sábado, 9 de marzo de 2013

LA CRIATURA DIABOLICA: PANDO

Las morisquetas de una criatura de laboratorio Por Ricardo Ragendorfer Su perfil fue diseñado por Schwab y sus amigos para canalizar los reclamos públicos del sector. El parche de pirata le daba un aire fantasmagórico a uno de los espectadores: el teniente coronel Emilio Nannis, a quien allí, en la pequeña sala de audiencias del Juzgado Penal y Contravencional Nº 13 de la Ciudad, no le había quedado más remedio que sentarse junto a una integrante de Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, el peso de ese capricho simbólico fue opacado por las nerviosas morisquetas que desde el banquillo de los acusados deslizaba la señora Cecilia Pando. En la ocasión –corría el mediodía del 7 de marzo–, ella debió justificar otro capricho simbólico: haber pintado crespones fúnebres sobre los pañuelos blancos que rodean la Pirámide de Mayo, una iniciativa que derivó –a raíz de una denuncia de la agrupación HIJOS– en su procesamiento por "apología del delito, intimidación y daño agravado". Ahora asimilaba los testimonios en su contra sin suavizar las morisquetas. Una reacción muy común en las criaturas de laboratorio. Lo cierto es que su figura pública fue parte de una ingeniería concebida en la década pasada con el propósito de brindar apoyo a los represores acusados por delitos de lesa humanidad. La primera punta de semejante sociedad de socorros mutuos surgió el 26 de agosto de 2003 en el Juzgado Federal Nº 11, a cargo de Claudio Bonadío. "Con estos muchachos tengo una amistad de 20 años, doctor." Aquella frase acababa de salir de la boca del entonces intendente de Escobar y candidato a gobernador de Buenos Aires, Luis Abelardo Patti. "Los muchachos" eran dos ex agentes del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército: Jorge Granada y Luis Jorge Aras Duval. Ambos pudieron permanecer prófugos durante más de un año gracias a la cobertura y el financiamiento del ex subcomisario. En aquella tarde invernal, el magistrado lo indagaba por el delito de encubrimiento. En su momento, el asunto pasó como un caso aislado de ayuda a dos compinches en desgracia. Hechos posteriores indicarían que ello no fue así. Al menos, eso puntualizó el hombre que dialoga con Tiempo Argentino en una mesa al fondo del salón de Los 36 Billares. Y agregaría: "En esa época, Patti iba seguido a la oficina de la calle Florida." El tipo sabe de lo que habla; se trata de un ex suboficial del Ejército que supo mitigar el ostracismo de su exoneración con changas en la agencia de seguridad Scanner SA, cuyas oficinas justamente estaban en el quinto y sexto piso del edificio de Florida 868. Aquella empresa fue fundada en 1998 por el ex teniente coronel Héctor Schwab. El suboficial no tiene empacho en nombrar a otros frecuentes contertulios de su antiguo empleador: el tal Nanni y Gustavo Breide Obeid, ambos unidos por la gesta carapintada; también se reunía con ellos el general retirado Juan Miguel Giuliano y el coronel (por entonces, en actividad) Andrés Fernández Cendoya, hijo de un militar muerto en un atentado cometido en 1976 por Montoneros. Con todos ellos, Schwab organizó la denominada Unión de Promociones, una organización integrada por efectivos retirados de las Fuerzas Armadas para reivindicar el terrorismo de Estado y oponerse a las cúpulas castrenses actuales, las que –de acuerdo con su óptica– son cómplices de los juicios contra sus camaradas. La fundación de dicha cofradía coincidió con el arresto de 45 represores por orden del juez Rodolfo Canicoba Corral por pedido de su par español Baltasar Garzón. Ya se sabe que Patti también tenía un estrecho vínculo con Schwab, junto a su suegra, la diputada Nélida Mansur, del Partido Unidad Federalista (Paufe). Poco después empezarían a dejarse ver en las oficinas de la calle Florida un joven militar en actividad y su simpática esposa: el mayor Rafael Mercado y Cecilia Pando. El dueño de casa tenía grandes planes para ellos. Allí se planificó la instalación de ella en el star system de la ultraderecha procesista, a través de la ya famosa carta publicada en el correo de lectores del diario La Nación, en defensa del obispo castrense, Antonio Baseotto, quien había sugerido tirar al mar al ministro de Salud, Ginés González García. La repercusión de esa misiva –según el hombre que habló con este diario– contemplaba la posible expulsión de Mercado del Ejército –lo cual, efectivamente, sucedió–, ante lo cual Schwab le había prometido de antemano un puesto ejecutivo en su agencia, además de un lugar de residencia para su familia. Tanto es así que el perfil de esa mujer –quien desde entonces lidera la autodenominada Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos de Argentina (Afyappa) – fue minuciosamente diseñado por Schwab y sus amigos para canalizar los reclamos públicos del sector. El resto de la historia es conocida. Ahora, a ocho años de su conversión en "la cara humana del genocidio", ella asistía al último tramo de su enjuiciamiento. Tal vez en semejantes circunstancias añorara la presencia de su mentor. Pero a Schwab le fue imposible acompañarla en este duro trance. Un pedido de captura por crímenes cometidos en Tucumán bajo las órdenes del general Antonio Bussi lo mantiene prófugo en algún lugar de los Estados Unidos. Quizás también añorara al ex subcomisario Patti. Una condena a perpetua lo mantiene actualmente en el penal de Marcos Paz. Nanni, en cambio, la observaba con su único ojo. La acusada, en tanto, seguía con atención la lectura de la sentencia: cinco meses de prisión en suspenso, 30 horas de trabajo comunitario, el pago de las costas del proceso y la obligación de presentarse cada semana, durante dos años, ante el patronato de liberados. Las morisquetas en su rostro persistían. 09/03/13 Tiempo Argentino

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