lunes, 4 de marzo de 2013

PARECIDOS PERO DIFERENTES

PARECIDOS, DIFERENTES El diálogo de Feinmann y González, desarrollado a fin del año pasado en casa del primero en su mayor parte y luego en la Biblioteca Nacional, que dirige el segundo, aparece acompasado, propuesto, atendido, por el periodista Héctor Pavón. Discreto, a veces ofreciendo diques o aperturas que impidan la deriva errática del intercambio, Pavón permite orientar temas y subtemas, clasificar conjuntos e intersecciones. En esta conversación que se presenta con “la voluntad de pensarlo todo”, Feinmann y González, González y Feinmann, recuperan entrañablemente la figura de David Viñas, elogian y desmitifican a Jorge Abelardo Ramos, hablan todo el tiempo de Perón –de su libro Conducción política, de sus logros y sus derrapes–, de Hernández Arregui y la formación de la conciencia nacional, de El Eternauta y Oesterheld, de Néstor y Cristina. Del miedo durante la dictadura, de las diferencias con Montoneros, de su relación con los curas obreros, de López Rega. Una primera lectura, y sobre todo la calidez y la empatía que se profesan, parecieran advertir que es el encuentro de dos viejos amigos donde se destacan los acuerdos, la confirmación, la celebración mutua. Sin embargo, a poco de andar, cada uno por su lado hilvana y fija preocupaciones, tonos, inflexiones que los caracterizan por cuenta propia. Mientras que Feinmann ejerce una tonalidad dramática en su discurso y, quizás, expone una voluntad comunicativa más explícita en relación con un conjunto de lectores amplios, no necesariamente comprometido con los temas y los supuestos que maneja, González, en cambio, intenta hablar de otro modo, como provocando en Feinmann una interpelación diferente. Inflexión sutil, González prefiere llevarlo a una relativización del tiempo y del espacio transcurridos, de escenas y textos vividos y leídos, de manera quizá de producir un rescate diferente de aquellos pasados caídos entre bambalinas, epifánicos, originarios, fundacionales. Feinmann se abraza al pasado como afirmando una conciencia de constatación, como buscando las pruebas concretas del esto fue así y asá. Se juramenta una veracidad obsesiva y da como garantías de fidelidad a cada etapa su propio padecer, sus inclemencias, su memoria acaudalada. En este sentido, el efecto es doble y paradójico. Por un lado, González resulta iluminador para pensar desde la distancia, desde un rememorar menos literal y más versátil, más culturalmente mediado por la conciencia del tiempo transcurrido. Por otro, Feinmann, al construirse como testimoniante, aporta información de una precisión pasmosa, insistente, que abona su habilidad narrativa y recrea, en sí mismo, una avidez por el relato novelesco. Y ahí es donde los dos discursos se vuelven brumosos entre sí. Uno, porque que reitera su mirada sociológica crítica, desde un bosque de lecturas y pasadizos apabullante, donde casi con oído musical oye sonar una cuerda allí donde explota el barullo. El otro, porque ha adquirido una capacidad narrativa endemoniada, que transita de la primera persona ficcional al yo personal, de la glosa intelectual a la confesión sin escalas. Y entonces construyen interpelaciones diferentes, que agigantan las distancias. Mientras que González mudó de Envido al exilio en San Pablo, de la revista Unidos a la universidad y a El ojo mocho, y de la Biblioteca a Carta Abierta, Feinmann, en cambio, pasó de Envido a Ni el tiro del final, de la novela Ultimas imágenes del naufragio a la película del mismo título, de la revista Humor a Página/12, de una novela a otra novela, de los cursos en el Centro Psicoanalítico Argentino a los fascículos sobre filosofía y peronismo, y de allí a Canal Encuentro. En tanto González generó un tránsito intelectual cada vez más apegado a expresiones que vinculan el debate teórico con el cotidiano y cierto afán de traducción cultural, de intermediación, Feinmann adoptó una versión rioplatense del giro autobiográfico, tan de la cultura contemporánea, donde una posmodernidad crítica le permite el abordaje y la confección de temas y estilos graves, desde los soportes más encumbrados de la industria cultural: cine, prensa, radio, TV. Dos modos distintos, que convocan incluso lectores diversos y hasta antagónicos. Feinmann narra y piensa la crisis del sujeto contemporáneo en primera persona, ficción o no ficción, como una nueva tragedia que lo golpea una y otra vez en el nuevo siglo, y González piensa y reanima la crítica, intelectual, desde soportes clásicos de la universidad y el mundo intelectual, asumiendo como dados los supuestos de esa declinación.

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