lunes, 4 de marzo de 2013

NO ESTOY JUGANDO CON METAFORAS PARTE I

CUANDO LA INQUISICION SENTO A BOFF EN LA SILLA DE GIORDANO BRUNO Y GALILEO “No estoy jugando con metáforas” Durante el debate sobre el futuro de la Iglesia, el teólogo brasileño Leonardo Boff recordó que Ratzinger lo sentó en el mismo lugar que a los juzgados por la Inquisición. Página/12 le preguntó si su relato era literal. Una historia que cruza toda la transformación del Vaticano en una poderosa monarquía absoluta. Por Martín Granovsky Esperó recién hasta 1992 para dejar los hábitos de monje franciscano y abandonar el monasterio donde vivía. A esa altura ya había atravesado una experiencia impactante: el 7 de septiembre de 1984, el jefe de la antigua Inquisición, hoy llamada Congregación para la Doctrina de la Fe, lo sentó en la misma sillita que ocuparon el teólogo Giordano Bruno y el astrónomo Galileo Galilei. El inquisidor era el cardenal Joseph Ratzinger, entonces mano derecha doctrinaria de Juan Pablo II y él mismo Papa desde 2005, hasta el jueves. El interrogado era el brasileño Leonardo Boff. Boff no fue quemado vivo como Giordano ni debió pedir perdón por la fuerza como Galileo. Pero en 1985 Ratzinger lo condenó al silencio y desde entonces las jerarquías eclesiásticas le dificultaron cada vez más la chance de expresar sus ideas con libertad. Después de Iglesia, carisma y poder, el libro que lo llevó ante Ratzinger, cada nuevo trabajo encontraba obstáculos para su publicación en editoriales o revistas obligadas a pedir permiso a las autoridades de la Iglesia católica. En los últimos días, durante el debate sobre el futuro de la Iglesia por el cimbronazo de un papa que se va, Boff recordó en su blog (al que se accede tecleando www.leonardoboff.com ) que fue “sentado en la sillita de Giordano y Galileo”. Leer esa frase abría la perplejidad. ¿Fue, realmente, la misma silla? ¿Era posible que el mensaje de la Santa Sede para demostrar autoridad fuese transmitido con una nitidez tan cruda? Página/12 se lo preguntó a Boff. Esta fue su respuesta, enviada por mail: “Fui juzgado en el edificio que queda a la izquierda de la gran plaza para quien va en dirección de la basílica (de San Pedro). Hace siglos que es sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio y ex Inquisición. Es un edificio grande, oscuro, como unos tres pisos o más. Tuve un proceso doctrinario con todos los requisitos jurídicos. Me senté donde todos los juzgados por la Inquisición fueron juzgados. Ahí se sentaron Galileo Galilei, Giordano Bruno y otros. No estoy jugando con metáforas sino con la realidad”. Inquisidor y condenado se conocían bien. El teólogo brasileño nacido en 1938 había estudiado en Munich y Ratzinger, entonces un sacerdote de mente abierta, era conferencista. Quizá por eso o por simple pudor –cuesta creerlo, pero en el mundo hay gente que vive sin mirarse el ombligo– Boff jamás dejó de criticar a Benedicto XVI por sus ideas y sus actos, pero no se encarnizó en términos personales. Y una vez, hace tres años, hasta llegó a ser profético. Boff habló con Istoé el 28 de mayo de 2010, según puede leerse en este link: http://bit.ly/b8MQBZ Dijo: “El Papa, para su bien y el de la Iglesia, debería renunciar. Debemos ejercer la compasión. Es un hombre enfermo, viejo, con achaques propios de la edad y con dificultades para la administración, porque es más profesor que pastor. Por ese motivo haría bien en irse a un convento a rezar su misa en latín, cantar su canto gregoriano que tanto aprecia, rezar por la humanidad que sufre, especialmente por las víctimas de la pedofilia, y prepararse para el gran encuentro con el Señor de la Iglesia y de la historia. Y pedir misericordia divina”. Los dos años y nueve meses que pasaron entre la opinión de Boff y el helicóptero de Ratzinger son un lapso corto para los ritmos vaticanos. Lo cierto es que tras ese tiempo Ratzinger se convirtió en Papa emérito y muy pronto predicará en un convento. Giordano y Galileo Campo de’Fiori es la única gran plaza de Roma sin iglesia. A veinte cuadras del Vaticano y muy cerca de Piazza Navona, por la mañana funciona un mercado. Señoras vestidas de negro que parecen recién llegadas del campo venden fruta, pasta seca y verduras. Broccoli romano, de color verde claro y olor suave, o broccoli siciliano, el oscuro y más fuerte, que se come aquí. Por la tarde, las pizzerías y los restaurantes de los bordes se llenan y en lugar de matronas están los turistas de veintipocos que comen penne rigate y, sobre todo, beben cerveza como si fuera la última vez. Las señoras de la mañana y los chicos de la tarde viven su vida ajenos a la estatua que está sobre el adoquinado de Campo de’Fiori. Muestra a un monje alto y ligeramente encorvado. El escultor Etore Ferrari le puso un rostro con gesto decidido y logró que los pliegues de la sotana parezcan seguir moviéndose. Debajo, una frase en italiano: “A Bruno - Secolo da lui divinato, qui dove il rogo arse”. En español sería así: “El siglo que él adivinó (está) aquí, donde el fuego ardía”. En 1600, el napolitano de 52 años que había sido monje dominico fue quemado por orden de la Santa y General Inquisición en el mismo sitio donde hoy está la estatua. Lo quemaron vivo por hereje. “Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”, dijo en su alegato antes de morir. Entre otras ideas sostuvo la centralidad del sol, igual que Copérnico, y desafió la centralidad del papa. Jamás en los 413 años desde su ejecución la jerarquía de la Iglesia pidió perdón o volvió a incluirlo de alguna manera en su seno. La instalación de la estatua fue en sí misma una gran batalla en el siglo XIX. Promovido por personalidades de toda Europa, desde Victor Hugo a Mijail Bakunin, el homenaje a Bruno solo se plasmó en el monumento de Campo di Fiori en junio de 1889. Y el papa de entonces, León XIII, incluso amenazó con alejarse ostensiblemente de Roma ese día. Solo se abstuvo de hacerlo cuando el gobierno italiano le advirtió que si dejaba la ciudad sería mejor que no volviera. Trescientos años antes de esa polémica, en la Inquisición el juicio fue conducido personalmente por el cardenal Roberto Belarmino, el mismo que obligó a Galileo Galilei a retractarse del heliocentrismo en 1616 para no terminar torturado e incinerado como Bruno. El pontífice, sumo Belarmino no era un simple jefe de torturadores sino un teórico fino y un sutil funcionario de la Santa Sede. En su Tratado sobre la potestad de los sumos pontífices en los asuntos temporales, de 1610, dijo que el papa puede oponerse a quien políticamente pueda poner en peligro a la Cristiandad. En medio de la crisis de la Iglesia y el nacimiento de la Reforma protestante, Belarmino actualizó así la doctrina del papa Gregorio VII, que en 1075 dio el gran giro en la construcción de la Iglesia como monarquía absoluta cuando estableció que al pontífice “le es lícito deponer a los emperadores”, que tiene el derecho exclusivo de deponer o reponer obispos y que “puede eximir a los súbditos de la fidelidad hacia los príncipes inicuos”. El investigador Jean Touchard escribió en su libro clásico, Historia de las ideas políticas”, que “el movimiento iniciado por Gregorio VII es irreversible”. Y explicó: “La centralización romana y la refundación administrativa (con la organización de la Curia, que es su principal elemento) harán del obispo de Roma el Soberano Pontífice, dignidad u autoridad que los papas de los siglos precedentes no consiguieron nunca asegurar de forma duradera”. Luego de que Boff se sentó por última vez en la silla de Giordano y Galileo, la Congregación para la Doctrina de la Fe siguió trabajando, hasta que un año después le pidió silencio. En la web está la notificación de los inquisidores a Boff. Puede consultarse en este link: http://bit.ly/YEk3j0 GB

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