domingo, 24 de marzo de 2013

LA IDEOLOGIA DE FRANCISCO, POR EDGARDO MOCCA, OPINION

Pistas ideológicas para pensar a Francisco Por Edgardo Mocca “Conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información y de los recursos humanos, lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados, aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantienen en la pobreza a una multitud de personas.” Esta frase no forma parte de ningún documento populista, redactado por personajes siniestros siempre obsesionados por sembrar conflictos y enfrentamientos internos en las sociedades en las que viven y, lo que es mucho peor, en las que a veces gobiernan. Pertenece al documento conclusivo de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinomericano y del Caribe, realizada en la ciudad brasileña de Aparecida, en mayo de 2007. Al tomar el texto de ese documento –una parte de ese texto, elegida de modo deliberadamente provocador– como punto de partida de un comentario sobre los significados políticos de la asunción del cardenal Jorge Bergoglio como nuevo papa puedo imaginarme a algún lector de inclinaciones críticas encogiéndose de hombros y pensando: “¿Y eso qué tiene que ver con la práctica real de la Iglesia Católica?”. Curiosamente, entre personas que hacen del tráfico de palabras su modo de vida, suele anclar una poderosa sospecha sobre el valor de las palabras. Falsa conciencia, manipulación, simulacro, demagogia, se ofrecen, entre muchos otros, como principios explicativos del distanciamiento de la acción humana de sus reales o imaginarios propósitos. Desde ese punto de vista, volviendo a nuestro tema, no vale demasiado la pena leer atenta e interesadamente el documento de Aparecida para acercarnos a la comprensión de este verdadero tsunami vaticano que desemboca en la elección del primer papa no europeo de la historia, latinoamericano y argentino por añadidura. Lo que nos garantizaría una correcta intelección de este fenómeno sería la observación estricta de la “Iglesia realmente existente”, la que suele identificarse, de modo reduccionista, con la conducta política de eventuales cúpulas eclesiásticas. Esta reflexión se sitúa en un punto de vista distinto: considera que en la vida colectiva las palabras se autonomizan relativamente del propósito de uso individual de quien las pronuncia. Crean expectativas, construyen campos de alianzas y adversarios, sustentan identidades, disputan sentido. La misma infertilidad tiene la interpretación de los primeros movimientos de Francisco como simple demagogia, que la que describe el así llamado “relato kirchnerista” como el desenvolvimiento de un simulacro nacional-populista dirigido a manipular a las masas. Con frecuencia la palabra demagogia termina aniquilando la sustancia misma de la palabra política, que no puede ser sino un arma de persuasión y movilización, tanto como una apelación a los resortes comunes de la emotividad. De manera que el documento de Aparecida tiene mucha importancia en estos días. Allí se habla de un “cambio de época” en la región, en significativa sincronía con el modo en que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, define la realidad sudamericana. Claro que el uso episcopal difiere del uso político. Todo el documento está atravesado por la tensión entre el extraordinario salto del desarrollo de la ciencia y la técnica –particularmente las de la manipulación genética y la comunicación social– y lo que llama una “crisis de sentido” de la civilización humana. Ciertamente, según los obispos, la llave de la recuperación de un sentido universal, aun en el reino de la diversidad y la pluralidad, está en manos de la religión y, claro está, de su religión. Tampoco puede ignorarse que la reflexión sitúa al desarrollo de las cuestiones de libertad de género y de elección sexual en uno de los principales tópicos ejemplificadores de la profundidad de la crisis de sentido. Tampoco pueden ignorarse las referencias descalificadoras como “neopopulismos” y “regresiones autoritarias en democracia” a los nuevos gobiernos posneoliberales de nuestra región. Sin embargo, el texto está penetrado de una mirada agudamente crítica del proceso de globalización y de sus consecuencias sociales y culturales. Haría bien cierto liberal-progresismo, que hoy celebra la asunción de Francisco pretendiendo reducir su significado a “la importancia del diálogo en la actual realidad argentina”, en acercarse a esta visión crítica del mundo global. Después de la renuncia de Ratzinger, rodeada por un denso clima de matufias financieras y escándalos sexuales, cabría preguntarse si la crisis de sentido de la que habla el documento no incluye a la Iglesia Católica, a partir de sus propias jerarquías. Es un momento interesante para pensar si el evidente debilitamiento del catolicismo en muchos de los países de la región –visiblemente en el nuestro– no tiene sus raíces en un proceso en el que el nexo pragmático con el poder debilitó los vínculos de la institución con los sectores más vulnerables de nuestra sociedad y con el pensamiento crítico que pretendía expresar políticamente a esos sectores. Inevitablemente, la fecha de hoy, 24 de marzo, asalta nuestra memoria. Nos lleva a evocar el martirio de tantos fieles, de tantos sacerdotes y laicos asesinados por el terrorismo de Estado así como la vergonzosa complicidad de buena parte de la cúpula eclesial de aquella época con el régimen dictatorial. El nuevo papa asume sus funciones en una época de profundas turbulencias y transformaciones regionales y mundiales. Los creyentes católicos no viven hoy en el “mundo feliz” del neoliberalismo que no tardaría, según sus ideólogos, en derramar prosperidad y felicidad hacia todos los confines del planeta. Buena parte de su feligresía forma parte hoy de nuevos movimientos sociales que no solamente ejercen y educan en la solidaridad sino que también son formadores de una nueva ciudadanía, original y conflictiva, orientada hacia nuevos modelos de convivencia social. El Papa está en un mundo en el que se desarrollan procesos de transformación social, con el cristianismo como emblema y sustento ideológico. Y ese proceso ocurre en el “distrito” de donde viene el Papa, de ese “fin del mundo” que él mismo mentó el día de su elección; ocurre en América del Sur. El mundo en el que actúa Francisco está atravesado por la crisis del paradigma capitalista bajo el que se desarrolló durante las últimas cuatro décadas. Hay nuevas masas de desempleados y excluidos; y no vienen, solamente ni en lo fundamental, de las zonas tradicionales del atraso y la dependencia, sino de muchos de los países europeos que, hasta ayer nomás, se presentaban como el horizonte para nuestros pueblos. Francisco tiene que gobernar la Iglesia Católica en este mundo. No se trata de un gobierno estatal, “terreno”, más allá de las fronteras del Estado vaticano. Se trata de un liderazgo espiritual, del poder de un mensaje cuyo léxico no es el de la decisión política sino el de la apelación a una fe. Sin fe no hay iglesia, aunque pueda haber y hay masivamente una fe que no forma parte del catolicismo y, en muchos casos, de ninguna otra institución eclesial. Durante dos mil años, la Iglesia Católica tejió una complejísima trama con los hilos de la creencia popular y los de una relación progresiva y pragmática con los poderes mundanos. Todo indica que esa trama atraviesa momentos críticos. Se entiende muy claramente por qué el signo de toda la gestualidad desplegada por Francisco desde su elección está dirigido a la humildad y al acercamiento con los pobres. No es arbitraria la conexión de esa presentación pública del nuevo papa con el siguiente texto del documento al que nos estamos refiriendo: “La afirmación de los derechos individuales y subjetivos, sin un esfuerzo semejante para garantizar los derechos sociales, culturales y solidarios, resulta en perjuicio de la dignidad de todos, especialmente de quienes son más pobres y vulnerables”. Hay, sin embargo, quienes celebran la asunción del nuevo papa, sin dejar de despotricar contra la Asignación Universal por Hijo ni de considerar que la libertad de comprar y vender dólares y de viajar todos los años a Punta del Este constituyen pilares espirituales del Estado de derecho en la Argentina. Por momentos da la impresión que tan poderoso brote de espiritualidad cristiana entre sectores muy acomodados de nuestra sociedad tiene menos que ver con los cambios que insinúa Francisco que con la expectativa de que el Papa se dedique a cambiar el signo predominante de la política argentina y regional. Está claro que la agenda de Francisco –que es también el primer papa, en más de quinientos años, que asume después de la renuncia de su antecesor– estará atravesada por la tarea de reubicar a la Iglesia en el mundo actual, condición básica para invertir la tendencia declinante de su influencia social. Habrá que ver qué parte del patrimonio de la experiencia de Jorge Bergoglio le resulta útil para intentar esa tarea y qué parte demanda ser superada para enfrentar el nuevo desafío. “Espero que los fundamentalistas no impidan las necesarias reformas de la Iglesia” Ivone Gebara. Es una voz discordante en la Iglesia Católica, sobre todo por su postura a favor de la despenalización del aborto. Por eso ya fue sancionada por el Vaticano. Ahora reflexiona sobre la llegada de Bergoglio al papado, lo analiza en el contexto latinoamericano, y plantea dudas y esperanzas. Por Mariana Carbajal Imagen: Pablo Piovano “Hay un largo camino que recorrer para que la diversidad pueda de hecho tener ciudadanía en las estructuras de la Iglesia Católica Romana”, dice Ivone Gebara. Es monja, brasileña y feminista. Por sus posiciones, particularmente a favor de la despenalización del aborto, ha recibido severos castigos del Vaticano. A diferencia de otras voces disidentes dentro de la Iglesia católica, que se entusiasman por estas horas con la elección de un papa latinoamericano, ella prefiere ser más cauta. “Necesitamos más tiempo para juzgar posiciones y acciones del nuevo pontificado”, dice, en una entrevista con Página/12, desde Camaragibe, en la periferia de Recife, donde reside. Durante décadas ha vivido en el nordeste de Brasil una vida de “inclusión” en barrios populares. “Se pueden hacer especulaciones pero, en general, son opiniones muy subjetivas y tienen que ver más con algunos de nuestros deseos que con las condiciones reales de posibilidad de cambios en una estructura tan compleja como la del Vaticano. Hay pequeñas señales que pueden ser interpretadas como esfuerzos simbólicos para devolver credibilidad a la Iglesia como la elección del nombre Francisco, la opción por los pobres, el quiebre de algunos protocolos. Pero todavía es temprano para tener un juicio en relación con las nuevas políticas y teologías del papa”, advierte Gebara. Y propone que Francisco y quienes lo rodeen para gobernar la Iglesia católica en todo el mundo “escuchen, sientan, vean, duden de sus interpretaciones, y pregunten a la gente sobre lo que viven y que quieren de la institución”. Gebara es una monja distinta. No usa hábito y predica la teología feminista, que entrecruza con una perspectiva filosófica humanista. Es muy placentero escucharla. Por su tono de voz, pero principalmente por sus ideas, que suenan a revolución dentro de una institución históricamente machista, conservadora y misógina. Doctora en Filosofía por la Universidad Católica de San Pablo y en Ciencias Religiosas por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, pertenece a la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora Cônegas de San Agustín. –¿Cómo interpreta la elección de un papa latinoamericano? –Pienso que la elección de un nuevo papa, sobre todo en el contexto del mundo actual, no es un acto sin previo pensamiento del cónclave. Con eso quiero decir que el papa Benedicto XVI antes de renunciar, así como sus compañeros de trabajo, los más cercanos, ya tenían dibujada la sucesión. Es mi sospecha. Esto quiere decir que hubo más o menos una línea sucesoria definida que empezó desde la elección de los actuales cardenales por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Al dejar el pontificado, Ratzinger, creo yo, tenía un deseo sucesorio. Un hombre inteligente como él no deja las cosas totalmente sueltas cuando dejó su ministerio papal. Es en ese sentido que entra la elección de un papa latinoamericano. En los últimos 20 años, los gobiernos de América latina toman una dirección política popular, es decir, se abren para proyectos políticos que favorecen a las poblaciones marginadas con todas las contradicciones que ese camino puede llevar. Y favorecen también a las mujeres y las personas LGBT, así como a otros grupos activistas en derechos humanos. En ese camino, también se dibujan en el horizonte muchos movimientos sociales que contestan la autoridad de la Iglesia. Pienso especialmente en los movimientos feministas que se liberan de la tutela masculina incluso en la Iglesia. La Iglesia católica institucional ha sido uno de los bastiones de resistencia en contra de la emancipación de las mujeres, una emancipación que significó apropiarse de su cuerpo, de su sexualidad, de sus elecciones personales, de una vida profesional más allá del mundo doméstico. Mucha cosa nueva se está haciendo sin el consentimiento explícito de la Iglesia jerárquica masculina. Basta darnos cuenta también de la disminución del número de fieles católicos. Un papa latinoamericano podría reequilibrar este juego de fuerzas, sobre todo, si viene con un discurso y una práctica desde los pobres y es una figura simpática capaz de tocar nuestras entrañas y dar una cierta seguridad a los fieles. Una figura con más cercanía humana, consciente del pluralismo cultural que se vive, del nuevo momento en política y economía en las Américas. Creo que algo de esto se pensó en el proceso de elección. A partir de ahí se puede hablar de geopolítica. –En un artículo que publicó en estos días sobre la elección del papa se refiere a la geopolítica del secreto. ¿Podría explicar el concepto? –Hablo de geopolítica del secreto para subrayar el elemento “secreto” no solamente en la manera de elegir el papa, sino también las muchas formas de actuación de la Curia romana. La geopolítica del secreto significa que la ideología religiosa se presenta como involucrada con elementos atribuidos a la voluntad divina; presenta maneras de actuar en forma secreta aunque sea al nivel simbólico. Esta voluntad parece ser más conocida por algunos varones. Sólo varones votan porque Dios es varón. Sólo ancianos votan porque se cree que tienen más sabiduría. No hay discusión pública. No se presentan como los gobiernos que conocemos pero son envueltos en una especie de aura sagrada. Se presentan como si fueran un gobierno con un componente decisorio divino donde las mujeres y el simple pueblo no son aceptados. Tienen un ceremonial particular: se queman los votos de papel, se comunican con los fieles a través del humo negro o del humo blanco. Hay todo un clima que se produce para indicar que lo que hacen de diferente puede hasta ser interpretado por los fieles como algo superior que viene de una esfera celeste y que en realidad no corresponde a costumbres introducidas en diferentes épocas. Algunas de estas costumbres son copias de comportamientos de reyes o emperadores del pasado. Tener el secreto como elemento político de elección es su manera de posicionarse en el concierto de naciones. Por eso se habla de geopolítica del secreto. Los medios de comunicación han tenido un rol importante para acompañar y revelar los orígenes de estas costumbres llenas de secreto. –Desde los medios de comunicación dominantes se destaca como un gran valor la sencillez del papa Francisco... –De hecho la sencillez con que el papa Francisco se presentó toca los corazones. Pero pienso que es muy poco tiempo de pontificado para sacar conclusiones. Es de hecho simpático, tiene calor humano, sencillez, calidez, pero hay que ver qué va a pasar dentro de algunos meses. No sé puede decir que éstos son cambios en la Iglesia. Son características personales del nuevo papa, son su estilo personal de vivir y que espero podrán servir o contribuir para introducir los cambios necesarios en las estructuras de la Iglesia. –¿Por qué resulta tan difícil que la Iglesia católica acompañe los cambios en la sociedad y se muestra como una institución tan alejada de la vida de la gente común que se divorcia, usa preservativos, tiene relaciones sexuales antes del matrimonio, puede ser homosexual o enfrentar un aborto? –La visión que se desarrolló en la Iglesia católica, fruto de antiguas filosofías que se incrustaron en el cristianismo, es que existe un orden de comportamientos humanos predado y estos comportamientos corresponden a lo más correcto. Esto significa que desde las Escrituras se deducen comportamientos considerados según la voluntad de Dios o según el deseo de Jesucristo. En esta perspectiva se establecen comportamientos de justicia social o de ética sexual desde un orden que se llamó de voluntad de Dios. Homosexuales, divorciados, mujeres que hacen aborto y otros comportamientos en esta línea son considerados como desorden en el orden querido por Dios. En la misma línea, abrir espacio para las mujeres adentro de la jerarquía católica significa introducir un desorden de representatividad. Dios masculino, Jesús masculino, no pueden ser representados desde un cuerpo femenino débil y tentador. Al mismo tiempo que hablan de tener misericordia con los pecadores y marginados desarrollan un sistema legal que impide la misericordia a través de hechos. ¡La paradoja es flagrante! Por supuesto ésta es una forma de pensar que no resiste a una racionalidad moderna ni a las búsquedas de muchos grupos, sobre todo de mujeres en vista de la afirmación de su dignidad. Hay un largo camino que recorrer para que la diversidad pueda de hecho tener ciudadanía en las estructuras de la Iglesia Católica Romana. Hay mucho camino a andar y un camino que tiene que tener la colaboración de muchas y muchos. –¿Y qué espera usted de Francisco? –A partir de ese contexto no sé decir lo que espero de Francisco solo, o sea como papa, pero sí puedo decir lo que espero de él con su equipo ampliado en los diferentes rincones del mundo. Espero que escuchen, sientan, vean, duden de sus interpretaciones, pregunten a la gente sobre lo que viven y qué quieren de la institución. Pienso que tenemos una diversidad de deseos y que una institución como la Iglesia Católica Romana tiene posibilidades de abrirse no solamente para la diversidad de culturas, de orientaciones sexuales, de género, sino también a la diversidad de expresiones de la misma fe cristiana. Me atrevo a decir que algunas cosas me parecen importantes: la posibilidad de que algunos grupos expresen su fe desde otras referencias filosóficas, desde otro lenguaje, desde la diversidad de experiencias particularmente de las mujeres. Que el criterio no sea la formulación teórica desde un lenguaje preestablecido, sino el cuidado, la relación de amor y justicia entre las personas. Mucha gente sigue abrazando los valores cristianos pero ya no puede expresarlos con el lenguaje de los dogmas o con el lenguaje mágico de las liturgias actuales. Estas cosas les agreden la razón y el corazón. Poder expresar el amor, la justicia, la misericordia en concreto en la historia no significa tener que reducir estas vivencias a los lenguajes bendecidos por la jerarquía católica. Volver al lenguaje cotidiano, expresarse desde lo vivido, encontrar en el ordinario de la vida el extraordinario de la vida misma. Salir de un lenguaje masculino de misterios metafísicos y encontrarse con lo sencillo, con lo inesperado que nos llena de belleza y misterio. Este tipo de lenguaje produce un poder diferente del jerárquico. Es un poder que todas las personas pueden vivir. Lo que espero no es que se imponga esta forma como la verdadera, pero que se permita su inclusión como una manera más de expresar el amor que sostiene nuestras vidas. En este contexto espero que los muchos grupos fundamentalistas católicos presentes en el mundo y en el Vaticano no impidan las necesarias reformas de la Iglesia. Que el bien común prevalezca. Que el Papa no sucumba ante ellos y sus intereses, pero que sea firme, y que nosotros podamos ayudarlo en esta firmeza de fe. Por sus frutos lo conoceréis Por Washington Uranga Transcurrieron los primeros días del papa Francisco. Se produjo la asunción formal del nuevo pontífice de la Iglesia Católica Romana y se acabaron los festejos y los saludos formales. Los gestos, con los cuales Bergoglio cautivó a gran parte de las audiencias del mundo, ya no serán suficientes, porque se inició la difícil etapa de los hechos. Francisco tendrá que transformar en determinaciones, en decisiones, en resoluciones, aquello que hasta ahora ha formulado, con palabras y con gestos, casi como un programa de gobierno. Claramente su primer mensaje consistió en la elección del nombre. Como sucede con todo en Bergoglio-papa, surgieron las dudas acerca de cuál de los Franciscos de la historia de la Iglesia había inspirado su decisión. Esto ocurre porque la trayectoria de Bergoglio, sus antecedentes dentro y fuera de la Iglesia, siguen moviendo a la duda –cuando no a la incredulidad– respecto de la confianza que pueden despertar algunas de sus manifestaciones más recientes ya como papa. El propio Bergoglio sostuvo que eligió su nombre siguiendo al santo de Asís y pensando en el cuidado que el inspirador de los franciscanos tenía respecto de la creación –una mirada que hoy puede traducirse como ecologista– y su compromiso con los pobres. Cabe preguntarse dónde están los antecedentes de Bergoglio-sacerdote-obispo en defensa del medio ambiente y de la ecología. No se le conocen intervenciones destacadas en esta materia. La defensa de los pobres, en cambio, siempre ha estado presente en el magisterio de Bergoglio. No es nueva su postura en ese sentido, aunque muchos discrepen de la perspectiva con la que el ahora Papa se aproxima al tema. Francisco hoy, como Bergoglio antes, demanda atención de toda la sociedad y, en ese sentido, exige justicia para los pobres, los desvalidos, los necesitados, los enfermos. En general, para los que considera débiles. Y desde su lugar sacerdotal reclama a todos los que tienen posibilidades y responsabilidades –tanto los dirigentes políticos y sociales como los que tienen poder económico– que pongan en práctica la caridad cristiana, que atiendan a los desvalidos. La aproximación de Bergoglio al tema de la pobreza no está emparentada con una prédica de cambios estructurales en la sociedad, sino más bien con un reclamo de atención y paliativo para aquellas situaciones que requieren justicia. Es el mismo camino que recorrió Bergoglio muchas veces en la Argentina cuando, en homilías o en documentos, señaló y denunció las situaciones de pobreza que persisten en el país, generando en ocasiones la molestia de dirigentes y gobernantes. Aunque no fuese así, Bergoglio siempre sostuvo entonces que sus observaciones no se dirigieron a nadie en particular, sino a señalar en términos generales una situación social que debe ser corregida. Antes y ahora Bergoglio ha sabido cómo articular sus discursos para que tengan efecto político y, desde la presunta neutralidad, propinar las estocadas con las que quiso molestar a unos y a otros. Nadie podrá decir que fueron inocentes varias de las homilías de los tedéum que lo terminaron alejando de Néstor y Cristina Kirchner. Una de las preguntas es cómo puede traducirse esa mirada ahora ya en la condición de papa. Una posibilidad no improbable es que el Vaticano, a su impulso, tenga una presencia más activa y protagónica en los foros y organismos internacionales a favor de mayor justicia en el mundo. Sabido es que la Iglesia y la Santa Sede en particular no constituye una potencia, pero al mismo tiempo se puede decir que por el prestigio y por la representación al menos formal de 1200 millones de católicos en el mundo, tiene peso moral suficiente para inclinar con su prédica la opinión de al menos un conjunto de naciones. Habrá que verlo. La discusión sobre el pasado de Bergoglio transcurrió por carriles similares a los que se conocieron respecto de Karol Wojtyla cuando fue designado como Juan Pablo II y con Josef Ratzinger como Benedicto XVI. La diferencia, en nuestro caso, es que los debates en Polonia y en Alemania nos resultaron entonces tan lejanos como lo son ahora para los europeos las cuestiones sobre el pasado de Bergoglio que ahora se discuten en nuestro país. Sobre la base de los distintos testimonios va quedando claro que si bien Bergoglio no tuvo la conducta de los luchadores por la defensa de los derechos humanos –que también los hubo entre sacerdotes y obispos–, tampoco se le puede atribuir la condición de cómplice de la dictadura militar. Los lineamientos de la Iglesia hacia afuera van quedando aparentemente claros. A los gestos y a los discursos Bergoglio ahora tendrá que sumar algunas manifestaciones concretas, determinaciones y acciones que ratifiquen sus insinuaciones respecto de retomar la prédica social cristiana del Concilio Vaticano II. Tampoco podrá hacer mucho más en este terreno. Sin embargo las urgencias del nuevo papa pasan por otro lado y tienen que ver con solucionar los graves problemas internos de la institución que, como se ha dicho hasta el cansancio, pasan por las luchas de poder, la corrupción y los desaguisados que existen, en términos generales, en una estructura que además de caduca ya es claramente anacrónica, desfasada del tiempo histórico y hasta contradictoria para cumplir la misión que la Iglesia reconoce como propia. En los días que lleva como pontífice, Francisco no ha dejado de repetir la palabra “servicio” tanto para referirse a su tarea como papa como a la labor de los obispos y, por extensión, a toda la Iglesia. Para traducir en hechos esta perspectiva el Papa tendrá que librar una durísima batalla contra estructuras y hombres de su propia Iglesia. Condiciones personales tiene Bergoglio para ello. Visión, inteligencia, astucia y capacidad de decisión también. Los días y los hechos irán mostrando si todo eso alcanza para vencer las resistencias y las artimañas de quienes hasta hoy están instalados y fuertemente aferrados a las corruptas estructuras vaticanas. No pocos señalan que Francisco tendrá que actuar muy rápidamente en este terreno, amparado en el blindaje que ofrece el impulso inicial de la gestión y el prestigio intacto. Quienes conocen cercanamente a Bergoglio aseguran que las determinaciones no se harán esperar. Habrá novedades en breve, que se traducirán en nombramientos, en designaciones. Está abierta la expectativa acerca de la posibilidad de convocar a un nuevo concilio. Hasta el momento, el Papa no ha dado el mínimo indicio en ese sentido, aunque algunos de sus gestos permitirían presuponer que es una posibilidad no lejana sobre todo viendo la agenda de temas doctrinales y pastorales que tiene que afrontar la Iglesia Católica. Un concilio, gran asamblea de los obispos de todo el mundo, estaría indicando que Bergoglio se toma en serio tanto la idea del Episcopado como servicio como la insistencia en su condición de “obispo de Roma” (antes que Papa) y de “primero entre iguales”. Como en casi todo, habrá que aguardar los hechos. Con la Argentina y con la política argentina no habría que esperar mayores sobresaltos. La nueva etapa de los gestos y los símbolos que se inauguró con los encuentros entre la Presidenta y el Papa seguirán por el camino iniciado. No es previsible que Bergoglio interfiera de manera directa en las cuestiones políticas del país. Si lo hizo en otro momento como cardenal de Buenos Aires, eludirá ahora cualquier situación que pueda señalarse como intromisión del Papa en la vida política del país. Su influencia será clara, en cambio, a través del perfil de obispos que designe para ocupar las plazas episcopales en Argentina, comenzando por el nombramiento de su sucesor en Buenos Aires. En cambio vale esperar más bien un largo desfile de políticos que, partiendo de la Argentina, peregrinen hacia el Vaticano en busca de una palabra, de una foto, de un gesto que, así sea de forma tangencial, aporte para su redil algo de la popularidad del papa argentino. El tiempo dirá de qué manera Bergoglio maneja estas situaciones que se van a volver habituales. Como decíamos al comienzo. Los gestos han sido importantes. Pero no son suficientes. Con los gestos, Bergoglio-papa se colocó muy por encima de las expectativas que podría haber generado la trayectoria de Bergoglio-obispo. Es necesario aguardar porque, como dice la cita bíblica, también en este caso “por sus frutos lo conoceréis”. 24/03/13 Página|12

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