo colosal del Tupungato, bajo la sorprendida mirada de los cóndores desde su alcázar de nieves, desde las alturas de aquellas eternas soledades, que le hizo exclamar al general don José de San Martín, con el riguroso estilo de un César o de un Napoleón: “Al ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos, y dimos la libertad a Chile”. Y también era historia –en este caso muy reciente- el desastre de Cancha Rayada en los llanos de Talca. La mañana del domingo 5 de abril de 1818, la época más deliciosa del año en Chile, ni una sola nube oscurecía el brillante y eterno azul del firmamento; los pájaros cantaban y los azahares esparcían un perfume delicioso en la brisa; había esa balsámica suavidad del aire, tan propia del clima seco; las campanas llamaban a misa y un sentimiento religioso se deslizaba en los sentidos al unísono con la santidad del día; parecía sacrilegio que tan santa quietud se interrumpiese con estrépito de batalla. Y a pesar de todo, así sucedería. El ejército patriota se componía por entonces de cuatro mil setecientos infantes y ochocientos jinetes, todos en muy buen estado –considerando su reciente contraste hacía solo dos semanas- y uniformados “a nuevo”. Los realistas superaban los seis mil quinientos efectivos, a las órdenes del brigadier general Mariano Osorio. Los oficiales superiores al mando de San Martín eran los generales Balcarce, Alvarado y Quintana, los coroneles Las Heras, los dos Escalada, Martínez, Melián, Necochea, Zapiola y Blanco, los capitanes Lavalle, Martínez, los franceses Beauchef, Viel y Brandsen, los ingleses O’Brien, Lowe y Lebas, además de muchos oficiales de grado inferior pero que ya se habían distinguido en varias ocasiones por su valor. La victoria patriota fue completa. En total, más de tres mil quinientos combatientes de ambos ejércitos fueron heridos o muertos. No llegaban a dos mil los españoles que volvieron a Talcahuano. Por la magnitud de los números y la importancia del resultado, la memorable batalla de Maipú fue la principal y decisiva de la campaña de Chile, y preparó el camino para la de Ayacucho, que se libró con similar éxito en el Perú el 8 de diciembre de 1824 contra doble número de enemigos, y que arrancó a España la última porción americana del imperio colonial más vasto que hubiera existido. El histórico abrazo del Libertador con el Director Supremo de Chile general don Bernardo O’Higgins al término de la batalla constituye un ejemplo y también un mandato para las actuales generaciones de argentinos y chilenos.

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